Cómo funciona TeleMeloni

“Mientras esa palabra —antifascismo— no sea pronunciada por quienes nos gobiernan, el espectro del fascismo seguirá habitando la casa de la democracia italiana” A. Scurati, autor y ganador en 2019 del premio literario más importante de Italia, cancelado en la TV pública italiana
.Conferencia de prensa en la Sala de Prensa Internacional sobre la huelga de periodistas en la televisión pública RAI — Cecilia Fabiano / Zuma Press / ContactoPhoto

Para entender el funcionamiento de la televisión pública en los tiempos de TeleMeloni, no es necesario empezar por la censura que se ha desencadenado sobre el escritor Antonio Scurati la víspera del pasado 25 de abril, la fiesta nacional que conmemora la Liberación de Italia del nazifascismo.

Como no podía ser menos, el episodio dio la vuelta al mundo, conquistando las portadas de los periódicos. Scurati, autor de una tetralogía dedicada al fascismo y a Mussolini, ganador en 2019 del premio literario más importante de Italia, el Premio Strega, había firmado un contrato para recitar un monólogo el 25 de abril durante el programa «Che sarà», de la cadena pública Rai3.

La víspera de la emisión, la presentadora Serena Bortone se enteró de que el contrato había sido cancelado por decisión de la empresa. En un correo electrónico de la dirección de la RAI, que se conoció más tarde, pudo saberse que la decisión se debió a “motivos editoriales”.

A pesar de los intentos de justificación de la empresa pública, que trata de atribuir la cancelación a un asunto económico, a una falta de acuerdo sobre el caché de 1.800 euros que exigía Scurati, está claro que lo que molestaba era el contenido de ese monólogo.

Scurati comienza con el asesinato de Matteotti, el parlamentario socialista asesinado el 10 de junio de 2024 por sicarios a sueldo de Mussolini, y pasa a definir el fascismo como un “fenómeno de violencia política sistemática, homicida y sanguinaria”. Luego pasa a preguntarse si Meloni y compañía tendrán el valor de reconocerlo de una vez. “Por desgracia, todo lleva a pensar que no será así  [...] Mientras esa palabra —antifascismo— no sea pronunciada por quienes nos gobiernan, el espectro del fascismo seguirá habitando la casa de la democracia italiana”.

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Ni que decir tiene que son palabras inaceptables para el gobierno de ultraderecha que continúa siendo fiel al lema del partido neofascista Movimento Sociale Italiano —en cuyas juventudes se formó Meloni: “No negar, no restaurar”. Pero hay que decir que lo importante aquí es el “no renegar”.

Lo cierto es que la mejor manera de entender no consiste en ir detrás de lo que hace ruido, sino en tratar de escuchar lo que ocurre en silencio.

Porque, como escribió Kapuściński, “el silencio es signo de desgracia, a menudo de un crimen. [...] Los tiranos y los ocupantes necesitan el silencio para ocultar sus actuaciones. No hay más que ver el modo en que los distintos colonialismos mantenían el silencio, o la discreción con la que trabajaba la Santa Inquisición [...]. Un gran silencio llega de los Estados en los que las cárceles están llenas”.

De esta guisa, empecemos por lo que pocas veces se cuenta pero que lleva ocurriendo en la RAI desde hace año y medio, es decir, desde que Fratelli d'Italia ganó las elecciones en septiembre de 2022 y nombró a hombres de confianza para los puestos clave de la empresa pública.

De hecho, en Italia, desde 2015 la RAI ha pasado de estar bajo el control del Parlamento a estar bajo el control del ejecutivo. De esta suerte, un pedazo del poder mediático ha quedado unido al poder gubernamental. ¿Y a quién se debe ese cambio? No a la ultraderecha, sino a la socialdemocracia “presentable” en salsa italiana, a aquel Partito Democratico, heredero del PCI, liderado en su momento por el enfant prodige Matteo Renzi (hoy jefe de un pequeño partido de centro).

Resultan aleccionadoras las palabras de dos empleados de la RAI, pronunciadas el pasado 6 de mayo con motivo de la huelga de USIGRAI, el sindicato de periodistas del servicio público. Se trataba de una protesta que asociaba razones sindicales  —estabilización de los trabajadores precarios, concursos para nuevas contrataciones, etc.— con la defensa de la libertad de expresión y de información.

Enrica Agostini, del Consejo de Redacción de Rai News 24, declaró que “nunca había sufrido episodios de presión y de censura como los que estoy viviendo en este momento”. Asimismo, añadía: “No dimos la noticia de Lollobrigida en el tren [cuando el Ministro de Agricultura, cuñado de Giorgia Meloni, hizo parar un tren en una estación no prevista porque podía llegar tarde a una cita institucional, abusando así de su función] hasta muchas horas más tarde, después de que el CDR, del que soy miembro, hubiera redactado una nota muy dura”. Y termina declarando que a menudo la dirección impone titulares para glorificar a Meloni, como en el caso del amplio espacio concedido al artículo del Telegraph británico del pasado 3 de abril “La Italia de Meloni está haciendo lo que la desesperada Gran Bretaña solo puede soñar”. Tres días después del titular del Telegraph, los periódicos de ultraderecha propiedad del diputado de la Liga Norte y gran propietario de clínicas privadas, Angelucci, le dieron la misma importancia.

Aún no hemos llegado al nivel de la “circular” que el Ministerio de Cultura Popular de Mussolini, el Ministerio de Propaganda, envió a la prensa el 4 de julio de 1938, invitándola a “señalar que el Duce no estaba nada cansado después de pasarse cuatro horas trillando”, pero nos vamos acercando poco a poco.

Por su parte, Federica Bambogioni, periodista del Telegiornale 2 de Rai2, reveló el intento de un superior de eliminar o minimizar en un reportaje televisivo el descenso del número de italianos que se iban de vacaciones, debido a la inflación y a las dificultades económicas.

Un poco como cuando, el 12 de noviembre de 1941, cuando la guerra mundial ya dejaba sentir sus efectos, el Ministerio de Cultura Popular ordenó a la prensa “no tratar en modo alguno la noticia de las ‘colas' (para comprar alimentos)”.

Los testimonios de Agostini y Bambogioni podrían querer verse como episodios menores. Sin embargo, el problema consiste en su carácter repetitivo, en el carácter sistemático de tales comportamientos. Ya no son episodios aislados, sino eslabones de cadenas que dan forma a un “sistema”. A un sistema que se llama precisamente TeleMeloni.

De esta suerte, por cada intento de censura que encuentra oposición y resistencia, hay sin duda muchos más que consiguen su objetivo. Tanto más cuando se dirigen contra periodistas con contratos precarios y por ende con las espaldas menos cubiertas. No causa sorpresa que Macheda, secretario del sindicato de periodistas Usigrai, resaltara la importancia de la reivindicación de “estabilización [...] porque incluso en un día como hoy tienen que salir al aire, porque si no corren el peligro de perder la paga diaria [...], pero en un clima como este también puede suceder que la próxima vez les digan “mira, ya no te necesitamos’”.

Otra pieza sobre la que intentan construir la hegemonía de la ultraderecha en la televisión pública es la destrucción de la fuerza sindical de los periodistas de la RAI. Tradicionalmente, solo había una organización que los representara, Usigrai (que cuenta con unos 1.600 afiliados entre los algo más de 2.000 periodistas de la RAI). Sin embargo, desde diciembre de 2023 las cosas han cambiado y ha entrado en escena un nuevo sindicato: UniRai.

Un sindicato extraño, a decir verdad. Se formó gracias a la iniciativa de Giampaolo Rossi, director general de la RAI, es decir, uno de los nuevos altos cargos nombrados por el gobierno. Un hombre de confianza que siempre se ha ocupado de los asuntos internos de la televisión pública de Meloni. A ambos les une su militancia juvenil en el MSI postfascista, el que mantiene viva la llama de Mussolini. La sección romana de Colle Oppio, para ser precisos.  Un sindicato extraño, de ser verdad que de los 350 afiliados que afirma tener, casi todos serían cuadros, ejecutivos y jefes de equipo.

En efecto, un sindicato extraño si escuchamos las declaraciones de Vittorio Di Trapani, presidente de la Federación Nacional de la Prensa Italiana y antiguo secretario de Usigrai: “Nunca había conocido una organización, que dice ser un sindicato, que invita a sus miembros a renunciar a su día libre, a cambiar de turno para ponerse a disposición de los directores y gerentes, intentando con ello desinflar la huelga convocada por una organización sindical”.

Al fin y al cabo, el propio sindicato UniRai ha reivindicado la emisión de los TG1 y TG2, aunque en una edición reducida y retocada, gracias a su propia acción de “esquirolaje”: “Hoy ha caído un muro. Es el fin del monopolio [...]. Hoy es un día histórico para la RAI. Quienes pretendían imponer su visión a todos los periodistas de la RAI han sido derrotados”.

Sin embargo, contra la huelga no solo se ha activado el boicot interno de los esquiroles. También ha jugado un papel el escepticismo generado en muchas personas ajenas a la RAI hacia un sindicato y un grupo de trabajadores que en el pasado  se han quedado quietos y en silencio con demasiada frecuencia cuando ha habido presiones y censura.

En marzo de 2022, hasta el Papa Francisco fue víctima de la censura del Tg1 por su discurso contra el gasto militar. Y en aquel momento desde luego no gobernaban los nietos del Duce, sino Su Excelencia Draghi.

Un primer ministro que, en lo que respecta a las «reverencias» que recibía de los periodistas no tenía nada que envidiar a Giorgia Meloni. No hay más que recordar el aplauso preventivo de tantos periodistas el 21 de diciembre de 2021, a la entrada de Draghi en la sala de prensa donde iba a dar su mensaje de fin de año. Desde luego que no es el comportamiento que cabría esperar de los “vigilantes del poder”.

Por otra parte, las críticas a TeleMeloni corren el peligro de dar paso a escenarios que no tienen nada de democráticos. De hecho, para contrarrestar el dominio del ejecutivo sobre la TV pública, han regresado al centro de la escena política las posiciones de quienes desde hace tiempo reclaman que “la política salga de la Rai” o, de manera más explícita, la privatización de la Rai.

De hecho, esa decisión supondría la entrega del servicio público a manos de entidades supuestamente independientes —que en realidad nunca lo son, ya que responden a poderes menos públicos que los políticos— o de nuevos propietarios particulares, aún más desvinculados de cualquier forma posible de control popular y democrático.

Aparte de volver a poner la RAI bajo el control del parlamento, arrebatándola de manos del gobierno, lo que haría falta es una reflexión sobre la censura y la exclusión cotidiana que sufren amplios sectores de nuestra sociedad, empezando por las clases trabajadoras y populares. Una inmensa mayoría que no dispone de capital para construir medios de comunicación de ámbito nacional y que se ve cada vez menos representada por la televisión pública. ¿Habrá llegado acaso el momento de pensar en nuevos caminos? Hace algún tiempo, en Argentina, se propuso una tripartición del “campo mediático”: un tercio para lo público, un tercio para lo privado y otro tercio para los medios populares, también financiados por el Estado. El objetivo era quebrar el “latifundio mediático” que entrega el poder de la TV y la prensa en manos de unos pocos operadores que, junto a grandes grupos industriales y financieros y a los principales grupos políticos, constituyen la trama de poder que ahoga los espacios de democracia y libertad para la mayoría de nuestra gente.

Traducción: Raúl Sánchez Cedillo