En 2016, un grupo de ultraderechistas quemó y apedreó un muñeco de Pablo Iglesias con mucha menos repercusión mediática
El debate sobre las consecuencias de la violencia fascista se reaviva tras las escenas vividas la noche del 31 de diciembre a las puertas de Ferraz, cuando un grupo de ultras antigobierno golpearon con saña una piñata con la forma del Presidente de Gobierno. Desde la nochevieja de 2023, se han sucedido las muestras de indignación y las declaraciones de condena por parte del Gobierno ante estas imágenes, que abrían todas las tertulias mediáticas del inicio de año.
En medio de este debate, las redes han recordado que ésta no fue la primera vez que algo muy parecido ocurría en nuestro país. En 2016, en el municipio madrileño de Robledo de Chavela, fue un muñeco que representaba a Pablo Iglesias, con barba, coleta y vestido con una camiseta morada con el nombre de Podemos”, quien recibió los golpes e insultos de un grupo de personas en nombre, decían, de “la tradición”.
La tradición en ese pueblo era el llamado “Judas de Robledo”, un personaje elegido anualmente durante la Semana Santa para ser crucificado y apedreado públicamente. El suceso entonces apenas obtuvo cobertura mediática, e incluso las autoridades del pueblo afirmaron que había que tomárselo “con humor”. Entonces, el Secretario General de Podemos quiso poner el foco en las declaraciones racistas del ex edil del pueblo, de Partido Popular, que había acusado a los inmigrantes de ser los responsables de la violencia contra las mujeres. “No ha dolido tanto. Ahora bien, las declaraciones xenófobas de su exalcalde, esas sí que dañan” afirmaba entonces Iglesias.
Pocos años después, tanto Iglesias como Sánchez, Montero o Echenique serían de nuevo la diana del odio de la ultraderecha, cuando se publicó un video en el que un ex militar practicaba tiro con retratos suyos y un arma real propiedad del protagonista de las imágenes, que posteriormente sería condenado por violencia de género. En esa ocasión, la causa fue archivada por el juez Pedraz. El juez Santiago Pedraz consideró entonces que el ex soldado lo hizo para “matar el tiempo” y que no se trataba de un acto premeditado.