50 años del golpe a Allende: ¿Cuál fue el programa de la Unidad Popular?
El periódico ultraderechista chileno El Mercurio haciéndose eco de una entrevista del ABC a Eduardo Frei en la que éste justificaba el golpe de estado.
El programa de la Unidad Popular, que tanto atemorizaba a Estados Unidos y las élites chilenas tenía esencialmente dos objetivos: por un lado, impulsar el desarrollo industrial y por otro, modernizar el campo chileno. Esto pasaba por la nacionalización de los recursos naturales esenciales, la estatización de los grandes monopolios, en su mayoría en manos de capitales extranjeros, y la reforma agraria.
“Allende era irritante. Nacido para ser Frei, había querido ser Allende. Masón de convicción, presidía actos religiosos. Socialista obsesivo y ultimista, creía en el respeto a la norma democrática, incluso como instrumento de construcción del socialismo. Así se explicaba la urgencia, la furia, la rabia de las balas. Mataban la excepción. Confirmaban la regla.” Este es un fragmento de “La capilla sixtina”, escrito por Manuel Vázquez Montalbán bajo el pseudónimo de Sixto Cámara.
El 11 de septiembre de 1973, hace hoy 50 años, Salvador Allende murió en la toma del Palacio de la Moneda. ¿Cómo se explicaba “la furia de las balas”? Para entenderlo hay que remontarse un poco más atrás en el tiempo: El 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende ganaba las elecciones presidenciales chilenas. La coalición que lo alzó al poder se denominó Unidad Popular: una coalición social y políticamente heterogénea, que abarcaba desde el Partido Comunista, al Partido Radical, pasando por el Partido Socialista y sectores de la democracia cristiana en ruptura con su organización, o también la Acción Popular Independiente (API). El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), liderado por Miguel Enríquez, después de numerosas vacilaciones, decidió suspender cualquier tipo de acción armada y dar su apoyo crítico a la Unidad Popular. La Unidad Popular abarcaba fuerzas políticas muy diferentes, pero eso sí, bajo la dirección hegemónica de los dos principales partidos de trabajadores del país: el Partido Comunista y el Partido Socialista.
En este punto es importante recordar que Allende asumió el gobierno sin mayoría parlamentaria, y que los democristianos, que inicialmente habían sido decisivos para que la Unidad Popular alcanzara el poder, empezaron a ejercer una dura oposición en el Parlamento. Durante las negociaciones de Allende, como presidente electo, para ser votado como jefe de Estado en el Congreso. La Democracia Cristiana pidió a Allende una serie de “garantías” para darle sus votos. Tal y como cuenta Joan Garcés en su mítico libro “Soberanos e intervenidos”, Allende suscribió todas. Menos una. La que exigió el entonces senador, Patricio Aylwin, para darle su voto: que cediera a la cúpula militar el poder de nombrar a generales y almirantes. Es decir, que pusiera en manos de las Fuerzas Armadas el control del proceso democrático. Buena prueba de la deriva golpista de la Democracia Cristiana fueron las declaraciones del propio Frei. En una entrevista en el diario español ABC, posterior al golpe, declaró que “Las fuerzas armadas habían salvado a Chile”.
Estados Unidos también maniobró contra el Gobierno de Unidad Popular desde el primer momento. El 24 de julio de 1970, varios meses antes de la victoria de Allende, Henry Kissinger informó a los secretarios de Estado y Defensa que el presidente Nixon había ordenado “revisar con urgencia la política y estrategia de EE.UU en caso de que Allende ganara las elecciones”. Apenas unos días después de que Allende ganara las elecciones, y a instancias del propietario del diario El Mercurio, Agustín Edwards, Nixon daba la orden de golpe militar.
El documento del consejo nacional de seguridad que Kissinger dirigió el 9 de noviembre es bastante claro al respecto: “El objetivo es evitar que el gobierno de Allende se consolide y limitar su capacidad de llevar a la práctica políticas contrarias a los intereses de Estados Unidos”. Los medios para impedirlo, continúa el informe, son “guerra diplomática, presión militar, guerra económica y bloqueo financiero”.
“El objetivo es evitar que el gobierno de Allende se consolide y limitar su capacidad de llevar a la práctica políticas contrarias a los intereses de Estados Unidos”. Los medios para impedirlo, continúa el informe, son “guerra diplomática, presión militar, guerra económica y bloqueo financiero”.
El programa de la Unidad Popular, que tanto atemorizaba a Estados Unidos y las élites chilenas tenía esencialmente dos objetivos: por un lado, impulsar el desarrollo industrial y por otro, modernizar el campo chileno. Esto pasaba por la nacionalización de los recursos naturales esenciales, la estatización de los grandes monopolios, en su mayoría en manos de capitales extranjeros, y la reforma agraria. Además, el programa incluía medidas sociales, sin precedentes por su amplitud en la historia del país, que apuntaban directamente a la necesidad de redistribuir la riqueza. Es lo que entonces se llamó “la construcción de la nueva economía”. Esta incluía la nacionalización del sector minero (cobre, salitre, hierro, carbón…), la banca y el comercio exterior, “los monopolios industriales estratégicos” y “las grandes empresas y monopolios de distribución”. Todo este proceso debía llevarse a cabo con respeto a la propiedad privada y a los pequeños accionistas y contaba con un gran respaldo social.
A pesar de su corta duración, el Gobierno de Allende duró apenas 1000 días, logró llevar a la práctica una parte importante de su programa. Lo suficiente para que tuviera que ser derrocado. En primer lugar, lleva a cabo una serie de nacionalizaciones: de la compañía Kennecott-Copper, (dedicada a la explotación del cobre, el mineral más importante producido por el país); del monopolio de comunicaciones ITT; y del sector bancario. Para aglutinarlos crea el Área de Propiedad Social, un sector nacionalizado que absorbe alrededor del 20% de la producción generada por toda la industria nacional. En segundo lugar, en el ámbito rural, impulsó una reforma agraria que desestabilizó la soberanía del viejo latifundismo, distribuyendo más del doble de tierra que bajo el gobierno democristiano de Frei. Por último, inicia una política social en favor de los sectores populares: acelerada política de vivienda, reducción drástica del desempleo, aumento de sueldos, reforma de la educación o una política de salud pública. Recordemos que cuando Allende llegó al poder la mitad de la población activa recibía ingresos inferiores al salario mínimo, lo que en la práctica se traducía en que la gran mayoría de los trabajadores chilenos no cubría siquiera sus necesidades básicas.
Todo ello fue seguido muy de cerca por la autoorganización obrera surgida en las fábricas y los barrios. Se trataba del conocido como “poder popular”, órganos de gestión y contrapoder obrero impulsados por la izquierda del Partido Socialista y el MIR. Un ejemplo fueron los Cordones Industriales de Santiago de Chile, que conformaron comités contra el desabastecimiento y los cierres patronales. Tal y como relata el cineasta Patricio Guzmán, autor de ‘La batalla de Chile’, la trilogía documental que mejor plasma esos elementos de poder popular, lo que motivó su decisión de tomar la cámara fue dejar testimonio de la alegría que inundaba el país: “Me enamoré tanto del poder popular durante el gobierno de Allende. Nunca vi un país tan contento. La gente se reía sola por la calle. Era un momento de felicidad y de enamoramiento colectivo. Los pobres por primera vez venían al centro de Santiago”.
Sin embargo, el sabotaje económico, como primera estrategia de desestabilización de las élites, no tardó en llegar. Este culmina con la huelga de camioneros, animada y organizada por la organización neofascista “Patria y libertad”, a la que se suman progresivamente otros sectores profesionales como el de los médicos. El objetivo está claro: sabotear la capacidad de producir y distribuir del país para generar el caos. La estrategia fracasa debido a la alta implicación popular (más de 8.000 personas se presentan como chóferes voluntarios solo en Santiago) pero deja la economía seriamente tocada.
Habían comenzado las ofensivas contra el gobierno de Allende: en las instituciones a través de la oposición y el bloqueo político, con una Democracia Cristiana cada vez más cercana a las posiciones golpistas del Partido Nacional; en las calles con las huelgas animadas por la organización neofascista “Patria y libertad”; mediante el sabotaje económico de las clases dominantes; y finalmente, a través de la vía militar y el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 que derribó a Salvador Allende. “No veo por qué debemos estar pasivos y ser observadores de cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, dijo Henry Kissinger. La historia que sigue es de sobra conocida. Tras el golpe de estado, se inicia la represión y el desmantelamiento del legado del gobierno de Unidad Popular. El objetivo era crear un estado fuerte, con un sector privado hegemónico, basado en una sociedad de “individuos-emprendedores”: una sociedad neoliberal. Para ello siguen las doctrinas del economista Friedrich Hayek, también a nivel político. “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde el liberalismo esté ausente” diría Hayek en 1981 refiriéndose al Chile de Pinochet.