Adiós, AMLO
En muchos hogares hay duelo. ¿Cómo decirle adiós al líder político más importante del último medio siglo, y con el que, además, desayunamos, cada día, durante seis años? ¿Qué puede decirse del líder político más importante del último medio siglo en México?
¿Cómo se cuenta a un gobernante que llevó al Palacio Nacional a los olvidados y marginados; que puso en el centro de la discusión política la pobreza, la corrupción, el clasismo y el racismo; que empleó todo el poder presidencial para sacudir las anquilosadas instituciones de la burocracia y que usó las plataformas tecnológicas como herramienta de pedagogía política?
¿Cómo se explica al presidente que, a los 70 años, es el streamer más influyente del habla hispana y que, a contracorriente del reloj del mundo, puso freno de mano a la privatización del territorio nacional y los bienes públicos que inició hace cuatro décadas Carlos Salinas de Gortari, su antítesis político, y continuaron Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto?
Este 30 de septiembre, López Obrador deja la presidencia del país y también la vida política. Lo hace en su momento más exitoso, cuando tiene la aprobación de 7 de cada 10 mexicanos, su partido ha arrasado en las elecciones de junio y consiguió 36 millones de votos para la presidencia, la mayoría legislativa y dos tercios de las gubernaturas.
En México, el amlito es la marca del momento. Una figura caricaturizada que diseñó el monero Hernández en la campaña presidencial de 2006 y que se volvió popular cuando el obradorismo ocupó durante 40 días los 14 kilómetros de la principal avenida de la ciudad de México en protesta por el fraude electoral y la demanda de recuento de votos. Ahora, los amlitos se multiplican en calcetines, camisetas, refrigeradores, llaveros, inciensos. Hay amlitos que hablan y dicen las frases populares del presidente: “Me caso, ganso”; “Lo que diga mi dedito”; “Tengan para que aprendan”; “Yo tengo otros datos”; “No es mi fuerte la venganza”.
En muchos hogares hay tristeza, incredulidad. En otros, un tercio de la población que votó en contra de la continuación de su proyecto, hay urgencia de que se vaya. Sus críticos piensan que con cuando eso ocurra acabará la confrontación política y la polarización social, como si eso fuera producto del presidente y no de las condiciones materiales de las mayorías, en uno de los países más desiguales del planeta, donde el uno por ciento concentra la riqueza del 49 por ciento.
López Obrador tenía un sueño y a un animal político como él no lo iban a detener ni la pandemia ni la violencia que han sido la piedra en el zapato de la 4T
Otros, hartos de la violencia asola su entorno, reclaman su estilo particular de generalizar y meter en el mismo saco a organizaciones empresariales con fachada de sociedad civil que a organizaciones que han puesto el cuerpo para hacer el trabajo que el Estado no hace. O de poner bajo la alfombra problemas que resultaron insuperables, como el de la crisis forense (con más de 70 mil cuerpos sin identificar) y la contención de personas migrantes que llegan del sur.
¿Habría sido igual si en 2006 no hubiéramos dejado tomar posesión a Felipe Calderón, quien con su gendarme Genaro García Luna metió al país en una infame y larga noche de terror que no ha terminado? ¿O si no hubiera tenido que ocuparse dos años de una pandemia que paralizó al mundo?
Imposible saberlo. Pero López Obrador tenía un sueño y a un animal político como él no lo iban a detener ni la pandemia ni la violencia que han sido la piedra en el zapato de la 4T.
La primera vez que vi que lo ovacionaban fue en 1999, cuando dejó la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, en un restaurante de la colonia Roma de la Ciudad de México llamado El Covadonga, donde el perredismo se reunía a hacer sus congresos. En esa ocasión, líderes de todas las corrientes internas se pararon a aplaudir al hombre que había dirigido el crecimiento más extraordinario de ese partido, hoy extinto.
Años después, en el plantón de Reforma de 2006, José Zamarripa, uno de sus asesores más cercanos y quien murió prematuramente, me confió una clave para entender su forma de operar: “Andrés Manuel estira la liga hasta que parece que la va a romper, pero nunca la rompe. Estira, estira y luego suelta”.
En la campaña de 2018 conocí a mucha gente que lo acompañaba desde sus primeras luchas políticas en Tabasco, su estado natal. En ese recorrido por el sureste entendí las complejidades de un personaje que tiene en su virtud lo que para algunos de sus críticos, como los zapatistas, es su mayor defecto: sueña para los pueblos que nada tienen el desarrollo del mundo occidental, cual Fiztgarraldo llevando a Carusso hasta el corazón del Amazonas.
Lo que hizo con sus conferencias matutinas, durante 70 meses, fue ponerle rostro a la desigualdad
En los últimos seis años, López Obrador gobernó el país con la misma fórmula que ya le había funcionado cuando gobernó la capital: consultas, decretos, utilizando al máximo el poder que da al ejecutivo un país presidencialista, y dando conferencias todos los días. La diferencia es que entonces dependía de las traducciones de la prensa, y ahora tenía plataformas de difusión sin intermediarios.
Lo que hizo con sus conferencias matutinas, durante 70 meses, fue ponerle rostro a la desigualdad.
Amlo convirtió las mañaneras en una escuela de formación política. Respondió las preguntas de la prensa con frases coloquiales, canciones, clases de historia o con un sermón. Se negó a hablar más rápido, a cambiar sus modos. Se presentó cada día ante la plaza pública con defectos y contradicciones. Un hombre como cualquier otro trabajador del país, con poder de cambiar cosas
Abrió el Palacio Nacional a la prensa de élite, que ingenuamente creyó que asistiría a una conferencia de prensa como la que esporádicamente hacían los presidentes mexicanos. Pero también dejó entrar a la prensa popular, a youtubers, radios comunitarias, y periodistas que viajaban de distintas regiones del país para tener una posibilidad inédita de plantear al presidente los problemas de sus comunidades.
Puso ante las cámaras y millones de escuchas las carencias sistémicas de un periodismo que apenas en las últimas décadas comenzó a profesionalizarse y que ya desde antes no gozaba de un reconocimiento social.
Una vez, un reportero se le arrodilló; otros le llevaron regalos; otros le pidieron trabajo; otros monopolizaron el micrófono con largas intervenciones a veces incomprensibles. Los periodistas de élite, como Jorge Ramos o Denisse Dresser, hicieron gala de arrogancia para cuestionar al presidente de un modo que no usarían con ningún otro mandatario del mundo.
Todos los vicios de la prensa mexicana estuvieron presentes cada mañana en las mil 441 mañaneras que, más que conferencias, eran charlas con el presidente de un país que no pasa las pruebas estandarizadas de matemáticas y lectura y en el que sólo una quinta parte de la población tiene acceso a una carrera universitaria.
Amlo convirtió las mañaneras en una escuela de formación política. Respondió las preguntas de la prensa con frases coloquiales, canciones, clases de historia o con un sermón. Se negó a hablar más rápido, a cambiar sus modos. Se presentó cada día ante la plaza pública con defectos y contradicciones. Un hombre como cualquier otro trabajador del país, con poder de cambiar cosas.
Esa fue la otra clave de las conferencias: cambiaban las cosas.
Llevamos a la conferencia el caso de un hospital de la Montaña de Guerrero, una de las regiones más pobres del país, que tenía ocho años construido y sin funcionar y en un par de meses ya estaba atendiendo a los pacientes. Llevamos el caso de una familia que tenía meses acampando en el Zócalo, porque los militares ejecutaron y desaparecieron a sus hijos. Y el hombre regresó con el cuerpo de su hijo a la casa y fue indemnizado. Llevamos la historia de una comunidad de guarijíos, en el norte del país, a la que no les estaban llegando los beneficios sociales durante la cuarentena de covid 19, y se instaló un puente aéreo para llevarles doctores y despensas.
Así, cada instrucción que el presidente daba en la conferencia de inmediato activaba la oficina correspondiente. Eso provocó distorsiones. No faltaron quienes comenzaron a cobrar por las preguntas o a monopolizar las primeros filas.
El presidente convirtió el espacio en una herramienta de comunicación política con pocos contrapesos en las preguntas. Extendió las horas, que poco a poco pasaron de dos a tres horas. Inventó el día de “Quién es quién en las mentiras”, para cuestionar a la prensa
La prensa corporativa, que al iba diario, dejó el espacio que consideró una forma de propaganda. Fue, quizá, el peor error de la oposición.
El presidente convirtió el espacio en una herramienta de comunicación política con pocos contrapesos en las preguntas. Extendió las horas, que poco a poco pasaron de dos a tres horas. Inventó el día de “Quién es quién en las mentiras”, para cuestionar a la prensa. Y ganó la agenda. Ante la crisis de medios que cada vez tienen menos reporteros, su voz se impuso todas las mañanas.
Desde el 3 de diciembre de 2018 al 30 de septiembre de 2024 no hubo día que no se hablara de su conferencia, que no se suspendía ni siquiera los 31 de diciembre. Incluso, cuando él enfermó de covid, la conferencia se mantuvo, y su lugar lo tomaron los secretarios (ministros) de gobernación, Olga Sánchez Cordero y Adán Augusto López. Solo se suspendió en los días en los que México celebra a sus muertos, su independencia y cuando hubo informes de gobierno.
Pero en ese espacio, de pie dos o tres horas, en salones del Palacio Nacional, en el aeropuerto, en giras por los estados o en bases del Ejército, muchas veces bromeando, a veces arengando, López Obrador fue acabando con una oposición que quedó desnuda en su vileza.
En 2023, Amlo fue incluido en la lista de los principales streamers de habla hispana en un canal de gamers. La inclusión era por su canal de youtube, pero su mañanera se replicaba todos los días en una incontable cantidad de plataformas, que usaron su conferencia para aumentar las suscripciones. También en los medios públicos, en podcast, replicada en todos los noticieros.
En las conferencias hubo momentos icónicos como la rifa del avión presidencial, la sugerencia de un playlist para que los jóvenes no escuchen “corridos tumbados”; la declaración de amor a su esposa Beatriz Gutiérrez Müller; el nuncio de que abriría tik tok seguido de una disculpa a una diputada trans; mañanitas a las madres, mientras las mamás afuera protestaban por sus hijos desaparecidos; guajolotes (pavos),gatos, libros; un reportero se hincó, otros protagonizaron discusiones polémicas, otros llevaron casos que se resolvieron en unas horas, como la de una reportera de Sinaloa que tenia un hijo detenido sin sentencia, 14 años.
Dará su última mañanera, en la que leerá un mensaje y rifará su reloj- También comerá con algunos presidentes que asisten al cambio de poderes y firmará el último decreto, con el que concretar el paso de la Guardia Nacional a la Secretaría (ministerio) de la Defensa
La mañanera, que deberá estudiarse ampliamente en las universidades, fue una parte clave del éxito del gobierno de un hombre que sale con popularidad de 70 por ciento. Ningún otro presidente que haya tenido que enfrentar la pandemia puede salir tan bien librado.
Este martes, después de que entregue la banda presidencia a su heredera política en la Cámara de Diputados, Andrés Manuel desaparecerá de la vida pública. Esa es, al menos, su aspiración. Jura que se irá a su rancho de 1.3 hectáreas en Chiapas a estudiar los aportes de las culturas prehispánicas a la humanidad y ya compró sus miralejos para observar las aves. Vivirá solo, pues su esposa ha decidido quedarse en la Ciudad de México con su hijo menor. Y ha pedido a sus seguidores y dirigentes políticos que no busquen.
El líder político más querido de México dejará el poder a la medianoche, cuando entregue el control de las Fuerzas Armadas a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum.
Antes, dará su última mañanera, en la que leerá un mensaje y rifará su reloj- También comerá con algunos presidentes que asisten al cambio de poderes y firmará el último decreto, con el que concretar el paso de la Guardia Nacional a la Secretaría (ministerio) de la Defensa.
Sus críticos aseguran que no se va a retirar y especulan con un nuevo Maximato a través de su hijo Andrés López Beltrán, quien fue nombrado recientemente secretario de organización de Morena. El presidente lo calificó de “futurismo barato, corriente y vulgar”.
En los hogares mexicanos hay una suerte de duelo, nostalgia anticipada de un personaje que ha ocupado como nadie la vida pública de México. Con el que, para bien y para mal, desayunamos cada día, los últimos seis años.
Pienso en algo que me dijo Jorge Bravo, un exteniente retirado, después de que López Obrador se fue a recorrer el país tras el fraude de 2006: “La política sin Amlo es ser muy aburrida”.