Asedio, desgaste y recuperación en las elecciones venezolanas
Más de 21 millones de venezolanas y venezolanos están habilitados para votar en las elecciones presidenciales de este domingo 28 de julio, entre los que se cuentan unos 228 mil residentes en el exterior. Se trata del acto electoral número 30 desde la llegada al poder de Hugo Chávez Frías en el año 1999, incluyendo elecciones presidenciales, regionales, locales, parlamentarias, plebiscitos constituyentes y referendos revocatorios. En esta ocasión se elegirá al titular del ejecutivo para el período 2024-2030, en una jornada que concita la atención mundial y que podría significar un verdadero parteaguas histórico.
¿Polarización perfecta o riesgos de fuga?
En total son diez las candidaturas, todas masculinas, que disputarán la presidencia de la República. Pese a la amplia oferta de candidatos el escenario aparece polarizado, y es probable que dos figuras concentren gran parte de las preferencias del electorado. Los favoritos son Nicolás Maduro Moros, el candidato oficialista que desde el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar busca conseguir su tercera presidencia consecutiva, y el ex diplomático Edmundo González Urrutia, postulado por la conservadora Plataforma Unitaria Democrática (PUD).
González fue el candidato delegado por María Corina Machado, líder irreductible de la oposición antichavista, quien no pudo inscribirse al estar inhabilitada para ejercer cargos públicos por 15 años debido a una condena por delitos administrativos. Por lo tanto, uno de los primeros interrogantes es si el trasvasamiento de votos del “maría-corinismo” a González será total, lo que muchos analistas dan por descontado. El otro es sí habrá o no fugas significativas hacia otras candidaturas del espectro opositor, como por ejemplo la del humorista Benjamín Rausseo, más conocido como “El Conde del Guácharo”, o la del pastor evangélico Javier Bertucci, que en 2018 quedó posicionado tercero en las presidenciales, con el 10,82 por ciento de los votos.
Las elecciones se desarrollarán entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde hora local, en las 30.026 mesas dispuestas en los 15.700 centros de votación habilitados en todo el país. Se espera que el Consejo Nacional Electoral (CNE), la autoridad en la materia, emita los primeros resultados oficiales –y los únicos legales– entrada ya la noche, cuando la tendencia del escrutinio arroje resultados irreversibles. El próximo presidente será elegido por mayoría simple, en una sola vuelta electoral.
El aparato, las multitudes y los votos
El jueves 25 los comandos electorales de los principales candidatos organizaron sus respectivos cierres, dando por finalizada una extenuante campaña que comenzó formalmente el 4 de julio. González, Machado y la PUD decidieron realizar una caravana por el barrio de Las Mercedes, lugar de residencia de los estratos altos del este de Caracas. Allí reafirmaron su triunfalismo, al dar por descontada su ventaja en las urnas. Además, insistieron en la idea del “fin de ciclo”, prometieron la llegada de inversiones extranjeras y aseguraron que de llegar al poder no perseguirían a los abanderados del gobierno, posibilidad que genera verdadera zozobra en las bases sociales del chavismo, más aun considerando el belicoso perfil de Machado.
Por su parte, la aceitada maquinaria electoral del partido de gobierno congregó a una verdadera multitud en un acto en la zona céntrica, colmando varias cuadras de la principal avenida capitalina, así como otras calles aledañas. Maduro insistió allí en ideas-fuerza como la paz, la recuperación económica y los “emprendimientos”, aseguró que convocaría a la oposición a un diálogo nacional y prometió profundizar la construcción de vivienda social y la transferencia de recursos a las comunidades, entre otras medidas de gobierno.
Pese a que las multitudes movilizadas no siempre tienen la última palabra en los actores electorales, los cierres de campaña evidenciaron unos niveles de organización, convocatoria y estructura muy dispares entre oficialismo y oposición, con una gran distancia en favor del primero. ¿Podrá la maquinaria electoral del PSUV y sus partidos aliados, capilarizada en todo el territorio nacional, lograr la movilización efectiva del chavismo, erosionado por efecto del desgaste de 25 años de gobierno, ocho años de guerra económica y por fenómenos como la migración?
El sistema electoral, ¿falible o infalible?
En las últimas semanas circularon desde denuncias altisonantes hasta simples suspicacias sobre la confiabilidad del sistema electoral venezolano, así como alertas sobre fraudes presuntos y eventuales impugnaciones de los resultados por parte de la oposición.
Una de estas denuncias giró en torno a la posibilidad de un apagón eléctrico o digital. Sintomáticamente, a pocas horas de la apertura de las urnas, el Comando Estratégico Operacional de las Fuerzas Armadas denunció un intento de sabotaje al sistema eléctrico en el estado Táchira, en la subestación de la ciudad de Ureña. Cuatro venezolanos y dos colombianos fueron detenidos en un frustrado ataque que podría haber dejado a varios distritos sin electricidad en un día crítico.
Otro tema candente fue el de los observadores internacionales, desde que el gobierno venezolano decidió revocar la invitación a la Unión Europea, después de que el bloque aprobara otro paquete de sanciones económicas contra la nación sudamericana, que ya suma en total más de 900. Sin embargo, y con los Acuerdos de Barbados de 2023 como marco, más de 600 veedores internacionales arribaron al país para monitorear el proceso, oriundos de más de una centena de países, con presencia de varios expresidentes y especial énfasis en el Sur Global. Entre los organismos convocados se cuenta un panel de expertos de la ONU, el Centro Carter, la CELAC, la Comunidad del Caribe, la Unión Africana y el Observatorio del Pensamiento Estratégico para la Integración Regional (OPEIR), entre otros.
Particular revuelo generó el retiro de la invitación al ex presidente argentino Alberto Fernández, así como las tensiones con el vecino Brasil, que sin embargó envío al veterano ex Canciller Celso Amorim en un gesto de distensión. Por otra parte, varias figuras de la derecha regional, así como una delegación del Partido Popular español, decidieron ingresar al país sin visas ni invitaciones del CNE, por lo que fueron demorados y retornados.
El sistema de votación, uno de los más sofisticados del mundo, prevé el registro de los votantes con huella dactilar, el voto y la confirmación del mismo por vía electrónica, la emisión de un comprobante en físico que es almacenado, así como varias auditorías, incluida la revisión “en caliente” de más de la mitad de los votos emitidos durante la misma jornada. Ninguna de las alertas de fraude ha especificado de momento cómo el sistema podría ser burlado. Sin embargo, como en la trama del film Minority Report (Sentencia previa en Latinoamérica), en donde unos robots “precognitivos” podían detectar y juzgar los delitos antes de que fueran cometidos, sectores de la oposición local, la derecha internacional y varias corporaciones de prensa ya decidieron que en Venezuela hubo fraude, aún antes de que las urnas se abran.
La guerra, la recuperación y sus costos
Las elecciones venezolanas pueden ser analizadas mediante dos ejes cartesianos. En el primero se ubica la polarización entre chavismo y antichavismo, contrapunto que, aún a través de distintas candidaturas, ha organizado el último cuarto de siglo de vida nacional. Con el paso de los años, estos dos grandes polos han imantado y desimantado a las grandes mayorías sociales, con un clivaje clasista evidente. El segundo eje, en ese mismo sentido, lleva desde la afiliación hasta la desafección política. Dicho de otra manera: tan importante como contar cuántos son los votos del núcleo duro del oficialismo y de la oposición, es estimar cuántos electores no irán a votar a su espacio “natural” por abulia, por desilusión, por haber migrado o por no estar empadronados.
Esta variable, sumada al esperable desgaste de la que hasta aquí ha sido la hegemonía más duradera de la historia contemporánea de América Latina tiende, naturalmente, a afectar más al chavismo. De todos modos, el sistema de mayoría simple y vuelta única hace que uno no necesariamente necesite acumular mayorías propias para ganar, sino que pueda hacerlo “aplanando” las minorías ajenas. Pero no solo el oficialismo ha perdido base propia: la oposición incineró a casi toda su primera plana dirigencial, mientras espantó a cientos de miles de votantes a través de estrategias fallidas como la vía insurreccional de las llamadas “guarimbas”, el abstencionismo crónico, la promoción de sanciones contra su propio país o incluso el apoyo a la autoproclamación como presidente del ex diputado Juan Guaidó.
Otro factor, tan importante como la esperanza de cambio o continuidad que pueda generar cada espacio, es el miedo. Sobre todo, el miedo de una fracción del chavismo que sin dudas votará en defensa propia, ante el pavor que genera una eventual victoria del sector más extremista de la oposición, encarnado en el maría-corinismo. Sector que muchos suponen, con fundamentos, que no se contentará con ocupar el aparato de Estado, promover políticas ultraneoliberales y realinear geopolíticamente al país, sino que podría impulsar una auténtica vendetta contra todo lo que sea o se asemeje al chavismo.
Igual o aún más importante es la variable económica. Las medidas coercitivas unilaterales aplicadas sobre Venezuela desde el año 2017 hicieron crujir a la sociedad y el Estado, con el costo del derrumbe casi total de la actividad petrolera, principal generadora de divisas. La recuperación relativa pero evidente de los últimos años ha sido una mezcla de estoicismo (las reservas organizativas y morales del chavismo), perspicacia (un plan económico y una orientación geopolítica pragmáticas), fortuna (el aumento de los precios de los combustibles por la guerra de Ucrania) y también de resignación (dolarización de facto y liberalización económica parcial).
De lo que no cabe duda es de que fenómenos inducidos tan alienantes como la hiper-inflación, el desabastecimiento y la inestabilidad cambiaria fueron frenados en seco. Las expectativas positivas, que no son infundadas, se sustentan por ejemplo en estimaciones tan poco parcializadas como las de la CEPAL, que prevé un alentador crecimiento de la economía venezolana del 4 por ciento para este año. Sin embargo, las políticas sociales siguen constreñidas, los salarios (aunque compensados por distintas transferencias de ingresos) se mantienen relativamente bajos, y cientos de miles de venezolanos han visto incrementada su carga laboral, ayudados en parte por las remesas de la diáspora. Por eso, la pregunta del millón es si el electorado decidirá premiar al gobierno por la recuperación, si la atribuirá más bien a factores personales y familiares, y sobre todo cómo evaluará sus costos.
Desde Caracas