¡Estamos ardiendo!
En lo que va de año, Brasil ya ha padecido al menos dos fenómenos meteorológicos extremos. En mayo, Rio Grande do Sul sufrió las mayores inundaciones de su historia. Más de 450 ciudades se vieron afectadas —que representan el 95 por cien del estado— y unas 600.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares. Brasil se vio conmocionado por el drama vivido por uno de los estados más poblados del país. Menos de cuatro meses después, el bloqueo atmosférico que generó las lluvias en Rio Grande do Sul produjo también la mayor sequía de las últimas décadas, agravada a su vez por los incendios provocados que convirtieron a Brasil en el país más contaminado del planeta.
Como sabemos, estos eventos extremos tienen su origen en cambios producidos por la acción humana, en particular el calentamiento del planeta y la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Como dije en un artículo publicado en el sitio web de la revista Jacobin el pasado mayo, las tragedias medioambientales movilizan a la opinión pública y generan la posibilidad de un debate más amplio sobre los límites del modelo actual y las trayectorias de la transición ecológica.
Sin embargo, no se trata de “aprovechar” la gravedad de la crisis climática para disputar posiciones en la sociedad, sino de reconocer que —toda vez que la transición depende de la construcción de posiciones hegemónicas tanto en términos culturales como materiales— fenómenos como las inundaciones en el Sur o los incendios de las últimas semanas abren espacio no solo para criticar el modelo, sino también para reforzar significados como la solidaridad, la empatía y el cuidado.
La izquierda debería priorizar tres ejes discursivos respecto de la crisis actual. El primero es el de la solidaridad y el cuidado. La mera defensa de la naturaleza o del planeta, realizada de forma abstracta, no tiene capacidad de crear, a corto plazo, posiciones hegemónicas en torno a la urgencia de otro modelo
Los incendios que se han extendido por Brasil en las últimas semanas han colocado las consecuencias de la crisis climática en la vida de las personas en el centro del debate público. Las enfermedades respiratorias, las amenazas para la aviación y al transporte por carretera, los riesgos económicos que trae consigo un posible aumento del precio de los alimentos, además del impacto directo sobre la biodiversidad y la emisión de gases contaminantes, son temas que han comenzado a discutirse en escuelas, iglesias, lugares de trabajo, y en la prensa. Todo en un año en el que el país elegirá autoridades municipales en más de cinco mil quinientas ciudades.
En la misma línea que propuse en mayo, la izquierda debería priorizar tres ejes discursivos respecto de la crisis actual. El primero es el de la solidaridad y el cuidado. La mera defensa de la naturaleza o del planeta, realizada de forma abstracta, no tiene capacidad de crear, a corto plazo, posiciones hegemónicas en torno a la urgencia de otro modelo. La noción de mitigación debe traducirse en atención a las personas afectadas por el cambio climático. Solo en la ciudad de São Paulo, que encabezaba en los últimos días el ranking de las metrópolis más contaminadas del mundo, se registraron 76 muertes por síndrome respiratorio agudo, consecuencia del drástico empeoramiento de la calidad del aire.
Asimismo, el concepto de racismo medioambiental debe traducirse en la demostración empírica de que las políticas para combatir los eventos climáticos extremos solo son tenidas en consideración por los agentes públicos cuando afectan a las regiones ricas o más pobladas del país. Dicho de otra manera: mientras el humo de los incendios se concentraba en los estados del Norte y Centro-Oeste, la crisis parecía lejana; cuando el aire se volvió irrespirable en la Avenida Faria Lima, el centro financiero del país, el tema empezó a ocupar todos los informativos y aumentó la presión sobre el gobierno.
El modelo agropecuario brasileño es directamente responsable de la crisis generada por los incendios provocados en el campo
El segundo eje discursivo tiene que ver con el papel del Estado. A pesar de la importancia de las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales en el combate y denuncia de los efectos de la crisis climática, solo el Estado puede escalar las políticas de adaptación y mitigación. Para lograrlo, hay que derrotar las presiones de los partidarios de la austeridad fiscal, que exigen ajustes permanentes en las cuentas públicas, sobre todo en las áreas más importantes del presupuesto. Esto implica batirse en la sociedad por la idea de que solo un Estado bien financiado y con capacidad inversora puede hacer frente a los efectos de la crisis climática, garantizando recursos para fortalecer el sistema único de salud, combatiendo los delitos medioambientales y financiando adecuadamente la transición hacia otro modelo económico, menos contaminante y capaz de generar nuevos puestos de trabajo.
Mientras los enemigos de la vida y del medio ambiente acusan al gobierno de Lula de la fragilidad de sus respuestas a la crisis provocada por los incendios, prohibiendo en la prensa dominante cualquier crítica al modelo económico, debemos reforzar la idea de que la política medioambiental es, por encima de todo, una política de cuidados: cuidar a las personas más vulnerables (ancianos y niños); cuidar el medio ambiente y la diversidad; cuidar el empleo de aquellos que pueden verse afectados positivamente por una transición que estimule otras oportunidades económicas; cuidar de las generaciones futuras.
El tercer eje discursivo tiene que ver precisamente con la economía, una de las dimensiones más concretas de la vida social. El modelo agropecuario brasileño es directamente responsable de la crisis generada por los incendios provocados en el campo. El ciclo es conocido por todos. Primero, se queman los terrenos forestales; luego se crean áreas de pasto; a continuación se legalizan los nuevos terrenos, ampliando la frontera para la ganadería y otras actividades económicas orientadas a la exportación. Por eso, además de defender un modelo que supere la dependencia del agronegocio depredador, que considere la transición en el marco del cambio del modelo productivo brasileño y que abandone las ilusiones desarrollistas, debemos hablar abiertamente de nuevas oportunidades. La prosperidad individual no es un valor en sí mismo para la izquierda, sino un deseo concreto de las clases trabajadoras. Y una nueva matriz económica puede ser un medio para que las actividades económicas ofrezcan esta perspectiva, combatiendo la precariedad en el mundo del trabajo.
La agricultura depredadora sabe que los días de ensanchar criminalmente la frontera agrícola están contados y tratarán de intensificar los incendios para asegurar, mientras haya tiempo, la maximización de la ampliación de las áreas disponibles para la producción
Por desgracia, no podemos hacernos ilusiones. Con restricciones cada vez mayores a las importaciones de productos procedentes de áreas deforestadas o medioambientalmente degradadas, lo que veremos en los próximos años no será una disminución de los delitos ambientales, sino un aumento. La agricultura depredadora sabe que los días de ensanchar criminalmente la frontera agrícola están contados y tratarán de intensificar los incendios para asegurar, mientras haya tiempo, la maximización de la ampliación de las áreas disponibles para la producción. Por eso es necesario llamar a las cosas por su nombre, reforzando la necesidad de otro modelo.
Una última cosa, pero no menos importante: la disputa que podemos librar es, ante todo, política. Los incendios provocados en zonas urbanas, incluidos parques y áreas de conservación que no pueden utilizarse para actividades económicas, muestran que el caos sigue siendo un recurso utilizado descaradamente por la extrema derecha. Por suerte, aún conservamos el sentido común favorable a la preservación del medio ambiente. Pero los adversarios del clima y del planeta también están disputando el futuro. El hecho de que algunas iglesias neopentecostales estén promoviendo cursos sobre “negacionismo climático” muestra cómo la alianza reaccionaria que se formó en los últimos años para hacer retroceder a Brasil tiene una visión estratégica. Si queremos presentar una alternativa, debemos hacer lo mismo. La hegemonía se disputa en todos los espacios y formando las alianzas necesarias para lograr un objetivo. En nuestro caso, salvar el planeta, la humanidad y el futuro.