La oposición en México: entre el ridículo y el gatopardismo
En 2018, la mayoría de los votantes en México eligió echar del poder a una clase política incorregiblemente corrupta y voraz que parecía eterna. El hartazgo expresado en las urnas fue de tal contundencia que la campaña negra contra AMLO fracasó y las posibilidades de un fraude electoral se desvanecieron. Pero esta alternancia electoral no significó el fin para esos rapiñeros, aunque su destino ha sido desigual.
Un episodio ilustrativo es el sucedido el pasado 9 de enero, pues fue revelador de la putrefacción y de la separación de la realidad en la que se encuentra el sector agrupado en la alianza opositora, conformada por restos del derechista Partido Acción Nacional y del otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Marko Cortés, dirigente del PAN, reclamó en sus redes sociales el incumplimiento de un pacto electoral con el PRI en el norteño estado de Coahuila, mostrando incluso documentos firmados. El problema es que este pacto iba más allá del reparto legal de candidaturas: abarcaba entes que no tienen que ver con lo electoral y que supuestamente son independientes, como direcciones de escuelas públicas, instituciones autónomas e incluso notarías. Dando muestras de ni siquiera entender la ilegalidad y la inmoralidad en las que incurrió, el dirigente intentó revertir sobre el presidente López Obrador la indignación que generó la revelación, llamándolo mafioso, retándolo y alegando “transparencia” en su actuar. No ganó más que pitorreos y llamados de su propio partido a la renuncia.
Ésta es la tónica del camino de la alianza opositora, que se ha centrado en las últimas semanas en buscar la confrontación con la candidata de la coalición oficialista, Claudia Sheinbaum, y en acusar a personajes obradoristas de corruptos —como si el PRI y el PAN gozaran de alguna credibilidad o autoridad en este tema—. La alianza opositora ni siquiera ha conseguido colocar en el debate público sus propuestas de gobierno, aunque cuente con un programa. Como a lo largo de cinco años, en esta precampaña ha sido el presidente de la República quien sigue fijando la agenda, incluida la electoral, y el resto de los actores políticos reaccionan a ello.
De esta manera, Claudia Sheinbaum parece hacer los mínimos movimientos en su campaña, amparada en el arrastre de López Obrador entre los votantes. Su preferencia en las encuestas ha crecido de tal manera que ya dobla la de la candidata de la alianza opositora, Xóchitl Gálvez. Ésta incluso se ha atribuido un pasado marxista en un intento ridículo de tapar el conservadurismo que representa y arrebatarle electorado progresista al gobernante Morena. Aunque está por verse si la marcha opositora convocada para el 18 de febrero repite el éxito de su edición anterior, el aspecto que tiene la campaña de la alianza es de caída libre.
Pero hubo una parte de la vieja y corrupta clase política que olió rápidamente la derrota y ha optado por sobrevivir uniéndose a la causa de la futura presidenta, ya sea incorporándose directamente a los partidos de la coalición oficialista (Morena- Partido del Trabajo- Partico Verde Ecologista de México) o por medio de grupos de respaldo. Morena, en un intento por aumentar sus votos y garantizar las mayorías legislativas para pasar sus propuestas sin oposición alguna, le ha abierto los brazos a figuras que son la encarnación misma de la corrupción y el conservadurismo que dice combatir.
Aunque no es un fenómeno nuevo —muchos priistas y panistas abandonaron sus partidos y gobiernan ahora bajo las siglas de Morena o de sus aliados—, el calibre de las nuevas alianzas ha despertado ya connatos de rebelión entre la militancia del partido gobernante.
Y es que muchos de estos convertidos están entrando por la puerta grande, asegurándose impunidad y la continuidad de sus cotos de poder. Es el caso de la alianza con los Hank González en Baja California —no hay una familia política que pueda ser una mejor representación de la corrupción y la ilicitud; la posible candidatura del priista Chedraui en Puebla; el apoyo en bloque del Grupo Atlacomulco— conocido coloquialmente como “Atracomucho”, al que pertenece el expresidente Peña Nieto; la suma del derechista Partido Encuentro Solidario e incluso la posibilidad de que personajes que han sido convictos por corrupción obtengan senadurías. Parece no haber filtro, ni siquiera el difuso principio que agrupa a la autodenominada Cuarta Transformación.
Además de militantes, hay muchas voces públicas favorables al obradorismo que se encuentran alarmadas. Se preguntan si hay un límite en esta tendencia y cuestionan qué hará Claudia Sheinbaum con toda esta colección de corruptos reciclados, y si contará con la capacidad de contenerlos. Y cuál será, finalmente, la diferencia entre Morena y el resto de partidos de seguir por esta senda, mientras el presidente se pelea con defensores de derechos humanos y víctimas de la violencia criminal.
El problema aquí será a ras de tierra. Más allá de que los políticos corruptos convertidos puedan aportar algunos votos más a Claudia Sheinbaum, que ya es la clara favorita, el favorecer que estos grupos rapaces se mantengan en el poder traerá como consecuencia que pervivan los pactos de impunidad y criminales que los han sostenido y que han llevado al país a un estado desastroso, pero ahora investidos de legitimidad.