México en estado de cambio

El nacimiento de un nuevo sistema de partidos

Foto: BBC
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El resultado de las elecciones presidenciales celebradas en México el 2 de junio no sorprendió, lo llamativo fue, sin embargo, su escala[1]. Claudia Sheinbaum, exjefa de gobierno de Ciudad de México, ya era favorita antes de ser nombrada formalmente candidata de una coalición formada por el partido gobernante, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT). Pero si bien la mayoría de las encuestas anteriores a las elecciones preveían que ganase por un margen sólido, no se sospechaba la victoria aplastante que obtendría. Sheinbaum obtuvo el 60 por 100 de los votos, equivalente a poco menos de 36 millones de sufragios, mientras que su rival más cercana, Xóchitl Gálvez, candidata de una coalición tripartita formada por el Partido de Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), se conformaba con el 27 por 100 de los sufragios y Jorge Álvarez Máynez, del Movimiento Ciudadano (MC), ocupaba el tercer lugar a mucha distancia, cosechando el 10 por 100 de los mismos.

La victoria de Sheinbaum sorprende aún más al desglosarla geográfica y sociológicamente. México es un país de una enorme diversidad, que presenta marcadas diferencias demográficas, socioeconómicas y culturales entre sus regiones. Desde la instauración de elecciones competitivas en la década de 1990 estas han tendido a producir un mapa político diversificado. Pero Sheinbaum no solo ganó en treinta y uno de los treinta y dos estados (exceptuando el diminuto estado de Aguascalientes), sino que lo hizo por más del 20 por 100 en veinticinco de ellos y por más del 40 por 100 en catorce[2]. Obtuvo unos resultados especialmente buenos en el sur del país, la zona más pobre, recibiendo más del 70 por 100 de los votos en Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Tabasco y Quintana Roo, pero también ganó en Guanajuato y Jalisco, feudo del conservadurismo mexicano, así como en el estado de México, durante mucho tiempo base crucial del PRI, y en Nuevo León, bastión de las elites empresariales del norte del país. Las encuestas a pie de urna sugieren que el apoyo a Sheinbaum también presentó una amplitud sociológica sorprendente: de acuerdo con la información disponible obtuvo una mayoría clara en todos los segmentos de edad y en casi todos los niveles de educación, y logró una aplastante victoria cifrada en 50 puntos de ventaja entre votantes que se declaraban de «clase baja». Incluso entre la «clase media», a la que claramente la oposición había esperado atraer a sus filas, logró una ventaja de 30 puntos[3].

Más que una victoria, estos resultados constituyen una demostración de fuerza política, pero tal cuadro no carecía por completo de precedentes: en 2018, su predecesor, Andrés Manuel López Obrador –universalmente conocido por el acrónimo AMLO– ganó también de manera aplastante, obteniendo el 53 por 100 de los votos, frente al 22 por 100 de su rival, e imponiéndose igualmente en todo el territorio, siendo Guanajuato el único estado en el que no obtuvo la victoria. En su momento, el resultado de 2018 se consideró un terremoto político, lo cual hizo que las brújulas de los comentaristas de la elite se desimantasen y perdieran su norte analítico. La victoria de Sheinbaum confirma que el terremoto sistémico provocado por López Obrador hace seis años no fue casual, sino que marcó el comienzo de un nuevo periodo en la historia política de México. Este cuadro también plantea, una vez más, un reto analítico a los comentaristas de la anglosfera, que se han encontrado en general mal pertrechados para abordarlo: ¿cómo explicar la perdurable popularidad del propio AMLO y el éxito sostenido de Morena como proyecto nacional de poder?

La tarea interpretativa se dificulta aún más ante la polarización de las opiniones acerca de López Obrador y la tendencia generalizada a que los debates se centren en su persona. De acuerdo con sus detractores –masivamente sobrerrepresentados en los medios de comunicación mexicanos y anglosajones– AMLO ha llevado el país al borde del desastre, debilitando sus instituciones, endureciendo envileciendo el discurso político y extendiendo la desinformación. Para sus defensores –mucho menos visibles en los medios de comunicación mexicanos y casi completamente ignorados fuera de ellos– AMLO ha puesto en marcha una ofensiva realmente necesaria contra los privilegios de una minúscula elite, ha mejorado el nivel de vida de la mayor parte de la población y ha empezado a encarar la plaga de la corrupción. López Obrador, a juzgar por la cobertura mayoritaria que recibe en México y en el exterior, deja el cargo en medio de una ola de descontento sin precedentes, cuando, sin embargo, sus tasas de aprobación han sido sistemáticamente más altas que las alcanzadas por cualquier otro presidente mexicano desde la reanudación de las elecciones competitivas, y cuando la razón aducida generalmente por quienes han votado por su sucesora ha sido que lo han hecho por los logros de su mandato y en general por el deseo de que se mantengan las políticas del presidente saliente[4].

Si la elección de Sheinbaum representa la validación del legado de AMLO, entender qué le espera a México depende en parte de cuál consideremos que es ese legado

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Si la elección de Sheinbaum representa la validación del legado de AMLO, entender qué le espera a México depende en parte de cuál consideremos que es ese legado. López Obrador llegó al poder en 2018 prometiendo una «cuarta transformación», un periodo de renovación comparable a los tres periodos de agitación política, que rehicieron el país: la lucha por la independencia frente a España durante el periodo de 1810-1821; las reformas liberales implementadas por Benito Juárez a mediados del siglo xix; y la Revolución Mexicana de 1910-1920. Tanto los partidarios como los críticos de López Obrador denominan a este ambicioso proyecto «la 4T», radicando la diferencia en el tono con el que se refieren a la misma. Nada tan grandioso se ha producido en el pasado sexenio, pero no cabe duda de que la topografía política de México ha experimentado un cambio drástico, ni de que López Obrador y Morena han desempeñado una función activa en dicho proceso. Esto hace que sea especialmente importante obtener una imagen más clara de la naturaleza del proyecto de AMLO y de Morena, así como de los logros reales de su gobierno, para después evaluar las probables trayectorias que se le abren a su sucesora.

Orígenes de la 4T

La senda de AMLO hacia el poder fue larga y combativa, pero las ideas y los compromisos que acabaron sosteniendo su «4T» han sido notablemente coherentes. Nació en el estado costero de Tabasco en 1953, de padres de origen humilde, que lograron convertirse en pequeños comerciantes. Estudió ciencias políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México en la capital, fuertemente influido por el fermento radical de comienzos de la década de 1970 y, como muchos de sus compañeros y compañeras, contempló estupefacto la caída de Allende en 1973[5]. Regresó a Tabasco en 1976 y entró en política apoyando la campaña del poeta Carlos Pellicer, que se presentó al Senado Nacional como candidato externo bajo la bandera del PRI. En lugar de avanzar hacia una victoria amañada, como acostumbraba a hacer el PRI, Pellicer montó una campaña populista seria para intentar ganar de hecho la votación, una experiencia sobre el terreno de la que claramente AMLO aprendió mucho[6]. Un año más tarde, López Obrador comenzó a dirigir la delegación en Tabasco del Instituto Nacional Indigenista (INI), el organismo público mexicano encargado de «incorporar» a los indígenas a la economía nacional y a la cultura mestiza dominante. En los años siguientes supervisó varios programas del INI para combatir la pobreza y la marginación de los mayas chontales de Tabasco: mejoras de la productividad agrícola, construcción de viviendas y escuelas, establecimiento de una emisora de radio en lengua chontal. El éxito de estas empresas llamó la atención de los dirigentes estatales del PRI, pero en 1983 López Obrador rechazó un cargo administrativo en el partido por el pesimismo que experimentaba ya entonces acerca de las posibilidades de democratización interna del mismo[7]. A finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, también dio clases de sociología en la universidad pública de Tabasco y en 1987 completó su grado en la UNAM con una tesis titulada «El proceso de formación del Estado nacional en México, 1821-1867». El periodo en cuestión abarca dos de los tres precedentes de la 4T mencionados por él y la elección del tema señalaba también el deseo de buscar raíces adicionales para la política nacional-popular en un momento en el que se estaba agotando irremediablemente el mito de la Revolución Mexicana creado y explotado explotada por el PRI.

En noviembre de 1988, López Obrador concedió una entrevista a la revista ¡Por Esto! en la que resumía su filosofía política: «Soy juarista en lo político y cardenista en lo económico y social»[8]. Benito Juárez, presidente entre 1858 y 1872, luchó contra los arraigados intereses conservadores, en especial de la Iglesia católica, y lideró asimismo la resistencia a la imposición francesa de Maximiliano de Habsburgo como emperador de México. Lázaro Cárdenas, presidente entre 1934 y 1940, llevó a cabo una amplia reforma agraria, redistribuyendo 50 millones de hectáreas de tierra, y revitalizó los impulsos progresistas de la Revolución Mexicana. López Obrador se contó entre quienes apoyaron la candidatura presidencial del hijo de Lázaro, Cuauhtémoc Cárdenas. En 1988 este último fue el candidato presentado por el Frente Democrático Nacional (FDN), que había surgido de la confluencia de grupos de la sociedad civil, de la izquierda organizada y de disidentes del PRI, que se oponían a la adopción de políticas neoliberales por parte del partido gobernante. Pero el candidato del PRI, Carlos Salinas, obtuvo la presidencia mediante un fraude especialmente descarado y procedió enseguida a acelerar el programa neoliberal consistente en las consabidas reformas pro libre mercado y en la implementación de un consistente paquete de privatizaciones. Al final de su mandato, Salinas condujo al país a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan) y legó a su sucesor la crisis del peso de 1994 y una profunda recesión[9]. Cárdenas, entretanto, fundó el PRD, de corte socialdemócrata, tras el fraude de 1988 y fue elegido jefe del gobierno de la Ciudad de México en 1997, creando una plataforma de alcance nacional para oponerse al PRI.

AMLO presentó un programa con dos de sus lemas principales: «por el bien de todos, primero los pobres» y «austeridad republicana»

Pero fue el PAN, de tendencia derechista, y no el PRD, el partido que expulsó al PRI del poder en 2000. López Obrador, que había presidido el PRD entre 1996 y 1999, sucedió a Cárdenas en el cargo de jefe del gobierno de la Ciudad de México. En los cinco años siguientes, gobernó la capital con la vista puesta en su propia candidatura presidencial. Muchos de los temas y las políticas que lo han distinguido como presidente estaban ya presentes por aquel entonces: la oposición declarada al neoliberalismo y a la corrupción del PRI; la aplicación de medidas redistributivas, como, por ejemplo, las pensiones universales para los mayores; y su afición a los proyectos de infraestructuras ostentosos, como la construcción sobre pilares de hormigón de un segundo piso del Periférico, la autovía que circunvala la Ciudad de México. En 2000, mientras hacía campaña para el cargo de jefe del gobierno de la Ciudad de México, AMLO presentó un programa con dos de sus lemas principales: «por el bien de todos, primero los pobres» –en sí mismo un eco de la «opción preferencial por los pobres» propuesta por la teología de la liberación– y «austeridad republicana», que se remontaba a la probidad moral y al patriotismo de Juárez al tiempo que señalaba un compromiso con la responsabilidad fiscal (una medida racional tras los traumas nacionales causados por la crisis de la deuda en la década de 1980 y por la recesión sufrida a mediados de la de 1990)[10]. En 2004, tradujo estos temas en un proyecto de gobierno nacional, añadiendo la promesa de usar los ingresos petrolíferos del país como «palanca para el desarrollo»[11]. Otra parte crucial de su repertorio se añadió en 2005 gracias al presidente Vicente Fox, el cual, constatando que López Obrador era un contendiente serio para las elecciones presidenciales del año siguiente, intentó eliminarlo de la contienda con razones espurias. El intentó fracasó, pero a AMLO le sirvió para comprender hasta dónde estaban dispuestas a llegar las elites mexicanas, a las que él denominaba «la mafia del poder», para cerrarle el paso.

Lo ocurrido en 2006 solo sirvió para confirmar sus sospechas. En medio de una cadena de irregularidades y con un margen entre él y el candidato del PAN, Felipe Calderón, inferior al 0,5 por 100, el Instituto Federal Electoral rechazó la solicitud de recuento parcial y le otorgó la victoria a Calderón[12]. López Obrador se negó a reconocer el resultado y después de que cientos de miles de seguidores suyos organizasen sentadas en el Paseo de la Reforma, una avenida del centro de la capital, se declaró «presidente legítimo». El clamor en torno a las elecciones disminuyó, pero a AMLO le quedó claro que las autoridades electorales de México –supuestamente imparciales desde la caída del PRI– se habían convertido en un instrumento más en el arsenal de las clases dominantes mexicanas.

Mientras tanto, Calderón había lanzado su «guerra contra las drogas», desplegando el ejército contra los carteles de narcos y provocando una drástica escalada de la violencia. La apabullante cifra de muertos –el cálculo de homicidios durante su mandato ascendió a 121.613– y el desplome económico provocado por la crisis financiera de 2008-2009 avivaron la desilusión creciente con el PAN[13]. Pero en 2012 los votantes mexicanos no recurrieron a AMLO, sino nuevamente al PRI, que había presentado un candidato joven y telegénico, Enrique Peña Nieto, que parecía ofrecer una tranquilizante combinación de familiaridad y renovación. Al final, el balance de Peña Nieto y del PRI resultó aún peor que el del PAN: más corrupto, menos competente e igualmente incapaz de contener la cifra de muertos causada por la guerra contra el narcotráfico. Durante el mandato de Peña Nieto se contabilizaron 157.158 homicidios y la violencia se extendió por todo el país como nunca había sucedido antes.

Cuando se celebraron las elecciones presidenciales de 2018, tanto el PAN como el PRI estaban desacreditados a ojos de los votantes, mientras que el PRD se había extraviado en medio de constantes luchas internas y sórdidos compromisos. La clase política dirigente mexicana estaba madura para la caída y fue López Obrador quien la empujó al precipicio, obteniendo la presidencia al tercer intento. La coalición liderada por su partido, Morena, que se había fundado como instrumento para concurrir a las elecciones presidenciales de 2012 y que no había obtenido sus primeros congresistas hasta 2015, obtuvo entonces una mayoría cómoda en ambas cámaras del Congreso mexicano. El ascenso repentino de Morena supuso una caída igualmente repentina de las fuerzas políticas establecidas en México. El PAN perdió casi cuarenta escaños en ambas cámaras en 2018, mientras que el PRD perdió cuarenta y cinco. El hundimiento del PRI fue aún más drástico: perdió más de doscientos sesenta escaños en total, pasando de ser la fuerza dominante en el país a convertirse en mera pieza de una oposición fragmentada.

Desde el punto de vista electoral, el PAN, el PRI y el PRD se vieron obligados a forjar una alianza incómoda para presentar una mínima oposición a Morena

En buena parte, la vehemencia de la oposición desplegada contra AMLO desde 2018 puede atribuirse a la escala de esta victoria de la que los demás partidos dan pocas muestras de recuperación. Desde el punto de vista electoral, el PAN, el PRI y el PRD se vieron en último término obligados a forjar una alianza incómoda para presentar una mínima oposición a Morena, aunque por el momento no lo han logrado. Para los partidarios de López Obrador, estos partidos simplemente representan diferentes rostros de una sola bestia política a la que denominan el «priand»; dada la convergencia de los tres partidos, el término pasó del ámbito de la caricatura al plano electoral. Pero los resultados han sido pobres: con el 27 por 100 de los votos, Xóchitl Gálvez ha quedado 11 puntos por debajo de los cosechados por la suma de los candidatos del PAN y el PRI en 2018. Aplastar con tal rotundidad el viejo orden fue, para el 53 por 100 del electorado que votó a AMLO, un gran logro. Para las clases políticas dirigentes y los medios de comunicación predominantes ello constituye un pecado imperdonable. Pese a que la victoria aplastante otorgaba a López Obrador un innegable mandato democrático, las reacciones divergentes a los resultados de 2018 todavía influyen en la percepción de lo que el presidente ha hecho durante el desempeño de su cargo.

AMLO en el Palacio Nacional

Al asumir la presidencia en diciembre de 2018 López Obrador se dispuso enseguida a poner en marcha la «austeridad republicana». Al comienzo se trató de medidas muy simbólicas, como rebajarse el sueldo a la mitad, convertir la residencia presidencial de Los Pinos en museo público y vender el avión presidencial. Estos gestos no apuntaban tanto a iniciativas concebidas para ahorrar dinero, sino que estaban pensados para marcar la ruptura con la tradición imperante de usar los altos cargos de gobierno para el enriquecimiento personal, además de para señalar la política de clase de Morena. Este sería un gobierno para el bien público, que pasó de ser un principio abstracto a definirse como una mejora material de la vida de las clases populares. México es uno de los cinco países más desiguales del mundo y su renta media equivale aproximadamente a la quinta parte de la estadounidense, mientras que en torno a la sexta parte de la población mexicana vive en asentamientos informales, a menudo carentes de la mayoría de los servicios básicos[14].

El mandato de López Obrador ha sido claramente un éxito. Ha subido el salario mínimo todos los años, que ha pasado de 88 pesos al día en 2018 a 250 pesos diarios en 2024

En este frente, el mandato de López Obrador ha sido claramente un éxito. Ha subido el salario mínimo todos los años, que ha pasado de 88 pesos (algo menos de cinco dólares) al día en 2018 a 250 pesos (15 dólares) diarios en 2024, lo cual supone que este se ha triplicado a lo largo de su mandato. Este incremento ha supuesto que el 80 por 100 de las familias mexicanas haya aumentado sus ingresos derivados del trabajo a lo largo del sexenio, pero las mejoras se han concentrado en especial entre los grupos de rentas más bajas, cuyos ingresos aumentaron el 19 por 100[15]. Otra medida crucial fue la universalización de lo que antes habían sido transferencias monetarias condicionadas, lo cual propició que el conjunto de los programas sociales incrementase el número de sus beneficiarios de los 13 a los 21 millones de personas receptoras de los mismos en 2020. El gasto en estos programas también ha aumentado significativamente, triplicándose de 8 a 24 millardos en 2023. Estas medidas claramente han surtido efecto, reduciendo la tasa de pobreza del 43 al 38 por 100, aunque la pobreza extrema se mantiene aproximadamente igual, situándose en torno al 9 por 100[16]. Aun así, no cabe duda de que AMLO ha cumplido al menos en parte su promesa de reducir las abrumadoras disparidades económicas del país. También puso en marcha una serie de reformas laborales favorables a los trabajadores, como dinamizar el proceso de formación de sindicatos, reducir la subcontratación y reconocer los derechos de las trabajadoras domésticas[17]. Estas medidas promovieron una nueva oleada de sindicación y militancia obrera, desencadenando huelgas salvajes en las maquiladoras del norte, que lograron impresionantes subidas salariales en 2019[18].

El escenario económico general es también muy positivo. Después de la fuerte recesión causada por la Covid-19 en 2020, el crecimiento anual del PIB ha alcanzado la media anual del 4 por 100 y la inflación se ha mantenido relativamente manejable, registrando una media anual del 4 por 100. El desempleo formal se sitúa en el mínimo histórico del 2,7 por 100, aunque el tamaño del sector informal –algunos cálculos llegan a situarlo en el 55 por 100 de la población activa– debería matizar este logro[19]. La ola de deslocalización cercana (nearshoring) llevada a cabo por las empresas estadounidenses, que usan las maquiladoras para eludir las crecientes restricciones impuestas a las importaciones directas de China a Estados Unidos, ha ayudado a impulsar estas tendencias, pero las inversiones de AMLO en colosales proyectos de infraestructuras también han resultado cruciales. El Tren Maya, que recorre unos 1500 kilómetros a lo largo de la península de Yucatán y cuyo coste asciende a 28 millardos de dólares, la refinería de petróleo de Dos Bocas, en Tabasco y el Corredor Interoceánico, la ruta de transporte terrestre que atraviesa el istmo de Tehuantepec, fomentaron un fuerte crecimiento de las manufacturas y la construcción. Desde 2020 el valor añadido real ha subido el 6 y el 15 por 100 respectivamente en estos dos sectores, habiéndose producido muchas de las ganancias en la zona sur del país, que es la más pobre. Entre 2020 y 2023, de hecho, el sur creció constantemente con mayor rapidez que el norte, invirtiendo la tendencia histórica de la economía mexicana[20].

Estas mejoras materiales y la atención explícita prestada por López Obrador a la desigualdad han ayudado a consolidar con rapidez la base de Morena, así como a dotarla de un perfil de clase más marcado que antes. Como ha observado Edwin Ackerman, en 2018 el voto de la clase trabajadora estaba disperso en diferentes partidos, pero cuando llegaron las elecciones parciales de 2021 se había producido un cambio. El respaldo a Morena entre quienes solo tienen educación primaria había aumentado notablemente, pese a que había menguado entre los votantes con formación universitaria. En 2023 las tasas de aprobación de AMLO eran más fuertes entre los trabajadores informales y los campesinos (69 por 100) y más bajas entre empresarios y profesionales (41 y 34 por 100, respectivamente)[21]. La consolidación y la creciente orientación de la base de AMLO hacia la clase trabajadora es uno de los secretos de una popularidad que, en lugar de caer con el tiempo, ha echado raíces más profundas.

Todo ello a su vez atestigua también el éxito cosechado por López Obrador en la construcción de un nuevo consenso político, que ha redundado en el aumento de los apoyos al proyecto de la 4T. La «austeridad republicana» ha sido vital para ese proceso como dispositivo ideológico y como herramienta presupuestaria. De acuerdo con López Obrador reducir el aparato estatal no pretendía reducir la capacidad del Estado, sino por el contrario aumentarla mediante la eliminación de la corrupción y el despilfarro de fondos, así como mediante la reducción de las capas de mediación existentes entre el Estado y las personas a las que este debería prestar sus servicios. Durante su primer año de mandato, los Ministerios de Interior y de Comunicaciones recortaron sus gastos a la mitad, el Ministerio de Turismo los redujo en dos terceras partes, el Instituto Nacional Electoral en un tercio y el ministerio de Agricultura el 13 por 100[22]. También impuso reducciones «voluntarias» del 25 por 100 de salario a los trabajadores del sector público y abolió varias subsecretarías. Mientras que las políticas económicas de AMLO favorecían a los grupos de rentas más bajas, la carga inicial de muchos de sus recortes tendió a caer en las clases medias y altas, lo cual contribuyó claramente a cambiar el perfil social de su base de apoyo y a reafirmar simultáneamente la naturaleza de clase del proyecto de Morena.

Oposiciones

La «austeridad republicana» de López Obrador implicó también una apuesta por poner fin al pacto de complicidad entre las clases dominantes de México y sus elites intelectuales y culturales. Rompiendo con la práctica anterior de gobiernos del PRI y el PAN por igual, López Obrador retiró el respaldo público a diversos medios de comunicación y empresas editoriales privados, provocando alaridos de protesta. En 2019 reveló nombres de docenas de periodistas, cuyos medios se habían beneficiado del presupuesto publicitario del Estado con los dos presidentes anteriores, y en 2020 hizo lo mismo con las revistas Nexos y Letras Libres, esta última propiedad de Enrique Krauze, empresario liberal y detractor de AMLO[23]. A estas cantidades podríamos añadir el gasto en publicidad y los «contratos de servicios» mucho más generosos asignados a conglomerados privados como Televisa y tv Azteca. Aunque estas dos cadenas siguen dominando las ondas, la oposición mediática a AMLO se extiende por una serie más amplia de plataformas, mientras que los ataques políticos han estado orquestados a menudo por figuras como el empresario Claudio X. González.

Cuando el conjunto de la clase política dirigente mexicana se hundió en 2018, las elites intelectuales y culturales adoptaron mayoritariamente un discurso de oposición centrado en la persona de AMLO

Los recortes presupuestarios no han sido en cualquier caso la verdadera razón por la que la mayor parte de las elites culturales e intelectuales del país han sentido aversión hacia López Obrador. La mayoría lo ha rechazado visceralmente desde el comienzo, tachándolo de representante de un populismo del que había que defenderse a toda costa. Cuando el conjunto de la clase política dirigente mexicana se hundió en 2018, las elites intelectuales y culturales adoptaron mayoritariamente un discurso de oposición centrado en la persona de AMLO –su uso del lenguaje, sus impulsos aparentemente dictatoriales y su supuesta insaciable sed de poder–, acusándole con insistencia de provocar «polarización» sin prestar atención alguna a sus intentos de reducir la desigualdad. El tono de estas críticas se volvió más estridente con el tiempo, hasta el punto de que tertulias, quioscos de prensa y librerías se llenaron de advertencias sobre la amenaza inminente de totalitarismo o de colapso social. La distancia entre estos delirios y la realidad no sirvió más que para descreditar más a la oposición, siendo en sí misma un factor de consolidación de la base de AMLO: es como si el revoltijo de voces críticas predicadas desde las alturas confirmase la idea de que su proyecto contra toda una serie de privilegios bien arraigados progresaba debidamente.

El uso del lenguaje por parte de López Obrador afianzó la complexión de clase de su gobierno, como parte de una estrategia mediática más amplia, diseñada para enfrentarse a la intensa oposición ejercida por cadenas de televisión y periódicos privados. En sus conferencias de prensa diarias, pronunciadas a las 7 de la mañana y denominadas «mañaneras», López Obrador planteaba activamente la agenda política nacional y adoptaba conscientemente un estilo y un discurso populistas. Viajó por todo el país y a menudo transmitía sus mañaneras desde áreas rurales que pocos presidentes mexicanos habían visitado con anterioridad. Llamaba «fifís» –un antiguo término despectivo para referirse a las elites ricas– y «señoritingos» a sus oponentes, al tiempo que salpicaba los discursos oficiales con términos y expresiones coloquiales como «fúchila» o «me canso ganso».

Este lenguaje populista provocó oleadas de indignación entre los comentaristas mexicanos. De acuerdo con estos detractores, AMLO es «conceptualmente primitivo», solo conoce «quince expresiones», su español es «pobre, anacrónico», pero está también lleno de neologismos bárbaros[24]. Tras estas reacciones hay un obvio desdén clasista, a menudo extendido a los seguidores de AMLO. Ya en la década de 2000, empezó a hacerse referencia en ocasiones a López Obrador como «el peje», en referencia a un pez de agua dulce consumido en Tabasco; como es bien sabido, sus oponentes califican a los seguidores de AMLO de «pejezombis», supuestamente incapaces de pensar racionalmente. Otras etiquetas que la oposición usa son «chairos», término peyorativo referente a los pseudoizquierdistas, y términos con connotaciones más obviamente racistas y clasistas como «naco», que alude a una persona de clase baja, vulgar o incivilizada. El enorme esnobismo desplegado a este respecto delata las posiciones de clase privilegiada de los oponentes de López Obrador, que por la misma razón tienen acceso a muchas más plataformas mediáticas que sus partidarios. Esa desproporción mediática ha deformado las percepciones de su gobierno fuera de México, donde los medios predominantes tienden a reproducir lo que circula en la cámara de eco de los comentaristas mexicanos. No obstante, y como ocurre con cualquier gobierno, su mandato puede ser objeto de una crítica coherente, y ponderar sus deficiencias con sus logros innegables resulta útil para comprender cabalmente el carácter subyacente de la 4T.

Evaluación de las deficiencias de la 4T

Muchas de las críticas más legítimas a López Obrador se centran en inconvenientes que acompañan a algunos de sus evidentes logros. El Tren Maya, por ejemplo, suscitó una fuerte oposición por sus efectos perjudiciales en las comunidades indígenas y el medioambiente, por no hablar del patrimonio arqueológico al que supuestamente debía facilitar el acceso. Muy pocas de estas críticas, sin embargo, prestaron atención a los esfuerzos realizados para diferenciar la forma de desarrollo que impulsaría el Tren Maya del anterior desarrollo turístico desenfrenado. La conclusión de la refinería de Dos Bocas ha duplicado el presupuesto, hasta alcanzar los 19 millardos de dólares, y tras muchos retrasos apenas acaba de empezar a refinar petróleo, pese a que AMLO la inauguró ceremoniosamente en julio de 2022. Esta enorme inversión en capacidad de refino se produce en un momento en el que la petrolera nacional, PEMEX, experimenta enormes dificultades financieras, de la mano de una deuda que alcanza los 102 millardos de dólares, mientras que su producción lleva más de veinte años disminuyendo[25].

AMLO financió estos proyectos en gran parte mediante el endeudamiento y a base de enormes recortes en otras partidas. Su versión de la austeridad sí implicó la realización de esfuerzos para mejorar la recaudación impositiva, pero no se ha llevado a cabo una reforma fiscal de calado, lo cual hace que esta equivalga tan solo al 17 por 100 del PIB mexicano, arrojando el porcentaje más bajo de la OCDE, que se sitúa además por debajo de la mitad de la media. (Las cifras correspondientes a Estados Unidos y Reino Unido son del 27 y el 34 por 100 respectivamente)[26]. Aunque la pobreza ha disminuido, a los megarricos ha seguido yéndoles muy bien durante su mandato: los cinco poseedores de un patrimonio superior a un millardo de dólares han ganado 79 millardos de dólares[27]. Mientras tanto, pese al intento de racionalización, los recortes impactaron fuertemente en la capacidad del Estado para proporcionar servicios públicos básicos. En 2020 López Obrador prometió que México tendría pronto un sistema sanitario tan bueno como el de Dinamarca, pero el sistema sanitario mexicano se halla en muy malas condiciones al final de su mandato, habiéndose producido cambios mal organizados en el seguro público, así como procedimientos de compras, que han dejado a los hospitales infradotados de suministros y a millones de personas en espera de atención médica y de medicamentos. Los hospitales dirigidos por la Secretaría de Salud han sufrido recortes presupuestarios del 37 por 100, mientras que, de acuerdo con los datos oficiales, el número de recetas médicas no atendidas se ha multiplicado por ocho entre 2018 y 2022 y el número de niños que no ha recibido las vacunas básicas se ha triplicado con creces durante ese mismo periodo[28].

La mala relación de López Obrador con la prensa, y con sus críticos en general, se ha convertido en una característica distintiva de su mandato 

La pandemia de la Covid-19 golpeó a México con especial dureza: la cifra de muertos había alcanzado los 50.000 en julio de 2020, los 200.000 en febrero de 2021 y superaba los 300.000 cuando dejaron de recopilarse datos a mediados de 2023, aunque seguramente la cantidad fuese mayor[29]. La gestión de la pandemia por parte de AMLO empeoró las cosas: inicialmente minimizó la gravedad de la crisis y siguió viajando por todo el país y organizando mítines. Se negaba a llevar mascarilla y alardeaba de la capacidad protectora de «una conciencia limpia» (para acabar contagiándose tres veces). Su gobierno sí puso en marcha un programa de vacunación eficaz y, en medio de un acaparamiento de vacunas por parte de los países ricos, logró proveerse de dosis de China y Rusia, así como de Estados Unidos y el Reino Unido (y más tarde de Cuba). Pero en el frente de la Covid-19, como en otros, cuando se le presentaban datos irrefutables, él respondía con la que podría considerarse una expresión característica: «Yo tengo otros datos».

La mala relación de López Obrador con la prensa, y con sus críticos en general, se ha convertido en una característica distintiva de su mandato y a menudo las noticias del momento han estado dominadas por controversias creadas por sus comentarios. Buena parte de esas controversias estaban, como ya se ha señalado, creadas artificialmente por los medios de la oposición, pero algunas derivaban de cuestiones graves, como las frecuentes tergiversaciones o negaciones que él hacía de los hechos o sus denuncias contra algún periodista, algo realmente irresponsable en un país en el que se asesina a periodistas con alarmante regularidad. Más recientemente ha afirmado que los voluntarios que buscan cadáveres de personas desaparecidas sufren «un delirio de necrofilia». Se ha percibido también una cierta actitud defensiva o una cierta sordera en la relación de su gobierno con distintos movimientos sociales. Desde 2019, por ejemplo, las organizaciones feministas han organizado manifestaciones para exigir la ampliación de los derechos reproductivos y protestar contra los elevados niveles de violencia de género que se registran en México. El Día Internacional de la Mujer de 2021 las manifestantes fueron recibidas con gases lacrimógenos y cargas policiales, mientras el Palacio Nacional apareció rodeado de vallas metálicas, un símbolo elocuente para sus oponentes de la actitud defensiva de AMLO y de su falta de apertura a las críticas. AMLO ha tendido a caracterizar estas y otras movilizaciones como intentos de hacer descarrillar la 4T, acusando a grupos muy diversos de defender el statu quo neoliberal. Pese a cierto conservadurismo personal, sin embargo, en su sexenio se han producido avances importantes: la reforma constitucional de 2019 consagró el principio de igualdad de género en todas las funciones políticas del Estado, ampliando una ley de 2014, que solo hacía referencia a los candidatos a cargos públicos.

Aunque tanto detractores como partidarios se centran en los cambios que ha implementado en México, el legado de AMLO quedará definido principalmente, sin embargo, por tres áreas en las que ha seguido en gran medida las tendencias comenzadas por sus predecesores. En cuanto a la cuestión migratoria, prometió inicialmente conceder un trato más humanitario a las decenas de miles de personas que atraviesan México cada mes camino hacia Estados Unidos. Pero su gobierno empezó pronto a reproducir prácticamente la política estadounidense, tupiendo la red en su frontera sur, alejando a los migrantes del río Bravo en el norte y deteniéndolos en condiciones espantosas[30]. En el frente de la «guerra contra la droga», López Obrador prometió en campaña «abrazos, no balazos», comprometiéndose a proporcionar empleo y establecer programas sociales para los jóvenes marginados de los que se nutren los carteles de narcotraficantes. Pero si bien la tasa de homicidios ha disminuido respecto al máximo alcanzado en 2020, la cifra de muertos sigue aumentando. El persistente nivel de violencia no parece haber disminuido la popularidad de AMLO –en apariencia porque la mayoría de los mexicanos no le culpa de un mal sistémico previo a su llegada al poder–, pero con más de 180.000 homicidios desde 2018, de acuerdo con las cifras oficiales, su presidencia ha sido la más mortal hasta la fecha[31].

López Obrador intensificó la militarización adoptada antes que él por Calderón y Peña Nieto. En 2019 creó un nuevo organismo de seguridad, la Guardia Nacional, encargada de liderar el esfuerzo contra los carteles del narcotráfico

La razón principal es que López Obrador intensificó la militarización adoptada antes que él por Calderón y Peña Nieto. En 2019 creó un nuevo organismo de seguridad, la Guardia Nacional, encargada de liderar el esfuerzo contra los carteles del narcotráfico. Pero la enorme mayoría de su plantilla está compuesta por antiguos miembros del ejército mexicano, que reproducen en esencia los métodos de este, con consecuencias letales. En 2022 AMLO trasladó la autoridad sobre la Guardia Nacional a la Secretaría de Defensa, convirtiendo una conexión implícita en una cadena de mando. Pese a las lúgubres cifras, no solo amplió el uso de las fuerzas armadas para la guerra contra el narcotráfico, sino que también puso a la armada a cargo de la administración de los puertos y las aduanas, y encargó al ejército de tierra varios proyectos de infraestructuras, incluida la construcción del Tren Maya, de docenas de sucursales del Banco del Bienestar, de titularidad pública, y de un nuevo aeropuerto para Ciudad de México en la antigua base militar ubicada en Santa Lucía. (Esta última decisión la tomó después de cancelar la construcción de un nuevo aeropuerto en Texcoco, un contrato que Peña Nieto había encargado al multimillonario Carlos Slim). López Obrador también ha duplicado el presupuesto de las fuerzas armadas, permitiendo al mismo tiempo que se embolsen importantes beneficios. Muchos de los ingresos obtenidos con el Tren Maya irán a parar a las pensiones de los militares[32].

Esta importancia creciente del ejército es la tercera área en la que AMLO deja un legado problemático. México no es el único país que experimenta un aumento de la importancia de los militares: en buena parte de América Latina las fuerzas armadas están asumiendo muchas funciones policiales básicas[33]. La diferencia radica en que, en el caso de México, es un presidente que se declara progresista quien ha promovido activamente esta tendencia. Puede que lo haya hecho en la creencia de que las fuerzas armadas son menos corruptas y más capaces que otras ramas del Estado mexicano, pero es obvio que también las considera como un socio clave en su proyecto de fortalecer el Estado y defender la soberanía nacional. Contra la tendencia a percibirlas como agentes de la represión, como sucede en la izquierda, AMLO las ha descrito más de una vez como el «pueblo uniformado», observando que «nacieron con la Revolución Mexicana» y que, a diferencia de las fuerzas armadas de otras partes del mundo, sus integrantes «no pertenecen a la oligarquía»[34].

El historial, por supuesto, es más irregular. Ya en sus orígenes revolucionarios el ejército mexicano era tanto una fuerza popular como una colección de feudos regionales; después alumbró a figuras progresistas como Lázaro Cárdenas, pero también se convirtió en un baluarte del anticomunismo durante la Guerra Fría, protagonizando una ininterrumpida contrainsurgencia contra la izquierda. Hoy tiene una tropa compuesta por personas de extracción humilde y de origen en gran medida indígena, comandada por una inflada clase de oficiales, algunos de ellos sospechosos de estar implicados en el narcotráfico y en la delincuencia organizada. La clara erosión del control civil sobre esta entidad, no presagia, entre otras cosas, nada bueno para cualquiera genere incomodidad a los militares. En 2022 las revelaciones de que el ejército mexicano espiaba a periodistas y legisladores mediante el programa Pegasus nos dan una idea de lo que podría deparar el futuro; de igual modo, se ha paralizado la investigación por la desaparición de cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa en 2014 en la que se sospecha en general que estuvo involucrado el ejército[35]. Puede que la capacidad del ejército para obstruir a la justicia se extienda al pasado. AMLO llegó al poder prometiendo una comisión de la verdad para investigar las desapariciones forzadas llevadas a cabo por el ejército mexicano entre las décadas de 1960 y 1980, pero la independencia y las competencias de dicha comisión pronto sufrieron un recorte y si bien ha habido varias iniciativas para reunir testimonios y homenajear a las víctimas, la perspectiva de enjuiciar a los responsables parece remota.

Dónde situar el obradorismo

La promoción de las fuerzas armadas por parte de López Obrador es solo una de las muchas contradicciones de su gobierno, que han sembrado confusión entre los analistas tanto de México como de otros lugares. Por una parte, AMLO ha elevado las rentas de los más pobres y limitado los privilegios de un reducido número de ricos; por otro, llegó al poder en 2018, estableciendo alianzas con anteriores mandatarios del PRI y con el Partido Encuentro Social (pes), un pequeño grupo de derecha relacionado con los evangélicos antiabortistas[36]. La combinación de conservadurismo social o religioso con perspectivas económicas progresistas no es infrecuente en América Latina y a ese respecto el gobierno de AMLO no se diferencia de muchos de los regímenes de la ola bolivariana. «La Morena» es uno de los nombres que se da a la virgen de Guadalupe, patrona nacional de México, y si bien López Obrador ha mantenido una ambigüedad deliberada acerca de sus creencias religiosas, hace gestos regulares hacia los valores morales cristianos, quizá intentando cortejar a los votantes católicos y evangélicos al mismo tiempo, aunque la cifra de los primeros es abrumadoramente mayor y sin duda forman una parte más significativa de su base.

AMLO también ha invitado a su partido a figuras del antiguo régimen del PRI a las que la izquierda y la mayoría de los liberales consideran tóxicas. El ejemplo más obvio es Manuel Bartlett, que en su calidad de ministro del Interior presidió el fraude de 1988 que privó de la victoria a Cuauhtémoc Cárdenas. En 2018 López Obrador lo nombró director general de la Comisión Federal de Electricidad, algo que a muchos les pareció un chiste de mal gusto: treinta años antes, un corte de electricidad había apagado convenientemente los ordenadores de cómputo de voto mientras Cárdenas llevaba la delantera. Cuando volvieron a funcionar, Salinas iba ganando. Parte de la explicación de por qué se alcanzaron esos acuerdos está en el simple oportunismo de los antiguos priístas, muchos de los cuales vieron hacia donde soplaba el viento y saltaron al otro lado para unirse a Morena (recibiendo así el apelativo de «chapulines»). Pero también es cierto que el fenómeno AMLO ha inaugurado una recomposición del paisaje político mexicano, reorganizando las fronteras existentes previas y creando nuevas líneas divisorias, algo que también forma parte de la dificultad para definir la 4T.

¿En qué parte exacta del mapa político deberíamos situar a AMLO? ¿Deberían considerarse su programa e ideología, el «obradorismo», parte de la ola bolivariana, o habría que evaluarlos como un ejemplo de una tendencia «populista» más amorfa e ideológicamente más indeterminada? ¿Se inspira López Obrador en las propias tradiciones radicales de México o se aparta de ellas? Él se declara de izquierda y la mayoría de sus seguidores se mostraría de acuerdo con tal afirmación. Debido en gran parte al perfil de clase claramente no representativo de los medios de comunicación mexicanos, el número de voces que defienden a amlo es considerablemente menor que las de quienes se oponen a él, pero sí tiene algunos defensores destacados y articulados. Para figuras como el historiador Lorenzo Meyer y los escritores Elena Poniatowska y Paco Ignacio Taibo –este último nombrado por AMLO para dirigir la editorial Fondo de Cultura Económica–, López Obrador es el primer líder izquierdista de México elegido democráticamente y representa un avance histórico para la política progresista. Columnistas como Hernán Gómez Bruera o Jorge Zepeda Patterson y escritores asociados con Sin Embargo, la plataforma informativa digital fundada por Zepeda en 2011, se encuentran entre los pocos medios que ofrecen con regularidad respaldo crítico desde la izquierda, junto con el pilar de la izquierda mexicana, La Jornada, donde columnistas como Enrique Galván Ochoa y Pedro Miguel apoyan a AMLO.

El movimiento zapatista se ha mostrado escéptico desde el comienzo. En 2006, en lugar de respaldar la candidatura presidencial de AMLO, montaron «la otra campaña»

Pero una parte significativa de la izquierda mexicana considera a López Obrador como alguien ajeno a su causa. El movimiento zapatista se ha mostrado escéptico desde el comienzo. En 2006, en lugar de respaldar la candidatura presidencial de AMLO, montaron «la otra campaña», un intento de reunir fuerzas populares en torno a un programa no electoral. En 2017, los zapatistas cambiaron de táctica y respaldaron la candidatura presidencial de María de Jesús Patricio Martínez (Marichuy), candidata del Congreso Nacional Indígena. Pese a que no obtuvo el registro de su candidatura por incumplir las normas del Instituto Nacional Electoral, para un segmento de la izquierda mexicana el portaestandarte de la izquierda era Marichuy, no amlo. Tales corrientes de opinión, que abarcan desde autónomos a marxistas de diversas tendencias, mantuvieron una actitud crítica hacia López Obrador después de que este accedió al poder. Carlos Illades, historiador del socialismo y el comunismo mexicanos, considera a amlo una figura conservadora y comprende la 4T como una mera «revolución imaginaria»; López Obrador «tenía una magnífica oportunidad de efectuar un cambio sustancial en el país y la ha desperdiciado»[37]. Para el teórico político marxista Massimo Modonesi, la 4T no se ha construido sobre la intensificación de las luchas sociales, sino sobre la contención de estas; y sus elementos conservadores y tendencias centralizadoras la hacen comparable a otros ejemplos de «revolución pasiva» gramsciana[38].

Pero la enorme mayoría del consenso de oposición a AMLO, que abarca desde liberales de izquierda a conservadores, se sitúa a la derecha del gobierno. Muchos de los temas fundacionales –su supuesta megalomanía, el tipo de izquierdismo irresponsable, el provincianismo retrógrado– los estableció Enrique Krauze en un ensayo de 2006, que calificaba a López Obrador de peligroso demagogo de izquierda, al estilo Hugo Chávez, y advertía contra la elección de este «mesías tropical»[39]. Desde entonces, la crisis de la democracia liberal experimentada en el Norte global ha equipado a los comentaristas mexicanos con temas adicionales, como el del «hombre fuerte» y un «populismo» vagamente definido. La politóloga y tertuliana Denise Dresser, por ejemplo, describe a AMLO como un «populista autoritario» cortado por el patrón de Trump, Orbán y demás compinches, que ha «socavado la democracia», mientras que poco antes de las elecciones de 2024 manifestó igualmente que la victoria de Sheinbaum equivalía a «votar por la autocracia»[40].

Para muchos críticos de López Obrador, el ascenso de Morena al poder no es una novedad histórica sino una perniciosa recurrencia del sistema unipartidista impuesto por el PRI. En mayo de 2024, aproximadamente doscientos intelectuales y personajes de la cultura firmaron una carta abierta anunciando su apoyo a la candidata de la coalición PAN/PRI/PRD Xóchitl Gálvez, alegando que representaba el mejor medio para defender la «democracia» contra una «regresión autoritaria»[41]. Entre los firmantes se encontraba Roger Bartra, autoproclamado socialdemócrata, que considera a AMLO como un «retropopulista», que no ha hecho más que dar un barniz progresista a un tipo familiar de nacionalismo estatalista. En 2021, Bartra, autor en 1987 de un libro sobre la identidad nacional mexicana titulado La jaula de la melancolía, publicó Regreso a la jaula, donde atribuye la victoria de López Obrador a una persistente herencia autoritaria[42]. Otros han buscado precedentes aún más antiguos, calificando a AMLO de tlatoani, soberano en náhuatl.

Es cierto que muchas de las políticas de López Obrador parecen provenir de épocas anteriores. Grandes proyectos como la refinería de Dos Bocas o el Corredor Interoceánico recuerdan al PRI en su fase desarrollista de mediados del siglo xx y la insistencia en que el petróleo es la «palanca del desarrollo» recuerda a los gobiernos petronacionalistas, pero en especial al de Lázaro Cárdenas, que se enfrentó a las petroleras estadounidenses y nacionalizó sus activos en 1938. El lenguaje populista de AMLO y algunos de sus hábitos presidenciales recuerdan también a los de Cárdenas, famoso por recorrer el país y por su toque popular. Los paralelismos históricos establecidos por el propio AMLO se retrotraen aún más y no tienen nada que ver con el PRI, dado que, como hemos visto, el presidente sitúa la 4T al lado de la independencia mexicana, las reformas de Juárez y la Revolución Mexicana.

Pero si algo nos dicen estas analogías es que López Obrador representa algo completamente distinto. La principal diferencia entre la 4T y los precursores elegidos para evocarla, por ejemplo, es que estos coincidieron con periodos convulsos –guerras civiles, invasiones extranjeras, revoluciones– y supusieron enormes movilizaciones populares, así como fuertes pérdidas de vidas y graves dislocaciones económicas. En todos los casos, el país emergió renovado, pero también en ruinas. El ascenso de AMLO no ha sido nada parecido: él y su partido han sido elegidos democráticamente y pese a las quejas vehementes de sus oponentes ambos han actuado dentro del sistema constitucional. Ha hablado con regularidad de una «revolución de las conciencias», pero hasta ahí han llegado sus llamamientos a la insurgencia. La diferencia más obvia entre Morena y el PRI, por otra parte, es que este pasó décadas manipulando elecciones dentro de un sistema que el partido mismo construyó, mientras que Morena ha ganado elecciones libres y justas, siguiendo las reglas establecidas por sus oponentes. Ese éxito es crucial para entender el obradorismo y algo que se pasa a menudo por alto en medio de la contienda en torno al propio AMLO. Seis años después del asombroso avance que le llevó al poder, parece probable que Morena siga siendo la fuerza política dominante en México durante el futuro inmediato. ¿Cómo ha logrado un movimiento establecido en 2011, que no se registró como partido hasta 2014, alcanzar esa posición con tanta rapidez y cómo nos ayuda su éxito a situar la 4T en un contexto comparativo?

Morena en perspectiva

Aunque los comentaristas mexicanos y la mayor parte de la cobertura extranjera tienden a tachar a Morena de instrumento útil para canalizar las ambiciones personales de AMLO, la victoria abrumadora de Sheinbaum y el hecho de que el partido haya conservado el control del Congreso y dos tercios de los gobiernos de los estados de México demuestran que es mucho más que eso[43]. Desde el punto de vista organizativo, las bases del movimiento se sentaron ya a finales de la década de 2000. Entre 2007 y 2009, López Obrador mantuvo reuniones en 2456 municipios para recabar apoyos a su «gobierno legítimo», tras las graves irregularidades del cómputo electoral mencionadas en las elecciones presidenciales de 2006, que dieron la victoria a Felipe Calderón, y los comités locales creados tras dichas reuniones sentaron las bases de la estructura territorial de Morena, cuando el partido se creó en 2011[44]. Desde el punto de vista ideológico, sus preceptos fundamentales se consensuaron igualmente durante el gobierno de Calderón, mientras diversos intelectuales progresistas colaboraban con AMLO en el desarrollo de un «proyecto nacional alternativo» para preparar las elecciones de 2012. Dicho proyecto era un ambicioso programa antineoliberal basado en la recuperación de la capacidad del Estado, la lucha contra la corrupción y el uso del sector energético para impulsar el desarrollo nacional. El nombre del movimiento, por otra parte, procedía del periódico Regeneración, fundado en 2010 como órgano de una organización todavía embrionaria: su título es un reconocimiento a la publicación anarquista clandestina fundada por los hermanos Flores Magón a comienzos de la década de 1900, lo cual señala una afinidad con las tradiciones revolucionarias de México[45].

Desde el punto de vista regional, Morena podría considerarse una versión tardía del fenómeno de la ola bolivariana que se extendió por buena parte de América Latina en la década de 2000

Aunque López Obrador y otros candidatos afiliados a Morena se presentaron en 2012 bajo las siglas del PRD, el viraje de este hacia la derecha y su voluntad de alcanzar acuerdos con el PAN y el PRI hicieron inevitable la escisión. En noviembre de ese año, después de que saliesen elegidos los delegados de los comités locales de todo el país, Morena celebró un congreso nacional en el que se convirtió oficialmente en partido, obteniendo el registro en el ine en 2014[46]. La infraestructura nacional que había montado durante los años precedentes dio a Morena una base electoral formidable, pero sus mecanismos de debate interno y política han seguido siendo torpes y a menudo opacos, provocando tensiones recurrentes entre bases y dirigentes[47]. Su crecimiento, no obstante, ha sido impresionante: de acuerdo con datos oficiales del ine, Morena tiene ahora en torno a 2,3 millones de afiliados, casi un millón más que el PRI y casi diez veces más que el PAN. (Un dato interesante es que, excepto en el PAN, en todos los partidos las mujeres superan significativamente en número a los hombres). En términos absolutos, Morena sextuplica el tamaño del Partido Laborista británico o el spd alemán, siendo tres o cuatro veces mayor si ponderamos el tamaño de la población votante de sus respectivos países. En términos relativos, duplica el tamaño del pt brasileño[48].

Desde el punto de vista regional, Morena podría considerarse una versión tardía del fenómeno de la ola bolivariana que se extendió por buena parte de América Latina en la década de 2000. Como muchos de esos gobiernos progresistas –Chávez, Morales, Correa– López Obrador logró construir un proyecto electoral viable, cuyo objetivo explícito era derrocar el consenso neoliberal reinante. Como Chávez y Correa, llegó al poder en medio de las ruinas del sistema de partidos establecido, como atestigua la caída drástica del PAN, el PRI y el PRD, comparable a la implosión del Pacto de Puntofijo alcanzado por los tres principales partidos de Venezuela. El proyecto de AMLO se basó también en la convergencia de la izquierda con otras tendencias sociales y políticas, que han ampliado el alcance electoral de la izquierda y al mismo tiempo pluralizado su linaje ideológico. Como los líderes de las revoluciones bolivarianas, López Obrador también ha sido objeto de un feroz acoso concentrado sobre su persona por parte de los medios de comunicación, aunque en su caso la similitud se remite más a las estrategias de guerra sin cuartel adoptadas por la oposición mexicana y la venezolana, verdaderas arquitectas de la «polarización» que denuncian, que a la semejanza existente entre los propios dirigentes progresistas. Sin embargo, AMLO y Morena se diferencian de estos homólogos regionales en otros aspectos. El PT brasileño emergió de las luchas libradas por los trabajadores contra la dictadura durante las décadas de 1970 y 1980, mientras que en Bolivia el mas derivó de un arco más prolongado de resistencia indígena y militancia cocalera antes de alcanzar el poder en la década de 2000[49]. Aunque Morena carece, sin embargo, de la profundidad histórica de esos movimientos, se trata de un partido más institucionalizado y menos personalizado que el Movimiento Quinta República (mvr) del chavismo, o su sucesor, el Partido Socialista Unido de Venezuela (psuv), y domina su propia coalición mucho más que la Alianza País de Rafael Correa en su momento.

De hecho, la velocidad y la escala de su crecimiento diferencian a Morena de los gobiernos de las revoluciones bolivarianas. Estas características constituyen a la vez un síntoma de la profunda crisis del orden neoliberal impulsado en México por los restantes partidos y del carácter tardío de dicha crisis, como si la prolongada acumulación de descontentos contribuyese a la brusquedad de la implosión neoliberal. El colapso de los partidos establecidos en México es la otra cara de la misma moneda, entregando a Morena una posición hegemónica para la que apenas tuvo tiempo de prepararse. La decadencia repentina de los demás partidos explica que tantos detractores de AMLO carezcan de explicaciones serias para dar cuenta de la popularidad de Morena: el marco que dichos detractores utilizaban para entender la política mexicana quedó desmantelado de la noche a la mañana y estos se han mostrado en gran medida incapaces de desarrollar nuevas formas de contemplar un paisaje radicalmente alterado. Por eso también sus comentarios tienden tan a menudo a adoptar un tono apocalíptico: desde su punto de vista, el final de su mundo parece el final de todo lo demás.

La crisis del neoliberalismo continúa y tanto en México como en otras partes no está nada claro qué vendrá después. Las ambigüedades de AMLO reflejan esa desorientación más general: su eclecticismo político –la combinación de políticas de izquierda con actitudes culturales conservadoras– es en cierta medida expresión de este interregno confuso en el que partidos nuevos como Morena intentan establecer coaliciones electorales insólitas en un terreno social hecho añicos. Situar un gobierno como este en el espectro derecha-izquierda, o comparar sus políticas con una lista predeterminada de características de «izquierda», no ayuda mucho a entender su proyecto. Buen ejemplo de ello es la importancia central que la 4T asigna a la lucha contra la corrupción: si bien a menudo esta va dirigida contra los poderosos, se trata de un programa más moral que político e ideológicamente polivalente, como atestiguan, por ejemplo, las consecuencias de la operación Lava Jato en Brasil. La lucha contra la corrupción opera también como un expediente evasivo, diseñado para atraer el apoyo a la redistribución y al mismo tiempo evitar una guerra de clases declarada. No cabe duda de que AMLO ha comenzado a abordar la desigualdad, pero no ha aprovechado su mandato para subirles los impuestos a los ricos, por ejemplo.

Por resumir los compromisos fundamentales del obradorismo, podríamos resaltar su rehabilitación del Estado como agente de desarrollo, la voluntad de reducir la desigualdad, la calificación moral de la corrupción como un ataque al bien público y el compromiso con la responsabilidad fiscal

En ese sentido, López Obrador está intentando cuadrar el mismo círculo que muchos de los gobiernos de las revoluciones bolivarianas, elegidos con el mandato popular de reducir las profundas desigualdades, pero enfrentados a las defensas bien arraigadas de unas elites sólidamente atrincheradas y bien dotadas de recursos[50]. El contexto macroeconómico en el que fue elegido AMLO era mucho menos propicio que el que disfrutaron muchos de los gobiernos bolivarianos durante la década de 2000, dado que estos se beneficiaron del superciclo de los precios de las materias primas. En lo referido a las restricciones materiales en las que ha tenido que operar, el gobierno de López Obrador es quizá más comparable a los de los «gobiernos bolivarianos 2.0», como el actual gobierno de Lula, por ejemplo, que desde el comienzo ha adoptado un marco fiscal ortodoxo para apaciguar al capital. Pero como han observado André Singer y Fernando Rugitsky, desde el punto de vista político AMLO ha disfrutado de un margen de maniobra mucho mayor, gracias al peso mucho mayor de Morena en el Congreso mexicano en comparación con el PT[51]. El mismo factor distingue a López Obrador de los gobiernos de Gustavo Petro en Colombia o de Gabriel Boric en Chile, que llegaron al poder con mayorías de gobierno escasas y se encontraron de inmediato políticamente asediados. La 4T ha provocado una oposición ruidosa, sin duda, la cual, sin embargo, no ha estado ligada a un reto electoral sostenido, mientras Sheinbaum disfruta de un margen en el Congreso mayor aun que el de AMLO.

Por resumir los compromisos fundamentales del obradorismo, podríamos resaltar su rehabilitación del Estado como agente de desarrollo, la voluntad de reducir la desigualdad, la calificación moral de la corrupción como un ataque al bien público y el compromiso con la responsabilidad fiscal. Los principios comunes a través de los cuales se han conjugado estos compromisos son la soberanía y la mejora del bienestar de las clases populares. No cabe duda de que dicho programa generará contradicciones, pero tampoco puede negarse que equivale a un proyecto ampliamente coherente y dotado de atractivo para las masas. Vista desde otro ángulo comparativo, la 4T podría considerarse una reiteración de los regímenes «nacional-populares» surgidos en América Latina entre las décadas de 1930 y 1950, de Cárdenas en México al mnr en Bolivia, que combinaron una neta posición antiimperialista en lo referido a la soberanía con medidas redistributivas e iniciativas para reducir el control ejercido por las elites oligárquicas[52]. También estos regímenes fueron heteróclitos y mezclaron impulsos verticalistas y centralizadores con una verdadera participación de las masas (y fueron a menudo rechazados en su momento por sectores de la izquierda, que más tarde los reivindicarían, sin embargo)[53]. Su ambigüedad derivaba en parte de que desencadenaron simultáneamente procesos de «nacionalización y democratización del Estado», por un lado, y de «reconstrucción del núcleo oligárquico de este», por otro[54].

Con las precauciones que exigen todas las comparaciones entre diversos periodos históricos, tanto los éxitos como las deficiencias observadas en la 4T hasta la fecha podrían atribuirse a rasgos estructurales similares, que en su caso derivan de una destrucción incompleta del orden neoliberal. Por la misma razón, sin embargo, AMLO ha sido mucho menos ambicioso de lo que han tendido a ser históricamente los regímenes populistas latinoamericanos y, en consecuencia, no se ha producido una confrontación con el capital exterior o nacional de la escala alcanzada por las nacionalizaciones de Cárdenas o del mnr. Si bien AMLO y Morena afirman haber desmontado el neoliberalismo, en la práctica han aceptado y respetado a la postre muchas de las constricciones que este dejó atrás, y parece que el marco heterogéneo resultante persistirá durante el mandato de su sucesora.

«Es Claudia»

Mientras que la trayectoria política de López Obrador le llevó de la disidencia en el PRI a luchar contra él, Claudia Sheinbaum se formó más directamente dentro de la izquierda. Su abuelo, Chone Sheinbaum, emigró en 1928 de Lituania a México, pasando por Cuba, y fue miembro del Partido Comunista Mexicano, mientras que su padre, Carlos, perteneció a la Juventud Comunista de México. Él y la madre de Claudia, Annie Pardo, participaron activamente en el activismo estudiantil de la década de 1960 en la UNAM, que culminó con la huelga estudiantil reprimida con brutalidad por el gobierno del PRI en octubre de 1968[55]. Cuando Sheinbaum, nacida en 1962, se describe como «hija del 68», se está situando dentro de esta tradición radical.

A comienzos de la década de 1980 Sheinbaum colaboró en la campaña presidencial de Rosario Ibarra de Piedra, cuyo hijo había sido detenido por el ejército y desaparecido en 1974; y en 1986-1987 participó en otra huelga importante en la UNAM en defensa de la educación gratuita. Tras doctorarse en ingeniería medioambiental, durante la década de 1990 desempeñó diversos puestos académicos, hasta que en 2000 AMLO la invitó a colaborar con él como secretaria de medioambiente en el gobierno de la Ciudad de México. Aunque sus tareas principales consistían en reducir las emisiones y mejorar la calidad del aire en la asfixiada metrópoli mexicana, López Obrador le confió su principal proyecto de infraestructura, el segundo piso del Periférico. Desde entonces ha estado entre sus principales colaboradores, ejerciendo de portavoz en la campaña presidencial de 2006, liderando la recusación de los resultados e incluso participando en el gobierno «legítimo» paralelo. Aun así encontró tiempo para trabajar en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, efectuando aportaciones a los informes de 2007 y 2013.

Miembro del PRD desde su fundación en 1989, Sheinbaum se encontraba entre los fundadores de Morena en 2011, siendo una figura clave en la construcción de un proyecto de poder nacional. Obtuvo su primer cargo electo en 2015 como candidata de Morena a la alcaldía de Tlalpan, una demarcación territorial situada en el sur de Ciudad de México. Tres años después, en 2018, ascendió al cargo de jefa de gobierno de la capital, un puesto que le sirvió de trampolín hacia la presidencia del país, como antes lo había sido para AMLO. Su jefatura de gobierno de la Ciudad de México fue discretamente competente: gestionó la pandemia notablemente mejor que el presidente, estableció nuevos centros comunitarios e instituciones educativas en toda la ciudad y efectuó mejoras en las infraestructuras, además de aumentar el uso de la energía sostenible en el transporte público.

Aunque la campaña para las elecciones presidenciales no debía comenzar hasta marzo de este año, el proceso de primarias en Morena, celebrado en junio de 2023, le permitió asumir un perfil más destacado en todo el país. López Obrador no la respaldó públicamente como tal, pero su preferencia era un secreto a voces, algo que dio lugar a acusaciones de que estaba resucitando el dedazo del PRI mediante el cual el presidente saliente nombraba a su sucesor. Los dos principales rivales de Sheinbaum a la candidatura de Morena fueron el exsecretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard, que también ocupó el cargo de jefe de gobierno de la Ciudad de México entre 2006 y 2012, y Adán Augusto López Hernández, exsecretario de Gobernación. Aunque cualquiera de ellos habría representado formas de continuidad con la 4T, Sheinbaum es la más próxima a AMLO, tanto desde el punto de vista personal como del ideológico. Mientras sus rivales se quejaban de que el terreno de juego no era equitativo, en muros y vallas publicitarias de todo el país comenzaron a aparecer carteles publicitarios en los que simplemente se leía: «¡Es Claudia!», lo cual transmitía la sensación de que su avance hacia el Palacio Nacional era inevitable.

Con la victoria obtenida el pasado 2 de junio –el número de votos obtenidos por Sheinbaum, algo menos de 36 millones, superó en casi 5 millones la cifra alcanzada por AMLO en 2018– México tiene su primera presidenta, casi setenta años después de que por fin se concediese el voto a las mujeres. Su gobierno, que asumirá el relevo en octubre, tendrá más margen de maniobra que el de AMLO, puesto que en las elecciones Morena y sus aliados han obtenido la mayoría cualificada en la Cámara de Diputados y casi lo obtuvieron en el Senado. Morena obtuvo 236 de los 500 diputados, mientras sus socios de coalición, el PT y el PVEM –este último, durante mucho tiempo un apéndice del PRI y ejemplo del peor oportunismo– añaden otros 51 y 77 diputados respectivamente, alcanzando un total de 364. En comparación, el PAN, el PRI y el PRD suman solo 108 diputados (el PRI ha caído a 35 y el PRD ha quedado reducido a un solo escaño). Son desenlaces impactantes para un partido como el PRI, que ha sido el partido dominante de la política mexicana durante décadas, y para el PRD otrora portaestandarte de la democratización, que ha obtenido tan malos resultados en estos comicios que ha perdido su registro como partido nacional, corriendo el riesgo de desaparecer de la vida política mexicana. En el Senado, Morena tiene 60 de un total de 128 escaños, añadiendo el PVEM y el PT otros 23. Morena también obtuvo 7 de los 9 gobernadores de los estados en los que se celebraban elecciones el pasado 2 de junio, incluida crucialmente la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Aparte de Morena, la otra formación que ha incrementado su representación es el Movimiento Ciudadano, un partido cortado por el patrón de la Tercera Vía, que ha sabido apartarse de la alianza priand y que ha mejorado notablemente su porcentaje de voto y su número de escaños, aunque sigue siendo pequeño, ya que cuenta con 27 diputados y 5 senadores. En el conjunto del país, el 2 de junio se disputaron electoralmente casi 21.000 cargos, para cubrir los respectivos puestos tanto en las Cámaras de diputados estatales como en las administraciones locales y municipales. Morena ha obtenido también mayorías e incluso mayorías cualificadas en muchas de estas cámaras e instituciones.

Aunque pocos esperaban que Gálvez ganase, la escala de la victoria de Sheinbaum ha provocado diversos casos de rechazo estupefacto y brotes de furia clasista en buena parte de los comentaristas mexicanos

Para la oposición el golpe recibido en 2024 ha sido si cabe más traumático que el sufrido en 2018. Aunque pocos esperaban que Gálvez ganase, la escala de la victoria de Sheinbaum ha provocado diversos casos de rechazo estupefacto y brotes de furia clasista en buena parte de los comentaristas mexicanos. El liberal Héctor Aguilar Camín tachaba a los votantes de Morena de «ciudadanos de baja intensidad» y no lograba entender cómo habían podido dejarse seducir por intereses meramente materiales; un tertuliano, inspirado por las películas posapocalípticas de El planeta de los simios, dijo que los votantes de Morena le habían «dado un rifle a un simio». Los ricos del país han prometido castigar a los partidarios de Morena dejando de dar propinas en los restaurantes[56]. Denise Dresser, en una muestra superlativa de inmodestia, ha afirmado lo siguiente: «Me entristece constatar que la mayor parte de mis compatriotas han vuelto a colocarse las cadenas que les quitamos durante las décadas de 1980 y 1990». Parece que al darle a Morena una victoria tan notable, el pueblo no había entendido la verdadera naturaleza de la democracia[57]. Quizá la reacción más descaradamente hipócrita de todas provino del PRI cuando, evidentemente olvidando su largo historial, se quejó de que AMLO había hecho un uso indebido del poder estatal para influir en las elecciones.

¿Qué hará Sheinbaum con el rotundo mandato recibido? En la campaña electoral prometió «construir el segundo piso» de la 4T y su programa prometió dar continuidad a la «austeridad republicana» y a la disciplina fiscal, además de seguir aumentando el salario mínimo y situar el objetivo de crecimiento anual del PIB en el 3 por 100[58]. Mantener la deuda bajo control parece ser un objetivo fundamental y así cuando los mercados reaccionaron inicialmente con pánico ante la escala de su victoria, Sheinbaum se apresuró a anunciar que el ministro de Finanzas de AMLO, Rogelio Ramírez de la O, seguirá en su puesto. La presidenta electa también planea ampliar al ámbito nacional las políticas que aplicó en la Ciudad de México, como los programas de becas y la inversión en energía sostenible. Es probable que esto último sea lo que más choque con las preferencias petrodesarrollistas de su predecesor y con los propios planes de Sheinbaum de construir más infraestructuras de carreteras y ferrocarriles para impulsar el crecimiento. Es probable que, en su conjunto, sea menos conservadora desde el punto de vista cultural que López Obrador y que adopte una postura más internacionalista, siendo muy probable que su victoria fortalezca a la izquierda latinoamericana frente al ascenso general de la derecha[59]. En el ámbito doméstico, Sheinbaum se adherirá a las principales políticas del obradorismo y aunque el mero hecho de que ella no es AMLO pueda aliviar las tensiones existentes, también es cierto que los detractores de Morena todavía deben efectuar un trabajo de introspección y reflexión, del que todavía no han dado muestras, para moderar sus actitudes.

A corto plazo la cuestión más polémica del programa de Sheinbaum es el conjunto de reformas constitucionales previamente propuestas por AMLO entre las que se cuenta la conversión de los jueces del Tribunal Supremo y de las principales autoridades electorales en cargos electos. La perspectiva de que estos baluartes institucionales clave sean remodelados por el consentimiento popular fue lo que suscitó buena parte de las advertencias de «autocracia» inminente lanzadas por la oposición; López Obrador, que disfrutará hasta octubre de la nueva mayoría cualificada en el Congreso, ya presentó las reformas antes de dejar el cargo, y aunque hayan suscitado oposición e incluso críticas de parte del embajador estadounidense, Sheinbaum parece dispuesta a llevarlas adelante en sus primeros meses en el poder.

Las principales constricciones que pesan sobre Sheinbaum siguen siendo las que obstaculizaron a su predecesor, esto es, la falta de maniobrabilidad fiscal, la incertidumbre del entorno macroeconómico y la curva ascendente de la violencia derivada de la guerra contra el narcotráfico. Estas elecciones han sido las más violentas en la historia del país, arrojando la cifra de noventa y cinco candidatos y miembros de campaña asesinados, procedentes de todos los partidos, y varias docenas más amenazados por los actores criminales[60]. También resultará relevante la actitud del propio AMLO: ¿se retirará verdaderamente de la vida pública o moverá los hilos entre bambalinas? Como a menudo ha ocurrido en la historia de México, sin embargo, las fuerzas que influirán más sobre su futuro derivan de su proximidad a Estados Unidos, destino del movimiento de personas y drogas hacia el norte y origen de un enorme flujo de armas y dinero hacia el sur. Varios representantes republicanos han exigido la intervención armada en México para combatir a los carteles del narcotráfico y es posible que si Trump consigue su segundo mandato opte por ese escenario desquiciado. Pero con independencia de que en noviembre gane Harris o Trump, México es ya un campo de batalla. El 21 de abril, mientras Sheinbaum hacía campaña en una zona rural de Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala, un grupo de enmascarados paró su coche. Podría haber sido uno de los diversos grupos que compiten por el control de las rutas locales de contrabando o migración. Al final resultaron ser habitantes de la cercana ciudad de Motozintla, que habían montado controles de carretera para combatir la influencia de los carteles. Le pidieron a Sheinbaum que «limpie el tramo» de carretera al cercano municipio de Frontera Comalapa, porque en la actualidad los grupos criminales los «hacen pedacitos» si la usan, y que «se acuerde de la sierra, de la gente pobre», cuando se convierta en presidenta. Después se disculparon, le agradecieron su tiempo y la dejaron seguir.

Artículo original:
 

[1] Gracias a André Dorcé y David Wood por sus comentarios extremadamente útiles a un borrador anterior de este trabajo; todos los errores eventualmente presentes son míos.

[2] Cálculos basados en los Cómputos Distritales del Instituto Nacional Electoral, https://computos2024.ine.mx.

[3] Datos procedentes de Alejandro Moreno, «Respaldo a “4T” y a AMLO apuntala triunfo de Sheinbaum: Encuesta ef», El Financiero, 4 de junio de 2024.

[4] Ibid.

[5] Héctor Quintanar Pérez, Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional: antecedentes, consolidación partidaria y definición ideológica de Morena, Ciudad de México, 2017, pp. 45-46.

[6] Carlos Pellicer (1897-1977) fue un poeta de vanguardia y una destacada figura cultural, murió solo unos meses después de ser nombrado senador por Tabasco. Respecto a la relación entre AMLO y Pellicer, véase ibid., pp. 43-44, 47-48.

[7] Ibid., pp. 48-53.

[8] «Quién es Andrés Manuel López Obrador», ¡Por Esto!, 9 de noviembre de 1988.

[9] Carlos Medeiros, «La liquidación de los activos del Estado», nlr 55, marzo-abril de 2009.

[10] H. Quintanar Pérez, Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional: antecedentes, consolidación partidaria y definición ideológica de Morena, cit., p. 86.

[11] Andrés Manuel López Obrador, Un proyecto alternativo de nación: hacia un cambio verdadero, Ciudad de México, 2004.

[12] Véase Al Giordano, «El pucherazo electoral en México», nlr 41, noviembre-diciembre de 2006.

[13] La cifra de homicidios incluida en este párrafo proviene de «Defunciones por homicidios», Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (inegi), https://www.inegi.org.mx.

[14] Christine Murray y Michael Stott, «Mexico’s Elite Struggles to Comprehend Left’s Landslide Election Win», Financial Times, 8 de junio de 2024; las cifras de renta proceden de oecd Data, las de vivienda, de cepalstat.

[15] Viri Ríos, «Cómo se redujo la desigualdad en México», El País, 13 de febrero de 2024.

[16] Cifras de pobreza proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi); véanse también Rafael López, «Aumentan 65 por 100 beneficiarios de planes sociales», Milenio, 23 de octubre de 2020, y Vanessa Rubio, «AMLO’s Big Fiscal Push Could Help Morena», Americas Quarterly, 24 de octubre de 2023.

[17] Edwin Ackerman, «El proyecto AMLO», Sidecar/El Salto, 5/13 de junio de 2023.

[18] Paolo Marinaro y Dan DiMaggio, «Strike Wave Wins Raises for Mexican Factory Workers», Labour Notes, 27 de febrero de 2019.

[19] Cifras de desempleo y sector informal publicadas por el inegi.

[20] Joseph Politano, «Mexico’s Investment Boom», Apricitas Economics, 11 de marzo de 2024; Rich Brown, «AMLO’s Bet on Mexico’s South is Paying Off–For Now», Americas Quarterly, 5 de marzo de 2024.

[21] E. Ackerman, «El proyecto AMLO», cit.; «Aprobación presidencial promedio abril 2023», encuesta realizada por Mitofsky para El Economista, abril de 2023.

[22] Carlos Elizondo Mayer-Serra, Y mi palabra es la ley: AMLO en Palacio Nacional, Ciudad de México, 2021, p. 218, cuadro 3.6.

[23] «AMLO Leaked the Names of Journalists Benefited by His Predecessor, Unleashing a Major Scandal in Mexico», La Política online, 25 de mayo de 2019; Arturo Rodríguez García, «López Obrador exhibe cuánto recibían Nexos y Letras Libres por publicidad», Proceso, 8 de septiembre de 2020.

[24] Citado en David Bak Geler, Ternuritas: El linchamiento lingüístico de AMLO, Ciudad de México, 2023, p. 51.

[25] «Cost of Dos Bocas Refinery Hits us$18.9 Billion», Mexico Business News, 4 de marzo de 2024; «Mexico’s Pemex Reduces Financial Debt, Increases Refining but Production Falls», Reuters, 26 de abril de 2024.

[26] oecd, Revenue Statistics 2023: Tax Revenue Buoyancy in oecd Countries, París, 2023, cuadros 4.49, 4.73 y 4.75.

[27] Michael O’Boyle, «Mexico’s Billionaires Piled Up Riches as AMLO Raged Against Them», Bloomberg, 9 de abril de 2024.

[28] «No fuimos Dinamarca: gobierno de AMLO deja sin consulta médica a 46 por ciento de enfermos pobres y sin cirugía a 500 mil personas», Animal Político, 4 de marzo de 2024; «No fuimos Dinamarca: gobierno de amlo deja sin surtir 15 millones de recetas, cinco veces más que Peña Nieto», Animal Político, 5 de marzo de 2024; y «Vacunación en México: gobierno de AMLO dejó a 6 millones de niños sin vacuna; gastó más que Peña Nieto y compró menos», Animal Político, 6 de febrero de 2024.

[29] Cifras del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Disponibles en https://datos.covid-19.conacyt.mx.

[30] En marzo de 2023, treinta y ocho migrantes murieron en un incendio que se declaró tras una protesta por las condiciones del centro de detención de Ciudad Juárez; miles de migrantes se manifestaron en el sur de México para protestar.

[31] David Saúl Vela, «Gobierno admite 180 mil asesinatos en el actual sexenio», El Financiero, 2 de mayo de 2024.

[32] Will Freeman, «Can Mexico’s Next President Control the Military?», Journal of Democracy, marzo de 2024; Dalila Escobar, «Las utilidades del Tren Maya serán para pensiones del issste y Fuerzas Armadas: AMLO», Proceso, 18 de enero de 2023.

[33] Respecto a esta tendencia más amplia, véase Gustavo Flores-Macías y Jessica Zarkin, «The Militarization of Law Enforcement: Evidence from Latin America», Perspectives on Politics, vol. 19, núm. 2, junio de 2021.

[34] «No militarizamos al país, soldados son pueblo uniformado: AMLO defiende a Fuerzas Armadas», Animal Político, 1 de diciembre de 2021; Dalila Escobar, «Protejo al Ejército porque es fundamental para el Estado y no es represor: AMLO», Proceso, 10 de abril de 2023.

[35] Georgina Zerega, «El Ejército mexicano investigó a diputados, senadores y gobernadores», El País, 4 de octubre de 2022; y Mathieu Tourliere, «Documentos hackeados de Sedena revelan intromisión del general Sandoval en el caso Ayotzinapa», Proceso, 3 de octubre de 2022.

[36] El pes se escindió de la coalición Morena en 2019 y es apenas visible en cuanto fuerza nacional, aunque entre 2018 y 2024 conservó el poder en Morelos, donde el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco ha ocupado el cargo de gobernador.

[37] Carlos Illades, La revolución imaginaria: El obradorismo y el futuro de la izquierda en México, Ciudad de México, 2023.

[38] Massimo Modonesi, «La hegemonía del centro obradorista (centralidad, centrismo, centralismo)», Revista Común, 15 de marzo de 2023; y M. Modonesi, «La pax obradorista», Jacobin América Latina, 1 de junio de 2024.

[39] Enrique Krauze, «El mesías tropical», Letras Libres, 30 de junio de 2006.

[40] Denise Dresser, «Mexico’s Vote for Autocracy», Foreign Affairs, 17 de mayo de 2024; véase también Denisse Dresser, ¿Qué sigue? 20 lecciones para ser ciudadano ante un país en riesgo, Ciudad de México, 2023.

[41] «Integrantes de la comunidad cultural a favor de Xóchitl Gálvez», Letras Libres, 20 de mayo de 2024. Otros de los firmantes fueron comentaristas liberales como Enrique Krauze, Gabriel Zaid o Héctor Aguilar Camín, así como Jorge Castañeda, secretario de Relaciones Exteriores con Vicente Fox.

[42] Roger Bartra, Regreso a la jaula: El fracaso de López Obrador, Ciudad de México, 2021.

[43] La falta de bibliografía sobre Morena resulta pasmosa. El único libro serio, Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional: antecedentes, consolidación partidaria y definición ideológica de Morena, de Héctor Quintanar, ya mencionado, se publicó en 2017, es decir, antes de que el movimiento llegase al poder, y se centra en sus orígenes y formación.

[44] Ibid., pp. 245, 269.

[45] Ibid., pp. 250-257.

[46] Ibid., pp. 316-339.

[47] En 2022, por ejemplo, el análisis de la Convención Nacional del partido efectuado por un militante se quejaba de que los dirigentes no habían permitido una discusión o un diálogo informados a la hora de formular políticas. «La democracia en Morena no puede ser la misma que generó la estructura neoliberal. Forma es fondo, y si el fondo no se transforma, los mismos vicios que destruyeron al PRD carcomerán los cimientos, si no se actúa pronto», Teodoro Rodríguez Aguirre, «Convención Nacional Morenista: una ruta hacia la democratización», La voz de las bases morenistas, 24 de agosto de 2022, https://morenademocracia.mx.

[48] Cálculos basados en cifras incluidas en el «Padrón de Afiliados a partidos políticos», ine, México, datos de 2023; Toby Helm, «Labor Membership Falls by 23.000 over Gaza and Green Policies», The Guardian, 30 de marzo de 2024; Philipp Richter, «Sozialdemokratische Partei Deutschlands», Bundeszentrale für politische Bildung, 7 de mayo de 2024; «Filiação partidária da eleição», Tribunal Superior Eleitoral, Brasil, datos de 2022, https://tse.jus.br.

[49] Respecto a los inicios del PT, véase Emir Sader y Ken Silvertein, Without Fear of Being Happy: Lula, the Workers Party and Brazil, Londres y Nueva York, 1991; respecto al mas, véase Forrest Hylton y Sinclair Thomson, Revolutionary Horizons: Past and Present in Bolivian Politics, Londres y Nueva York, 2007.

[50] Juan Carlos Monedero, «Los poderes del Estado en América Latina», nlr 120, enero-febrero de 2020, analiza este problema a través de la lente de las teorías del poder estatal.

[51] André Singer y Fernando Rugitsky, «Slow Motion Lulismo», Sidecar/El Salto, 8 de enero de 2024.

[52] Carlos Vilas, «La izquierda latinoamericana y el surgimiento de regímenes nacional-populares», Nueva Sociedad, núm. 197, mayo-junio de 2005, ofrece una breve comparación entre los regímenes «nacional-populares» y los bolivarianos. La teorización clásica de este concepto gramsciano en América Latina sigue siendo la de René Zavaleta, Towards a History of the National-Popular in Bolivia, 1879-1980 [1986], Kolkata, 2018; ed. cast.: Lo nacional-popular en Bolivia, Ciudad de México, 1986.

[53] Una lectura positiva de Cárdenas es la de Adolfo Gilly, El cardenismo. Una utopía mexicana, Ciudad de México, 1994.

[54] Anne Freeland, «Translator’s Afterword», en R. Zavaleta, Towards a History of the National-Popular in Bolivia, 1879-1980, cit., pp. 295-296.

[55] Cecilia González, «La “hija del 68” que quiere gobernar México», Nueva Sociedad, marzo de 2024; Noah Mazer, «Claudia Sheinbaum’s Radical Jewish Heritage», Jacobin, 10 de junio de 2024; y Víctor Jeifets y Lazar Jeifets, América Latina en la Internacional Comunista, 1919-1943: Diccionario biográfico, Santiago de Chile, 2015, pp. 572-573.

[56] C. Murray y M. Stott, «Mexico’s Elite Struggles to Comprehend Left’s Landslide Election Win», cit.

[57] Como observaba un comentario perspicaz, los miembros de la oposición «no estaban listos […] para que el pueblo abstracto estuviera, en realidad, conformado por los votantes concretos», Ariadna Acevedo-Rodrigo, «Ciudadanos inesperados. El voto y la igualdad», Revista Común, 13 de junio de 2024.

[58] «Presenta Sheinbaum 100 compromisos de su Proyecto de Nación», La Jornada, 1 de marzo de 2024.

[59] Un argumento presentado con acierto por Daniel Kent Carrasco, Diego Bautista Páez, Diana Fuentes y Francisco Quijano en «The Mexico of Claudia Sheinbaum», nacla, 10 de junio de 2024.

[60] «Violencia Electoral 2023-2024», https://laboratorioelectoral.mx.


Este artículo ha sido publicada originalmente en la NLR 147 y se publicará en breve por Traficantes de Sueños en el proyecto de publicación de la revista en castellano iniciado en 2000, que auspicia el Instituto República y Democracia, el think tank de PODEMOS.

El texto se publica con autorización expresa del autor y del editor.