Milei contra el mundo: postales de una desintegración planificada
Un leitmotiv conservador asegura que los gobiernos progresistas y de izquierda aíslan a los países de América Latina y el Caribe del escenario internacional, mientras que las derechas neoliberales garantizan la ansiada “vuelta al mundo”. A la manera de las viejas zonceras que popularizó el ensayista argentino Arturo Jauretche, el eficaz eslogan recorrió la región en las últimas décadas, pese a tratarse de una reedición vulgar de lugares comunes antiquísimos, que pueden rastrearse hasta la posición de peninsulares y monárquicos durante las guerras de independencia.
Promotores de la balcanización
Sin embargo, rebasados los primeros 100 días del gobierno de Javier Milei, el mandatario argentino ya tensionó o directamente dinamitó las relaciones con sus pares regionales de Brasil, Chile, México, Colombia y Venezuela. Todavía en campaña electoral, en una entrevista concedida a Jaime Bayly, Milei sindicó a Lula da Silva, presidente del principal socio comercial argentino, como un “comunista” y un “corrupto”. Además prometió romper relaciones con el gigante brasilero, algo que por supuesto los poderes fácticos no habrían jamás de consentir. También por esos meses Milei se refirió al mandatario chileno Gabriel Boric, algo más suave, afirmó que “tiene las ideas incorrectas” y lo tildó de “empobrecedor”.
Frente a quienes suponían que el ejercicio de la más alta función pública habría de morigerar las declaraciones del libertario, éste no hizo más que aumentar las tensiones regionales. En conversación con el periodista Andrés Oppenheimer de CNN en español, Milei calificó a Andrés Manuel López obrador de “ignorante”, lo que le valió las réplicas, no sólo del presidente mexicano, sino de varias figuras influyentes de la región. Aún más arriba de la escalada verbal, y con consecuencias inmediatas y palpables, el libertario también definió al presidente colombiano Gustavo Petro como un “terrorista asesino”, refiriéndose a su militancia juvenil en la organización político-militar conocida como el M-19. De manera inmediata, el gobierno colombiano retiró a sus diplomáticos en territorio argentino, apenas un mes después de haber convocado a consulta a su embajador en el país, como respuesta a una agresión anterior.
Sin embargo, la relación que parece más deteriorada es la de Argentina y Venezuela. A las ostensibles diferencias ideológicas de ambos gobiernos se suma la entrega definitiva de Milei a los Estados Unidos del avión venezolano de Emtrasur, que fue retenido en junio de 2022 por orden judicial y presión norteamericana. Inmovilizado con la aquiescencia de Alberto Fernández, con acusaciones ya desestimadas de participación en acciones terroristas, el Boeing 747 fue finalmente desguazado en territorio estadounidense. Como respuesta, el gobierno de Nicolás Maduro clausuró el espacio aéreo venezolano a los aviones con matrícula argentina.
Como en todo lo que sucede con la administración liberal-extremista de Milei, se trata de mucho más que desplantes o meros ataques de ira. Hay una racionalidad, y también una cuidada estrategia, detrás de estos aparentes exabruptos, que se proponen revertir los avances en el proceso de integración regional logrado en las últimas décadas. Al respecto, es sintomático que Milei concentre los dardos más envenenados en los gobiernos que desenvuelven una política exterior más autónoma. Y también el que se haya decidido ausentarse de la reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) realizada en San Vicente y las Granadinas, enviando en su lugar a Leopoldo Sahores, un discreto vicecanciller que optó por no firmar varias de las declaraciones del cónclave.
Estos ataques también hacen parte de la particular apropiación libertaria de la “batalla cultural”, que tiene más de Murray Rothbard y de Agustín Laje que del perspicaz filósofo marxista de la isla de Cerdeña. Más que disputar las mentes y los corazones para la construcción de una hegemonía política duradera, se trata de construir chivos expiatorios, movilizar las más bajas pasiones, y lanzar regularmente fuegos de artificio, que puedan encandilar a la opinión pública y distraerla de sus acuciantes dramas cotidianos.
En la soledad de la Guerra Fría
Más que “volver al mundo” los conservadores locales parecen querer volver al pasado, reeditando los esquemas mentales y los alineamientos automáticos propios de la Guerra Fría. Sólo así podemos entender la visita reciente a la Argentina de William Burns, actual director de la CIA, que puso en agenda los presuntos ciberataques rusos y los no comprobados movimientos de Hezbollah en la región; sin duda asuntos prioritarios en un país con una inflación del 276% anual e índices de pobreza infantil que según UNICEF treparán en breves al 70.8%. Lo mismo pasa con la reacción paranoide que ve comunistas y guerrilleros aún en los gobiernos más recatadamente moderados de la región.
El desquicio entre los marcos mentales y la realidad geopolítica queda de relieve en todo lo concerniente a China. Mientras el Ministro de Economía pedía al principal comprador de los productos agropecuarios argentinos la extensión del SWAP (un intercambio de monedas que había comenzado con el gobierno de Fernández), el presidente daba un ruidoso portazo al ingreso a los BRICS, el bloque comercial al que más de 20 países del Sur Global han solicitado ya su ingreso formal. Además, diputados de La Libertad Avanza y hasta la propia Canciller Diana Mondino se reunían con representantes de Taiwán, considerada por China parte inalienable de su territorio y como asunto prioritario de su política exterior, lo que de hecho derivó en la congelación del SWAP en represalia. Otro capítulo antológico de la política exterior de Mondino fue su reciente gira asiática. La Canciller celebró acuerdos con el gobierno comunista de Vietnam y con la monarquía malaya de Yang di-Pertuan Agong, pero cerró su gira en Japón cuestionando el comercio "con democracias no liberales".
Algo parecido pasa con los imposibles equilibrios entre la administración demócrata de Joe Biden (el poder efectivo, al menos hasta las elecciones estadounidenses del mes de noviembre) y la admiración confesa de Milei por el republicano Donald Trump, a quien saludó con el fervor juvenil de un groupie en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) celebrada en febrero. Incluso la sobreactuación del apoyo a Israel, derivado de la confusión habida entre el credo personal de un presidente en pleno proceso de conversión al judaísmo ortodoxo y los intereses de 45 millones de argentinos, han dejado al país en una soledad extrema. Como consecuencia, el libertario comenzó a cultivar un lenguaje entre críptico y mesiánico, justificando sus políticas con citas y referencias del antiguo testamento, imitando el estilo teocrático de Benjamín Netanyahu. Capítulo aparte merece la turbulenta relación con el Papa Francisco (distensionada tras un viaje a Roma) a quien Milei supo llamar “el representante del maligno en la tierra”.
Por otro lado, Argentina integró hasta hace poco la escueta lista de los países que propusieron trasladar su embajada a Jerusalén, junto a Papúa Nueva Guinea, Guatemala y los propios Estados Unidos. Pero aún respecto de este reducido nicho de países Milei quedó fuera de escuadra. Mientras Trump instó hace pocos días a Israel a terminar su ofensiva en Gaza, y cuando la administración Biden se abstuvo por primera vez de bloquear las resoluciones del Consejo de Seguridad que exigen un inmediato cese al fuego, Milei se diferenció de los dos contendientes a la Casa Blanca y aseguró que “Israel no está cometiendo un sólo exceso en Gaza”, considerando que se trata de “respuestas ejemplificadoras” realizadas “dentro de las reglas del juego”.
Pero el aspecto económico es tan relevante como el juego de tronos geopolítico. Mientras en otra época los neoliberales vernáculos parecían poder garantizar —al costo que fuera— la inversión extranjera directa, el financiamiento de organismos crediticios internacionales o la firma de tratados de libre comercio, hoy parecen satisfechos con integrarse de manera pasiva a los esquemas de militarización de la OTAN y el Comando Sur, y en cosechar respaldos más afectivos que efectivos en los foros conservadores internacionales. Por eso la “segunda oleada neoliberal” no intentó reeditar espacios como el anodino PROSUR, que en el año 2019 buscó reemplazar a la UNASUR, ni tampoco el extinto Grupo de Lima. Sin dudas, la retracción nacionalista que inició el gobierno de Donald Trump, así como la multiplicación de los problemas occidentales en Ucrania, Palestina, Taiwán o el Sahel, explican en parte la ingrata retribución que reciben hoy por hoy los más fieles aliados regionales de la gran potencia al norte del Río Bravo.
De momento, el férreo alineamiento de Milei con los Estados Unidos y con Israel no le ha prodigado ni las mieles de la “lluvia de inversiones”, ni el esperado apoyo financiero a su propuesta de dolarización, y ni siquiera el favor inmediato del Fondo Monetario Internacional, que sigue retaceando y condicionando el envío de fondos a la generación de un consenso conservador que dé cierta sustentabilidad a la política de shock económico. Para la realpolitik, un subalterno ideológico es siempre el más barato de los aliados.