Milei, el subordinado de Estados Unidos
Durante su ascenso de tertuliano a candidato, así como durante su campaña por la presidencia y después de la misma, Javier Milei siempre ha aprovechado toda instancia posible para reiterar su innegociable adscripción a los valores “occidentales” y al proyecto global del “mundo libre” ─es decir, del bloque de Estados Unidos y sus aliados—. En la práctica, y a un mes de cumplirse el primer semestre de la experiencia anarcocapitalista en Argentina, Milei ha impulsado una agenda económica y en materia de política exterior que, en efecto, se corresponde con los intereses a grosso modo de Washington.
No por casualidad, los lazos personales entre el presidente y figuras destacadas tanto del capitalismo norteamericano (véase Elon Musk) como de la élite política estadounidense (véase Donald Trump) se han robustecido desde su llegada a la Casa Rosada. Sin embargo, la doctrina de sumisión a Estados Unidos ni es una novedad ni un capricho personal del líder de La Libertad Avanza; por contra, es un deseo históricamente fundado de Washington en relación a Argentina que, además, fue puesto en práctica durante la década de los noventa de la mano de Carlos Menem.
Apuntes históricos
El imperialismo, cualquiera que sea su contexto y sus protagonistas, siempre se apoya en ciertas élites locales en las regiones dominadas para asegurar la posición privilegiada tanto de los capitales como de los estados dominantes. Los vínculos entre Estados Unidos y América Latina desde el siglo XIX dan buena fe de ello ─Centroamérica fue, de hecho, el primer objetivo del imperialismo estadounidense—. En Argentina, las diversas expresiones de la izquierda nacional, así como el movimiento peronista, se han dotado durante décadas de explicaciones y estrategias antiimperialistas para confrontar los mecanismos de dominación que Washington (y otros) han tratado siempre de imponer sobre el país, fundamentadas a menudo ─sobre todo en el caso de los gobiernos peronistas─ en estrategias de integración regional, retención del capital con reinversión interna y regulación (cuando no senda limitación) del peso de los conglomerados estadounidenses y europeos en el país.
Sin embargo, el gobierno peronista de Carlos Menem (1989-1999) rompió frontalmente con la tradición antiimperialista del movimiento e impulsó una política exterior y económica fundada sobre la base de las “relaciones carnales” entre Buenos Aires y Washington. Durante sus diez años de mandato, la adhesión de Argentina a la estrategia de un Estados Unidos que vivía los años de su sueño unipolar tras el desmembramiento del bloque soviético fue total. De hecho, Menem rompió la neutralidad que había definido la diplomacia argentina durante décadas y metió de lleno al país en la avanzada imperialista en Oriente Medio, participando en la Guerra del Golfo; esta decisión precedió a los atentados en suelo argentino contra la AMIA y contra la embajada de Israel en Buenos Aires. En el plano económico, además del estrechamiento del desigual vínculo centro-periferia entre Estados Unidos y Argentina, Menem impulsó un proceso de privatizaciones que benefició en forma destacada al capitalismo norteamericano: solo España le superó en términos de rapiña del patrimonio productivo argentino.
Las presidencias de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fdez. de Kirchner (2007-2015) modificaron no solo el patrón productivo o las relaciones laborales en el país, sino la mirada argentina sobre el mundo y sobre su propia posición en él. Del esquema privatizador se pasó a uno de impulso del capitalismo nacional y, por consiguiente, a un horizonte de “desperiferización” de la economía argentina. Además, Buenos Aires fue un actor clave en iniciativas de integración regional latinoamericana como UNASUR o el ALBA, además de haber sido decisivo en el “NO” al ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas). Globalmente, Argentina apostó por un enfoque multipolar que redefinía al país en el sistema-mundo y le alejaba de la etiqueta de satélite de Washington.
Milei, un giro de 180 grados
En lo que refiere al vínculo con Estados Unidos, la presidencia de Javier Milei ha supuesto prácticamente un volantazo de 180 grados. El multipolarismo, elemento clave para pensar la diplomacia latinoamericana en el marco del reforzamiento militar del bloque de Estados Unidos y de sus aliados y de la consolidación de la República Popular de China como proyecto contrahegemónico a escala global, ha dejado de guiar la política exterior nacional. Para el presidente Milei, por ejemplo, la cuestión de Israel juega un papel cuasi existencial ─sobre todo a título personal: Milei busca erigirse en referente del sionismo en el continente americano. Argentina se está involucrando en favor de Israel como ningún otro estado latinoamericano en un contexto particularmente complicado, posando sobre Argentina un peligroso foco de hipotéticas respuestas en caso de que algún sector antisionista internacional armado decida llevar a suelo latinoamericano las presiones por el fin de la agresión sionista.
Pero, además, la Argentina de Milei está llamada a jugar un papel importante en una de las prioridades de Washington en América Latina: limitar ─y, en el mejor de los casos, anular─ la influencia de China en la región. La mirada que Milei mostró durante la campaña en relación a Pekín es de un profundo beneficio para Estados Unidos, independientemente de quien gobierne en Washington a partir de enero del 2025. En este sentido, el primer éxito norteamericano tuvo lugar menos de un mes después de la llegada de Milei a la presidencia: Argentina dio marcha atrás y no accedió a BRICS+ el 1 de enero de 2024, a diferencia del resto de estados que habían obtenido el visto bueno en la cumbre del 2023 (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Egipto y Etiopía).
El ejecutivo argentino profesa un rechazo dogmático a uno de los elementos definitorios del antiimperialismo latinoamericano: la integración regional y el “latinoamericanismo”. Las alianzas ideológicas de Milei no son regionales sino mundiales ─forma parte de la “internacional” de las nuevas derechas radicales. Su “lucha” prioritaria es contra el socialismo que pone a Occidente “en peligro” ─un “socialismo” entendido de una forma laxa y carente de un sentido claro. En consecuencia, su perspectiva respecto al resto de actores latinoamericanos y respecto a la idea misma de integración regional es inexistente.
En defensa de sus intereses
Desde su lógica, la integración regional ha de combatirse, en tanto herramienta favorable a la coordinación y regulación de las economías productivas latinoamericanas y en tanto doctrina de reforzamiento regional frente a las grandes potencias capitalistas que buscan el control político y económico de América Latina. Es por esto que la hipótesis de una gestión conjunta del litio o la soja no está encima de la mesa, torpedeando cualquier posición de relativa fuerza que los estados productores podrían tener en relación a los capitales internacionales y profundizando las dinámicas centro-periferia de intercambio desigual. El Mercosur, también a partir de esta mirada, es también una institución indeseable que perjudica la libre competencia, y por ello Milei desearía acabar con ella.
Evidentemente, la bilateralización de las relaciones exteriores argentinas y la vinculación dogmática de su gobierno con Estados Unidos ─en mayor medida si Trump gana las elecciones─ favorece la penetracion del capitalismo norteamericano en el país. La rifa de los activos estatales que pretende habilitar la Ley Bases es una gran noticia para el capital concentrado estadounidense, cuyos intereses se ven representados por el gobierno de Milei. El ejecutivo argentino no podrá romper frontalmente con las empresas chinas presentes en el país ─de hecho, esta sería una victoria de máximos de Estados Unidos─, tal como sucedió durante el gobierno de Bolsonaro en Brasil, aunque sin duda existen mecanismos para que los capitales estadounidenses se vean privilegiados.
En relación al FMI, uno de los grandes mecanismos financieros a través de los cuales Estados Unidos logra penetrar en las estructuras políticas de los estados periféricos, la postura de Milei es de acatamiento pleno, a punto tal que el acelerado plan de decrecimiento que el presidente tiene para el país supera incluso las estimaciones más optimistas que el organismo pudiera haber tenido en algún momento. La deuda, histórica herramienta de sometimiento contra las economías del Sur Global, no encuentra ningún tipo de respuesta proveniente del presidente argentino.
Así, Javier Milei es una pieza clave del ajedrez estadounidense en América Latina. Los gobiernos políticamente aliados y económicamente dependientes son el hilo de influencia de Washington en el continente. A través de ellos, los grandes capitales norteamericanos aseguran posiciones de dominio decisivas para sus cadenas de producción; en simultáneo, para la Casa Blanca estos gobiernos posibilitan una toma de posiciones que desesperadamente pretende lograr frente a una China que ha asegurado su presencia a largo plazo gracias a su política comercial. Argentina es hoy un peón, como antaño lo fueron otros como Colombia, en un punto crucial: a las puertas de la Antártida, con una agenda de disciplinamiento político y en posesión de litio, soja, petróleo y otros recursos decisivos.