Presupuestos de hadas #ElCierre
Cuando éramos niños nos decían que escribiéramos una lista de deseos, ¿recuerdan? O al menos, a mí me lo decían cuando era niña. Lo que nos gustaría que nos trajera Papá Noel (en mi país no celebramos Reyes… Somos republicanos hasta para eso) o lo que nos gustaría por nuestro cumpleaños. Una lista que sabíamos que no se cumpliría del todo, por cierto. De hecho, para ir anticipando la decepción pero frustrarnos menos, recuerdo que mi hermano y yo escribíamos solo dos cositas y éramos muy concretos para tener todas con nosotros. Concreción y audacia, digamos.
Hoy he recordado mucho lo de la lista de deseos. Pero no por la inocencia y ternura que me recuerda esa época, sino porque muchas veces una se lleva las mejores lecciones para su vida en la infancia. Vamos a ser honestas, yo sabía muy bien que, si en mi lista de deseos le pedía a mamá un pony, lo más probable es que no lo recibiera o que, astuta ella, me regalara uno de peluche. Por eso la importancia de ser concreta, específica, directa, ambiciosa y aún así, por cierto, cuando las cosas no iban bien, aprendí que había cosas que no podía pedir porque sabía de la empatía con las condiciones materiales en casa.
Esta mañana, sin embargo, la Laura niña ha revivido un poco al pensar en el presidente del Gobierno. El presidente Pedro Sánchez, que lleva anunciando desde hace meses un plan de regeneración democrática, ha hecho, como no podía ser de otro modo, esa lista de deseos y la ha hecho a muchas manos, porque también ha participado Sumar. Es bueno, siempre aprendí de niña que lo mejor era que mi hermano y yo escribiéramos juntos la lista porque así nos garantizábamos mejor capacidad negociadora con mamá. Pero, he de confesar, que la Laura niña le diría: “señor Sánchez, le está faltando a usted ambición y destreza para armar esa lista”. Le está faltando concreción, porque si a mi madre le sugería evaluar el marco por el cual me podría comprar una caja de lápices, no hubiera conseguido nada. Pero, a veces, la ambigüedad es una decisión deliberada. Así que hoy, recuperando a mi niña interior, he querido pensar en esa lista de deseos que haría si pudiera pedir a Papa Noel, uno que viviera en la Moncloa, que trajera si de verdad queremos regenerar democráticamente este país.
En este plan de regeneración democrática me gustaría ver que el acuerdo del CGPJ quede sin efecto. Porque no se puede plantear ninguna regeneración democrática si quienes velan por el cumplimientos de las leyes de esa democracia no son defensores del estado de derecho, sino que defienden propuestas reaccionarias en muchos casos e interfieren con las decisiones democráticas que emanan del Congreso de los Diputados. En un plan de regeneración democrática me gustaría ver que se habla menos de “máquina del fango” en abstracto y se decide concretar el asunto. Por ejemplo, sancionar a Antonio García Ferreras, Eduardo Inda, Ana Rosa Quintana, Vicente Vallés o Ana Terradillos. ¿Es posible la democracia política sin democracia mediática? Pues ese es un punto central, pero como aprendí de niña, hay que ser concreto y ambicioso, pues muy bien: ¿por qué no estamos hablando ya de una Ley de Medios? Una ley que garantice pluralidad, independencia, transparencia y verdad. Uy, a lo mejor no le gusta al Papá Noel de Moncloa, pero sería urgente. En un verdadero plan de regeneración democrática se incluye la regularización del más de medio millón de personas migrantes en situación irregular por culpa de España y su ley de extranjería, porque no hay democracia que viva si discrimina de forma racista a sus gentes. En un verdadero plan de regeneración democrática, el señor Marlaska no puede seguir ocupando la cartera de Interior por sus devoluciones en caliente, por Melilla, por aplaudir el Pacto de Migración y Asilo, por aplaudir la acción de Marruecos en las fronteras. En un verdadero plan de regeneración democrática se pondría fin a la “Ley Mordaza” y no sólo modificaríamos algunas cosas cómodas, se otorgaría el indulto inmediato a las 6 de la Suiza y a los 6 de Zaragoza, se pondría fin a la acción del Estado contra los activistas de Futuro Vegetal y la de la justicia contra los sindicalistas del SAT, por ejemplo. Eso sería regenerar democráticamente el país y no sólo regenerarlo por encima. En un verdadero plan de regeneración democrática hablaríamos de la Corona sin duda, para acabar con las injurias a Casa Real porque convenientemente hemos visto que hoy se titula que se acaba con ello, pero en el documento no se incluye la palabra “Corona”. Nuevamente, la ambigüedad es una decisión política que mi madre hubiera sancionado con cero regalos. Y me quedan muchas cosas en el tintero.
El presidente Pedro Sánchez planteó una crisis de gobierno y es de esa crisis que surge este plan. Pero me temo que no debería llamarse “de regeneración democrática”, pues viendo lo que veo, queda antes bien claro que es un plan con el objetivo de presentarse a la ofensiva antes que de lograr regenerar de verdad. Porque no puede regenerar la democracia quien desde el poder asume los mandatos de quienes mandan sin presentarse a elecciones. Un plan de regeneración democrática deberíamos escribirlo nosotros y nosotras porque ya sabemos que el PSOE, cuando tiene que elegir entre especuladores e inquilinos, elige a los primeros; cuando tiene que elegir entre banqueros o desahuciados, elige a los primeros; cuando tiene que elegir entre Netanyahu o palestinos, elige a Netanyahu; o que cuando tiene que elegir entre una izquierda real e impugnadora y el PP, elige el PP. Mamá me enseñó a no tomarle el pelo, tal vez de aquella niña me queda que cuando lo intentan hacer me ofenda. El plan de Sánchez no es otra cosa que una declaración de mínimas intenciones, ambiguo y tibio que, en plena arremetida de la ultraderecha, nos demuestra hasta qué punto él es la descripción exacta de mal menor. Por suerte, los niños no aceptamos males menores, sino que lo queremos todo. Qué bueno que algunas seguimos teniendo niñas interiores muy vivas.
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