‘Barbie’: el spot más largo de la historia
Empecemos por las cifras, que es por lo único que va a hacer historia este artefacto dirigido y escrito (junto a su marido Noah Baumbach) por Greta Gerwig. Con un presupuesto de 100 millones de dólares, su recaudación en Estados Unidos y Canadá fue de 637 millones, 162 solo en su semana de estreno. Su bestial recaudación en todo el mundo, el mayor estreno en la historia para una directora, fue de 1.445 millones de dólares. Y esto solo en salas de cine.
Fue deprimente leer las críticas, la mayoría buenas. Para Pepa Blanes (SER) Barbie era “una comedia perfecta” y Laura Pérez (Fotogramas) llegó a escribir: “Hay que estar muy empoderada (sic) para convencer a los señores de Mattel (que al fin y al cabo pagan la fiesta)”. Menos mal que Marta Medina (El Confidencial) dio en el clavo: “Una película tan prefabricada y sin alma como la propia muñeca. (…) El feminismo de Barbie es burdo y superficial y, en algunos momentos, hasta sonrojante”.
El gran triunfo financiero de Barbie, financiada por Warner y la empresa juguetera Mattel, es un nuevo triunfo del capitalismo. Inesperado, eso sí, no esperaban tantísima pasta. Y todo gracias a una conjunción de astros: un mensaje feminista blanco, progre y convenientemente cocinado para no ofender a nadie más que a cuatro republicanos ultras, una directora de cine indie y una agresiva campaña de marketing que incluyó una avalancha de productos Barbie en Zara o Primark, helados y patines Barbie y hasta una Xbox Barbie. El puro delirio rosa.
Warner no fue transparente en sus cuentas (no lo suele ser) y no comunicó los costes de su millonaria campaña de marketing, pero Variety publicó que los estudios rivales cifraron el presupuesto en 150 millones de dólares. Conviene recordar que las campañas de los filmes que aspiran a ser blockbusters rondan la mitad de lo que ha costado la película. Warner y Mattel dieron en el clavo con Barbie. Los altos ejecutivos de las dos compañías descubrieron, excitados, que en el planeta había muchas personas lo suficientemente ociosas como para vestirse de rosa, llenar los cines y convertir a Barbie en un fenómeno cultural y una “película evento”, como dicen los expertos en marketing.
Barbie (que ya se puede ver por suscripción en HBO Max y Movistar Plus+ y en alquiler en Apple TV, Prime Video y Filmin) habla de una bella muñeca que lleva una vida ideal en Barbieland, lugar en el que todo es perfecto. Pero un día Barbie empieza a comportarse de forma extrañamente sombría y hasta se pregunta por la muerte. Y deja de encajar en Barbieland y por eso viaja hasta el mundo real, lugar en el que se complicará todo más de lo que esperaba y en el que Ken, el estúpido chico florero, logrará un sorprendente protagonismo. Con esta indigente trama, Greta Gerwig no rodó una película, sino un largo anuncio publicitario. En Barbie el cine ni está ni se le espera.
El capitalismo es como el extraterrestre de La cosa, que se va a adaptando y transformando en el ser vivo que le conviene. Si la lucha contra el machismo es tendencia mundial, Mattel se apunta, igual que se puede apuntar a la lucha contra el racismo o la LGTBIfobia. Pero no por convicción, sino por supervivencia, como el bicho de La cosa. Y lo hace siempre sin ofender, de forma amable, blanca. ¿Que su producto/protagonista es un estereotipo de belleza blanca y de cuerpo “perfecto”? Pues a su lado colocan a America Ferrera como secundaria latina, amplían el público y le endosan un discurso agresivo sobre lo que se les exige a las mujeres. A las mujeres de clase media o alta, claro. “Tienes que liderar, pero no puedes aplastar las ideas de otras personas”, llega a decir Ferrera en su monólogo. En Barbie, por supuesto, no van a encontrar mensajes sobre discriminación de clase o racial porque Mattel no lo aceptaría.
Barbie, además, muestra un retrato de lo masculino tremendamente agresivo. Si bien usa la excusa de hacerlo desde un punto de vista paródico, la representación de los hombres en la película es belicosa y gruesa. Los hombres en Barbie son idiotas integrales que no saben dirigir empresas, que creen que seducen cantando y tocando la guitarra y dan mucho la turra con El padrino (ignoro el trauma de Gerwig con la obra maestra de Coppola, quizás le parezca demasiado masculina).
En el fondo, y no hay que rascar demasiado en su envoltorio rosa, Barbie, más que sobre feminismo o machismo, habla de algo que siempre obsesiona a los yanquis: el individualismo. Ser alguien, llegar a lo más alto, triunfar, ganar, se aceptado. A Greta Gerwig y a Noah Baumbach les interesan las mujeres de clase media-alta que son escritoras, abogadas, doctoras. Las otras no tanto. Y a parte del machismo, no parece interesarles otra forma de opresión que afecte a las mujeres.
Y lo peor de todo: Barbie es una mala película. No es un buen musical porque sus números son muy mediocres. Tampoco es una buena comedia (el gag inicial a cuenta del 2001 de Kubrick parece sacado del peor Mel Brooks y los chistes de empresa, de la propia Warner y Mattel, producen verdadero bochorno, igual que sus diálogos, dignos de un mal sketch del actual Saturday Night Live). Todas sus gracietas son autoconscientes y resabidas, todos los conflictos son irreales y no representan absolutamente a nadie. Y detrás de sus trajes rosas y sus caros y luminosos decorados, Barbie es oscura, emocionalmente agresiva, verbalmente violenta. Produce cierta sensación de desquicie, de algo escrito y rodado por alguien algo zumbado.
Es una mala noticia que Barbie haya sido un gran éxito, como lo ha sido la nueva de Mario Bros, Guardianes de la Galaxia, Fast and Furious, Spider-Man, Misión imposible o Transfomers. El panorama es deprimente, igual que el futuro: Mattel prepara una decena de absurdas películas basadas en sus juguetes y juegos de mesa y también amenazan, con muchas más películas, marcas como Lego, Nike o Cheetos.
Nos queda la esperanza de que, lejos de maniobras mercantiles y de feminismo de agencia publicitaria, otras cineastas sigan haciendo buen cine (Gerwig se ha acomodado definitivamente en el sistema y rodará un reboot de las Crónicas de Narnia para Netflix). Quizás una de esas cineastas ruede un documental que denuncie, como lo hizo la ONG China Labor Watch, que para hacer sus muñecas Mattel usa a proveedores que explotan a sus empleados chinos, a los que no pagan las horas extras ni las cotizaciones sociales obligatorias, los hacinan en habitaciones atestadas y los hacen trabajar hasta 13 horas por día por salarios de mierda.