Miedo a que estalle la burbuja del entretenimiento
David Chase, creador de Los Soprano, dijo recientemente que hoy todo es streaming y que las cadenas en abierto están acabadas. Muchos en la industria consideran que todo se está desmoronando en la televisión. ¿Hace cuánto que quedamos arrebatados ante una serie magistral, una de esas joyas de la era dorada de la televisión que se estrenaron en la primera década de los 2000? Si uno repasa las propuestas de las diferentes plataformas intuye que no volveremos a ver algo como Los Soprano o Mad Men.
Muchos hablan ya del pinchazo de la “burbuja del entretenimiento”. En la industria hay pánico por culpa de un desenfreno financiero. Las plataformas han estado gastando sin control y ahora llegan las angustias. Por eso el año pasado las grandes compañías de entretenimiento se enfrentaron a importantes ajustes tras perder 5.000 millones de euros.Tras producir Los anillos de poder, la serie más cara de todos los tiempos, Amazon Studios ha despedido a buena parte de su plantilla y no descarta más despidos. Y en Disney tres cuartos de los mismo: su servicio de streaming tiene pérdidas por valor de 1.600 millones de dólares, algo escandaloso para sus accionistas, que pidieron la cabeza de Bob Chapek para que regresase, como CEO, Bob Iger, que supervisó el lanzamiento de Disney+ y la adquisición de Marvel, Lucasfilm, Fox y Pixar, sumida en una brutal crisis y que despedirá al 20% de sus trabajadores. Iger, que cuenta con un patrimonio neto estimado en 700 millones de dólares, aceptó ocupar el cargo dos años y mientras Disney busca a su sucesor.
En HBO el panorama no es muy diferente. Hay incertidumbre y miedo ante el futuro de la fusión de Warner (propietaria de HBO) con Discovery. Warner incluso estudia fusionarse con Paramount, empresa que también acumula enormes deudas. Cuando se filtró la noticia de la posible fusión, las acciones de Warner Bros. Discovery se desplomaron, cayendo un 5,7%. Las de Paramount Global cayeron más de un 2%. Además, los despidos en HBO han llegado hasta un 40% de su plantilla en Latinoamérica, han cortado el grifo a sus producciones europeas y busca menos series elitistas y más comerciales, tipo Netflix.
Esta última compañía, que tiene 250 millones de suscriptores en todo el mundo, ha superado todas expectativas de Wall Street. Pero Netflix gasta demasiado (17.000 millones anuales en sus contenidos propios) y también estudia aumentar su facturación recortando costes en las producciones locales (en Tres Cantos, Madrid, cuentan con platós en los que se han rodado series pésimas como Sky Rojo o Élite). Además, Netflix ha acabado apostando por algo que dijo que jamás haría: meter publicidad.
De repente, las grandes plataformas vieron que necesitaban subir el precio de su suscripción y a su vez ofrecer suscripciones con publicidad para no sufrir una sangría de abonados. Y ocurrió lo que nadie esperaba: el original, creativo y revolucionario streaming se estaba pareciendo demasiado al viejo mundo de la televisión. Ha sido tal el cambio de timón y la bajada de la calidad, que las plataformas han apostado por los realities. Ejemplos: Amazon Prime por Operación Triunfo, HBO por Traitors España, Disney por un realitie con Isabel Preysler y Netflix por otro con los ex colaboradores del ponzoñoso programa Sálvame. Lo nuevo se volvió deprimentemente viejo y zafio.
En España, eso sí, tenemos la suerte de gozar de una gran excepción: Filmin. Creada en 2008 con el apoyo de las principales distribuidoras de cine independiente, Filmin es un referente mundial, cuenta con un catálogo impecable y los cinéfilos le debemos muchas horas de placer. Aunque quizás podemos reprocharle, por ponerle una peguita, que esté descuidando los clásicos por un cine indie y festivalero no muy atrayente.
¿Y la tele convencional? Pues vieja. Más bien anciana. La televisión de toda la vida sufre una tremenda sangría de espectadores y los que tiene envejecen de forma alarmante o directamente se mueren. Acartonada, repetitiva, arcaica y sin imaginación, la televisión generalista sigue con los mismo programas y series (muchas de ellas puros culebrones como La promesa o Amar es para siempre) y las mismas caras (Quintana, Ferreras, Mejide, Motos, Sobera, Wyoming, Milá, Hurtado…).
Su financiación sigue dependiendo del pastel publicitario, del que se beneficia el intocable duopolio: Atresmedia y Mediaset (un 85% del total de la inversión). Pero su modelo no funciona como hace 10 años. Tras más de 23 años dirigiendo Mediaset (Cuatro y Telecinco), la compañía del magnate ultraderechista Silvio Berlusconi, Paolo Vasile fue sustituido por Borja Prado. Pero los herederos de Berlusconi, descontentos con Pardo, que intentó imponer en sus programas una línea editorial próxima al Partido Popular, lo sustituyeron a su vez por Alessandro Salem. También mandan italianos en Atresmedia (Antena3, La Sexta y el diario ultraderechista La Razón) al ser propiedad de los gruposPlaneta y el italiano De Agostini. También en Atresmedia ven cómo su audiencia envejece de forma alarmante.
La realidad para las teles generalistas es más que preocupante: la edad media de sus espectadores ha pasado de 48 a 58 años en solo una década. España es uno de los países europeos que ha envejecido a mayor velocidad. Telecinco partía de una edad media de 53 años en 2012 y hoy está en los 60 años. El informativo de Vicente Vallés tiene una audiencia media de 61 años y la de El hormiguero es de 56.
En definitiva: vivimos una saturación de contenidos, lo que supone la devaluación de esos contenidos. Una película, o una serie, ya no se respeta y cuida como antes. No perdura, no cuaja en los espectadores, empachados de propuestas. Y, mientras tanto, el más veterano modelo televisivo se vuelve decrépito y el modelo que parecía nuevo y osado se vuelve viejo y reaccionario. Un panorama desolador.