Cómo el régimen vendió el destape como una liberación cuando fue todo lo contrario

Otro de los grandes tocomochos de la transición fue vendernos el cine del destape, pura cosificación de la mujer, como una conquista de las libertades

El llamado destape español es una reproducción tardía de la explosión erótica que vivieron otros países en los años sesenta tras una década, la de los cincuenta, marcada por el baby boom y el conservadurismo en el cine. Ya saben, los años de relamidos musicales, películas de romanos, melodramas y las películas de Doris Day y Rock Hudson. A España también se llegó tarde la “liberación” sexual, concretamente cuando murió Franco. Antes de tan gozoso acontecimiento, muchos tuvieron que cruzar la frontera para ir a Perpiñán, Francia, donde se proyectaban El último tango en París o Emmanuelle y se vendían revistas eróticas prohibidas en España.

Al que se le ocurrió el término destape fue al periodista Àngel Casas, famoso entrevistador cuyo programa Un día es un día (1990) acababa con un gratuito y grimoso striptease. Ese era en nivel. Casas incluso llegó a emitir un especial de nochevieja con un montaje de los stripteases que se habían emitido en su espacio, un éxito que fue respondido por Mediaset con su basura sexista habitual: ¡Ay, qué calor! 

Es bueno recordar también que la cadena de Berlusconi, famoso por el caso “bunga bunga”, en el que se le imputó haber incitado a la prostitución de menores en sus famosas orgías, también era conocida por las Mama Chicho, mujeres ligeras de ropa que aparecían en el programa de “humor” Tutti Frutti, y por Goles son amores, espacio futbolero en el que Manolo Escobar, protagonista de Juicio de faldas o La mujer es un buen negocio, daba los resultados de partidos rodeado de mujeres florero.

Las que se destapaban eran ellas, no ellos, que además no eran hombres especialmente agraciados

El cine del destape apareció mientras fue mitigándose la brutal censura que trajo la dictadura fascista. Tras la supuesta abolición de esta, en 1977, la apertura a contenidos sexuales fue evidente, pero todavía se secuestraban películas. El proceso de Burgos, de Imano Uribe, fue requisada por la Dirección General de Cinematografía por tratar el tema de ETA y un juzgado militar ordenó secuestrar El crimen de Cuenca y procesó a Pilar Miró, su directora, por injuriar a la Guardia Civil. El filme contaba una historia real: en 1910, en un pueblito desapareció un pastor y dos hombres fueron acusados de su asesinato, torturados salvajemente por la Guardia Civil y condenados a 18 años de cárcel por un crimen inexistente (años después el pastor reapareció ante el pasmo de los vecinos).  

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El auge del cine del destape llegó solo tres años antes del rodaje de El crimen de Cuenca. En 1976 nada menos que la mitad de las películas producidas en España pertenecían a este cine cutre, barato, ínfimo y destapado. Pero las que se destapaban eran ellas, claro, no ellos, que además no eran hombres especialmente agraciados físicamente. Estamos hablando de Antonio Ozores, Alfredo Landa, José Sacristán, José Luis López Vázquez, Andrés Pajares y Fernando Esteso, que ha llegado a afirmar que “el destape no era machista porque a la mujer no se la vejaba, hoy por la calle ves a chicas vestidas de una manera que te violenta un poco”. Todos interpretaban a los mismos tipos salidos que interpretaban Alvaro Vitali, Adriano Celentano o Nino Manfredi en el destape italiano, también muy machista y de ínfima calidad.

Las estrellas femeninas de aquel destape español fueron María José Cantudo, Victoria Vera, Amparo Muñoz, Silvia Tortosa, Susana Estrada, Bibiana Fernández o Ágata Lys. Y algunas de ellas acabaron muy mal, como Nadiuska, machacada por Damián Rabal, su amante y mánager (y hermano de Paco Rabal), que desde que la actriz pretendió presentar en sociedad al fotógrafo Fernando Ayllón como su pareja hizo todo lo posible para que no la contratasen en ningún sitio. Rabal la empujó a la ruina y al desahucio y acabó arrasada y diagnosticada de esquizofrenia.

Nadiuska, que apareció en la portada de Interviú (en el número 7, en una portada de pésimo gusto en la que bebía una blanca leche que se le derramaba por su largo cuello) se convirtió, en un país que parecía pasar por algo parecido a una pubertad, en la mujer objeto por excelencia. Lo fue para miles de espectadores, pero también para empresarios, políticos o aristócratas del régimen como el marqués de Cubas o Juan Carlos I, que la remplazó por Bárbara Rey, actriz en París bien vale una moza, Zorrita Martínez o Virilidad a la española.

La relación de la rubia actriz con el monarca delincuente fue otro ejemplo de simbiosis cultural y sexual entre el destape y un régimen, bautizado en los medios como “postfranquista”, que iba de aperturista y moderno, pero seguía mostrando una ranciedad y un atraso alarmantes. Por eso, y con urgencia, los satélites mediáticos se encargaron de propagar una imagen de apertura sexual y de nuevas libertades que obviaba aquel repugnante machismo que se veía en el cine y la televisión.

Otro famoso ejemplo de juguete roto del destape y de actriz explotada fue Amparo Muñoz, protagonista de Sensualidad o Mírame con ojos porno gráficos y que renunció, con solo 20 años, a ser Miss Universo, un infecto tinglado que rozaba con la trata de blancas. Muñoz también fue famosa por su matrimonio con el cantante y actor Patxi Andión, muy de izquierdas en público pero que, en privado, en el hogar, era un machista tremendamente tóxico. Así lo contó Amparo Muñoz en sus memorias: “Patxi siempre me decía que yo no era una buena actriz y que lo único que buscaban los directores de mí era mi físico, que saliera en pelotas”. También la llamó analfabeta en público.

Muñoz acabó enganchada a la cocaína y a la heroína y detenida por posesión de drogas en el Raval de Barcelona y en 1990 Rosa Villacastín llegó a publicar la noticia falsa de que tenía sida. Finalmente murió de un tumor cerebral con solo 56 años.

En los setenta no hubo liberación alguna y perduraron los viejos modelos patriarcales

La engañifa de la “ejemplar transición” afectó al cine, a la televisión y a la mujer. Mientras cientos de miles de españoles babeaban con el desnudo de Marisol, la niña prodigio del franquismo, en Interviú, la mayoría de las mujeres seguían viviendo cómo se perpetuaban los hábitos machistas. Hasta concursos aparentemente blancos como el exitosísimo Un, dos, tres... responda otra vez trataban a las mujeres como a objetos. No solo en el caso de las bellas azafatas (nuca hubo azafatos), también con personajes como La Bombi, de generosa delantera, pero poquito cerebro.

El destape acabó en los ochenta con la llegada de las salas X y sus actrices tuvieron que elegir entre el paro, el porno o la prostitución de lujo a la que recurrían los mencionados empresarios, políticos y aristócratas del régimen. Y el balance final es deprimente: las actrices pasaron de interpretar a amas de casa (la “maruja”), empleadas del hogar (la “del servicio”), casaderas (la “solterona”) o amantes (la “querida”) en el franquismo a algo peor en el destape: un mero objeto sexual para el macho ibérico.

En los setenta no hubo liberación alguna y perduraron los viejos modelos patriarcales. Desnudarse ante Ozores, Sacristán o López Vázquez no tuvo nada que ver con una nueva libertad y lo que se produjo en realidad fue una cantidad infame de cine machista y sexista a cien pesetas la entrada.