Concentrado de genio

Un oscuro personaje llamado Dean Benedetti y sus singulares grabaciones del gran Charlie Parker

Corría el año 1980 cuando el productor discográfico Michael Cuscuna recibió la llamada de un italiano que se identificó como Rigoletto Benedetti. Dado el nombre del sujeto y la profesión de Cuscuna, era previsible que la conversación versase sobre música, pero en este caso no hablaron de ópera. “Hola, soy el hermano de Dean, y tengo las grabaciones”, fue más o menos el mensaje de Rigoletto, quien por supuesto, en Estados Unidos se hacía llamar Rick. Y envidio la sensación que debe de haber sentido Cuscuna al escuchar esas palabras, una repentina e intensa salivación, una mezcla incontenible de emoción y alegría, el deseo íntimo de teletransportarse a través del cable telefónico y encontrarse ya en ese mismo instante en casa de Rick para ver, para escuchar el mítico tesoro.

Porque de la existencia de las grabaciones de Dino “Dean” Benedetti se sabía. Pero se las creía perdidas para siempre, borradas de la faz de la tierra como los poemas de Safo o el único concierto para violonchelo y orquesta compuesto por Mozart.

De hecho, la existencia de Dean, aunque muy mitificada y plagada de errores involuntarios y no tanto, había quedado plasmada en el prólogo de una de las biografías más famosas (aunque no necesariamente la más veraz) del gran saxofonista de jazz Charlie “Bird” Parker, escrita por quien fuera su productor para el sello Dial, Ross Russell. En su libro, Russell nos contaba: “Dentro del edificio de estuco de una sola planta que alberga el club nocturno, en la zona más alejada del escenario (en el baño de caballeros para ser más exactos), alguien está escuchando música a través de unos auriculares. Su nombre es Dean Benedetti, y es una especie de ingeniero de grabación aficionado. Su trabajo consiste en recoger notas musicales mediante una grabadora portátil. La música que escucha por los auriculares la recoge de los músicos por un pequeño micrófono muy sensible situado en la concha de piel de la parte exterior del escenario. Desde el micrófono, un cable finísimo, del mismo color que la decoración, recorre paredes, molduras y marcos de puertas hasta llegar al baño de caballeros. Benedetti está sentado en el retrete y tiene el grabador portátil sobre las rodillas, los auriculares en las orejas y controla la música que llega desde el escenario. El agente sindical de los músicos, que prohíbe grabar las actuaciones en directo, se ha quejado a la dirección del club y le han pedido que abandone el lugar. Después de salir ostentosamente del local, Dean ha ingresado por una entrada de servicio llevando consigo un segundo equipo de grabación. Dean es un gato viejo en estas tareas.  No puede recordar de cuántos clubs lo han echado. Le ha ocurrido en Nueva York, Boston y Chicago. Tiene la cara rígida de tanta concentración, pero, en cierto momento, se permite una ligera sonrisa de satisfacción. Va a ser una de sus mejores bobinas. ¡Bird en una de sus grandes noches! Benedetti registró la mayoría de las mejores noches de Bird desde el otoño de 1944; pero aún se pregunta por todas las noches que debió de perderse, noches que no registró nadie, en Kansas City, cuando Bird empezaba.”

Las grabaciones de Benedetti aportan más de siete horas de música a la escasa discografía del célebre saxofonista

Aunque literariamente atractivo, este relato, que se volvió mítico, no se ajusta a la verdad. Por mucho que lo hubiese deseado, Benedetti no grabó a Parker en tantos sitios, sino básicamente en tres, el club Hi-De-Ho de Los Angeles a inicios de 1947, y el Onyx y el Three Deuces de Nueva York en 1948. Aunque para hacerlo debió de obtener (o pagar) el permiso de los dueños de los clubes, en ninguna de las ocasiones lo hizo clandestinamente dentro de un lavabo, y siempre fue con el consentimiento de Parker.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Eso, por supuesto, no le resta mérito a la gesta: editadas por Cuscuna en diez vinilos y siete CDs, las grabaciones de Benedetti aportan más de siete horas de música a la escasa discografía del célebre saxofonista, quien moriría en 1955 a los 34 años como consecuencia de la combinación de sus excesos con las drogas y con el alcohol. Los paramédicos que lo recogieron, estimaron la edad del cadáver en unos 65 años.

Benedetti nació en Ogden, Utah, en 1922, un año después de que sus padres y su hermano llegasen a Estados Unidos desde Italia. Desde pequeño mostró afición por la música y a los 23 años, en 1945, formó con otros jóvenes su primera banda profesional de jazz (entre sus integrantes había músicos que luego hicieron carrera, como el trombonista Jimmy Knepper o los pianistas Joe Albany y Russ Freeman). Aunque empezó tocando el saxo tenor, Dean pronto descubrió la música de Charlie Parker y se pasó inmediatamente al saxo alto. El primer paso fue adquirir cuanta grabación hubiera disponible donde tocara Bird. Su colección de discos de 45rpm (estamos todavía en la era previa al long play), llegó a incluir todo lo que era posible conseguir en su momento. Dean estudiaba los solos de Parker nota por nota, los practicaba con su saxo, y moldeaba su propia música en torno a la de su ídolo.

Pero entonces sucedió lo inesperado. En medio de una sesión de grabación para el sello Dial de Ross Russell, el 29 de julio de 1946, Charlie Parker colapsó y se temió lo peor. Adicto a la heroína desde la adolescencia, tras mudarse a Los Angeles a Bird le resultaba difícil conseguir droga, de modo que suplía su falta con el alcohol. Justo antes de esa sesión había consumido un litro de whisky y apenas si podía sostenerse en pie. Pero el estudio estaba alquilado y Russell decidió seguir adelante para amortizarlo. De los cuatro temas grabados, dos eran tan rápidos que Parker apenas consiguió balbucear la melodía e intentar solos que fueron abortados a las pocas notas, vacío subsanado precipitadamente por el trompetista y por el pianista. Se intentaron también dos baladas. La segunda, “The Gypsy”, fue un absoluto fracaso, con Bird tocando la melodía una vez tras otra como un juguete roto, incapaz de ir más allá. Antes, sin embargo, había interpretado “Lover Man”, canción popularizada por Billlie Holiday dos años antes y que Parker ya había grabado acompañando a Sarah Vaughan. Y en “Lover Man” se produjo un milagro.

Es evidente al escucharla que Bird no se encuentra bien. Entra fuera de tiempo, le cuesta respirar. Sin embargo, su inigualable capacidad de invención, su juego con la melodía, superan a cualquier adversidad. En ese solo, el músico nos está abriendo su corazón y expresa cosas que van más allá de la razón, como si las heridas de su alma se trasladasen sin filtro directamente a la embocadura de su saxo. Incluso alguien tan exigente e intransigente como el icónico contrabajista Charles Mingus consideraba a este solo una de las cumbres del jazz.

Dean Benedetti, Charlie Parker y el baterista Max Roach en el club Three Deuces, 1948

El evento fue reflejado de forma estupenda por Julio Cortázar en su cuento “El perseguidor”, donde el nombre del personaje central, Johnny Carter, apenas disfraza a quién se está refiriendo, y donde “Lover Man” se transforma en “Amorous”: “Hacía rato que me daba cuenta de que Johnny tenía una especie de contracción en el brazo derecho, y cuando empezó a tocar te aseguro que era terrible de ver. La cara gris, sabes, y de cuando en cuando como un escalofrío; yo no veía el momento de que se fuera al suelo. Y en una de esas pega un grito, nos mira a todos uno a uno, muy despacio, y nos pregunta qué estamos esperando para empezar con Amorous. (…) Johnny abre las piernas, se planta como en un bote que cabecea, y se larga a tocar de una manera que te juro no había oído jamás. Esto durante tres minutos, hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial, y se va a un rincón dejándonos a todos en plena marcha, que acabáramos lo mejor que nos fuera posible. Pero ahora viene lo peor, y es que cuando acabamos, lo primero que dijo Johnny fue que todo había salido como el diablo, y que esa grabación no contaba para nada. Naturalmente, ni Delaunay ni nosotros le hicimos caso, porque a pesar de los defectos el solo de Johnny valía por mil de los que oyes todos los días. Una cosa distinta, que no te puedo explicar... Ya lo escucharás, te imaginas que ni Delaunay ni los técnicos piensan destruir la grabación. Pero Johnny insistía como un loco, amenazando romper los vidrios de la cabina si no le probaban que el disco había sido anulado. Por fin el ingeniero le mostró cualquier cosa y lo convenció, y entonces Johnny propuso que grabáramos Streptomicyne, que salió mucho mejor y a la vez mucho peor, quiero decirte que es un disco impecable y redondo, pero ya no tiene esa cosa increíble que Johnny había soplado en Amorous”.

Después de la sesión, Russell condujo a Parker al hotel donde se alojaba y lo dejó en su habitación, donde se quedó dormido con el cigarrillo encendido. Minutos más tarde sus sábanas se prendían fuego y él huía, vestido sólo con sus calcetines, gritando despavorido rumbo a la recepción. Allí fue detenido por la policía, que lo condujo al Hospital Psiquiátrico de Camarillo, en el que permanecería ingresado seis meses.

Durante ese lapso el mundo del jazz entró en un compás de espera. Muchos eran los que pensaban que Bird jamás saldría de allí y que, si salía, sería en tal estado que jamás podría volver a tocar.

Por fortuna, no acertaron, y el 1 de febrero de 1947, a poco de salir, sus amigos le organizaron una fiesta donde, por supuesto, se tocó música, y a la que asistió entre muchos otros Dean Benedetti. Quizás para dejar constancia de la ocasión, quizás porque se desconfiaba de la recuperación de Parker y se temía que, éste sí, fuera el último canto del cisne, a alguien se le ocurrió la idea de llevar una grabadora portátil y registrar para la posteridad todo lo que saliese del instrumento del saxofonista. Al verlo, Dean tuvo su epifanía y decidió conseguir él mismo una grabadora para capturar más interpretaciones de Parker.

La máquina que obtuvo, un armatoste que se abría y cerraba como una maleta, era cualquier cosa menos de última generación, pero permitía a la vez grabar discos de 45rpm y reproducirlos. Apenas un mes después de que Parker saliera del psiquiátrico, en un rincón del escenario del club Hi-De-Ho, Benedetti pasó nada menos que trece días colocando la púa para grabar cada vez que Bird se llevaba el saxo a los labios, y levantándola cuando su solo había terminado. Al año siguiente, en Nueva York, Benedetti consiguió un aparato más moderno, una grabadora de cinta magnética, y con ella capturó a Parker en dos clubes más. En el proceso de grabar, Dean clasificaba además cada disco o cada cinta, anotando la fecha, el título de la canción, y estableciendo con un sistema de marcas si el solo en cuestión le parecía apenas bueno o superlativo.

Seguramente Dean habría querido grabar todavía más, pero su propia carrera como músico era errática, carecía de fondos y el material de grabación era caro. A la falta de dinero, se sumó un diagnóstico terrible: miastenia gravis, una enfermedad terminal que afectaba el control de sus músculos y, en poco tiempo, le haría imposible tocar.

A inicios de 1953 los padres de Dean y algunos de sus hermanos regresaron a Italia, más exactamente a Torre del Lago, la ciudad natal de Puccini (y ahí va la segunda e igualmente circunstancial referencia a la ópera en este texto). Comprendiendo que su vida entraba en una nueva fase y que ya nada volvería a ser igual, en julio de 1953 Dean accedió a la petición de sus familiares y se marchó con ellos a Italia. Pero antes le dejó a su hermano Rick su preciada colección de grabaciones.

Quizás en un principio el motor para realizarlas fuera aprender, practicar para convertirse él mismo en un gran músico. De acuerdo con la historia ficcional del libro de Russell, ante la impotencia que le producía ser testigo del talento insuperable de Parker, Benedetti desistía de seguir tocando, cogía su saxo y lo arrojaba al río desde lo alto de un puente. En la historia real, Dean nunca se desprendió de su saxo, que sigue en poder de sus descendientes, pero la enfermedad poco a poco lo obligó a dejar de tocarlo. Aun así, es probable que siempre fuera consciente de que la estela de su ídolo resultaba inalcanzable.

En marzo de 1955 murió Charlie Parker, y Dean tomó consciencia de la importancia de su legado. En junio de ese mismo año le escribía desde Italia a su tío, quien se había quedado en California: “Unas pocas líneas, bastante urgentes. Por favor aseguraos de que mis grabaciones estén intactas. Me he enterado de algo que les añade mucho valor. De modo que aseguraos de que sigan en el baúl, con llave, lejos de los niños y de los ratones. Son grabaciones que hice del famoso saxofonista Charlie Parker, quien acaba de morir, y una compañía discográfica acaba de ofrecerme 10.000 dólares por ellas. Volveré este verano, así que esperadme. Por favor comprobad que todo esté en orden, para que no me preocupe.”

Ignoramos cuánto de cierto habría en esa oferta económica, o si sería sólo una estrategia para asegurarse de que nadie abriera el baúl. En todo caso, la salud de Dean empeoró pronto y nunca pudo regresar a Estados Unidos. Murió en Italia el 20 de enero de 1957, a los 34 años, la misma edad a la que había muerto su héroe.

Una vez que tuvo las grabaciones en sus manos, Cuscuna y los demás participantes del proyecto dedicaron al menos tres años a restaurar el material. Gastado, rayado o roto, cada disco de acetato era una pieza original irrepetible

Lo que sí sabemos es que, en efecto, nadie volvió a abrir el baúl hasta casi tres décadas después, cuando un Rick ya anciano contactó a Cuscuna. Por mucho dinero que recibiese en compensación, no le debe de haber sido fácil desprenderse de esos discos y esas bobinas de cinta, y cuando lo hizo, con lágrimas en los ojos, Rick le dijo al productor: “Os lo ruego, cuidad bien a mi hermano.”

Una vez que tuvo las grabaciones en sus manos, Cuscuna y los demás participantes del proyecto dedicaron al menos tres años a restaurar el material. Gastado, rayado o roto, cada disco de acetato era una pieza original irrepetible. Las bobinas de cinta estaban tan secas que fue preciso humedecerlas con productos especiales para poder reproducirlas.

El resultado, por cierto, y como no podía ser de otra manera, es desparejo en el aspecto técnico. Algunos temas suenan increíblemente bien teniendo en cuenta la historia del material, mientras que otros sufren la más inmensa variedad de problemas: ruidos, fluctuaciones de velocidad, saltos irremediables. Además, como Benedetti sólo grababa las improvisaciones de Parker y apagaba el aparato cuando tocaban otros músicos, ante la ausencia de las melodías de referencia, apreciar la música y entender qué está sucediendo requiere de varias escuchas y de mucha paciencia. Cada tema empieza y termina de forma abrupta, y sus duraciones oscilan entre menos de un minuto y unos pocos segundos. Son cientos de solos, a tal punto que el CD1 suma 42 pistas y el CD4 alcanza las 52.

Probablemente no sea el punto de partida ideal para ingresar a la música de Charlie Parker. En ese sentido siempre serán mejores sus grabaciones comerciales de estudio, o los conciertos bien grabados. Pero si uno ya ha tenido la fortuna de haber sido iniciado en su mundo, se trata de una cita ineludible.

No sólo porque allí Bird interpreta infinidad de canciones que jamás grabó de otro modo, sino porque precisamente, dadas sus características concretas, esta colección es un zumo concentrado de genio, una sucesión interminable de pequeñas grandes creaciones que no ofrece respiro.

Música excelsa e irrepetible ofrecida por Bird, en el espacio de un par de semanas, a un pequeño público local.

Música que se habría diluido con el viento, pero que gracias a la clarividencia de Dean Benedetti sigue existiendo hoy para disfrute de todos.

Música que deja bien en claro por qué Bird era considerado en su época un faro a seguir, y por qué, al igual que todos los artistas importantes, sigue siéndolo también ahora.