Cine

‘El consentimiento’: el depredador pederasta protegido por la élite cultural francesa

Vanessa Filho adapta a Vanessa Springora en un drama no apto para todos los públicos y con un inmundo antagonista

Lo primero que leemos al empezar El consentimiento es un texto que nos advierte: todo lo que vamos a ver está basado en hechos verídicos (plasmados en la novela homónima de Vanessa Springora). El texto de advertencia es muy necesario porque es complicado entender la impunidad y la complicidad con el villano de esta función, un jactancioso escritor que en una cena de fatuos intelectuales quedó arrebatado de una niña de solo trece años, una niña a la que saqueó emocionalmente.

Bernard Pivot, un poderoso crítico literario, invitó a Matzneff a contar, entre risas, sus “artes de la seducción” con niños y niñas de diez a quince años

Ese petulante escritor se llama Gabriel Matzneff y en sus libros habla sin pudor de su afición por los púberes, por llevar a niñas y a niños a su cama. A todo esto, el establishment cultural francés aceptó al repugnante escritor como uno de sus sacerdotes, protagonizando entrevistas en suplementos culturales y en el famoso programa literario Apostrophes, en el que se reía de las feministas que lo acusaban de pervertir menores. En 1990, y en aquel programa, Bernard Pivot, un poderoso crítico literario, invitó a Matzneff a contar, entre risas, sus “artes de la seducción” con niños y niñas de diez a quince años.

Y aunque toda la oficialidad cultural francesa sabía que era un depredador de niñas y niños, nadie lo denunció y llegó a ganar el premio Renaudot de ensayo en 2013 o el Prix Cazes en 2015. Además, Matzneff fue un colaborador muy bien pagado del diario Le Monde, era un habitual de las recepciones del Elíseo por ser amigo de François Mitterrand y Jacques Chirac le otorgó el pomposo título Oficial de honor de las artes y las letras.

El título de la novela en la que se basa esta película está muy bien elegido, es perfecto. El primer consentimiento es el de Vanessa. Es ella, la niña, la primera que consiente hechizada por las innumerables cartas del depredador, que hasta la observaba a la salida del colegio. Demasiado niña, obnubilada ante un escritor famoso que la corteja, se enamora del monstruo, que la camela con su patética verborrea sentimental e intelectual y la manipula metal y sexualmente. El espectador sufre un desasosiego y un asco importante en estos primeros encuentros, pero lo peor está por llegar.       

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Porque el segundo consentimiento es el de la madre (Laetitia Casta en la película). Su hija, ya cumplidos los catorce, le confiesa que se ha enamorado de ese prestigioso amigo suyo, un sabio y creativo señor de 50, y la madre acepta esa relación. Este segundo consentimiento quizás sea el más terrible porque es la madre la que entrega a la jovencísima Vanessa a un ser que le va a dejar secuelas psicológicas de por vida. Además, este segundo consentimiento va unido a que la madre le oculta a su propia hija la confesión pública de Matzneff: sus libros. Obras de los años setenta como Los menores de dieciséis años en las que describe sus nauseabundos encuentros con niños de ocho y nueve años. “Una vez que has poseído a un chico de trece años o a una chica de quince, todo lo demás te parece insulso”, se puede leer en el libro.

El espectador no puede evitar preguntarse cómo es posible que en un país supuestamente civilizado como Francia pudo campar a sus anchas semejante despojo humano

El tercer y último consentimiento es el social. El espectador de El consentimiento, que podéis ver en Filmin, no puede evitar preguntarse cómo es posible que en un país supuestamente civilizado como Francia pudo campar a sus anchas semejante despojo humano que salía a pasear con la niña Vanessa sin ocultarse, besándola y tocándola en público. También la llevaba a cafés con amigos, adultos intelectuales que nunca le reprocharon nada y hasta le jalearon.

Un interesante debate que plantea El consentimiento es el literario. ¿Existen límites en la literatura? Es más: ¿hasta qué punto se le puede juzgar a un autor por una obra que mezcla ficción y realidad? Matzneff no es como Lewis Carroll, que, como le recuerda el propio Matzneff a su presa, se inspiró para escribir Alicia en el país de las maravillas en una niña de la que se enamoró. Carroll fue un pedófilo reprimido, pero Matzneff es un depredador peligroso y manipulador. De hecho, en un perverso juego, le llegó a decir a Vanessa que si no se entregaba a su placer la expondría ante sus lectores como una estúpida caprichosa. Matzneff no diferencia su perversa realidad de su sucia literatura y la niña entra en una trampa que la acaba destrozando.

La justificación intelectual es un recurso repetido en depredadores como Matzneff y también en sus aduladores y cómplices, que nunca lo criticaron. Pocos dieron el ejemplo que dio la escritora canadiense Denise Bombardier, que lo llamó “miserable” en Apostrophe, espacio en el que los invitados y el público reían las aventuras sexuales del escritor pederasta. También dijo que no entendía cómo Francia podía aceptar la apología de la pederastia y llamar a eso literatura. En su denuncia, Bombardier planteó un debate delicado: ¿Puede un pedófilo confeso hacer buena literatura? Edgar Alan Poe se casó con una prima suya de trece años, Antonio Machado con una niña de quince, a Simone de Beauvoir le gustaba sus alumnas, a Michel Foucault los niños tunecinos y a Arthur C. Clarke los de Sri Lanka.

Tras décadas de impunidad, Vanessa Springora, convertida en una editora de 48 años, publicó un libro sobre su destructiva relación con Matzneff que se convirtió en un éxito editorial inmediato y generó la apertura de una investigación por violación a una menor. Las autoridades, antes pasivas y negligentes, también reaccionaron. El ministro de Cultura, Franck Riester, afirmó que cancelaría la ayuda a escritores de la tercera edad con problemas económicos que el Estado francés concedía a Matzneff. Además, la editorial Gallimard anunció que dejaría de comercializar sus diarios.

Sabiendo lo que supondría la publicación de El consentimiento, Matzneff envió un artículo al diario L’Express. En el texto no había un atisbo de asunción de los hechos y de petición de perdón y llamó al libro de Springora una “puñalada en el corazón” y dijo que ella solo intentaba hacer de él “un pervertido, un manipulador, un depredador, un cerdo. Es un libro que busca precipitarme en el caldero maldito al que han sido lanzados estos últimos tiempos el fotógrafo David Hamilton y los cineastas Woody Allen y Roman Polanski”.  

Por desgracia, en esta historia no hay un happy end. En octubre del año pasado apareció una nueva denuncia contra Matzneff, hoy un anciano de 88 años. La carta de una nueva denunciante añade un testimonio ante la fiscalía y exige que el escritor sea procesado. La acusadora señaló que Matzneff abusó sexualmente de ella, y la violó, entre 1977 y 1987, de los 4 a los 13 años. Y todo, igual que en la película y en la novela, con un consentimiento familiar, en este caso el de su padre. Todo lo declarado por ella da para otra película. De terror.

Lo peor: no es un cine fácil de ver.

Lo mejor: el plano final, Jean-Paul Rouve como el asqueroso pederasta y Kim Higelin, premio a la mejor actriz en el festival de cine de Tallin.