“Duro”: Una novela heavy que retrata a la perfección toda una época no tan lejana
Los años 80… hey, colega ¿te atreves a recordarlos? Le diría a muchos o muchas de las lectoras de Diario Red que en la actualidad andan ya más bien sobrepasada la cincuentena y vivieron, como yo, aquellos años del OTAN No, Bases Fuera, del movimiento por la genuina y auténtica objeción de conciencia al servicio militar -Sánchez Cedillo, no me olvido de esa estimulante idea de libro sobre lo que supuso ese fenómeno sociopolítico y las charlas que hemos tenido sobre este asunto- y la insumisión, del apoyo incondicional a la Nicaragua Sandinista, la denuncia contra el GAL y todos los referentes que conformaron las luchas a nivel de calle, de barrio, de instituto, de fábrica y de universidad en aquellos años.
Seguro que muchos y muchas sí. Sobre todo porque en esa década en la que el P”SO”E de Felipe, Barrionuevo, Solchaga, Boyer, Guerra y demás pandilla basura nos secuestró, especialmente cara a los medios de comunicación, durante mucho tiempo la identidad y el discurso de izquierda, quienes trabajábamos por romper esa falacia y desde diferentes organizaciones y plataformas, desde las asociaciones estudiantiles a los colectivos autónomos, las asociaciones de vecinos, Madres contra la droga, las asambleas de insumisos, los partidos de la izquierda llamada eufemísticamente “extraparlamentaria”, -en mi caso en aquellos años el PCE (m-l)- y multitud de organismos, estuvimos siempre a pie de calle examinando lo que sucedía en nuestros centros de trabajo o de estudio, nuestras facultades o institutos, nuestros barrios. Siempre con la mirada en las contradicciones y los problemas sobre los que pensábamos que teníamos que interactuar políticamente.
Pero al mismo tiempo, nuestra vida también adquiría una dimensión si se quiere por momentos más lúdica, que por lo menos en aquellos años de la década de los 80 no estaba en modo alguno disociada de la lucha política, sindical, estudiantil o del tipo que fuera que cada una o uno de nosotros desarrollaba. Es decir, los viernes o los sábados, tocaba ir a tomarla a Malasaña, al siempre añorado Hebe de Vallekas, a Argüellles al Osiris o al Studio Rock -un importante miembro y responsable de Diario Red, que fue incluso vicepresidente del gobierno hace algunos años me contó en cierta ocasión que era asiduo del Studio Rock en los 90 con su chupa vaquera con parches de Metallica, y de hecho, recuerdo vagamente haberle visto por allí algún sábado- y muchas veces allí nos encontrábamos con la misma peña con la que igual habíamos estado el miércoles en una asamblea o manifestación.
Ese ambiente, esa ciudad, Madrid en este caso, pero que podría haber sido exactamente igual cualquier otra del estado español, es lo que en esencia se recrea en la primera novela de Miguel B.Núñez, un excelente narrador a quien conocí hace algunos años en su faceta de autor de cómic a través de una persona, Zara Sierra, del que después me distancié por diversos motivos, pero a quien pese a todo siempre agradeceré que me facilitara el contacto con Miguel, con el que tuve el placer de colaborar en su comic “Heavy 1986”.
El Heavy Metal era la música de una generación que en gran medida estaba luchando por defender una identidad no asimilada a los estándares de lo que se suponía debía ser lo política y socialmente correcto
Ahora Miguel se ha decidido a lanzarse a la narrativa también intentando retratar ese mundo de los 80 tan vinculado al heavy metal. Por lo menos hasta 1987-88, años en los que el heavy era el sonido de la calle, el rock de los barrios, la música de la protesta y el inconformismo de la gente joven hasta que por desgracia, algunos de aquellos músicos prefirieron disfrazarse, maquillarse, dejar de denunciar lo que pasaba en su entorno y empezar a hacer canciones sobre una supuesta América feliz que no habían conocido en su vida porque la mayoría de sus miembros para empezar eran de Pinto, Vallekas, Carabanchel o Leganés, no de San Diego o Santa Mónica Boulevard. Ese fue el momento en el que Barricada, La Polla Records, Eskorbuto, Los Suaves y el rock que seguía sintiendo en sus espaldas las porras de los policías nacionales, los pikoletos, la ertzanza, los beltzas, los txakurras o los mossos tomó el liderazgo. Y así les fue a unos y a otros.
Pero antes de que eso llegase, hubo un Madrid en los barrios obreros, en las capas más deprimidas económica y socialmente de la urbe capitalina en la que el Heavy Metal era la música de una generación que en gran medida, aunque no participase de forma consciente ni organizada del movimiento más reivindicativo, estaba luchando por defender una identidad no asimilada a los estándares de lo que se suponía debía ser lo política y socialmente correcto. Los heavys eran, éramos, un colectivo rebelde, sincero, combativo, con toda seguridad no políticamente consciente muchos de ellos, pero que defendía con uñas y dientes algo que muy poca gente defiende hoy como la gente del heavy lo hicimos: la libertad. La auténtica libertad, no ese engendro supuestamente “teorizado” por la criminal Ayuso, sino el derecho a ser uno mismo, a vestir, comportarse y vivir como quería teniendo como referente esa forma de vida que era en cierta manera, y tal y como se explica en ‘Duro’, escuchar diariamente programas como el Disco Cross de Mariano García o la Emisión Pirata, ir a pillar discos a Discoplay o a Madrid Rock o cintas al rastro los domingos por la mañana. Y, sobre todo, ir cada fin de semana al templo del heavy metal en la capital, nuestra siempre añorada discoteca Canciller, el “Canci”, como le llamábamos todos y todas y como le llaman los protagonistas de esta magnífica novela.
Quien lea esta novela y se sumerja en la historia de Boni, su protagonista, sentirá el placer de una lectura bien estructurada y bien documentada
‘Duro’ es una narración relativamente breve – no supera las 140 páginas- pero que al ser relatada desde la experiencia vital de alguien como Miguel, que vivió en Madrid aquellos años y que pertenece a esa generación a la cual me refería antes, dota de una verosimilitud y una solvencia a su historia que sin lugar a dudas provocará a quien lea esta novela y se sumerja en la historia de Boni, su protagonista, el placer de una lectura bien estructurada y bien documentada. Y que, por supuesto, fija su centro en lo que era nuestro domingo en el Canci, bien fuera con los colegas o intentando que nos hiciera caso aquella chica que trataba de parecerse a Lita Ford o Doro Pesch, o el guaperas que iba de Jon Bon Jovi o Yngwie Malmsteen y que acaparaba la pista bailando cuando sonaba WASP, Ratt o Mötley Crüe.
Una novela veraz, una historia que engancha, unos personajes y un hilo narrativo bien construido, que quizá sin pretenderlo, también es una foto muy objetiva por sus detalles de aquel momento político tan singular que fueron los años 80 en ciudades como Madrid en un entorno de la naturaleza que tuvo el heavy metal en la sociedad española de los años 80. Una obra editada por Desacorde Ediciones, es decir, Jorge y Begoña, otros luchadores y defensores de la cultura y la idiosincrasia de su querida Vallekas, quienes siguen haciendo día a día una impagable labor por difundir una literatura no de escaparate ni de dominical de periódico pagado, sino de auténtico reflejo del mundo y la sociedad en la que vivimos.