El papel menos conocido de Concha Velasco: su participación en la histórica huelga de 1975
Concha Velasco, una gran actriz ligada al mundo del espectáculo desde los 16, cuando apareció en la comedia musical La reina mora, fue también una incansable currante que luchó por los derechos de los trabajadores de su gremio. Empezó como Conchita Velasco y acabó siendo conocida, y reconocida, como Concha Velasco. Sobre todo, tras el estreno de la serie Teresa de Jesús. Atrás quedaban Las chicas de la cruz roja, Amor bajo cero o Las que tiene que servir, ejemplos del cine más popular del franquismo.
Pero Concha Velasco no solo trabajó en el cine y la televisión, también amaba el teatro y sobre las tablas su presencia era descomunal. Pude comprobarlo como emocionado espectador de La vida por delante, de Josep María Pou, un enorme éxito de taquilla.
Muchos años antes, en enero de 1972, Concha Velasco fue dirigida por José Osuna en la obra La llegada de los dioses, de Antonio Buero Vallejo. Junto a ella actuaba Juan Diego.
La Brigada de Investigación social incluyó a Concha Velasco y a Juan Diego en la lista de artistas a los que había que vigilar muy de cerca. Se sabía que Diego era simpatizante comunista y Velasco estaba enamorada de él. Y mientras Diego la cortejaba y le ayudaba a abrir los ojos ante un franquismo en descomposición, apareció, como en un culebrón, un tercero: José Luis Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, convencido falangista y realizador de Raza, escrita por Franco. Casado con Ascensión Casado, Sáenz de Heredia tenía una relación extramatrimonial con Concha Velasco y hasta llegó a presentarse en el Lara para dar una tunda al rojo Juan Diego. No pasó gran cosa y la actriz acabó rompiendo con él.
El que pagaba aquella función que unió a Concha Velasco con Juan Diego era el empresario Conrado Blanco, que llevaba la gestión del teatro Lara desde 1942. Blanco se llevó a su teatro a autores de éxito del franquismo como el marqués Juan Ignacio Luca de Tena o José María Pemán, furibundo fascista que respaldó el golpe del 36.
La pareja, artística e íntima, llevaban días meditando, en el camerino, cuál era el mejor momento para plantearle a Conrado Blanco que necesitaban un día de descanso. Y todo a pesas de las represalias a las que podían enfrentarse en plena dictadura franquista.
Finalmente, Velasco y Diego se armaron de valor, se plantaron en el despacho del empresario y le pidieron el día de descanso. Conrado Blanco, iracundo, les respondió que ni hablar. “¡Va en contra de mis principios!”, les gritó. La inmediata respuesta de Velasco y Diego fue convocar una huelga. Sin pensarlo, el empresario los despidió y los sustituyó por Manuel Galiana y Julita Martínez, que se convirtieron en esquiroles. La obra, con otros nombres menos conocidos en el cartel, empezó a perder espectadores de forma alarmante.
Dos semanas después, ganaron y lograron sus reivindicaciones. Pero aquello solo fue la chispa de algo más grande. Actores y actrices de todo el país iban a secundar una huelga que reclamaba mejoras salariales, pago de las dietas y gastos de desplazamiento, el cobro de los ensayos y una función única diaria, un paro que se enfrentó a una dictadura y a su sindicato vertical, del que dependían todos los trabajadores. En España ni había elecciones libres, ni libertad de información, ni espectáculos sin censura.
Aquella fundamental huelga en nuestro país, la primera movilización del mundo del espectáculo en los 40 años de dictadura, fue tan seguida que comenzaron a sumarse a ésta otros sectores del espectáculo como los trabajadores de tablaos flamencos, los payasos, trapecistas y domadores de los circos, bailarines, decoradores, cineastas, cantantes y los intérpretes de los programas de TVE, que tuvo que suspender, por la huelga, el rodaje de la serie Este señor de negro, de Antonio Mercero.
El 16 de diciembre de 1974, una asamblea de actores planteó un conflicto colectivo reivindicando el pago de los ensayos y un día de descanso a la semana, nombrando una comisión en la que destacaron Lola Gaos, Jaime Blanch y José María Rodero. Al no haber acuerdo, se llegó a la huelga. Pocas semanas después, y en representación de los actores (2.700 en Madrid), Concha Velasco, Germán Cobos, Ana Belén, Tina Sainz, José María Escuer, José Vivó, Paco Valladares, Jesús Sastre y María José Alfonso se reunieron con el Ministro de Relaciones Sindicales, Alejandro Fernández Sordo, para hablarle de la huelga que habían emprendido ese mismo día.
Lograron organizarse en asamblea, perturbando la representación del Sindicato Nacional del Espectáculo, cuyo presidente era Jaime Campmany, director del diario falangista Arriba. También consiguieron cancelar la función de noche en los teatros de Madrid, cerrar todos los teatros de Barcelona y suspender ensayos, representaciones, rodajes y grabaciones de los estudios de doblaje. La huelga, que se extendió por otras ciudades españolas, recibió comunicados de solidaridad de asociaciones profesionales de treinta y ocho países, entre ellos el de actores y autores del cine italiano, firmado por Bernardo Bertolucci.
En la sala Pasapoga fueron despedidos Eugenia Roca y Juanito Navarro. Además, José Carlos Plaza, Yolanda Monreal, Tina Sainz y Antonio Malonda pasaron varias noches en la cárcel, acusados de “piquetes violentos” y hasta de pertenecer al Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y estar relacionados con ETA y con un atentando de la banda. Nada menos. También fueron multados Rocío Dúrcal, Pedro Mari Sánchez, Enriqueta Carballeira y Flora María Álvaro.
En aquella huelga, que acabó el 12 de febrero de 1975 y cuya semilla se plató en la representación de Concha Velasco y Juan Diego, no se lograron inmediatamente todas las reivindicaciones, pero fue la primera vez que se mostró una necesaria unidad entre intérpretes de toda índole preocupados por sus derechos y sus deberes.