‘El quinto mandamiento’: otra clase magistral de hacer televisión de la BBC
Entre los deleznables telefilmes que suele programar nuestra televisión en abierto y El quinto mandamiento hay un océano. También hay una galaxia entre esta miniserie y productos de Netflix “basados en hecho reales” y que parecen fabricados en una cadena de montaje. La moda del true crime, que con el tiempo se irá desinflando para pasar a otra moda, ha hecho que, junto a buenas miniseries, como Monstruo: Dahmer, el carnicero de Milwalkey o Manhunt, se cuele mucha morralla.
El quinto mandamiento no es el caso. Esta serie, escrita por Sarah Phelps (veterana guionista experta en adaptar a Agatha Christie), dirigida por Saul Dibb (Muerte en Salisbury) y bien recibida por la crítica (para The Guardian “cuatro episodios inmaculados que te recuerda lo que la televisión, la gente y tu corazón aún pueden hacer”), también expone el “basada en hecho reales”, pero el texto ayuda a acongojarnos más: lo que vemos le sucedió a unos ancianos que tuvieron la malísima suerte de toparse con un depredador al final de sus vidas y cometieron la estupidez de creer que un zalamero joven estaba enamorado de ellos. Y esa bestia es Benjamin Luke Field, asesino del que ya se fijó la serie documental de Channel 4 Catching a Killer.
Los cuatro estupendos guiones de Sarah Phelps (su nivel de detalle es admirable) tienen una trabajada estructura. Los dos primeros episodios se encargan de las dos víctimas, el tercero de la caza policial y el cuarto del juicio contra el asesino en serie y en el que se nos muestran las dos versiones de un crimen: la versión del asesino y la policial. Y en cada episodio Phelps exhibe un gran talento para revelarnos las vidas que ha roto el asesino, las de los familiares de los muertos. En definitiva, Phelps ha sabido meterse en la piel del asesino, sus víctimas, los policías y los familiares.
Además, sus guiones nos ofrecen a un asesino en serie alejado de los cánones de Holywood. En El quinto mandamiento no encontramos a un villano demoníaco y retorcido, a los Seven o Copycat, sino a un psicópata real, sin artificios. Hasta corriente. Es decir: un tipo en apariencia vulgar y estándar pero que está totalmente incapacitado para el afecto real, el remordimiento o la empatía. Un narcisista con alta capacidad intelectual que utiliza de forma ladina la manipulación para usar a todo el que le rodea.
En este sentido, en su actuación Éanna Hardwicke logra construir a uno de los psicópatas más repugnantes, pero a la vez más sobrios y discretos, que se han visto últimamente en televisión. Su Benjamin Luke Field repugna y acojona con esa dualidad en la que, en pocas horas de diferencia, puede mostrarse como un santurrón que cuida a ancianos en una residencia y como un vigoréxico piradísimo y aficionado al rap más agresivo y radical. Y Field solo se arrepiente de una cosa: de ser cazado.
De su primera víctima, el profesor Farquhar, se encarga Timothy Spall, veterano actor conocido por películas como Secretos y mentiras, la saga de Harry Potter o El discurso del rey. Spall, que aparenta más edad de la que tiene, defiende muy bien su personaje, un escritor culto, cursilón y delicado que se topa con lo que suele buscar por internet: fotos de viriles montañeros musculados. Nada de porno, es pudoroso, reprimido y muy religioso (era cristiano evangélico y ministro laico). A su confesor le insiste en lo mal que lleva su pecado. Y el confesor le responde: “La Iglesia te rechaza, pero Cristo no lo haría”. En un estupendo giro del guion, y después de que el camelador Ben se le declare, Farquhar vuelve a la iglesia para postrarse ante dios y para darle las gracias por el amor del joven.
En trabajo de Spall es tan admirable como difícil, le tocaba interpretar con convicción a un hombre mayor que es virgen y sufre un absoluto arrebato al ser extrañamente correspondido por un hombre joven. En realidad, sabe que está cometiendo una estupidez, pero ha sido siempre un solitario, no le queda mucha vida por delante y toda ella se basa en cuidar de su jardín y autoeditar una novelita con una portada cursi. También en rellenar un diario que a nadie importa hasta que se convierte en un importante material de investigación para la policía. Y lo mismo sucede con Ann Moore-Martin (estupenda Anne Reid), siguiente víctima, también arrebatada ante una última oportunidad que le da la vida para desear a alguien.
El otro gran personaje de El quinto mandamiento (junto a Martyn Smith, el cobarde cómplice de Field interpretado por Conor MacNeill) es el policía Mark Glover (Jonathan Aris), que aplaza su jubilación porque se obsesiona con el caso, igual que los agentes a su cargo. Glover no es solo un diligente funcionario, se siente obligado a encerrar a Field porque sus escritos demuestran que sería capaz de matar a muchísimas más personas (tenía una lista de más de 100, incluidos sus padres y sus abuelos). La inquebrantable tenacidad de Glover, por cierto, recuerda al obsesionado policía jubilado de El cebo, la obra maestra de Ladislao Vajda.
Lo peor: en el juicio se nos muestra, brevemente, el pensamiento del hermano de una de las víctimas, un truco efectista que no pega con el tono del conjunto.
Lo mejor: el gran tema de la serie: la debilidad del sistema judicial ante un tipo amoral que conoce sus grietas y la necesidad de cazarlo de forma rigurosa, legal y casi quirúrgica. Y que, sin duda, la BBC sigue jugando en la Champions de la tele.
Nota final: el título original de la serie es El sexto mandamiento, que para los protestantes es “No matarás”. Para los católicos “No matarás” se refiere al quinto mientras el sexto es “No cometerás adulterio”.