Has definido alguna vez tu música como ‘Sonido electrorgánico’. ¿Qué es el sonido electrorgánico? ¿Qué ocurre cuando Jhana Beat sube a un escenario?
JHANA: Decidí bautizarlo de esta manera porque al final todo cuanto suena proviene de un órgano vocal, mi boca, mi lengua, mi garganta, mis labios, y de una guitarra, procesado luego por aparatos electrónicos.
Desde mi perspectiva, cuando subo a un escenario lo primero que me digo es: <<estás tú sola>>. Lo vivo en principio como si nadie estuviera ahí abajo, como una ilusión o como un sueño, con figurantes que hacen de público. Lo que intento es que me guste a mí misma lo que empiezo a hacer. En el momento en que voy sintiendo que tiene rollazo, que me hace bailar, por ejemplo, que me gusta a mí, que estoy disfrutando, entonces es cuando empiezo a compartir, ese sentimiento de disfrute es lo que conecta. Cuando llegas a ese punto, ya todo da igual, nos volvemos todos locos y locas.
¿Qué sientes cuando ves a toda esa gente conectada contigo? Es una experiencia casi chamánica
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HANA: A mí me encanta. Llega un punto en que somos uno. Soy ese abuelo de ahí abajo, ese niño, esa niña, esa mujer, somos un montón de individuos aquí y ahora. En ese momento no estoy pensando en el sentido de la vida, ni en lo que le debo a Hacienda o en el IVA, y quienes están conectados conmigo tampoco. En ese momento eso no existe. Se consigue con la música, a través de un ritmo, un beat, un golpe, un algo que te ancla, en cada bombo un “aquí-ahora”, “aquí-ahora”, “aquí-ahora”… Estamos sincronizados. Todos sentimos cosas parecidas, tristeza, belleza, alegría. Cuando se da la sincronización, la magia aparece.
¿Cómo y cuándo aparece el beat box en tu vida?
JHANA: Esto no es un buen ejemplo, pero por circunstancias de la vida yo me piraba todas las clases cuando era pequeña. El colegio y el instituto no acababan de interesarme, no sé si por los profesores o por qué, y me iba al parque. Allí siempre había gente que tocaban djembes, darbukas, y entonces por ahí me empecé a enredar con el ritmo. Estuve desde los catorce años hasta los diecisiete, más o menos, casi todos los días yendo a tocar. Era para mí como un trance. Más adelante, en este mismo parque, apareció un chaval, Cece, que empezó a soltar sonidos con la boca. Cuando vi eso, me quedé fascinada, me atrapó. Ni siquiera hablé con él. Solo lo vi y lo escuché. Cuando me fui a casa esa tarde, empecé a probar, a intentar recordar cómo lo hacía. Empecé con la ‘p’, luego probé la ‘p’ con la ‘r’, ‘prr, prr’, luego una ‘p’, una ‘r’ y una ‘f’, ‘prrfff’, ‘prrfff’, y así se fue armando todo. Más tarde escuché a Rahzel, mítico del beat que tenía una técnica de cantar a la vez que hacía beatbox y ya terminé de obsesionarme con ello a niveles locos, hasta hoy.
¿Crees que todo el mundo puede hacer beat box, o son necesarias ciertas capacidades, fisiológicas, vocales…?
JHANA: Yo creo que todo el mundo puede hacerlo. Creo que hablar tiene muchísimos más matices que el beat box. La sutileza que tienes que poner para pronunciar, por ejemplo, una ‘l’, “ele”, es mucho mayor que la que requiere el beatbox, que es mucho más tosco en realidad. Lo que hay que hacer sobre todo es perder el miedo a hacer el ridículo. El beatbox al principio suena bastante ridículo. Hasta que ordenas todos los sonidos y ves que por ejemplo lo que hay que hacer es repetir, se requiere un tiempo. Hay que entrenar. Yo voy andando, y con el sonido de mis pasos, que van haciendo un ritmo, voy probando cosas. Estoy todo el día así. Es la manera de pillar velocidad y técnica.
Te lanzo una serie de géneros musicales que sobrevuelan tu estilo ecléctico, y en pocas palabras me dices qué te evocan: Soul / Azul, negro, fuerza, raíz, alma, tristeza, pena - Rock / Rebeldía, transformación, deseo de que las cosas cambien, romper - Funk / Sexy, con gracia - Reggae / Natura, corazón, madre -Drum&Bass / Diversión asegurada, dibujos animados, velocidad y mucho juego - House / Plástico - Canción de autora / Entrañas, verdad, autenticidad, aprendizaje -Flamenco / Me toca mucho, me da muchísimo respeto. Me mueve muchas cosas. Para mí es un misterio. A la vez es mi raíz. Algo que amas tanto, que te da miedo tocarlo y romperlo.
Algunos te han conocido a través de un proyecto maravilloso que se llamó Arte Muhé. Para alguien tan ‘yo me lo guiso, yo me lo como’, como tú, que eres una auténtica mujer orquesta del siglo XXIII, ¿Cómo fue participar en este proyecto colectivo? ¿Qué supuso para ti personalmente Arte Muhé, y qué relevancia crees que tuvo para fuera?
JHANA: Para mí fue un antes y un después. Yo estaba muy fuera de la política, del pensamiento crítico. Mi vida anterior fue más un mero sobrevivir. Es algo que me tocó así, por circunstancias complejas de mi infancia y mi adolescencia. En ese sobrevivir no tienes tanto tiempo de pensar, de ver cómo está el mundo. Era más un intentar comprenderme yo y colocar todo aquello que me había pasado, desde que era niña, por muchas cosas que me atraviesan. Yo flipé cuando llegó Arte Muhé. Me dije: <<¿Y esta dimensión?>>. Veía cómo se posicionaban, cómo hablaban cada una de las que formaban parte del proyecto, y alucinaba. Las admiro profundamente a cada una de ellas. Para mí han sido maestras. Siempre las estaré agradecida. Aprendí tanto del mundo, en el sitio más bonito en el que yo podía caer.
Para fuera, para la sociedad, yo creo que el fuerte de Arte Muhé, lo más potente, fue ver a tantas mujeres a las que se les nota que llevan una historia detrás, una historia que no ha sido ningún camino de rosas. Cómo el azar nos sincroniza a estas mujeres. El show incluso quedaba un poco en segundo plano, porque lo más bonito era el amor, el respeto, la admiración que nos teníamos las unas a las otras. Como siempre, la música es la excusa.
Cuando empezamos, yo no era una feminista posicionada, leída y enterada bien de lo que era el feminismo. Había cosas que no comprendía, como que todas las personas que trabajaban en el proyecto fueran mujeres, tanto en el escenario, como fuera de él. Gracias a ellas, yo profundizo en eso. Acabé entendiendo la necesidad de lo simbólico también a la hora de visibilizar.
Pregunta de la actriz Salma El Amrani: Has estado nominada a los Premios Max, por la composición e interpretación de la banda sonora de la obra ‘La teta de Janet’. ¿Qué tal fue la experiencia con el teatro? ¿Te gustaría seguir explorando ese terreno?
JHANA: En una de estas, que vas por ahí sonando, dando la nota, en un slam de danza en el que participaban otras disciplinas, me invitaron a mí a hacer beatbox. Con dos de los bailarines tuve una conexión brutal, de esto que ellos bailaban y yo interpretaba los movimientos y ellos mis sonidos a su vez de una forma increíble. Parecía que yo les movía con la boca y que al moverse ellos provocaban la sonoridad. Fue una simbiosis total. Un director artístico, llamado Asier, que tiene una compañía, Ertza, lo vio y me dijo que quería tenerme en su próxima obra.
El proceso fue muy nuevo, porque yo estoy muy acostumbrada a ir a mi bola y ahí no, ahí era contar hasta ocho, por ejemplo, sí o sí. Pero fue muy interesante en muchos sentidos. Y me permitió romper barreras también. Yo soy muy tímida y terminaba el show enseñando la teta, no te digo más, haciendo referencia al momento en que Janet Jackson enseñó la suya. Giraba en torno a la crítica a ese mundo que se escandaliza por una teta en pleno siglo XXI.
De repente, sin saber cómo, me vi nominada a los premios Max, con Silvia Pérez Cruz. ¿Cómo? Yo nunca me planteo ni la posibilidad de este tipo de cosas. Es como si la vida me fuera llevando a un sitio y a otro.
Me gustaría seguir haciendo cosas en teatro, claro. Me encanta. El teatro es esa mentira que cuenta la verdad, para desmontar esa verdad que es mentira. Tiene también eso del “ahora”, del “como esta vez, no va a suceder nunca más”, que conecta mucho conmigo. Genera un “estamos” muy especial, que yo agradezco mucho en estos tiempos de móviles y demás.
Hiciste la apertura de los premios Odeón de la música nacional. ¿Crees que este tipo de premios son representativos de la música que se hace en nuestro país de países?
JHANA: No. Admiro a quienes estaban allí nominados, porque para estar ahí hay que tener una entereza y un saber estar curioso. Pero al final representa a lo comercial, que es reducido, en comparación con toda la música que se hace. Se trata de tres multinacionales que se lo reparten. Los artistas que estaban ahí, creo que eran todos de estas multinacionales. Entonces, si no estás en una de estas tres, parece que no existes. Ya está.
¿Qué pintaba yo ahí? De rebote, a raíz de salir en el programa ‘Un país para escucharlo’, de Ariel Rot, en la 2. Me vieron y me dijeron que creían que tenía rollazo como para abrir una gala. Yo me dije: <<¿por qué no?>>.
Fue una experiencia interesante. Sobre todo porque me posicioné mucho más en ser una artista independiente.
Uno de tus temas más icónicos se titula: ‘Song toforget’. ¿Qué quisieras olvidar y no puedes? ¿Y qué querrías no olvidar nunca?
JHANA: Me gustaría olvidar a veces las reglas del juego de este sistema. Noto que hay una programación. Y es un curro desprogramarse. Por ejemplo, cuando te comparas con el de al lado. Es algo de este sistema, que te lo meten desde pequeña. Me gustaría olvidar toda esa programación limitante que no me deja expandir mi ser.
Me gustaría que nunca se me olvidase la inocencia. La inocencia y la sabiduría para nada están reñidas.
¿Cómo ve Jhana Beat nuestro ahora?
JHANA: Pasan muchas cosas. Noto muchísima información. Toda esa información creo que nos hace olvidar un poco nuestra esencia. También noto nuestro ahora, para mi manera de ser, muy intelectual. Como que se ha quedado todo en una dimensión intelectual. El intelecto es solo una parte de la mente. Hay muchas más dimensiones, muchos más planos. Hay cosas de esos planos, que yo echo de menos. Creo que no solo yo.
¿Qué dirías que ahora es nuestro?
JHANA: Aquello que no sirve para sobrevivir, pero sirve para ser. Para sobrevivir ya está el intelecto. La inocencia de lo que está más allá del intelecto. Eso no nos lo pueden quitar, es solo nuestro, de cada una de nosotras.
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