‘Los pasillos del poder’: la perpetua inacción de la Casa Blanca ante los genocidios
Antes que nada, un aviso para los lectores: ni se les ocurra ver esta serie como cualquier otra porque se les va a revolver la cena. Este trabajo, que muestra imágenes de una crudeza desgarradora, ofrece buena información (de los asesores y altos cargos de la casa Blanca), pero deja un mal cuerpo considerable. Es bastante complicado no olvidar, una vez visto cada capítulo, las ejecuciones entre risas de milicias serbias o los asesinatos, a machetazos, en Ruanda. Coincido con Michael O'Sullivan, del Washington Post: “Las imágenes de las masacres permanecerán en tu mente mucho después de que los ecos de las palabras de los protagonistas se hayan desvanecido”.
Los pasillos del poder, que pueden ver en Filmin, es una serie muy pertinente hoy. La razón es sencilla: la inacción ante los asesinatos en masa sigue siendo la norma en la Casa Blanca. Estamos asistiendo a una limpieza étnica y a un genocidio del pueblo palestino por parte de Israel y Joe Biden sigue mostrado su apoyo al “país amigo” y nutriendo de armamento a su ejército. Además, la peligrosa tensión entre Rusia, Europa y Estados Unidos nos dice, cada día, que parece no haber hueco para la diplomacia.
La historia se repite: durante décadas, Estados Unidos se ha vanagloriado de ser “la policía del mundo”, pero ha demostrado ser una policía habituada a hacer la vista gorda, como el comisario Renault en Casablanca. Si hay marines por el mundo no es por la paz, sino por los recursos. Primer ejemplo, con el que arranca la serie: Sadam Hussein. Era un genocida de la peor especie, pero era SU genocida. Tras organizar, con el M16 británico, el golpe de estado del sah en Irán, con el que Jimmy Carter estaba encantado, la cosa se torció para la Casa Blanca con la llegada del ayatolá Jomeiní, enemigo declarado de americanos e ingleses.
Así que surgió otra bonita historia de amistad en 1983, la del secretario de Defensa Donald Rumsfeld con Sadam Hussein, enemigo declarado de Jomeiní. A pesar de que Hussein está ametrallando a poblaciones enteras y gaseando de forma salvaje al pueblo kurdo (las imágenes de las silenciosas bombas de gas nervioso y los cadáveres de familias enteras que muestra la serie son aterradoras), la Casa Blanca y la CIA hicieron de Hussein un nuevo sah. Ronald Reagan conoció el horror de Basora y calló. Ante 5.000 civiles asesinados en horas, ante 10.000 mutilados y ciegos de por vida, los documentos internos de la Casa Blanca, expuestos por la serie, concluyen: “Los iraquíes son nuestros aliados”. Una vez más, quedaba demostrado que Estados Unidos no se movía por la democracia, el orden o la estabilidad internacional, sino por sus intereses. Estados Unidos dio 700 millones de dólares anuales a Hussein, responsable del genocidio de 185.000 personas.
Pero, de la noche a la mañana, Hussein pasó de ser amigo y aliado a Hitler. Literalmente. Cuando invadió Kuwait, las reservas petroleras corrían peligro y Bush padre no dudó en dar luz verde a la Operación Tormenta del Desierto, que nos trae el recuerdo de aquellas verdosas imágenes infrarrojas de los bombardeos nocturnos y las espantosas imágenes de “la autopista de la muerte”, crimen de guerra estadounidense. Las fuerzas iraquíes que huían de Kuwait (en autobuses, coches o camiones, lo que pillaban) a través de la carretera que los llevaba a Basora fueron masacradas por la aviación estadounidense. Los cadáveres iraquíes quedaron calcinados, asesinaron a miles de civiles y de soldados que se rendían.
Como siniestro remate, Bush permitió que Hussein saliera indemne y continuara asesinando a miles de kurdos, que huyeron hacia Turquía. La respuesta americana a esta terrible crisis humanitaria nos suena: lanzar a los kurdos comida desde el aire. El resultado final fue otra absurda e injustificada invasión tras el 11-S y un país sumido en el caos, igual que la Libia de Muamar el Gadafi, otro viejo amigo de occidente al que la serie le dedica un capítulo.
Otra de las matanzas que relata Los pasillos del poder es la de Bosnia. Madeleine Albright, secretaria de Estado con Bill Clinton, dice a cámara algo contundente: con el fin de la Unión Soviética y de la Guerra Fría, también se descongelaron las centenarias rencillas entre etnias. Con la desaparición de Yugoslavia, que estuvo formada por seis repúblicas, comenzó la limpieza étnica: gente sacada de sus casas y fusilada, pueblos enteros masacrados, francotiradores que disparaban a todo lo que se movía, niños incluidos… La Casa Blanca fue informada hasta de “campos de violación” en los que se violaba sistemáticamente a toda mujer o niña que entraba en ellos, pero Bill Clinton no hizo nada, igual que otro demócrata, Barak Obama, no hizo nada ante las atrocidades de Bashar al-Ásad en Siria.
Recopilando las bestialidades del psicópata Ratko Mladić, conocido como “el carnicero de Srebrenica” (la serie muestra fotos de las fosas comunes que fueron ignoradas por la Casa Blanca), Madeleine Albright, testigo de dimisiones en el equipo de Clinton ante su vergonzosa inacción, expuso ante el presidente: “Si no hacemos nada, la historia nos juzgará”. La respuesta (bastante machista) fue: “No seas tan emocional, Madeline”. El resultado final fueron 100.000 civiles muertos y una paz sin justicia.
Otro monumental error de Clinton fue no darse cuenta de la magnitud de las matanzas en Ruanda, genocidio al que Moreh le dedica su capítulo más difícil de soportar (también dedica otro a Darfur, genocidio ante el que Obama hizo poco más que mandar ayuda humanitaria, lo mismo que hoy hace Biden, entonces su vicepresidente, en Gaza).
Cuando empezó la matanza de Ruanda, la Casa Blanca optó nuevamente por la inacción. El resultado fue casi un millón de muertos, el desprecio a los informes de inteligencia (Clinton mintió diciendo que no había sido bien informado de lo que iba a suceder, igual que mintió Obama al decir, años más tarde, que el uso de las armas químicas sería “su línea roja” en Siria), y el abandono del personal norteamericano. Ordenaron llenar los coches solo con blancos, sin ruandeses, mientras, en su huida, escuchaban los disparos y los gritos de horror de los que se quedaban, traicionados.
Eso sí: la imagen que más impacta de este brutal episodio es la de uno de los asesores de la Casa Blanca, que al visitar Ruanda descubrió, en helicóptero, un enorme río atestado de troncos. Al acercarse más, descubrió que no eran troncos, sino cadáveres.
Por desgracia, y aunque es una serie valiosa y con testimonios de primera, Los pasillos del poder no es todo lo rigurosa y honesta que debería ser. Dror Moreh, nacido en Jerusalén y que en 2007 estrenó un documental en homenaje a Ariel Sharón (responsable de la masacre de Sabra y Chatila) pasa por alto las décadas de terror y limpieza étnica sionista contra los palestinos. Lamentable.