'Macho grita' o el sustento patriarcal y machista de la historia oficial de España
¿Qué tiene que ver todo aquello con lo que pasa hoy? Pregunta retórica que Alberto San Juan se hace varias veces durante esta función. ¿Qué tiene que ver con la expulsión de los judíos y de los moriscos y la destrucción de cualquier vestigio de aquellas culturas que habitaron la península ibérica durante siglos, por parte de los Reyes Católicos y sus sucesores en el poder? ¿Qué tiene que ver con lo que ocurre hoy? ¿Qué tiene que ver la inquisición con lo que ocurre hoy? ¿Qué tiene que ver la Guerra Civil con lo que ocurre hoy? ¿Qué tiene que ver Don Juan Tenorio con todo esto y con lo que ocurre hoy? No hay una respuesta única y clara para estas preguntas, pero este montaje, lúdico y didáctico, al menos pone una serie de reflexiones sobre la mesa para pensar en ello. Para pensar, por ejemplo, hasta qué punto el capitalismo, el colonialismo, el contrarreformismo, el conservadurismo o el puritanismo se imponen en una relación desigual de poder, con violencia patriarcal y machista, por parte del arquetípico ya hombre blanco europeo heterosexual.
Todo empieza con Don Juan Tenorio, un personaje del teatro clásico, abordado por varios autores (Tirso de Molina, Molière, Zorrilla) de diversa forma, que ha sido durante siglos icono a salvo de lecturas críticas, convertido en “tema eterno”, como así lo llamaba Ortega y Gasset, pero que lleva años en entredicho, como es lógico. El actor representa, al principio de la obra, el diálogo que Zorrilla recoge en su versión del mito entre Don Juan y Don Luis Mejía, dos tipos que compiten ufanos y soberbios por ver quién ha matado a más hombres y violado a más mujeres en un año. Medición de pollas avant la lettre. Basta con esta escena para despertar ese monstruo que duerme en el diseño ideológico interesado de la historia de España y sus mitos vertebradores.
El actor Alberto San Juan fue a la Compañía Nacional de Teatro Clásico a proponerles representar el Tenorio de Zorrilla, pero le dijeron que ya no tenía edad, que como mucho podría interpretar al Comendador. Fue un golpe a su orgullo de actor y de hombre, claro. Porque él quería hacerlo, siempre había hecho lo que quería, ¿Cómo que no podía ser eso? Y el actor grita, el macho grita, se agarra una pataleta tremenda con free jazz de fondo y al final admite que es hora de hacer el anti Tenorio, con lo cual un poco se sale con la suya. Allí está Alberto San Juan, el actor seductor desplegando todo su arsenal de gestos y modulaciones de la voz, de sonrisas, miradas y guiños, para engatusarnos como público. Y encima se hace acompañar de cuatro músicos y es capaz de generar una especie de concierto teatralizado o musical político o monólogo con trazas de Tom Waits, Lou Reed, Darío Fo y El Brujo. Y cuando hemos caído presos en su hechizo, cuando nos ha llevado al huerto, cuando nos ha sacado a hombros del convento, aprovecha para contarnos unas cuantas cosas. A saber.
La obra, en palabras de San Juan, “nace del deseo de asomarme a la historia invisible (o invisibilizada) de España, con la pequeña esperanza de entender cosas que sirvan para la vida de hoy, cuando la voluntad de dominio y el afán depredador sobre los que hemos construido nuestras sociedades amenazan con liquidarnos”. No es la primera vez que usa este formato de comedia para desvelar los pliegues oscuros de la Historia. Lo ha hecho en Autorretrato de un joven capitalista español, El rey o Masacre. Es un teatro que desvela y revela, literalmente, que levanta los velos y las cortinas de humo o de acero, que pone el foco sobre lo escatimado en los relatos oficiales. Es un teatro a la vez didáctico y espectacular, no porque sea grande en tamaño, sino porque no renuncia al poder del show, algo parecido a lo que aplica Andrés Lima a sus montajes de marcado carácter político. No en vano, Lima y San Juan son compañeros desde que alumbraron la compañía Animalario hace 30 años.
La obra se va construyendo como un puzle de canciones, episodios de la vida del actor, textos literales de Rafael Sánchez Ferlosio, María Zambrano, Silvia Federici o historiadoras actuales y preguntas, muchas preguntas. Mirando hacia atrás, se hace parada en los célebres fastos del 92 para ir viajando a la Guerra Civil y al guerracivilismo consustancial a nuestra historia, tan bien resumida en el diálogo entre Don Juan y Don Luis como en el duelo a garrotazos de Goya. Y así se llega hasta los Reyes Católicos y, todavía más atrás, hasta la diseminación de los pueblos norteafricanos por la península ibérica. Entre lo hablado y lo cantado, San Juan nos enseña una historia masculina donde los hombres se matan entre ellos para imponer una visión católica y pura como idea de nación. Entre papas y dinastías monárquicas, se quitan de encima judíos, moros y gitanos y hasta la primera gramática del español, la de Nebrija, se esfuerza en limpiar la lengua de aquellos contaminantes. El andar del tiempo ha dado cuenta de lo inútil e infame que fue y es tal práctica.
Entre juglar y bufón, San Juan nos habla de la historia cruel de España, la que nos puede avergonzar, sí, pero de la que no hay que dejar de aprender. Es el hombre que confiesa entender las relaciones de poder porque las ha ejercido sobre el débil, porque siempre quiso ser el macho que envidiaba y ha tenido miedo de no poder serlo. Por el que dirán que trajo la inquisición a nuestra cultura. Hay que mirarse así, como hombre blanco español, porque si no, como canta el actor, le dejamos la nada a nuestros hijos e hijas como mundo. Somos hijos de ese frankenstein judeo-árabe-visigodo-cristiano queramos o no, “y para ser un solo cuerpo tuvimos que despedazarnos”, dice el actor en escena. Y somos los que violamos y sometimos el llamado nuevo mundo, colonizamos y destruimos, domesticamos el deseo y les dimos una cultura fabricada ilícita sin preguntar.
En definitiva, Macho grita podría calificarse como una crítica de la razón española, que es la razón del macho, mayúsculo, dominador, sometedor, vencedor siempre, el que impone una visión histórica y el que la defiende militarmente, la razón del español de bien, del que entiende y defiende un orden si es necesario por la fuerza. “Las fosas de la Guerra Civil —dice San Juan al final de su monólogo— empezaron a cavarse en 1492”. Y con estos pensamientos nos deja la obra, mientras salimos del teatro a una ciudad, a un país, a un mundo, donde los poderes vuelven a alentar la reacción y, dicen las encuestas, el feminismo pierde incidencia social y hasta 4 de cada 10 hombres afirman en España que ha ido tan lejos que ahora son ellos los discriminados. Hay una ceguera atroz en el lado machista de la sociedad, una resistencia numantina a mirarse más allá del ombligo. Está bien que Alberto San Juan nos ponga sobre la pista para descubrir que esto obedece a un plan histórico, y hay que seguir remangados y con las manos en el barro, empezando por las resistencias de cada uno de nosotros, para no caer en la trampa de volver a disparar sobre la víctima diciendo que, a lo mejor, a pesar de estar medio muerta, nos pensaba atacar.
Teatro Pavón
Del 16 de enero al 27 de febrero
Dramaturgia, dirección e interpretación: Alberto San Juan
Músicos: Pablo Navarro, Gabriel Marijuan, Miguel Malla y Claudio de Casas