Menotti y los domingos
En la calle 14 de Julio en el barrio de Villa Ortúzar existe una pizzería que se llama 'La base está' y al lado está un comercio chino con un empleado que lleva puesta la camiseta de la selección argentina de fútbol. Cien metros a la derecha hay una parrilla donde se come carne asada y justo enfrente un bar especializado en café que atienden cuatro jóvenes colombianos.
Uno lleva la remera del grupo Héroes del Silencio y suena en mis oídos la canción Eldorado de Neil Young. La guitarra trasporta no pocos momentos de una fugaz felicidad.
¿Qué podría unir a las personas de un barrio?
Un sesgo cultural basado en el deporte más popular del mundo y la imagen de Diego Armando Maradona pintada en las paredes de Buenos Aires. La ilusión inmortal de una pelota clavada en el ángulo de un arco imaginario.
Porque es un día de emociones que crujen.
Este domingo no es que cualquier domingo. Murió César Luis Menotti a los 85 años y la memoria viene como un sueño anaranjado. Tenía 10 años. Uno de los pibes del grupo se encargaba de traer la pinza para cortar el alambrado en un redondel casi perfecto. Así entrábamos a la cancha grande de la fábrica Kodak en Villa Adelina por una calle de tierra de la antigua Avenida Mitre donde aún había zanjas y agua podrida con sapos.
Corría el año 1979 y una dictadura sangrienta gobernaba la Argentina con miles de torturados y 30 mil desapariciones forzadas. Nosotros soñábamos con convertirnos en artistas del balón para resistir al destino que nos golpeaba como un pelotazo en la piel roja por el frío.
Sobre aquel barro nos edificamos.
Pasó el tiempo circular y las pasiones futboleras se fueron diluyendo por las urgencias de la supervivencia del capitalismo depredador.
De un taller de pintura de autos a una carnicería al lado de un barrio de emergencia y de ahí al reparto de café por viejas zonas industriales que en la actualidad se asemejan al paisaje escénico de The Walking Dead.
El aroma a tierra mojada y el asado de los domingos. La voz de los viejos que anida entre el esternón y el circuito de la mente. Los colores que se replican en los sueños y demarcan el cielo como único límite y aquellas tribunas repletas de gente feliz coreando canciones debajo del cartel.
Banderas al viento y Matute en el auto desvencijado bajando los bombos en la puerta de la entrada de la popular del club River Plate. Jeans —vaqueros— y zapatillas agujereadas sin campera de abrigo porque no había plata ni para un alfajor. Los grandes nos cuidaban de los malvados y los malvados viajaban en trenes que nunca paraban en las estaciones habituales. En el territorio de las vías anida el sin lugar de los nadies, cuando la noche se extendía como una pantera perezosa y en las calles se respiraban flores y no poca angustia con juegos de pelotas, medallas y trofeos que algún lugar quedaron.
Ahí es cuando entró este tipo con un pucho en la boca y el humo con grandes ideas. Menotti nos enseñó que el fútbol es un hecho cultural único y que los jugadores no son una mercancía para el intercambio trasnacional. No, señor.
Aunque algo pasó y en este siglo XXI el fútbol se convirtió en el mayor negocio planetario de la expansión capitalista y sus derivados geopolíticos y macroeconómicos.
Pocos países árabes que son potencias petroleras aliadas de Estados Unidos y de Inglaterra controlan el mega-negocio del fútbol y su televisación global. La mayoría de las estrellas futbolísticas provienen de países africanos y de América Latina: Brasil, Argentina y Uruguay siguen siendo el semillero de los mejores jugadores del mundo. Una industria de la fe que se juega con los pies.
Tal es así, que las cadenas de entretenimiento deportivo están formateadas como placebos y una notable ausencia de periodistas serios y sobreabundancia de comentaristas, relatores que no narran, veedores de horarios que rotan, tarjeteros de amarillas y rojas, vigilantes del poder, y aristócratas que van a las plateas y tribunas vestidos de Nike y de Reebok.
Han alejado al pueblo pobre de las canchas. Las cuotas sociales de los clubes argentinos de Primera División se asemejan al precio dolarizado de las tarifas telefónicas o de electricidad. Sólo en la B Nacional y en las divisiones del Ascenso se respira algo de potrero y de aventura ante lo desconocido.
Se ha fagocitado la narrativa economicista de la existencia en detrimento del sentido humano de la vida. Y como en Argentina gobierna un enajenado que habla con su perro muerto mientras campea el hambre generalizado y se rifan los recursos naturales del país, resulta habitual el relato deshumanizante desde los grandes medios que pierden audiencia por el auge de Internet y sus flamantes estrellas.
¿Menotti era filósofo?
Defendió lo verdadero y la belleza.
Lo que aún puede verse en los bares de una Buenos Aires que se consume a sí misma como un monstruo antropófago.
Cualquier joven caído del sistema de consumo y con una predominante depresión económica, posee una camiseta apretada a su pecho. Los cracs siempre serán cracs porque sobreviven a los peores desafíos y el amor no se explica con matemáticas que avalan la injusticia social. Los discursos vienen a llenar el vacío de las horas. Por eso, las y los poetas han creado el circuito sanguíneo de lo inevitable con palabras puestas como ladrillos. Lo que nos une quizá no tenga un nombre definido. Posiblemente sea una cuestión de azar. Un misterio de nacimiento. Un lugar en el planeta. Un campo minado de semillas. Un juego de la niñez, un acertijo universal. Árboles, cordilleras, pájaros que vuelan, perros que nos cuidan, gatos que no mueran.
Nada que pueda calcularse con álgebra.
La posición de los jugadores en la cancha suele describirse en televisaciones que se parecen a los números de la ruleta de los casinos.
Ya no hay tantas banderas flameando en las tribunas. El poder gendarme del Estado persigue a Los Borrachos del Tablón (la barra de River) y a La 12 (la barra de Boca).
Pareciera que quieren alejar a todos los seres vivientes de color marrón de las canchas de fútbol de Argentina. Odian a los negros y yo soy negro aunque tenga la piel blanca.
Los malditos saben que hay cosas intangibles que no pueden venderse el mejor postor. Los sentimientos no se regalan ni se ponen en los manteles de las ferias. Los amores se sostienen a pesar de los años y el palpitar de la vida hace crecer la virtud hasta en los peores pantanos y desiertos.
Ahora mismo hay un pibe con una pelota en Jujuy que está conectado con otros en Tierra del Fuego. Hay hilo satelital entre un chico de Nigeria y un cordobés de Alta Córdoba. No importa lo que hagan para destruir ese lazo. El Universo se ocupa del misterio.
Mientras escribo hay miles de picados futboleros con equipos de chicas y chicos que luchan contra el olvido y se aventuran contra lo imposible.
El fútbol sigue siendo —como dijo Menotti— una herramienta para salir de la pobreza y ser felices. Porque la felicidad no sólo es efímera sino que nos obliga a conquistarla con sentido colectivo.
Los domingos suelen ser días especiales. Las familias se reúnen para comer y los religiosos van a misa. Se juegan partidos de fútbol y el pan pasa entre las manos mientras el fuego crepita. Avanza el sol de la tarde con su tibieza y las hojas del otoño se amontan en las puertas y ventanas. En cada hendija nace la luz. Lo que antes era un pasillo largo se ha convertido en un pasaje. El hombre cree moldear la naturaleza pero apenas puede hacer algunas gambetas y goles.
Los que se gritan para vivir.
Los que se hacen para vencer.
Los que quedan para nutrir.
La calesita, el tiovivo en España, gira como una pelota en el cielo.