¿Por qué PP y Vox quieren borrar la memoria de Paco Rabal y Asunción Balaguer?
Paco Rabal murió el 29 de agosto de 2001 en un vuelo desde Montreal a Madrid. Tras realizar una escala en Londres, Rabal, que padecía una bronquitis crónica, se asfixió en el momento de la presurización del avión. Su esposa, Asunción Balaguer, estaba a su lado y el piloto del avión, paradojas del destino, decidió hacer una parada de emergencia en Burdeos, ciudad que remitía al título de una de las últimas películas del actor: Goya en Burdeos.
Tras su muerte, Alpedrete, pueblo donde vivó el matrimonio desde los años ochenta, le realizó un conmovedor homenaje en el que se bautizó la Plaza Francisco Rabal y se inauguró un busto (sobre una roca de granito, símbolo de la localidad) en su honor y que recordaba su legendario papel en Los Santos Inocentes. No faltó en el homenaje, en el que participó la Banda de Tambores de Calanda, una emocionada Asunción Balaguer, acompañada de amigos y colegas como Agustín González y Pilar Bardem.
Aquel busto no tardó en ser vandalizado por los fascistas del pueblo, una ultraderecha que también parecen haber llegado al ayuntamiento de la localidad si atendemos a la actualidad: el equipo de Gobierno de PP y Vox decidió renombrar la Plaza Paco Rabal y el Centro Cultural Asunción Balaguer como Plaza de España y Centro Cultural La Cantera. Las placas dedicadas a Paco y Asunción fueron retiradas el 26 de abril ante el espanto de la familia de los actores, la gente de la cultura y muchos medios de comunicación.
Los primeros en salir a la palestra fueron sus hijos Teresa y Benito Rabal, que calificaron la decisión de la ultraderecha de Alpedrete era “una barbaridad”. Tras la ola de críticas ante tan mezquina iniciativa, el Ayuntamiento de Alpedrete matizó que la pareja de actores daría su nombre al salón de actos Teatro Francisco Rabal y Asunción Balaguer, a lo que Teresa y Benito se negaron. En declaraciones a TVE, Teresa dijo: “Esto hoy les ha tocado a mis padres, pero esto va a seguir. Van a seguir quitando a gente de la cultura”. Benito, por su parte, declaró a El País: “Lo hacen porque mis padres eran de izquierdas, esto traspasa el ámbito familiar, quieren borrar la cultura y la memoria”. La protesta continuó la tarde del sábado 11 de mayo en un acto celebrado en la plaza Francisco Rabal, ahora Plaza de España.
Pero la pregunta pertinente ahora es: ¿por qué? ¿Por qué este desprecio, esta inquina? Es sencillo: Paco Rabal era antifascista y comunista convencido y formó parte de un grupo icónico de intelectuales (como Rafael Alberti, Antonio Gades, Pepa Flores o Juan Antonio Bardem, con el que Rabal trabajó en La venganza, Sonatas y A las cinco de la tarde) que personificaron el fin de la represión cultural de la dictadura fascista.
Los orígenes de Rabal, que trabajó con Luis Buñuel, Luchino Visconti, Carlos Saura, Pedro Almodóvar, Michelangelo Antonioni o William Friedkin, fueron tremendamente humildes. Se desplazó desde Águilas, Murcia, a Madrid, donde alternó estudios nocturnos con todo tipo de trabajos diurnos para ayudar a su necesitada familia.
A comienzo de los 40 entró a trabajar como electricista en los Estudios Chamartín mientras estudiaba interpretación y lograba algún trabajo como figurante. Pronto pasó a trabajar a Sevilla Films porque pagaban mejor y allí era más fácil colarse en las películas. Y los productores enseguida vieron que Rabal tenía una gran voz y era un guapo mozo. Su primer personaje con frase lo logró en Reina santa, de 1947, y dándole la réplica a Fernando Rey, que acabaría siendo uno de sus mejores amigos.
En 1951 Paco Rabal se casó con Asunción, una muchacha de 19 años que llevaba encima de un escenario desde los 13, una currante que debutó en Perseguidos, en 1952, y trabajó en series como Teresa de Jesús, La huella del crimen o La que se avecina y en películas como El sueño del mono loco, Boca a boca o Silencio roto. También en los años 50 Rabal se unió al entonces clandestino Partido Comunista de España. Fue en casa del cineasta Juan Antonio Bardem (miembro del Comité Central) y no dudó en apoyar las luchas del movimiento obrero y de los presos políticos del franquismo.
Ya en los sesenta, se adhirió al Manifiesto de los 102 intelectuales dirigido, en 1963, al ministro del Información y Turismo (y fundador del Partido Popular) Manuel Fraga Iribarne. El manifiesto, al que solo se unió otro actor, Fernando Fernán Gómez, denunciaba la salvaje represión de la huelga minera en Asturias.
Pagó muy caro aquella adhesión. El sucesor de Manuel Fraga, Alfredo Sánchez Bella, prohibió su interpretación como Otelo en el Teatro Español, aunque Rabal contaba con el apoyo de intelectuales franquistas como el dramaturgo José María Pemán o el realizador Rafael Gil. Sánchez Bella, miembro del Opus Dei y famoso por cerrar los diarios Madrid y Nivel, también fue tristemente célebre por su furia en la proyección de El verdugo cuando era embajador de Italia y por una carta al ministerio de Exteriores en la que definía la obra maestra de Berlanga, quizás la película más redonda de nuestro cine, como “uno de los mayores libelos que jamás se han hecho contra España”. El resultado fue que Berlanga se pasó seis años sin rodar en nuestro país.
A diferencia de otros colegas que abrazaron, por puro interés, la socialdemocracia y la progresía felipista, los siguientes años Paco Rabal nunca renunció a su militancia comunista. Diez años antes de su muerte, y tras la caída del Muro de Berlín y el bloque soviético, dijo tajantemente: “Soy comunista y lo digo sin vergüenza, aunque por lo visto ahora nos quieren pegar por ello. Yo no estoy en contra de nadie, solo deseo el bien común, y es una mentira que el comunismo esté muerto”. Tras unos años setenta muy mediocres y plagados de cine alimenticio, los años 80 supusieron el regreso de Rabal a la primera línea gracias a Fortunata y Jacinta, La colmena, Truhanes, El disputado voto de Sr Cayo, Juncal y sobre todo Los santos inocentes,por la que logró, con toda justica, el premio de interpretación en el Festival de Cannes.
Puede que sea este personaje el que más siga escociendo a la ultraderecha por una sencilla razón: al final de Los santos inocentes Azarías ahorca al nauseabundo y explotador señorito Iván. Y el espectador lo celebra.