Abascal es una consecuencia
El pasado domingo, Santiago Abascal asistía en Buenos Aires a la toma de posesión del ultraderechista Milei. También asistieron Viktor Orban, Jair Bolsonaro, Volodímir Zelenski y, por parte de España, además del líder de VOX, Hermann Tertsch, Cayetana Álvarez de Toledo y Felipe VI. Aprovechando su visita a Argentina, Abascal concedió una entrevista al poderoso diario Clarín —uno de los apoyos mediáticos clave detrás de la victoria de Javier Milei— y afirmó lo siguiente: "Pedro Sánchez no es astuto y hábil como la gente piensa. Un político que no tiene escrúpulos tiene una ventaja competitiva sobre los políticos honrados. […] Yo tengo unos principios. No puedo venderlos. Sánchez no tiene ninguno. […] Habrá un momento dado que el pueblo querrá colgarlo de los pies."
Las reacciones no se han hecho esperar. Feijóo ha decidido jugar a la equidistancia, condenando por un lado las declaraciones, pero diciendo al mismo tiempo que "forman parte de la estrategia de Sánchez" y que, según el líder del PP, se trata de una estrategia que también "le viene bien" a Abascal. Desde VOX se han reafirmado en las palabras de su jefe: Ignacio Garriga, desde la sede de la formación ultraderechista en la calle Bambú, ha dicho que "no se trata de discurso de odio, sino de historia", destacando que eso es algo que le ha ocurrido a otros "dictadores", en referencia a Mussolini pero sin mencionarlo. Por su parte, el PSOE, la progresía mediática y también la izquierda, han condenado las palabras de Abascal sin matices, han señalado su "extraordinaria gravedad" y han hecho un llamamiento al PP para que rompa todos sus gobiernos de coalición con VOX.
Sin duda, que el líder de la tercera fuerza política de ámbito estatal en la cuarta economía de la Zona Euro profiera una amenaza de ese nivel de violencia contra un presidente investido democráticamente es un paso más en una evolución enormemente preocupante de la operativa y el discurso de las nuevas derechas. En política, las palabras tienen consecuencias y, del mismo modo que negar la violencia machista en la televisión o decir que Israel tiene derecho a defenderse sirven para facilitar el asesinato de mujeres y el genocidio en Palestina —respectivamente—, el vaticinar que el presidente del Gobierno va a acabar "colgado por los pies" no es un mero acto verbal. Una vez verbalizada y convenientemente amplificada, la frase se convierte en una consigna que aumenta la probabilidad material de comisión de atentados terroristas de extrema derecha en España; un fenómeno que ya se cuenta entre las primeras amenazas a la seguridad nacional en los países modernos. Pero no nos podemos quedar ahí. Precisamente por lo que tiene de preocupante que Abascal se atreva a decir semejante cosa, estamos obligados a lanzar nuestra mirada sobre las causas que nos han llevado hasta aquí. Ninguno de los horrores que la historia de la humanidad ha tenido que contemplar han surgido de la noche a la mañana. Todos han sido el resultado de un proceso más o menos gradual y todos han sido alimentados por causas identificables. Detener el horror una vez puesto en marcha es enormemente difícil. Por eso, la identificación temprana de sus causas con el objetivo de eliminarlas antes de que sea demasiado tarde, es una tarea democrática de primer orden… y, en este caso, ni siquiera es muy difícil.
Detener el horror una vez puesto en marcha es enormemente difícil. Por eso, la identificación temprana de sus causas con el objetivo de eliminarlas antes de que sea demasiado tarde, es una tarea democrática de primer orden
Es bien sabido que el principal alimento ideológico de la extrema derecha —el principal combustible que la propulsa y que ensancha su eficacia electoral— es el odio, y el odio no se puede propagar de forma masiva sin el concurso de los medios de comunicación.
A lo largo de estos años, diversos odios se han alimentado desde los poderes mediáticos en España. En primer lugar, el odio hacia el independentismo catalán y vasco —y hacia los catalanes y los vascos por extensión—; uno de los principales ejes que organizan la política y que es idiosincrático de nuestro país. También el odio hacia las personas pobres —la aporofobia—; mediante la manipulación y la desmedida amplificación artificial del fenómeno de la "okupación", entre otras cosas. Por supuesto, y como en casi todos los países desarrollados, el odio a las personas migrantes con determinadas características raciales o religiosas —la xenofobia—; hablando de "crisis migratoria" cuando los que llegan tienen la tez morena, pero de "acogimiento ejemplar" si son ucranianos. En los últimos años y como consecuencia de los logros institucionales de la cuarta ola del feminismo, el odio a las personas LGTBI —focalizado en las personas trans— y también odio a las propias feministas; mediante una de las campañas judiciales y mediáticas más violentas que se recuerdan contra la Ley Sólo Sí es Sí, contra Irene Montero y contra el ministerio de Igualdad. Por último, otro de los clásicos: el odio a la izquierda; un odio que, en diferentes periodos históricos, toma distintas formas y que, si en la época del senador McCarthy durante la caza de brujas en EEUU se enunciaba como anticomunismo, en la España de la segunda década del siglo XXI tomó la forma del odio a Podemos.
Todos estos vectores de odio comparten además una característica estructural: todos ellos se activan con mayor intensidad y violencia en la derecha y extrema derecha mediática, pero acaban permeando en parte a la progresía mediática, lo que los convierte en enormemente poderosos al ser impulsados —con diferente intensidad— por la inmensa mayoría de medios de comunicación. Todos estos vectores de odio, repetidos día tras día, durante años, en los principales espacios mediáticos, no solamente sirven para propulsar electoralmente a opciones políticas ultraderechistas como La Libertad Avanza de Milei o como VOX. Además, van desplazando progresivamente la ventana de Overton hacia la extrema derecha, de forma que planteamientos cada vez más reaccionarios y más violentos caben en el discurso público. Este domingo, Abascal dijo del presidente del Gobierno que "habrá un momento dado que el pueblo querrá colgarlo de los pies". Hoy, muchos de los que se horrorizan desde los medios de comunicación son los mismos qué han estado sembrando meticulosamente las semillas para que una amenaza como esa se pueda expresar; y, cuando se los señaló por ello, dijeron que se estaba atacando a la libertad de prensa y al periodismo.
No basta con llorar lágrimas de cocodrilo cuando la extrema derecha se vuelve violenta y pone en peligro la democracia. Hay que tomar acciones decididas para acabar con las causas de que eso ocurra. Que hoy los mismos medios que condenan la amenaza de Abascal estén alimentando el furor bélico otanista en la guerra de Ucrania y prácticamente ninguno se atreva a llamar "genocidio" a lo que está haciendo Israel en Gaza significa que no han entendido nada, o no tienen ganas de entenderlo.