Ahora los presupuestos

La pregunta no es si, después de la Ley de Amnistía, habrá presupuestos o no los habrá. Porque, si los hay y son "de centro" con sus debidas pinceladas de maquillaje progresista, nada podremos hacer para no acabar —más pronto que tarde— como Portugal
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, durante la sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, a 21 de febrero de 2024, en Madrid (España). En la segunda Sesión de Control del 2024, el Gobierno se somete a las preguntas de la oposición después de qué el Partido Popular ganara con mayoría absoluta y el PSOE obtuviese el peor resultado de su historia en las elecciones gallegas que se celebraron el domingo 18 de febrero. Además durante el pleno se ha tratado la Ley de Amnistía tras la decisión del Parlament de admitir a trámite una iniciativa legislativa popular que pide al Parlament declarar la independencia y las dudas de la justicia suiza sobre que las acciones de Tsunami Democrátic no sean terrorismo sino que tengan carácter político.
21 FEBRERO 2024;CONGRESO;PLENO;SESIÓN PLENARIA;AMNISTÍA;GUARDIA CIVIL;ELECCIONES GALLEGAS;
A. Pérez Meca / Europa Press
21/2/2024
A. Pérez Meca / Europa Press

Después del anuncio del acuerdo entre el PSOE, Junts y ERC sobre el contenido definitivo de la Ley de Amnistía a finales de la semana pasada, los de Pedro Sánchez comenzaron inmediatamente a enviar fuentes autorizadas a los medios de comunicación en un tono eufórico: "La continuidad de la legislatura está garantizada; esto dura hasta 2027. El siguiente paso son los presupuestos; habrá que negociar, pero eso también va a salir bien." Dado que suele ser imposible comunicar nada nítido sobre los Presupuestos Generales del Estado más allá de las grandes cifras macroeconómicas que a la gente le entran por un oído y le salen por el otro, las eufóricas fuentes socialistas tenían como sujeto del predicado a los propios miembros del gobierno. Que la consecución de la amnistía —y, eventualmente, los presupuestos— va a garantizar que la legislatura dura cuatro años es un mensaje político que nada dice sobre las condiciones de vida de la ciudadanía sino sobre la continuidad de Pedro Sánchez y sus ministros al frente del ejecutivo.

Mientras tanto, en Portugal, la mayoría absoluta del Partido Socialista de Costa se desmoronaba y la extrema derecha de Chega! pasaba de 12 escaños a 48, con más del 18% del voto popular. Todavía no sabemos si los ultras serán integrados en el futuro gobierno o si los socialistas se abstendrán como hizo el PSOE en España en 2016, pero lo que está claro es que el país vecino va a estar gobernado por la derecha durante los próximos años.

El crecimiento electoral de la extrema derecha se debe, principalmente, a dos factores: el impulso de los grandes poderes mediáticos —que saben perfectamente que los ultraderechistas no son otra cosa que los defensores más violentos del sistema capitalista— y la operativa política de conservadores y socialdemócratas. Los primeros, mediante la destrucción de las bases materiales del Estado del bienestar, crean las condiciones económicas para que amplísimas capas de la población se sitúen extramuros de la prosperidad y, muchas veces por ello, en la antipolítica. Los segundos, mediante la renuncia a llevar a cabo políticas de redistribución profunda de la riqueza, la renta y el poder de arriba hacia abajo cuando tienen las mayorías parlamentarias suficientes para ello, provocan una decepción y un descreimiento en el electorado progresista y de izquierdas que conduce a la desmovilización. Con el austericidio neoliberal de Passos Coelho hasta 2015, y con el giro hacia "el centro" llevado a cabo por Costa después —aprovechando, primero, que la izquierda portuguesa no exigió nunca entrar en el gobierno y, más tarde, desde 2022, la mayoría absoluta del PS que permitió sacar a la izquierda completamente de la ecuación—, se pavimentó meticulosamente la ancha autopista por la cual André Ventura ha entrado en la gobernabilidad en Portugal.

Por eso, resulta ridículo el llamamiento del PSOE a concentrar el voto en torno a Pedro Sánchez para así "frenar a la extrema derecha". Si el PSOE consigue la Moncloa pero luego no lleva a cabo políticas de izquierdas, lejos de frenar a la extrema derecha, le está abriendo las puertas del gobierno a no mucho tardar. Por eso, tampoco tiene sentido el camino estratégico elegido por Yolanda Díaz, inaugurando —como dijo hace unos meses— "una nueva relación con el PSOE" de mayor colaboración y menor "ruido" (y, por tanto, mayor subordinación a Sánchez). La apuesta por el combate ideológico en el seno del Consejo de Ministros que llevó a cabo Podemos en la legislatura anterior no solamente pemitía una mayor visibilidad —algo indispensable para hacer política—, sino que, además y sobre todo, obligaba al PSOE, primero, a hablar de temas que afectan al bolsillo de la gente trabajadora y, segundo, a desarrollar medidas que estaban mucho más a la izquierda de lo que el PSOE habría hecho con un gobierno en solitario o si no hubiese tenido presión comunicativa desde dentro, como ocurre ahora.

Resulta ridículo el llamamiento del PSOE a concentrar el voto en torno a Pedro Sánchez para así "frenar a la extrema derecha". Si el PSOE consigue la Moncloa pero luego no lleva a cabo políticas de izquierdas, lejos de frenar a la extrema derecha, le está abriendo las puertas del gobierno a no mucho tardar

Las más de 200 reformas legislativas, algunas de las cuales notablemente avanzadas, que se aprobaron en la legislatura anterior son quizás las responsables de que el pasado 23 de julio —aunque fuese por un margen muy estrecho— se consiguiese evitar en España un gobierno de Feijóo y Abascal. Sin embargo, ahora, la situación es muy distinta. Dependiente de una mayoría parlamentaria que necesita de los votos de dos fuerzas de derechas en lo económico —como son Junts y el PNV—, habiendo expulsado a los morados del ejecutivo —sustituyéndolos por una versión mucho más dócil—, siendo incapaces de evitar el encajonamiento en el debate sobre la amnistía —que aún durará muchos meses y que no tiene nada que ver con las condiciones de vida de la gente— y, en las últimas semanas, teniendo que colocarse en una posición muy a la defensiva debido al estallido de un gravísimo caso de corrupción, el PSOE no tiene ningún motivo para la euforia.

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La pregunta no es si, después de la Ley de Amnistía, habrá presupuestos o no los habrá. Porque, si los hay y son "de centro" con sus debidas pinceladas de maquillaje progresista, si los hay y no abordan los problemas fundamentales de la gente de nuestro país, entonces podrán servir para prorrogar un tiempo la vida de un gobierno en respiración asistida, pero nada podremos hacer para no acabar —más pronto que tarde— como Portugal. Lo mejor que pueden hacer las izquierdas parlamentarias de Podemos, ERC, Bildu o BNG antes de que legislatura se pudra definitivamente es utilizar toda su fuerza para obligar a Sánchez a hacer lo contrario de lo que hizo Costa en el país vecino: subir los impuestos a los ricos, garantizar el derecho a la vivienda frente a los especuladores, seguir empujando el feminismo más combativo, proteger la sanidad pública y arrinconar a la privada, y mirar a los ojos a los sectores más reaccionarios del poder judicial y mediático que van a intentar evitar todo eso. Es un camino más difícil y más duro, pero es el único que no desemboca en un gobierno con la extrema derecha dentro en el corto y medio plazo.