Alves: Ganhar de virada
La Audiencia de Barcelona ha condenado a cuatro años y medio de prisión al ex futbolista Dani Alves por agredir sexualmente a una mujer. Ocurrió en los lavabos de la discoteca Sutton de Barcelona hace poco más de un año, en diciembre de 2022, y todos los ojos estaban puestos en la futura sentencia desde entonces. El de Alves no era solo otro caso más de un tipo poderoso al que acusan de violar a una mujer —de esos conocemos unos cuantos— sino que relataba un tiempo, una época, y sobre todo, una idea: la de consentimiento, encarnada en la Ley del Sólo Sí es Sí.
Dani Alves pedía en su defensa un año de prisión y alegaba que haber consumido alcohol era un atenuante a su condena, tras modificar hasta cinco veces la versión de los hechos, enviar cartas a los medios, y lanzar a su mujer o a su madre al ataque para protegerle. Ay, Dani, tan acostumbrado a los reservados VIP, a las mamadas cuando y cómo el quería, a follar sin que nadie pudiera decirle que no y sobre todo, a no importarle si aquello que él hacía era un sí.
La abogada de la víctima ha transmitido que ella se siente satisfecha: su agresor está condenado por agresión sexual —no un abuso, no, una agresión— y ella ha sido creída: "Por fin me han creído". Como era esperable, con la sentencia resucitaron de las tinieblas los expertos penalistas, los contadores de condenas y los juristas precocinados, —tan tranquilos desde que no tienen a Montero a tiro— así como el negacionismo machista y su vómito de odio, pero no pueden arrebatar a las feministas el incuestionable y más importante de los logros: que el #YoSíteCreo sea ya ley y justicia. La víctima ha sido creída: creída desde el momento en que Sutton activó un protocolo y su personal no la dejó sola. Creída cuando millones de feministas la arroparon para hacerle saber que compartían su indignación. Creída cuando pudo solicitar el acompañamiento que merece y necesita cualquier víctima de agresión sexual. Creída en sede judicial. Creída, arropada, acompañada, reparada y, ojalá, feliz. Porque esta batalla va de eso, de nuestra libertad sexual, de nuestro derecho al goce y también a la justicia, de nuestra felicidad.
Claro que la sentencia no es ideal, y como ha afirmado la propia defensa, supone la pena más baja en 20 años de ejercicio en su despacho judicial. La interpretación casi automática de la pena mínima o la ausencia de aplicación de agravantes hacen que haya posiciones diferentes en torno a cuál habría sido la pena más ajustada al caso y es previsible que la defensa recurra la decisión. No obstante, y por si todavía no queda claro, como ha dicho la abogada de la víctima, la pena no tiene absolutamente nada que ver con la reforma legal, (la Ley del Sólo sí es sí) que de hecho hubiera permitido penas mucho más altas. Por tanto, se trata de una decisión judicial y no de la herramienta, la Ley, que ha demostrado desplegar un catálogo de garantías procesales y de derechos integrales. Pero de nuevo, esa es una trampa —la punitiva— que aleja el debate de lo fundamental, que es el cambio social, cultural y legal operado en nuestro país. Hace pocos años, ¿hubiera existido un protocolo contra las agresiones en un local nocturno? ¿habría habido una mayoría social reivindicando la reparación económica de la víctima? ¿habría conseguido Alves —como tantos otros— irse de rositas? ¿habrían visto los jueces ausencia de consentimiento o, como ocurrió en La Manada, alguno hubiera apreciado "jolgorio y regocijo", culpa y castigo para la joven? Si una mujer viviera una situación similar, ¿Cuáles hubieran sido sus referentes de justicia? ¿Dónde habría podido o sabido acudir?
"Para la existencia de agresión sexual no es preciso que se produzcan lesiones físicas, ni que conste una heroica oposición de la víctima a mantener relaciones sexuales”. Fíjese, exministra Llop, no era tan difícil entenderlo
Algunas de las más relevantes voces del feminismo de este país ya se han mostrado satisfechas con la sentencia y con lo que significa, incluso con todos los matices, y la prensa internacional mira de nuevo a España como el lugar donde el feminismo lo está cambiando todo. Los extractos textuales circulan desde ayer por grupos de Whatsapp, clases de Derecho, colectivos y redacciones, pues algunos de sus fragmentos son especialmente simbólicos y sientan un importante precedente. "El consentimiento no solamente puede ser revocado en cualquier momento, sino que también es preciso que se preste para cada una de las variedades sexuales dentro de un encuentro sexual". El teléfono de Irene Montero, de Rossell, del equipo de Igualdad, no ha parado de sonar en busca de su valoración. Ellas siempre creyeron a la víctima, porque creer y apoyar —en un país donde solo el 8% de las agresiones sexuales son denunciadas— es un acto político y feminista. Ojalá algún día lo aprenda la Ministra Redondo, que al conocer ayer la noticia, celebraba con satisfacción lo que el otro día rechazaba valorar con medida cautela. Dice la sentencia que la víctima sufrió un enorme coste por interponer la denuncia, viviendo un proceso de victimización secundaria, testimonios, interrogatorios. De ahí la importancia de ser creídas, también sin denunciar, otra cosa que aún debe aprender la Ministra Redondo. "Para la existencia de agresión sexual no es preciso que se produzcan lesiones físicas, ni que conste una heroica oposición de la víctima a mantener relaciones sexuales”. Fíjese, exministra Llop, no era tan difícil entenderlo, ni hacerlo entender, ni convertirlo en justicia. Bastaba con ser valientes.
Nunca (nos) perdonarán a las feministas haberlo conseguido: ni el poner la libertad sexual en el centro del debate, ni el tirar de la silla a unos cuantos poderosos sin escrúpulos, ni el demostrar que violencia sexual y poder van siempre de la mano contra nosotras. Nunca (nos) perdonarán resistir una embestida legal, mediática, política, e incluso el fuego amigo, con el aguante estoico de quien sabe que tiene razón y que defiende algo justo. Nunca (nos) van a perdonar la valentía y sobrevivir para contarlo. Por eso Antena3 y Telecinco han preferido resucitar la leyenda negra de la ley maldita, y soltar los perros de presa, como el abogado de la Manada, que exponía ayer a Terradillos su argumentario precocinado incluso antes de conocerse la condena. Una cantinela que como todas las canciones malas, cuando se oyen demasiadas veces, aunque te suenen, dejas de escucharlas. Y nosotras, a lo nuestro.
No se trata de ser triunfalistas, pero mucho menos, de permitir que los de siempre den la vuelta a esta conquista, porque mientras unos se esmeraban en retorcer sentencias y otros en hacer contadores de penas, las feministas seguían, determinadas, su camino. España ya es otra, y eso hay que reivindicarlo. Esta sentencia es solo la certeza de ese cambio que debemos empujar, frente a una reacción que no piensa ponérnoslo fácil y el inmovilismo de quienes prefieren no medirse las fuerzas con ella. Pero en Brasil —como Alves— se dice Ganhar de virada cuando un equipo comienza perdiendo y consigue ganar el partido. Así que tú, amiga, compañera, lectora, sigue peleando tus derechos, peleando que sí es sí, empujando por vidas libres de violencias machistas, que sí se puede, y vamos a ganhar de virada.