Alvise y Milei

Alvise tiene el mismo programa que VOX y el PP —y el mismo que Milei—. La diferencia no es de fondo, sino de estilo comunicativo
Manuel Cortina / Zuma Press / ContactoPhoto
Manuel Cortina / Zuma Press / ContactoPhoto

El pasado domingo, en la parcela española de las elecciones europeas, un personaje entre siniestro y patético hacia su entrada en el tablero político del país con un logotipo de una ardilla enmascarada como el personaje de V de Vendetta. Alvise Pérez —nombre artístico de Luis Pérez Fernández— es un antiguo asesor de Toni Cantó en Ciudadanos que saltó a la fama digital allá por el principio de la pandemia por acosar a políticos de izquierdas y publicar bulos difamatorios sobre ellos (algunos de los cuales fueron propagados sin pudor por las principales televisiones del país). Alvise no es otra cosa que un mentiroso profesional y un delincuente que ha conseguido 800.000 votos capitalizando la siembra de mensajes de odio contra los pobres, los extranjeros, las personas trans, las feministas o las personas de izquierdas que, durante la última década, los principales cañones mediáticos se han ocupado de plantar en las mentes de buena parte de la población. Pero Alvise también es el portador local más desacomplejado de un programa social y económico muy bien definido que, en estos días, estamos viendo desplegarse con violencia en Argentina.

En realidad, Alvise tiene el mismo programa que VOX y el PP —y el mismo que Milei—. La diferencia no es de fondo, sino de estilo comunicativo. Las tres gradaciones de la derecha neoliberal piensan básicamente lo mismo: que hay que privatizar los servicios públicos para entregarlos a los grandes capitales del sector privado —y les da igual si son capitales extranjeros—, que hay que precarizar a los trabajadores para que los empresarios tengan una mayor 'libertad' para hacer con ellos lo que quieran, que las personas pobres son pobres porque se lo merecen y, por lo tanto, hay que retirarles cualquier tipo de ayuda, que el movimiento feminista es un movimiento contra los hombres que debe ser derrotado, que hay que bajar los impuestos a los multimillonarios pero no pasa nada por subírselos a la gente trabajadora, que hay que aumentar los poderes del Estado central frente a cualquier contrapeso parlamentario y democrático, o que el papel primordial de las fuerzas y cuerpos de seguridad es el de reprimir las movilizaciones sociales que se atrevan a levantarse contra la implementación de esta agenda política.

Todo esto lo podemos encontrar —apelotonado y todo junto— en los 232 apartados de la así llamada "Ley Bases" que Milei consiguió aprobar este miércoles el Senado argentino por apenas un voto de diferencia. Este mamotreto legislativo no es otra cosa que uno de los ejemplos recientes más claros de la aplicación de la "doctrina del shock". Mientras la socialdemocracia y sus partidos satélite abrazan la tibieza y la concertación con los poderes fácticos y no se atreven a avanzar más que centímetro a centímetro y pidiendo perdón por ello, las nuevas derechas extremas no tienen ningún problema en aplicar toda su agenda de golpe con la mayor de las brutalidades, pasando por encima de todo el país y en los primeros meses de su mandato.

Este mamotreto legislativo no es otra cosa que uno de los ejemplos recientes más claros de la aplicación de la "doctrina del shock"

Así, la "Ley Bases" de Milei supone un conjunto de reformas tan profundas y tan radicales de la economía y la sociedad argentina que básicamente estamos ante un cambio constitucional encubierto. El voluminoso paquete de normas neoliberales incluye la privatización de la mayoría de las empresas públicas argentinas, la reducción de los requisitos y las regalías para que las empresas extractivas norteamericanas puedan llevarse el litio, los hidrocarburos y otras materias primas fundamentales del país austral, la eliminación de las pensiones de 400.000 personas vulnerables que no han alcanzado los 30 años de cotización mínimos, la desfinanciación para matarlos por inanición de aquellos servicios que no se consigue privatizar —como las universidades—, la reducción de los derechos laborales de los trabajadores, el despido de decenas de miles de trabajadores públicos, un ataque frontal a los sindicatos y a otras organizaciones comunitarias de la sociedad civil, o la puesta en pie de poderes extraordinarios para el gobierno cuando éste decida decretar el estado de excepción para reprimir a los manifestantes que estos días Milei y los suyos ya han calificado como "terroristas". Mientras el presidente que dice hablar con sus perros muertos se dedica a hacer política internacional echándose en los brazos de Estados Unidos y la OTAN, apoyando el genocidio israelí en la Franja de Gaza o insultando a cualquier presidente europeo o latinoamericano que no sea de derechas, en casa, su gobierno pisa el cuello de los argentinos con una brutalidad tanto mayor cuanto más pobre sea el propietario del cuello pisado.

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La "Ley Bases" es importante porque nos enseña, negro sobre blanco, qué es lo que verdaderamente hay detrás, en el plano material, de todos los discursos desquiciados de odio, de las bravuconadas y de los insultos: un ambicioso y bien definido programa para mantener a la mayoría de la población en la precariedad, la inseguridad y la pobreza, mientras se asegura —mediante el uso de la violencia si hace falta— la capacidad de las élites extractivas nacionales e internacionales de saquear los recursos naturales, las materias primas y la fuerza del trabajo de un país entero. Si para algo sirve la estrategia trumpista de Alvise, de Abascal o de Ayuso —todos ellos reconocidos admiradores de Milei— es, precisamente, para conseguir que la mayoría de los medios de comunicación hablen de las barbaridades que están diciendo en vez de hablar de las barbaridades que están haciendo. Además, en un fructífero dos por uno, las barbaridades que dicen —sobre los pobres, sobre el desmantelamiento del Estado, sobre el feminismo, etc.—, amplificadas una y otra vez por los medios, son la herramienta que les permite desplazar la ventana de Overton para convertir en normal su violento modelo de organización social mediante la victoria en la batalla cultural.

Ojalá el pueblo hermano de Argentina consiga echar cuanto antes a Milei de la Casa Rosada. Mientras tanto, desde España, es nuestra obligación no apartar la vista del tremendo sufrimiento que se inflinge sobre los argentinos y las argentinas. Primero, porque tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano por evitarlo. Pero, también, por saber lo que nos espera si los homólogos autóctonos de Milei se hacen con el poder en nuestro país porque el PSOE y sus partidos subordinados no hicieron nada concreto para pararlos.