Un dictador ha muerto
El dictador peruano Alberto Fujimori falleció el 11 de septiembre. Falleció rodeado de sus familiares y en su cama, tras batallar contra un cáncer. Falleció en libertad pese a que la justicia lo condenó a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad, una sentencia que cumplió sólo parcialmente ya que gozó del indulto otorgado por la actual presidenta peruana, Dina Boluarte. Fujimori falleció y goza durante tres días de funerales televisados, de la visita de la mandataria peruana, de reconocimientos del poder económico, el poder mediático y el poder político de un establishment cada vez más alejado de las mayorías del país. Fujimori falleció y en este acontecimiento ha quedado en evidencia todo lo que le trasciende y sigue muy vivo.
Alberto Fujimori no es un personaje ni polarizante ni controvertido como se nos busca hacer creer desde la derecha y la progresía mediáticas. Fue un asesino, un esterilizador de mujeres indígenas, un corrupto comprobado, un golpista y un dictador
Alberto Fujimori no es un personaje ni polarizante ni controvertido como se nos busca hacer creer desde la derecha y la progresía mediáticas. Fue un asesino, un esterilizador de mujeres indígenas, un corrupto comprobado, un golpista y un dictador. Su régimen se consolidó sobre la violación sistemática de los derechos humanos de peruanos y peruanas, así como del pacto sólido que construyó entre el poder político, el poder económico y el poder castrense. Pero así como Fujimori fue echado del poder gracias a la sostenida movilización popular democrática en los 2000, el fujimorismo que impuso como forma de gobierno se mantuvo pese a su ausencia en Palacio de Gobierno. En Perú se echó a Fujimori, pero no al fujimorismo. Y, del mismo modo hoy, Fujimori muere, pero no su herencia. De hecho, es precisamente gracias a la arquitectura de poder que legó que hoy en Perú hay otra dictadura sostenida en esos cimientos y en esa Constitución redactada a la medida de los grupos de poder. Una Constitución que impuso el modelo neoliberal y dejó el país a merced de los capitales privados y grandes trasnacionales que siguen lucrando con los recursos y los derechos de los peruanos y peruanas.
Por eso es importante que al hablar de Alberto Fujimori no hablemos sólo de las violaciones a los derechos humanos, que es mucho, de la corrupción, que se sostiene hasta ahora, de la ruptura del orden democrático y constitucional, etcétera; sino también de esa imposición del neoliberalismo que en el caso de América Latina no puede desligarse de su origen. El modelo neoliberal en países como Chile, Argentina o Perú fue impuesto por dictaduras y esa característica es fundamental para entender también lo que se combate. El antifujimorismo, como señala la escritora peruana Gabriela Wiener, ha de dejar de ser un ejercicio ético para ser un ejercicio político que denuncie la imposición de este modelo plasmado en una Constitución igual de ilegítima que la dictadura que la avaló. No es posible denunciar al fujimorismo avalando a la vez el modelo económico de subasta y privatizaciones que impuso a sangre, muerte y balas.
Mientras que la clase política deslegitimada y los grupos de poder ajenos al país rinden pleitesía y alabanzas al dictador, hay un pueblo que repudia estas acciones e incluso convoca a fiestas de celebración
Mientras que la clase política deslegitimada y los grupos de poder ajenos al país rinden pleitesía y alabanzas al dictador, hay un pueblo que repudia estas acciones e incluso convoca a fiestas de celebración. Mientras el Régimen del 23 -heredero del Régimen fujimorista del 93- impone un luto nacional de tres días, se auto organizan y convocan en Perú encuentros populares que hacen de la memoria un ejercicio activo y colectivo. Ese es el Perú que sigue movilizado en contra de la dictadura de Dina Boluarte porque entiende que no basta con que Fujimori haya partido, sino que corresponde sacar del poder peruano a todo el fujimorismo que persiste.
La muerte de Alberto Fujimori es un acontecimiento que desnuda la hipocresía y el oportunismo de las derechas españolas y peruanas que hacen malabares lingüísticos para evitar contar los hechos
En tiempos en que se habla de dictaduras y dictadores, con rapidez al tratarse de ciertos países, la muerte de Alberto Fujimori es un acontecimiento que desnuda la hipocresía y el oportunismo de las derechas españolas y peruanas que hacen malabares lingüísticos para evitar contar los hechos. Pero el pueblo peruano, ni hipócrita ni amnésico, sigue en las calles exigiendo lo mismo hoy que en los 2000: Fujimorismo nunca más. Una nueva constitución que deje atrás el (anti)pacto social impuesto por Fujimori se abrirá paso más temprano que tarde en Perú. Su pueblo lo exige. La muerte del dictador recuerda el reto pendiente y deja en evidencia a los aliados de ese fujimorismo que nunca se fue. Pero también construye alianzas entre los y las verdaderas demócratas que no exigen otra cosa que justicia y memoria.