El león de Waterloo resultó no ser tan fiero
Ayer, los periódicos de la derecha mediática se tuvieron que enfrentar a un importante dilema a la hora de diseñar sus portadas. Dado que, en una página, el espacio es el que es y tiene las dimensiones que tiene, los diarios del macizo de la raza tuvieron que compaginar dos voluntades contrapuestas que competían entre sí por el protagonismo: la voluntad de cubrir de almibaradas lisonjas cortesanas a la heredera al trono en el día de su jura de la Constitución y la de denunciar el ultraje y la tremenda humillación a la vieja nación española que suponía la foto del secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, con Carles Puigdemont en una habitación de la sede del Parlamento Europeo en Bruselas. Como, en la derecha, el odio es más fuerte que el amor, la decisión salomónica otorgó más espacio en las portadas al segundo tema que al primero.
Como todos los diputados que asistieron al solemne acto en la carrera de San Jerónimo coincidían en su aprecio hacia la monarquía y así se lo hicieron saber a los miembros presentes de la Casa Real con un largo aplauso de casi cinco minutos, la sección de política en los telediarios del mediodía y también de los periódicos digitales versó sobre aquello en lo que no están de acuerdo, ocupando la foto de Bruselas el lugar central de los totales y las crónicas. Y cada uno la utilizó para construir el relato a su manera. El PSOE, que algo sabe de comunicación política y, por ello, llevó a cabo la filtración de la reunión justo la tarde-noche antes del magno evento monárquico —para que lo segundo tapase lo primero—, se resistió, como parte de la misma estrategia comunicativa, a decir nada en público al respecto a los periodistas que les acercaban el micrófono en el Patio de los Leones. "Hoy es el día de la princesa de Asturias", respondían ufanos los ministros socialistas, confirmando así la maniobra de bloqueo de un tema con otro que acababan de hacer. Sin embargo, el PSOE no renunció a dotar a la instantánea del significado político más conveniente para sus intereses: "el acuerdo está más cerca", susurraron en fuentes los de Sánchez a sus diferentes medios de comunicación afines. Obviamente, el significado que PP y VOX quisieron asignar al mismo hecho —y éstos sí lo hicieron en público, con Feijóo y Abascal a la cabeza— fue el contrario y, como siempre, el mismo que ya habían avanzado por la mañana los cañones de la derecha mediática: "en el solemne en el día de la jura de la Constitución por parte de la heredera al trono, Sánchez certifica, con la foto de la vergüenza, que está dispuesto a pactar con los que quieren destruir España solamente para seguir siendo presidente del gobierno".
Pero, más allá del periodismo de versiones, ¿qué es exactamente lo que ha ocurrido con esa foto? Desde el punto de vista objetivo, se puede afirmar que, en la carpeta del "reconocimiento de la legitimidad política del independentismo catalán" —una de las exigencias de Puigdemont para dar su apoyo a la investidura—, el líder de facto de Junts per Catalunya ha obtenido mucho menos de lo que cabría esperar. En un día en el cual el secretario general del PSOE reconocía la legitimidad política de la monarquía con los fastos más imperiales que se recuerdan en tiempos, Puigdemont apenas conseguía una foto en un sofá con el número tres del PSOE —teniendo que recortar incluso el cuadro con la urna del 1 de octubre que preside la pared de la pequeña habitación de Bruselas donde tuvo lugar la reunión— y un comunicado con membrete del PSOE llamándolo "president".
Puigdemont apenas conseguía una foto en un sofá con el número tres del PSOE —teniendo que recortar incluso el cuadro con la urna del 1 de octubre que preside la pared de la pequeña habitación de Bruselas donde tuvo lugar la reunión— y un comunicado con membrete del PSOE llamándolo "president"
A medida que los días van pasando, cada vez parece más claro que Pedro Sánchez tiene una posición negociadora muy fuerte, con el voto de Sumar garantizando desde el principio —aunque hayan querido escenificar unas tímidas y poco verosímiles tensiones previas a la firma de un decepcionante y ambiguo acuerdo programático—, con el apoyo también seguro de Bildu —que ya lo ha manifestado sin ambages— y del PNV —que no puede permitir que los abertzales los dejen fuera de la gobernabilidad y continúen recortando distancias electorales en Euskadi—, con el más que probable apoyo de ERC —que perdió la mitad de sus diputados el pasado 23 de julio y no se puede permitir una repetición electoral— y ahora parece que ya definitivamente también con el apoyo de los siete escaños de Junts.
Si al principio pareció que los de Carles Puigdemont tenían una posición negociadora muy fuerte derivada del hecho de que parecían ser los únicos que podían permitirse políticamente forzar una repetición electoral —y así lo contamos en Diario Red—, el desarrollo de los acontecimientos a lo largo de las últimas semanas ha demostrado que no era para tanto. Por las diferentes señales que se han ido viendo —la aceptación obvia de que la amnistía no va a estar aprobada con carácter previo a la investidura a diferencia del "pago por adelantado" que los de Junts exigían al principio o el muy leve "reconocimiento de su legitimidad política" mediante la foto de antes de ayer por la tarde—, todo parece indicar que la investidura de Pedro Sánchez se halla prácticamente conseguida, que lo máximo que van a poder conseguir los de Junts es una ley de amnistía con los límites marcados por el PSOE —y que ya veremos qué virtualidad tiene cuando los jueces empiezan a plantear recursos de inconstitucionalidad— y una serie de ambiguos compromisos a futuro sobre el resto de las carpetas.
El 1 de octubre de 2017 queda ya muy lejos, el procés está muy debilitado, los líderes de la burguesía catalana no son revolucionarios, el león de Waterloo resultó no ser tan fiero y, una vez más, a pesar del bramido de la derecha y la ultraderecha, no parece que España se vaya a romper.