El pañuelo de Belarra
Ayer fue 12 de octubre, día de la “fiesta nacional” desde 1892 por voluntad de la entonces reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y del presidente Antonio Cánovas del Castillo, aniversario recuperado en la época democrática en el primar BOE del año 1982 y denominado oficialmente “Día de la Hispanidad” por la Ley 18/1987. Aunque la composición sociológica del público asistente al desfile militar de Madrid se situaba entre el 9 y el 10 de la escala ideológica del CIS por motivos que ya hemos explicado en este diario, lo cierto es que la relativa pluralidad de la representación institucional —faltaba el independentismo catalán y vasco, además del PNV— y los diferentes acontecimientos que han rodeado a la efeméride de algún modo convirtieron el acto de ayer en una especie de España en pequeño. Un día en el que podríamos decir que la totalidad de la actualidad y la política se encontraron resumidas en el breve espacio de unas horas.
Ayer contemplamos, por supuesto, aquello con lo que abrieron todos los telediarios: los pitos y los abucheos al presidente del gobierno y las consignas del público asistente. “¡Que te vote Txapote!” —hasta convertir al sanguinario etarra en tendencia en Twitter—, “¡Puigdemont a prisión!”, “¡Sánchez sinvergüenza!” y “¡Viva Leonor y viva el rey!” fueron quizás las más coreadas, permitiendo delimitar fácilmente a aquellos bulliciosos ciudadanos y ciudadanas en el ámbito de la obediencia monárquica y el voto ultraderechista.
Cuando el monarca y el presidente se saludaron rodeados de estos gritos, Felipe VI no parecía incómodo. Pero Pedro Sánchez sí. A pesar de que el PSOE llevaba toda la semana filtrando a los medios de comunicación que las faltas de respeto en el desfile del 12 de octubre serían responsabilidad del PP y de VOX —olvidando a la derecha mediática, como si ésta no propagase odio mañana, tarde y noche—, y a pesar también de que los socialistas se habían dedicado estos últimos días a elogiar de una forma encendida a la institución monárquica, no parece que nada de esto haya tenido ningún efecto y ayer acabó ocurriendo lo que ya habíamos advertido y lo que todo el mundo podía imaginar. Por mucha voluntad —y mucha inocencia— que ponga el PSOE, el 12 de octubre y la monarquía son elementos simbólicos que ya sólo representan a la derecha y a la extrema derecha. Ayer quedó de nuevo claro.
El esfuerzo sin resultado conduce a la melancolía, pero los infructuosos intentos del PSOE para ocupar el inexistente espacio político de centro en vez de apostar con decisión por jugar en el carril progresista y dar la batalla ideológica contra unas derechas que ya operan en modo golpista no fue lo único que pudimos ver ayer.
Los infructuosos intentos del PSOE para ocupar el inexistente espacio político de centro en vez de apostar con decisión por jugar en el carril progresista y dar la batalla ideológica contra unas derechas que ya operan en modo golpista no fue lo único que pudimos ver ayer
La heredera al trono, por ejemplo, participó por primera vez del acto del 12 de octubre ataviada con uniforme militar y cantó fervorosamente “la muerte no es el final”; el himno a los “caídos por España” cuyo principal mensaje vendría a ser que dar la vida por la patria no solamente es un acto heróico sino que, además, ni siquiera supondría el propio fin de la vida ya que ésta continuaría en tanto que perviva la nación. Podríamos valorar este hecho, pero en realidad no hace falta ya que —como tantos otros hechos que tuvieron lugar ayer— se valora solo.
En el ámbito de la derecha política, Feijóo y Gamarra estaban encantados de estar por allí; pero Ayuso y Abascal mucho más. Según ha podido saber Diario Red, este último —que no ha hecho ni un minuto de servicio militar— se ponía de pie cada vez que pasaba un batallón y los representantes del PSOE se ponían nerviosos y no sabían qué hacer. A un observador poco informado le podría parecer extraño que la extrema derecha le marque el paso a los socialistas, pero bastaba comprobar que Margarita Robles había publicado ese mismo día una columna de opinión en La Razón para entenderlo todo mucho mejor.
Finalmente, los actos del 12 de octubre dejaron también todo claro en el ámbito de la izquierda. Al punto de la mañana, la Secretaria General de Podemos, Ione Belarra, recordaba una obviedad: que la fecha conmemora y celebra el inicio del genocidio de los pueblos originarios de América Latina y que España debería plantearse seriamente —aunque solo sea por respeto a los países hermanos del nuevo continente— dejar de hacer semejante cosa. Los fascistas de VOX le espetaron inmediatamente en Twitter que, “si no le gustaba España”, se podía ir del país. La líder de Sumar, Yolanda Díaz, por su parte, escribía un mensaje sin ninguna crítica a la efeméride y finalizaba con un “feliz 12 de octubre” que no sabemos cómo habrá sentado en Colombia, Argentina, México, Chile o Ecuador.
Y el pañuelo. El pañuelo también entró en el telediario. Belarra, además de sugerir que quizás no deberíamos celebrar el exterminio de millones de indígenas como “fiesta nacional”, decidió hacer un gesto simbólico de apoyo al pueblo palestino vistiendo un pañuelo bordado por mujeres de la ciudad cisjordana de Hebrón. En un momento en el que el ejército sionista de Netanyahu está haciendo lo mismo en la franja de Gaza que el ejército imperial español en las “descubiertas” colonias americanas hace más de 500 años, varios siglos de historia y todo el tablero político actual pueden caber en un solo día, en un solo acto… incluso en un humilde pañuelo bordado por mujeres palestinas.