Europe is living… a genocide
Que Eurovisión es un espectáculo profundamente político es una obviedad. De hecho, dentro del universo eurofan hay no pocas personas aficionadas a la geografía política, a las disputas territoriales y a las relaciones internacionales, además de a las hombreras, las melenas al aire, los trajes ajustados y los estribillos facilones.
Eurovisión es, de hecho, uno de los reflejos más fidedignos de Europa. Cualquiera que lo siga, lo sabe. Una Europa ensimismada, supremacista, arbitraria en sus decisiones, de mediocre talento, blanca, vieja y excluyente. El festival, aún con una pátina de diversidad y de supuesto escaparate de libertades, representa bien esa lógica de la “Europa jardín” que solo busca gustarse a sí misma y convencerse de que no hace nada mal. Ni siquiera cantar.
En los últimos años, hemos visto como Rusia era vetada durante la edición de 2017 en Kiev por sus movimientos en Crimea y desde 2022 por la invasión; ese mismo año, la Unión Europea de Radiodifusión(UER) expulsaba a Bielorrusia por considerar que allí se atacaba a libertad de prensa. No pocas actuaciones han tenido carga política (Georgia hace una década, los Balcanes en sus diferentes disputas, Ucrania en 2022 o incluso este mismo año, con homenaje a Stepan Bandera incluido).
Sin embargo, para Israel en 2024 y a siete meses de iniciar el mayor genocidio del siglo XXI todo son parabienes, alfombra azul y despliegue de seguridad en Malmö: y si la gente protesta —porque protesta— y abuchea a una de sus propagandistas-artistas en el festival, se les tapa la voz con unos cuantos aplausos enlatados. En Ámsterdam, hostias policiales a los estudiantes, en Berlín, detenciones a los activistas, en Londres, deportaciones a los migrantes movilizados, en París, agentes vigilando la Sorbona. Valores europeos.
Pero en el jardín europeo crecen las malas hierbas, muchas, aunque le pese al jardinero. La causa palestina ha movilizado a millones de personas que actúan hoy en la que se ha convertido en la causa de la Humanidad. Las acampadas universitarias, los artistas valientes, las manifestaciones en Malmö, son el aviso de que algo se mueve en Europa, una pulsión por la paz y contra la hipocresía de un continente que tolera lo intolerable.
Durante los ensayos eurovisivos, la televisión belga apagó la emisión de la canción de Israel para pedir un alto al fuego en una pantalla fundida a negro. Parece difícil que veamos algo así mañana en la televisión pública española, donde la verdad sobre este genocidio (que piden que no politicemos y que no empañemos con la dichosa política) tuvo que decirlo una tertuliana, no en vano, de esta cadena: Laura Arroyo recordó a RTVE que Eurovisión está manchada con la sangre de casi 35.000 personas asesinadas, 14.000 niños y niñas.
Seguro que hay eurofans entre nuestros y nuestras lectoras, que han entendido que hoy toca apagar la tele. No solo por engañar al audímetro o por no ser partícipe de la indiferencia, sino por la íntima sensación de que haciéndolo, de algún modo, nos conectamos con alguien que en otro lado del mundo, sin tele, ni hogar, ni techo, ni agua, estará pasando otra noche bajo las bombas.
Europe is not living a celebration, but a genocide. Y en nuestra repulsa a participar de la farsa, abrimos camino a otra Europa, ni jardín ni fortaleza, sino tierra de paz que aprendió de sus errores, quizá, por fin, esta vez.