La fábrica del “problema de la inmigración” y del fascismo
Como si del corolario de un teorema se tratase, ha llegado, necesario, geométrico e ineluctable, el CIS de septiembre con “la inmigración” como “el principal problema de España”, según las personas encuestadas. En solo tres meses, el “problema” ha pasado del noveno puesto al primero. Nos engañaríamos, la verdad, si dijéramos que nos sorprende. Antes bien, este “resultado” era más que probable. ¿Por qué? La respuesta está bastante clara, y es radicalmente antagónica a la que van a dar fascistas, racistas y “progresistas” en radios, televisiones y periódicos que viven de la publicidad de bancos y corporaciones. Y por supuesto también de la que darán bots y semibots en las redes sociales. Antes de ir a la respuesta, reparemos en un hecho bastante revelador: la considerable diferencia entre ese 30 por cien de personas encuestadas que consideran que es el “principal problema de España” y lo que esas mismas personas consideran que es su principal problema personal. Allí “el problema de la inmigración” resulta que es el quinto problema.
Los fascistas y racistas imponen el tema de conversación y luego las “noticias” les montan la ola que se dedican a surfear casi con despreocupación
¿Por qué entonces? Porque así lo quiere el bloque de poder mediático-político español. Unos al timón, otros remando y el resto llorando con la mano en el mentón. Sabemos que el timón lo lleva desde hace un década la extrema derecha occidental y sus medios y plataformas de comunicación. En España el bloque reaccionario no va a la zaga. La inmigración es percibida como el primer problema porque Vox, apostando por el crecimiento de la extrema derecha europea y una posible victoria de Donald Trump en noviembre, decide en julio pasado romper sus gobiernos de coalición con el PP con el pretexto del supuesto peligro de los menores no acompañados. Aunque el propósito de la jugada es obvio y los resultados en la opinión pública más que previsibles, ningún medio, salvo el ecosistema de medios críticos y alternativos, impone un cortafuegos. Antes al contrario. Los fascistas y racistas imponen el tema de conversación y luego las “noticias” les montan la ola que se dedican a surfear casi con despreocupación. Mediaset, Atresmedia, Vocento, Prisa, Florentino y su OK Diario, Alvises, Quiles y streamers libertarios de Andorra se encargan después de convertirlo en la “actualidad”, en la “realidad”, en la amenaza. De los pogromos nazis en Inglaterra e Irlanda del Norte, alentados por Elon Musk, a la “incesante llegada de cayucos” a las Islas Canarias, pasando por la fabricación inmunda del bulo de la autoría del apuñalamiento de Mocejón: este verano ha sido una inmensa campaña de producción de realidad racista y fascista. Y la producción se cobra, en share, en visualizaciones, en contratos de seguridad privada y alarmas, en votos.
Cuando Noam Chomsky escribía sobre la “fabricación del consentimiento” no estaba usando ninguna metáfora. La conciencia pública, la descripción de la realidad, las impresiones y las valoraciones personales ante esas descripciones, son un proceso industrial de producción tan exhaustiva y tan compleja que se confunden con el “mundo real”. En sociedades capitalistas irreversiblemente mediatizadas, nadie puede escapar de esa realidad si no dispone de los medios y las fuerzas para producirla de otra manera. La progresía política y mediática no desafía ese estado de cosas. Por eso hacen el papel de los que lloran con la mano en el mentón. Se lamentan y hacen aspavientos, pero no se atreven a desafiar el poder oligárquico de los medios y las plataformas. Se limitan a hacer brindis al sol con “medidas de regeneración democrática” o firman manifiestos humanistas por la tolerancia. Pero renuncian a producir la realidad, porque ello implica el riesgo de perder sus privilegios de clase media y de raza blanca y de casta política y profesional. Cómo van a atreverse a desafiar la legislación europea de fronteras y la racialización de las clases subalternas. Cómo van a enfrentarse a las corporaciones y plataformas billonarias que financian partidos, diarios y carreras profesionales. Al fin y al cabo, hacer el papel del mal menor mientras la producción de realidad se desplaza hacia el fascismo y la guerra es siempre un pingüe negocio político y profesional: el riesgo es escaso, el beneficio, variable pero asegurado. Son como los “terapeutas alternativos” que despluman a las personas desesperadas porque una sanidad privatizada e inasequible para la mayoría impide que se prevengan y se curen sus dolencias antes de que sea demasiado tarde.
Necesitamos construir, ensamblar, federar a nivel estatal y transnacional las fábricas antagonistas de producción de contrahegemonía, de otra producción de realidad y de su valoración
Desde que las plataformas y sus patronos tecnofascistas se han apoderado de Internet, la disputa por los medios de producción de realidad y de subjetividad se presenta aún más cuesta arriba. El 15M fue posible porque la conexión entre redes y plazas dejó a los medios del régimen del 78 sin la capacidad de controlar la descripción y la valoración de lo que pasaba. Perdieron, por un tiempo y parcialmente, el control de la producción de realidad. Pero no podemos resignarnos. La batalla por esos medios de producción es la batalla decisiva de nuestro tiempo. Cueste lo que cueste. Necesitamos construir, ensamblar, federar a nivel estatal y transnacional las fábricas antagonistas de producción de contrahegemonía, de otra producción de realidad y de su valoración. Que conviertan la insistencia en hablar y amenazar sobre el “problema de la inmigración” en algo tan absurdo y demencial como hacerlo del “problema de la defecación” o el “problema del paso del tiempo”. Este diario y este canal no existen y no viven para otra cosa que no sea esa batalla.