No hay feminismo tranquilo
Tres asesinos machistas se han llevado por delante las vidas de seis personas en las últimas horas: cada uno de ellos ha asesinado a una mujer, su pareja o ex pareja. Uno también ha acabado con la vida de la madre de una de ellas. Otro descuartizaba a sus dos hijos.
No, no es un “día negro”, o un “nuevo repunte” como han decidido titular algunas portadas. Es violencia machista, es terrorismo machista y es un problema público y social trascendental. Volver a repetir adjetivos como “brutal”, como hacía en sus redes Nuñez Feijóo, recurrir a la consabida y recurrente “lacra” que tanto gusta a las portavoces del PSOE, o sentirse “estremecido ante el horror”, como se confesaba Moreno Bonilla no solamente no va a servir para nada, sino que vuelve a colocar el problema, la violencia machista, como algo inevitable, terrible, temible, y a ellos y ellas como impotentes e irresponsables para combatirla.
La decisión del gobierno de Pedro Sánchez de optar por el “perfil bajo” en las políticas de igualdad y erradicación de la violencia machista ha contribuido a que a la “agenda setting” -ya saben, la que establece lo que merece o no ser noticiable y por tanto, debatido y conocido por la ciudadanía- dejara de interesarle hablar de feminicidios y de violencias sexuales. Nada más barrer a las incómodas feministas de las instituciones y del Gobierno, dejaron de ser noticia los presupuestos destinados a igualdad, cesaron los contadores de violadores de La Sexta, desaparecieron aquellas polémicas sobre la conveniencia de las campañas de sensibilización que tanto enfadaban a Pablo Motos, y ya no copaba titulares aquellas feministas que molestaban a los amigos cuarentones del Presidente, aunque gracias a ellas -las votantes, las mujeres de la izquierda- gane las elecciones. Pero lo más importante: no se habla como se debería de las medidas, de las soluciones posibles, del qué hacer ante la violencia machista.
Meter al feminismo en un cajón, impugnar el “ruido” y apostar por el “perfil bajo” no ha servido -para sorpresa de nadie- para frenar la reacción machista. Los asesinos, los feminicidas, los negacionistas de la violencia patriarcal, no respetan los perfiles bajos ni la discreta agenda ministerial de Redondo, cuya gestión transcurre más cerca de Valladolid que de Alcalá 37. El haber impuesto el silencio y la moderación al feminismo institucional ha provocado también que se nos haya hurtado como ciudadanía el necesario y fundamental debate público que se tuvo durante la legislatura de Irene Montero, que sirvió para hacer visible e internacional los avances en derechos y que visibilizó el conflicto político necesario para plantar cara al machismo que llevaba décadas gestándose en la calle.
Hubo quien respiró aliviada y aliviado con la vuelta a una gestión de las violencias machistas tranquila, que reserva la pompa en los días especiales, que invertía mucho en galardones y congresos, que convocaba a un reducido grupo, siempre con los mismos apellidos y viviendo, mientras se pudiera, de una burocracia a velocidad crucero y de los réditos de leyes y políticas valientes, (ocurrió también con la ley orgánica 1/2004 de violencia de género). Pero el momento político exige mucho, mucho más. Por todas nosotras.
Hubo otra forma de hacerlo, y se hizo. El plan “España te protege” desplegado en plena pandemia, que lograba hace unos meses el aplauso de Naciones Unidas en el Comité Cedaw, es un buen ejemplo. El aumento histórico de fondos del Pacto de Estado, la Estrategia Estatal, los comités de crisis ante los feminicidios, colocar la violencia vicaria como un elemento fundamental a atender para erradicar las violencias machistas, son otras muestras de que detrás del ruido lo que había -y lo que hay- es una convicción sincera, una preocupación militante, mucho trabajo y muy poca complacencia, porque hace falta, insistimos, más, mucho más. El inmovilismo y la moderación no pararán la ofensiva machista. Solo el coraje y la determinación feminista pueden plantarle cara.
El abandono de políticas fundamentales es evidente. Como los Centros de Crisis contra la violencia sexual, que deberían estar ya en funcionamiento en todas las CCAA, en cumplimiento de la ley del Sólo sí es sí, pero solo funcionan 10 de los 52 previstos. Otro ejemplo desolador es el estado de las trabajadoras de los recursos públicos de atención a víctimas de violencia machista en ciudades como Madrid, en huelga por la precariedad de su situación y de las mujeres que atienden y que no cuentan con recursos habitacionales mínimos para garantizar su seguridad y bienestar. Ante este retroceso, solo queda el feminismo: no el complaciente ni el que pontifica desde la poltrona, sino el que sigue peleando recursos, militando derechos y construyendo redes con otras luchas. Ante el dolor, la rabia, el sufrimiento, en días como estos, nos tendrán enfrente.