Frente al racismo, dar a las personas migrantes todos los derechos
Aunque ya venía formando parte de la agenda de la derecha y la extrema derecha españolas —y de sus homólogos en el conjunto del mundo—, este verano de 2024 ha sido quizás el momento en el que el eje político racista que pretende buscar rédito electoral en la criminalización de las personas migrantes ha alcanzado su punto álgido hasta ahora.
Este verano de 2024 ha sido quizás el momento en el que el eje político racista que pretende buscar rédito electoral en la criminalización de las personas migrantes ha alcanzado su punto álgido hasta ahora
Quizás porque el tradicional eje racista que está en primer plano del debate en la política italiana, francesa, británica o estadounidense, en España se ha visto desplazado por varias particularidades autóctonas, aquí hemos visto una explosión retardada. En nuestro país, por su naturaleza plurinacional, el eje del odio a los independentismos vasco y catalán ha ocupado buena parte de la agenda político-mediática en los últimos años. Al mismo tiempo, la aparición de una fuerza como Podemos y su llegada al Gobierno —algo inédito desde la recuperación de la democracia en España y solamente visto en Europa con la breve experiencia de Syriza en Grecia— ha activado el viejo anticomunismo larvado y también ha servido como un combustible eficaz para llenar las campañas, los discursos parlamentarios y las tertulias de televisión. Por último y relacionado con esto, el avance histórico en derechos feministas impulsado por Irene Montero desde el Gobierno de coalición ha levantado en España como en pocos países la reacción machista del patriarcado, y esto también ha sido uno de los ejes más poderosos de la confrontación en los tiempos recientes.
Sin embargo, era solamente cuestión de tiempo que el eje racista alcanzara el primer plano en España. Con el procés catalán en sus horas más bajas de la última década y media, con los morados fuera del Gobierno y con el PSOE habiendo asumido la derrota ideológica en el campo del feminismo, la ventana se abrió para que pudieran entrar por ella temas nuevos. El aumento de la llegada de cayucos a Canarias, así como las llegadas a nado a la ciudad de Ceuta, la necesidad de llegar a un acuerdo entre comunidades autónomas para repartir por la península a los menores migrantes no acompañados que llegan a estos enclaves aislados de nuestro estado y colapsan sus servicios asistenciales, y sobre todo el estallido de pogromos neonazis en el Reino Unido como consecuencia del asesinato de tres niñas por parte de una persona negra —que no era musulmana ni tampoco nacida fuera de las islas británicas—, enseñaron claramente el camino a nuestros fascistas locales y decidieron intentar lo mismo con el asesinato del niño Mateo en la localidad toledana de Mocejón.
Si uno consigue convencer a la clase trabajadora autóctona que la causa de sus males y sus quebrantos es su vecino nigeriano o su compañero de trabajo magrebí, entonces los de abajo se olvidarán de los verdaderos causantes de su explotación y su precariedad: la minoría oligárquica extractiva
Aunque, de momento, han fracasado, los elementos reaccionarios insertos en las tres fuerzas de la derecha y la extrema derecha —PP, VOX y SALF— parecen haber tomado ya la decisión de seguir echando cada vez más madera a la locomotora de la xenofobia y la violencia racista. Los motivos son bien conocidos y son básicamente dos. Por un lado, los líderes fascistas saben perfectamente que hay un caladero de votos en cada una de las emociones humanas y que las emociones más oscuras —como el odio o el deseo de explotación y dominación— no son una excepción a esta norma. Tanto Feijóo como Abascal como Alvise saben que, en todas las sociedades, siempre hay un número de personas que tiene miedo/odia a las personas migrantes. Si se destina suficiente dinero y suficiente esfuerzo político y comunicativo a alimentar ese miedo/odio, entonces ese número de votantes puede aumentar. Por otro lado, siendo las fuerzas partidistas de la derecha y la extrema derecha los mayordomos parlamentarios de los oligarcas capitalistas, el abrazar el eje racista tiene una segunda ventaja nada desdeñable. Si uno consigue convencer a la clase trabajadora autóctona que la causa de sus males y sus quebrantos es su vecino nigeriano o su compañero de trabajo magrebí, entonces los de abajo se olvidarán de los verdaderos causantes de su explotación y su precariedad: la minoría oligárquica extractiva. La derecha y la extrema derecha política y mediática sabe que poner a pelear al penúltimo de la sociedad con el último de la sociedad es la mejor receta para que, a la hora de buscar culpables, la gente mire al costado en vez de mirar hacia arriba.
Estos son, en esencia, los elementos de la realidad que estamos viviendo y que se ha intensificado en las últimas semanas. Y, como en todos los casos en los que se desata una violenta batalla cultural por el sentido, es una receta suicida la de buscar puntos medios, acuerdos o compromisos con los que ya han decidido utilizar el odio y la violación de los derechos humanos de la gente más humilde en su propio benéfico. Así las cosas y establecido el campo de batalla, no es posible ya un empate o una desactivación del conflicto. O ganan los que quieren lanzar a los cuerpos migrantes a la deportación, a la precariedad, a la prisión o al fondo del mar, o ganamos los que defendemos que una persona no puede ser ilegal, que la inmigración —además de ser un derecho humano— enriquece nuestros países y nuestra economía y que la clase trabajadora consigue más cosas trabajando junta que dividida. Y la derrota o la victoria solamente pueden ser totales.
Si ellos quieren despojar de sus derechos más básicos a millones de vecinos y vecinas por el color de su piel, por su religión o por el lugar donde han nacido, nosotros tenemos que pelear para darles todos los derechos
Por eso, frente a los neonazis y los fascistas y también frente a la derecha supuestamente conservadora que compra el 90% de sus argumentos, no cabe la apuesta sin columna vertebral de la progresía de mantener un discurso humanista al mismo tiempo que se sigue haciendo lo mismo de siempre. Si de verdad queremos impedir el avance de la oscuridad, tenemos que estar dispuestos a dar el combate con valentía y con contundencia. Si ellos quieren despojar de sus derechos más básicos a millones de vecinos y vecinas por el color de su piel, por su religión o por el lugar donde han nacido, nosotros tenemos que pelear para darles todos los derechos. Para empezar, se ha vuelto imperativo aprobar la ILP que la sociedad civil ha traído al Congreso para regularizar a aproximadamente medio millón de personas que ahora viven y trabajan en España en situación administrativa irregular. Y eso debe ser únicamente el principio del camino. La gente decente, los verdaderos demócratas, la izquierda transformadora no habremos acabado nunca nuestro trabajo hasta que todas las personas tengan los mismos derechos sociales, económicos y civiles y no haya ninguna distinción entre españoles y personas migrantes. Es así como se para a la violencia racista que ya provocó los momentos más tenebrosos del continente europeo, es así y no de otra forma.