¿Y si el genocida nos arrastra a la guerra?
El ciclo de violencia desatado por Israel empuja a Oriente Medio a una guerra regional. Europa y Estados Unidos parecen dispuestos a dejarse arrastrar por Netanyahu
La República Islámica de Irán ha llevado a cabo un ataque sin precedentes contra Israel. Cientos de misiles han atravesado la "cúpula de hierro" israelí en una agresión que supera con creces el ataque de abril. Evidentemente, esta acción constituye un paso más hacia la ruptura total de los frágiles equilibrios de paz -o, más bien, de ausencia de una guerra plena- en Oriente Medio.
La guerra total en la región no es segura, pero es notablemente más posible de lo que lo era hace dos semanas; y todavía más posible de lo que lo era antes de octubre de 2023. El ataque iraní, fundamentalmente dirigido contra infraestructura industrial y militar israelí, es una respuesta a la ola de violencia desatada por el gobierno de Netanyahu durante las últimas semanas. El ataque terrorista de Israel a través de los buscapersonas de Hezbolá, el bombardeo contra Yemen justificado en la lucha contra los hutíes y la invasión del Líbano han empujado a Irán a esta respuesta.
Europa y Estados Unidos, los principales aliados del Estado israelí, un proyecto originalmente colonial, han tenido un año para poner freno al ciclo de violencia que el gobierno de Netanyahu ha desatado en Oriente Medio
No obstante, más allá de la coyuntura específica abierta entre septiembre y octubre de 2024, lo cierto es que la escalada regional en Oriente Medio encuentra su origen en la avanzada del Estado sionista contra los palestinos. El plan para el exterminio y la limpieza étnica de la Franja de Gaza, así como para la ocupación definitiva de Cisjordania, no solo suponía por sí mismo un crimen contra la humanidad; además, empujaba a los actores del Eje de la Resistencia a una situación muy difícil frente a Israel.
Europa y Estados Unidos, los principales aliados del Estado israelí, un proyecto originalmente colonial, han tenido un año para poner freno al ciclo de violencia que el gobierno de Netanyahu ha desatado en Oriente Medio. Mediante presiones diplomáticas, comerciales e incluso militares podrían haberlo hecho, pero decidieron que era más conveniente hacer la vista gorda.
Las cifras del horror en la franja de Gaza son complicadas de clarificar, pues el grado de destrucción es tan brutal que el compilado de información se hace ampliamente difícil. Las estimaciones, pese a ello, hablan de que en torno a un 5 y un 20% de la población gazatí habría sido asesinada por Israel desde el 8 de octubre. Nunca ha sido suficiente para que los gobiernos del “Mundo Libre” se planten contra Israel.
Estados Unidos y Europa no solo apoyaron por omisión (a veces, incluso, explícitamente) el genocidio contra el pueblo palestino, sino el resto de acciones que Tel Aviv ha venido realizando con el objetivo de desatar una conflagración contra el Eje de la Resistencia. Nada halló la condena de Occidente: ni los ataques contra líderes de Hezbolá, ni los bombardeos contra Yemen, ni los asesinatos selectivos de líderes de Hamás en varios puntos de la geografía regional ni la invasión del Líbano. Frente a todo ello, Europa y Washington se pusieron de perfil o defendieron el derecho de Israel "a defenderse".
Que Estados Unidos no tiene problemas morales ni políticos en desatar decenas de miles de muertos en Oriente Medio es algo que no ha de sorprender. Basta un repaso a la historia contemporánea para evidenciar esta tendencia violenta del hegemón occidental
Si habrá o no una guerra regional en Oriente Medio podrá evidenciarse en días o semanas. La respuesta israelí al bombardeo iraní será decisiva, así como la posición que Estados Unidos tome al respecto. Netanyahu puede optar por un "simple" bombardeo contra Teherán (con o sin objetivos civiles), pero podría incluso escalar hasta el asesinato de líderes del Estado iraní. Una vez ello ocurra, la pelota volverá al tejado de Irán, quien deberá decidir si sigue escalando o no.
La reacción de Washington es trágica en este sentido. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, ha declarado lo siguiente: "este ataque iraní tendrá consecuencias severas; trabajaremos con Israel para asegurarnos de que así sea". Lo que se deduce de las palabras de Sullivan no es ya que Washington vaya a apoyar el manido (y falso) "derecho a la defensa" de Israel, sino que están dispuestos a involucrarse de alguna forma en una agresión contra Irán.
Que Estados Unidos no tiene problemas morales ni políticos en desatar decenas de miles de muertos en Oriente Medio es algo que no ha de sorprender. Basta un repaso a la historia contemporánea para evidenciar esta tendencia violenta del hegemón occidental. No obstante, recientemente un débil criterio de pacificación había regido la política exterior de Washington al respecto de Israel e Irán: su voluntad por "girar hacia Asia" y "calmar" Oriente Medio había empujado a Demócratas y Republicanos a limitar en cierta medida el empuje belicista de Tel Aviv.
Si esto cambia y Washington se vuelca sin matices con Israel, los frenos para una guerra regional abierta desaparecerán. Y, si Washington se involucra en una conflagración entre Israel e Irán, quién sabe si mediante apoyo logístico o a través de "boots on the ground" -tropas o embarcaciones estadounidenses como parte activa del conflicto-, todos los aliados de Estados Unidos (incluyendo Europa) se hallarán inmersos en una guerra con Irán. El programa nuclear iraní, como el israelí, ambiguo y con amplio secretismo, define una eventual guerra regional como un conflicto de pleno riesgo.
Si ni la invasión de un país soberano como el Líbano es una línea roja para Europa o Estados Unidos, ¿qué garantías de paz ofrece el bloque occidental a Irán y el resto de la región? ¿Qué harán los actores europeos si Netanyahu bombardea objetivos civiles en Teherán?
Occidente pudo haber evitado la situación actual, pero no quiso. El valor de Israel como punta de lanza del proyecto imperialista pro estadounidense en Oriente Medio era demasiado jugoso como para ponerlo en riesgo meramente por la defensa de la existencia de los palestinos -nunca el humanismo guió la política internacional del bloque otanista-. Ninguna de las violencias sionistas fue inaceptable y hoy podría ser tarde para impedir la guerra.
Probablemente, los actores del Eje de la Resistencia intenten evitar la explosión -pues se ven incapaces de ganar a Israel y Estados Unidos en una guerra convencional-, pero la ventana se ha abierto y un conflicto regional escalaría, casi con seguridad, hasta arrastrar a Europa. La posibilidad de una guerra mundial, o como mínimo, internacionalizada, es consecuencia de la legitimación que Occidente ha dado al gobierno genocida de Netanyahu.
Si ni la invasión de un país soberano como el Líbano es una línea roja para Europa o Estados Unidos, ¿qué garantías de paz ofrece el bloque occidental a Irán y el resto de la región? ¿Qué harán los actores europeos si Netanyahu bombardea objetivos civiles en Teherán? ¿Y si asesina a Alí Jamenei, líder supremo y máxima autoridad política de un actor a priori nuclear como Irán? ¿Sánchez, Macron, Scholz y el resto de líderes del continente están dispuestos a poner en jaque la seguridad de Europa por defender a un Estado genocida?