J. D. Vance, el vicepresidente de Trump
Este lunes, Donald Trump, anunció el nombre del que será su ticket electoral para las presidenciales del próximo noviembre. Es decir, la persona que estará llamada a ser su vicepresidente en el caso de que el candidato ultraderechista del partido republicano venza a su adversario en el partido demócrata (muy probablemente alguien diferente a Joe Biden, toda vez que en las últimas horas ya se están pronunciando figuras tan relevantes como Nancy Pelosi o Barack Obama para pedirle que dé un paso a un lado). El elegido: el senador por el estado de Ohio, J. D. Vance.
Según el relato político y mediático de la derecha norteamericana, una mezcla entre el paradigma de héroe de la clase trabajadora y representante del sueño americano. Una persona de extracción humilde que nació en un barrio empobrecido del así llamado ‘cinturón del óxido’; la zona de Estados Unidos que, antes de los años 70, tuvo una enorme pujanza industrial pero que ha sido castigada por la globalización, dejando a un buen porcentaje de sus habitantes sin empleo y sin futuro. Vance fue criado en el cristianismo, en los valores tradicionales y en una casa en la que había 19 pistolas; la casa de su abuela. Se alistó joven en el cuerpo de marines y sirvió en la guerra de Irak en el año 2003. Dos años después, comenzó la carrera de Ciencias Políticas y Filosofía y acabó cursando Derecho en la Universidad de Yale. Se casó con una compañera de la universidad, tuvo tres hijos y empezó a trabajar como gestor de capital riesgo con el respaldo del multimillonario tecnológico ultraderechista Peter Thiel. A todo esto, hay que añadirle un elemento muy importante para que Vance pueda personificar adecuadamente la historia del ejemplo de superación con orígenes humildes que encaja en el partido de Trump: Vance es blanco.
Sin embargo y a pesar de disponer de un relato muy poderoso para presentarse ante la ciudadanía de los Estados Unidos, no parece ser este el elemento principal por el cual Donald Trump ha elegido como su número dos a J. D. Vance y no a otra figura del partido republicano. Analicemos aquí los factores fundamentales que confluyen en Vance para entender el verdadero trasfondo político detrás de su designación.
Algunos analistas han destacado la posibilidad de que Donald Trump haya pensado que Vance puede ayudarle a decantar la batalla en los estados conocidos como ‘swing states’; es decir, aquellos estados en los que tradicionalmente no existe un dominio absoluto por parte de ninguno de los dos partidos y la victoria se puede dirimir por un puñado de votos. Teniendo en cuenta que el norteamericano es un sistema electoral mayoritario puro, en el cual el partido más votado en cada Estado se lleva la totalidad de los delegados que finalmente elegirán al presidente, la hipótesis no parece desencaminada. De hecho, el propio Trump presentó a Vance con las siguientes palabras: “J.D. ha tenido una carrera empresarial muy exitosa en tecnología y finanzas, y ahora, durante la campaña, se centrará fuertemente en las personas por las que luchó tan brillantemente: los trabajadores y agricultores estadounidenses en Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Ohio, Minnesota y mucho más allá…”
Otro factor habitualmente citado para explicar la decisión de Trump es el hecho de que Vance tiene apenas 39 años
Otro factor habitualmente citado para explicar la decisión de Trump es el hecho de que Vance tiene apenas 39 años. En una carrera electoral, en principio, entre dos octogenarios, es lógico pensar que colocar como candidato a la vicepresidencia al primer millennial que ha ocupado esa posición en la historia de los Estados Unidos pudiese constituir una táctica consciente para intentar capturar el voto joven.
Todos estos factores seguramente han contribuido a la decisión definitiva, como también el hecho de que Vance se ha sabido desempeñar con agilidad y contundencia en las grandes televisiones estadounidenses. Algunos periodistas apuntan que el equipo de Trump habría llevado a cabo una especie de casting de candidatos, colocando a varios de ellos en la tesitura de contestar a las preguntas de los periodistas en diversos medios de máxima audiencia para ver cuál de ellos se desempeñaba mejor. Los que demostraban una capacidad más pobre eran rápidamente vetados de las televisiones por el propio equipo del expresidente, en una demostración de cómo se construyen los candidatos políticos en el siglo XXI: con mucho dinero y con amigos poderosos en los medios de comunicación.
El relato personal de Vance, su capacidad para traccionar voto en los ‘swing states’, su juventud o su capitál mediático son sin duda elementos tácticos que reman a favor de su elección como ticket de Donald Trump. Pero la razón de fondo parece tener un carácter más estratégico que táctico.
Aunque hace unos años, Vance fue enormemente crítico con Trump, llegando a decir que no sabía si era “un imbécil cínico como Nixon y que no sería tan malo e incluso podría resultar útil” o si era “el Hitler de Estados Unidos”, posteriormente se reconvirtió y no solamente intercambió apoyos recíprocos con Trump sino que, además, asumió la totalidad de sus planteamientos ultras. Desde una oposición radical al aborto, hasta una defensa sin matices del muro entre Estados Unidos y México, pasando por la acusación explícita a Joe Biden de ser cómplice del intento de asesinato a Trump por el tipo de discurso que ha hecho sobre él, J. D. Vance se ha convertido en un representante pata negra del movimiento MAGA —‘Make America Great Again’—; en otras palabras, un Donald Trump 40 años más joven.
Esto es muy relevante desde el punto de vista político si lo comparamos, por ejemplo, con el ticket que acompañó a Trump en las elecciones con las que llegó al poder. El vicepresidente Mike Pence era unánimemente visto como una cesión hacia el sector más moderado del partido republicano y hacia todos esos electores más asustados con el radicalismo de Trump. De hecho, Pence jugó un papel muy importante a la hora de detener el golpe de estado que intentó dar su jefe y que acabó con el asalto al Capitolio. Varios años después, Donald Trump ha hecho todo lo contrario: ha decidido colocar como su compañero de ticket a una persona al menos igual de ultra que él. Como apuntaba El Mundo recientemente, diversos estrategas han afirmado que “el gobernador Burgum hubiera sido la elección prudente si lo que preocupa es gobernar. Rubio, la opción si hubiera miedo a perder y la necesidad de activar al colectivo hispano. Pero J.D. Vance es el candidato si lo que tienes en mente es qué forma darle forma al partido en el futuro.”
Y esta es la clave fundamental. Donald Trump se siente lo suficientemente fuerte como para no hacer ningún tipo de concesión al ala más moderada del partido republicano y girar completamente el barco hacia la batalla cultural ultraderechista pensando en los próximos 40 años. Donald Trump se está preparando para el futuro que viene y lo hace rearmándose ideológicamente hasta los dientes. Es indispensable que la izquierda entienda lo que está ocurriendo en Estados Unidos y en el resto del mundo y deje de pensar que la concertación, el pacto y el consenso con la horda que se acerca con palos y antorchas hacia nosotros es la manera inteligente de operar. O despertamos de una vez y nos hacemos cargo del tipo de enemigo que tenemos delante o no solamente nos van a pasar por encima, sino que van a acabar con lo poco que queda de la democracia.