Koldo García Izaguirre y Tomás Díaz Ayuso
Un asesor del ministerio que más invierte del Gobierno utiliza su influencia y la información privilegiada de la que dispone para conseguir contratos públicos con precios artificialmente hinchados a una empresa amiga en lo peor de la pandemia. La empresa utiliza una parte de los beneficios desproporcionados así obtenidos para pagar una mordida en B al conseguidor. En pocos años, el susodicho aumenta su patrimonio en 1,5 millones de euros llegando a poner una casa en la playa — comprada a tocateja — a nombre de su hija de dos años.
Por la misma época, el hermano de la presidenta de la comunidad autónoma más rica de España cobra una comisión de 234.000€ por conseguir para una empresa amiga un contrato público — de nuevo, de mascarillas; de nuevo, en lo peor de la pandemia — con la administración que preside la hija de sus mismos padres. En este caso, los implicados fueron más listos y pagaron la mordida tributando a hacienda. Según la fiscalía española, la comisión —equivalente a 15 años de salario mínimo — estaría justificada por el trabajo del hermano de la presidenta "consistente en añadir valor al proceso comercial de esta empresa mediante su conocimiento de la gestión sanitaria y del mercado sanitario, de los proveedores y clientes potenciales así como de las calidades y especificaciones de los productos demandados". Así, el conseguidor, habría "añadido un valor" de 234.000€ al "proceso comercial" de la empresa en tan solo unos días de trabajo. Un auténtico fiera de la intermediación. Que sea hermano de la presidenta: pura casualidad. Todo OK. Todo en regla.
Más allá de la constatación de que Tomás ha sido mucho más listo que Koldo, la dinámica de ambos casos coincidentes en el tiempo es exactamente la misma. Es la dinámica clientelar habitual del bipartidismo. La utilización del dinero público y del poder político para el beneficio personal propio o de las personas allegadas. La corrupción entendida como la mayor traición al compromiso que se supone que todo representante público ha adquirido con el interés general. La trampa, la mordida, el saqueo, el desfalco de las arcas que se han llenado con la contribución de todos y de todas. El desvío del dinero que se debería invertir en la sanidad, en la educación o en la dependencia para comprar un piso — con maletines — en Alicante.
Pero sin olvidar que, en el gran esquema de las cosas, lo de Koldo y lo de Tomás no deja de ser pecata minuta, delincuencia menor, mero carterismo, poco más que estraperlo. Ojalá las dinámicas clientelares y corruptas del bipartidismo español — otro día hablamos del PNV, de CiU (bajo sus muchos nombres) o de Coalición Canaria; que también tienen lo suyo —, ojalá estas dinámicas se limitaran a delincuentes de poca monta como Koldo o Tomás. Pero no. Todo el mundo sabe que exactamente el mismo tipo de dinámica y de lógica corrupta — eso sí, con todos los papeles en regla — está detrás del poder de las grandes constructoras, de los beneficios obscenos de las energéticas y la banca, de la respiración asistida de la publicidad institucional al poder mediático, de la impunidad con la cual los grandes supermercados aprietan a los pequeños agricultores, de las reuniones en el palco del Bernabéu, de quién se sienta en una tertulia y quién no se sienta, de las jubilaciones doradas en organismos internacionales o de las puertas giratorias en consultoras y consejos de administración. Los peces gordos, los verdaderos operadores del sistema del turno, los intocables, los que nunca van a pasar por un juzgado, los que ganan muchísimo más de 1,5 millones o de 234.000€ — esos —, cuando piensan en los Koldo, en los Tomas, se echan una carcajada a cuenta de su patetismo, abren una botella de vino de 5000€ y se encienden un puro.
Porque eso y no otra cosa es la clave del sistema bipartidista español — y, en general, de la inmensa mayoría de sistemas políticos supuestamente democráticos sujetados mediante el bombardeo de los medios de comunicación de masas —: la garantía de que una pequeña minoría parasitaria, que trabaja muy poco, que innova muy poco, pero que gana muchísimo dinero, se siga haciendo de oro gracias a los contratos públicos, a las legislaciones dictadas al oído de sus brazos parlamentarios o a un sistema fiscal hecho a su medida. Los dos partidos dinásticos del régimen del 78 se podrán diferenciar quizás en algunas cosas — en sus gustos culturales, en su religiosidad, en su tolerancia hacia las minorías étnicas o sexuales —, pero son lo mismo en lo básico; en aquello que mantiene firmes las columnas del sistema; en la subordinación de la política internacional a los intereses de Estados Unidos y la OTAN, en el sostenimiento de la monarquía, en la concepción del sistema autonómico no como punto de partida del modelo territorial sino como punto de llegada y, sobre todo, en el convencimiento profundo de que la regla de oro del régimen, que dice que los privilegios de los grandes poderes económicos no se tocan, es casi lo único que siempre hay que cumplir.
Lo de Koldo y lo de Tomás no son más que pequeñas y patéticas excrecencias de una dinámica mucho más profunda y estructural, que se hacen visibles solamente por la incompetencia de sus protagonistas. Y son también un recordatorio de que, si el movimiento social y político surgido del 15M acaba desapareciendo o es sustituido por una "izquierda" que, como ocurría antes de 2011, se subordina al PSOE para garantizar su continuidad — y poder comerse un trozo pequeño del pastel —, si se termina el movimiento plebeyo y popular que tiene como principal bandera el poner las instituciones públicas al servicio de la mayoría trabajadora y no de la élite parasitaria (y al que, en 10 años de existencia, no se le conoce ni un solo caso de corrupción), si ese ciclo se cierra, entonces, volveremos a lo de siempre y los Koldos y los Tomás crecerán como setas por todas partes y se pasearán ufanos en sus descapotables.