La cumbre de la guerra y la xenofobia
Pedro Sánchez atiende a los medios en la cumbre de Granada
Álex Cámara / Europa Press
Estos días, está teniendo lugar una importante cumbre de la Comunidad Política Europea —una especie de Union Europea ampliada ideada por Macron— en la ciudad de Granada, al ser España el país que ostenta la presidencia europea rotatoria este semestre. Este foro internacional, que reúne a las máximas autoridades de la UE y de los 27 estados miembro, así como a los máximos representantes de otros países del continente, como Reino Unido o Suiza, se ocupa de buscar acuerdos amplios y la máxima coordinación posible en aquellos temas que afectan de lleno al conjunto de la ciudadanía europea.
O al menos así debería ser. Porque lo cierto es que la cumbre de Granada no se va a dedicar a buscar soluciones para acabar con la pobreza en el continente, para luchar de manera conjunta contra el fraude fiscal de las grandes fortunas y las grandes corporaciones o para reducir los beneficios caídos del cielo de las empresas energéticas que están inflando la factura de la luz y haciendo mucho daño a la economía de las familias y la industria a lo largo y ancho de Europa. Los temas estrella en Granada no son estos sino otros dos: la guerra en Ucrania y la inmigración. Y en ambos se han impuesto los planteamientos más reaccionarios.
En el ámbito de la invasión rusa de Ucrania, el desembarco en Granada del mediático presidente Zelenski ha servido para acallar completamente cualquier voz que pudiese haber planteado la necesidad de intensificar las vías diplomáticas para conseguir un alto el fuego, evitar que siga muriendo gente y avanzar hacia la paz, y ha reforzado, en cambio, a aquellos que —como el belicoso máximo representante de la política exterior europea, Josep Borrell— no paran de reclamar más y más armas para alimentar la escalada bélica y los ingentes beneficios económicos de los señores de la guerra. Si ya resultaba muy poco inteligente subordinar los intereses geoestratégicos de la UE a la voluntad unilateral del hegemón estadounidense en declive, ya resulta prácticamente inexplicable seguir por el mismo camino cuando EEUU está amenazando con retirar su apoyo económico a Ucrania. El seguidismo europeo a la política exterior de la potencia norteamericana se vuelve directamente patético cuando se opta no ya por acompañarles a la guerra bajo su mando, sino incluso por aceptar la orden de ir a la guerra en su lugar.
El seguidismo europeo a la política exterior de la potencia norteamericana se vuelve directamente patético cuando se opta no ya por acompañarles a la guerra bajo su mando, sino incluso por aceptar la orden de ir a la guerra en su lugar
Y las noticias no son mejores en el ámbito de la política migratoria común. Avalado por la presencia de la primera ministra fascista italiana, Giorgia Meloni, que ha hecho del racismo y la xenofobia el eje principal de su proyecto político, o del primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, que deporta de forma sumaria a las personas migrantes metiéndolas en un avión rumbo a Ruanda o encerrándolas en el campo de concentración flotante conocido como Bibby Stockholm, el vergonzoso pacto migratorio alcanzado por los 27 y presentado en sociedad en la cumbre de Granada supone la aceptación definitiva por parte de la UE de los planteamientos contrarios a los derechos humanos de la extrema derecha. Para conseguir que los países gobernados por xenófobos firmaran el acuerdo, se ha tenido que aceptar la criminalización de las ONG de salvamento o la aceleración de las devoluciones en frontera, entre otras medidas de “mano dura”.
Aunque las personas migrantes que llegan cada año a nuestras fronteras huyendo del hambre y de la guerra suponen un porcentaje ridículamente pequeño del total de los habitantes europeos y aunque es perfectamente viable desde el punto de vista económico garantizar el derecho a una vida digna de la población autóctona al mismo tiempo que se integra en la sociedad a las personas que han decidido jugarse la vida para venir a vivir y trabajar con nosotros, los herederos políticos del fascismo y el nazismo en Europa llevan ya décadas señalando a las personas migrantes como la principal amenaza a nuestras sociedades. Este discurso del odio sirve para poner a combatir al penúltimo contra el último y así evitar que los pueblos de Europa se levanten contra sus verdaderos opresores: los grandes poderes económicos y financieros de la clase parasitaria. Resulta, por ello, trágico desde el punto de vista civilizatorio que la Unión Europea, que nació como respuesta a la segunda guerra mundial y al holocausto, haya acabado abrazando el racismo y la violencia institucional contra las personas migrantes que ayer aplaudió la heredera de Mussolini en suelo español.
El papel de Pedro Sánchez, presidente de un gobierno supuestamente progresista, sonriendo como si fuera una estrella de cine e invocando los principios más nobles de la democracia y la construcción europea mientras se dedicaba la cumbre de Granada a la guerra y a la xenofobia, pasará a la historia como uno de los ejercicios de hipocresía política más acrobáticos y vergonzosos que se hayan visto jamás.