La extrema derecha contra Felipe VI
Felipe VI recibe a Santiago Abascal durante la ronda de consultas
Pool Casa Real
El pasado martes 3 de octubre se cumplieron seis años del determinante —e inédito— discurso de Felipe VI en el marco del conflicto político catalán.
El hijo de Juan Carlos I había accedido al trono de España tres años antes, el 19 de junio de 2014, después de que la crisis del régimen del 78 evidenciada en el estallido social del 15M y traducida al escenario político por la aparición de Podemos en mayo de ese mismo año pusiera en peligro la continuidad histórica de la Corona. La crisis de representación política no solamente había golpeado a los dos partidos dinásticos del sistema del turno; la monarquía también estaba tocada. Juan Carlos I había dejado de ser “el campechano” para convertirse en el incómodo protagonista de una serie de escándalos que implicaban el manejo de cantidades millonarias de dinero de dudosa procedencia, la compañía de damas de la nobleza y la farándula o el asesinato de animales en riesgo de extinción en costosos safaris. Por ello, y ante el riesgo —que se constató en diciembre de 2015— de que una poderosa fuerza política verdaderamente republicana irrumpiera en el Congreso y pusiese fin al pacto de silencio, el PP de Mariano Rajoy y el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba pactaron en secreto una abdicación exprés de Juan Carlos I en Felipe VI que fue aprobada por urgencia mediante el rodillo parlamentario bipartidista (como unos años antes habían aprobado la modificación del artículo 135 de la Constitución española).
A pesar de sus numerosas corruptelas, Juan Carlos I había durado al frente de la jefatura del Estado español casi 40 años. Una longevidad que seguramente tuvo que ver no solamente con la omertà mediática que ocultó durante décadas sus fechorías hasta la aparición de Internet y la democratización de la producción de información, sino también con la fuerza del mito fundacional de la monarquía española: la intervención de Juan Carlos durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 que, a pesar de todas las dudas y los ángulos turbios que hoy persisten, fue unánimemente descrita por los cronistas de la Transición —y por sus hijos y nietos— como “el momento en el que el rey salvó la incipiente democracia”. Ese momento definitorio, junto a una cierta inteligencia política que le hizo buscar la simpatía de los sectores de izquierdas, sirvió durante décadas como uno de los puntales que mantuvo en su lugar a Juan Carlos I por contestar de algún modo a la pregunta “¿Para qué sirve la monarquía?” Sirve para que los fascistas no vuelvan a dar un golpe de Estado y no nos vuelvan a asesinar.
El reinado de Felipe VI, sin embargo, no tenía nada de eso. A pesar de su relativa juventud, a pesar de haberse casado con una plebeya, a pesar de no conocérsele escándalos como los de su padre, en 2014 ya existía en España toda una nueva generación que había perdido el miedo al “ruido de sables” y que no entendía por qué había que mantener una institución medieval que no servía para nada. Por ello, cuando llega el punto álgido de la crisis política en Catalunya, algunos asesores —no excesivamente inteligentes— del nuevo rey piensan que están ante una oportunidad para construir el mito fundacional de Felipe VI. Si Juan Carlos I servía para que los fascistas no den un golpe de Estado, Felipe VI serviría para que no se rompa España. Lo que no calcularon bien es que la paranoia por la supuesta ruptura de la nación no está homogéneamente extendida en el eje izquierda-derecha. Por eso, su discurso del 3 de octubre de 2017 fue un absoluto fracaso respecto de los objetivos que perseguía. Plenamente inserto en el movimiento de odio anticatalán del “a por ellos” y sin mostrar ni un ápice de empatía hacia las personas que habían sido brutalmente reprimidas por orden del ministerio del Interior del PP en los colegios electorales, el discurso de Felipe VI fue eficaz tanto para galvanizar en torno a su figura a los sectores de la derecha y la extrema derecha, como para alejar para siempre a los sectores progresistas y de izquierdas; convirtiéndolo así en un rey de parte, en un rey de menos de la mitad del pueblo español, en un rey, por tanto, inviable políticamente.
El discurso de Felipe VI fue muy eficaz tanto para galvanizar en torno a su figura a los sectores de la derecha y la extrema derecha, como para alejar para siempre a los sectores progresistas y de izquierdas, convirtiéndolo así en un rey de parte
Todo esto es lo que explica la curiosa reacción de una parte de la extrema derecha al nombramiento por parte de Felipe VI de Pedro Sánchez como candidato a la investidura el pasado martes, justo el día del aniversario del famoso discurso. Porque, si bien la encendida alocución del 3 de octubre de 2017 no sirvió para construir un mito fundacional de amplia aceptación popular, sí convirtió al monarca en el icono de la derecha y la extrema derecha. Es un hecho que, a lo largo de estos años, cuanto más cerca está un ciudadano del 10 de la escala sociológica del CIS con más ímpetu y con más frecuencia suele gritar “¡Viva el rey!”. Por eso, la coincidencia en el mismo día del aniversario del pistoletazo de salida a la represión judicial reaccionaria contra el independentismo catalán y el encargo al líder del PSOE para que intente reunir los apoyos parlamentarios —precisamente de los “enemigos de España”— para ser presidente es una coincidencia que estaba llamada a producir efectos incontrolables.
Sin embargo, la virulencia de lo ocurrido ha sorprendido a propios y extraños. Las redes sociales se han llenado de personas de extrema derecha renegando del rey, diciendo sentirse definitivamente traicionadas y hasta pidiendo un referéndum para decidir entre monarquía o república. Durante más de dos días, ese submundo que combina el neofascismo, el antifeminismo o el negacionismo climático, que vota mayoritariamente a VOX y que había hecho del “¡Viva el rey!” un grito de guerra consiguió que “Felpudo IV” se mantuviese entre las tendencias de Twitter. Obviamente, esto ha generado una intensa hilaridad en las filas de la izquierda y una explosión de graciosos memes. Pero, como demuestra el hecho de que hayan tenido que salir desde El Mundo, El Español e incluso OKdiario a defender al rey, incluso ante el riesgo de alienar a una parte importante de sus lectores, lo ocurrido es serio y merece un análisis político además de las risas.
En nuestra opinión, lo que hemos visto no es otra cosa que un síntoma más de la profundización de la crisis de régimen en España y la crisis del orden capitalista en el conjunto del sistema mundo. Ante el fuerte avance de movimientos emancipadores con fuerte carácter anticapitalista e impugnador —como el feminismo o el ecologismo—, la clase parasitaria se ha visto abocada a ir desarrollando armamento ideológico cada vez más fuerte para mantener sus privilegios. La aparición de los nuevos tipos de fascismos autoritarios adaptados al mundo mediático y digital, que podríamos denominar “trumpismos” y que se caracterizan por la utilización del bulo y la mentira, junto al odio y al sesgo de confirmación, para construir una base social agresiva y paranoica, pero también notablemente movilizada y cohesionada, es uno de los últimos movimientos desesperados del leviatán herido ante el derrumbe del viejo orden.
El problema —su problema— es que, como ocurre casi siempre que uno alimenta un monstruo, el monstruo puede acabar devorando a sus creadores. Y esto es en cierto modo lo que está ocurriendo con el trumpismo, también en su variante española. Al haber creado un ejército de seguidores radicalizados y fundamentalistas que no responden a ningún tipo de parámetro racional, la dirigencia trumpista está viendo como demasiadas veces las antorchas y las capuchas se lanzan contra las mismas instituciones conservadoras que el monstruo fue creado para proteger, porque la lógica enferma que le han inoculado carece completamente de pensamiento estratégico.
Por eso, hace unos días, la cuenta oficial de VOX tuiteaba contra Mercadona —una gran corporación de la distribución alimentaria propiedad de un multimillonario de extrema derecha— por haberse sumado a una campaña de la Agenda 2030. Por eso, en los últimos años, hemos visto a los ultraderechistas disparar habitualmente contra grandes medios de comunicación, socavando así la legitimidad de una institución —la mediática— que es posiblemente la más importante de todas a la hora de mantener apuntalado el sistema económico que los neofascistas nacieron para proteger. Y por eso les hemos visto este martes llamar “Felpudo VI” al rey, clave de bóveda del sistema de privilegios de clase en la muy imperfecta democracia española. Porque el monstruo trumpista es tan agresivo y peligroso como imbécil.
Mucha suerte ahora a la derecha política, económica, judicial y mediática que lo ha creado en la tarea de volver a meter el genio en la botella antes de que acabe con todo. También con ellos.