La inmigración, el racismo y la hipocresía

La hipocresía progresista no es igual que el odio de la derecha, pero ayuda —con su inacción y su impotencia— a que el odio tenga amplias avenidas para cabalgar
Decenas de migrantes llegan en un cayuco, a 26 de octubre de 2023, en El Hierro, Santa Cruz de Tenerife, Tenerife, Canarias (España). Hasta el puerto de La Restinga, en El Hierro, han llegado en las últimas semanas más de 5.000 migrantes, 7.000 desde el inicio del año, siendo uno de los puertos que más migrantes ha recibido a bordo de pateras y cayucos. De mantenerse el actual ritmo de llegadas, Canarias superará en este mes de octubre el número de inmigrantes registrados en la crisis de los cayucos de 2006, cuando alcanzaron el archipiélago un total de 31.678 personas a través de la Ruta Canaria, una cifra que no se había superado hasta este momento.
Europa Press / Europa Press
26/10/2023
Un grupo de personas migrantes desembarcan de un cayuco en la isla de El Hierro el pasado jueves — Europa Press

En lo que va de año 2023, han llegado casi 30.000 personas migrantes a las costas de Canarias en una travesía muy peligrosa en la que muchos pierden la vida en el mar. Aunque la mayor parte de la inmigración irregular entra por los aeropuertos, las llegadas en patera proporcionan impactantes imágenes audiovisuales y tienen, por tanto, una mayor potencialidad de ser aprovechadas políticamente.

De hecho, la reacción racista de la derecha parlamentaria y mediática no se ha hecho esperar. No se trata ya de que un concejal del PP de Torrox propusiese controlar a las personas que llegan a nuestro país huyendo de la guerra y de la miseria colocándoles "una marca como a los animales se les pone una pulserita", o de que el alcalde de Medina del Campo —del mismo partido— dijese que la llegada de personas migrantes al municipio genera "incertidumbre y miedo", por la situación de alerta antiterrorista y que pueden originar un brote "de cualquier enfermedad". Es que la propia Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha dicho que el Gobierno está tratando a los migrantes "como fardos" y el mismo Feijóo ha propagado el bulo de que el Gobierno estaría abandonando a estas personas "en paradas de autobús". Obviamente, la derecha mediática se ha posicionado en la misma línea de odio xenófobo, con titulares como "Malpartida, el pueblo de 4.000 habitantes donde el Gobierno lleva por sorpresa a 140 inmigrantes: "Te da un repelús"" en el periódico El Mundo, "El reparto de inmigrantes por sorpresa y sin contar con las CCAA crea alarma y rechazo en 16 provincias" en el digital de Pedro J Ramírez, El Español, o "Así es el barrio humilde que votó a Ayuso donde Sánchez pondrá el gran campamento para inmigrantes" en la web ultraderechista de Eduardo Inda, OKdiario; por no hablar de la utilización de términos como "crisis migratoria" o "invasión" y las ya clásicas fotos de personas migrantes que han sido temporalmente alojadas en hoteles.

Hace unos años, las derechas todavía podían argumentar que todo este discurso no es racismo sino honesta preocupación por la acogida de un gran número de personas con recursos limitados y los problemas logísticos que de ello se pueden derivar. El asunto es que, después de la acogida de casi 200.000 refugiados ucranianos en tiempo récord, esta justificación que siempre ha sido falsa, se ha vuelto completamente indefendible. Para la derecha política y mediática, 200.000 ucranianos no generaban ningún problema de seguridad, ni de salud pública, ni había ningún problema por alojarlos en hoteles o distribuirlos por el conjunto del territorio español y, por supuesto, había que movilizar la cantidad de recursos económicos y humanos que hiciese falta. Ahora que se dice todo lo contrario ante la llegada de la octava parte de personas con la única diferencia de que éstas tienen la piel negra y aquellas eran rubias y de ojos azules, queda completamente demostrado que las derechas están intentando alimentar el odio racista para obtener un rédito electoral.

Esto, de hecho, no es nada nuevo sino algo perfectamente conocido. En una sociedad en la que la desigualdad económica y la angustia vital de las clases populares está producida por la obscena avaricia de una clase parasitaria enormemente rica, el poder necesita dirigir el odio de la gente trabajadora hacia cualquier colectivo que esté muy alejado de los banqueros y los oligarcas. Para que la gente no mire hacia arriba —que es donde están los verdaderos responsables de sus problemas— hay que hacerle mirar hacia el costado, generando cantidades industriales de odio hacia personas que tienen vidas y problemas parecidos a los suyos. Esta táctica indecente, además de garantizar la impunidad de la clase parasitaria, sirve para fracturar a las mayorías sociales, para poner a pelear al penúltimo de la sociedad con el último, y así evitar una unión de luchas que pueda derivar en una transformación política revolucionaria que redistribuya de forma significativa el poder y la riqueza desde arriba hacia abajo. Los objetivos del odio de la derecha política y mediática en España son evidentes para cualquier observador mínimamente imparcial: los vascos y los catalanes, los "rojos", las feministas, las personas LGTBI y las personas migrantes. Eso es exactamente lo que estamos viendo en las bocas de los cargos públicos del PP y de VOX y en los cañones mediáticos que siembran de odio el campo que ellos luego cosechan con el asunto de la llegada de migrantes a Canarias.

El PSOE no suele tener problemas para identificar y señalar el discurso de odio por parte de las derechas políticas y parlamentarias pero prácticamente nunca se refiere al hecho de que exactamente ese mismo discurso se propaga constantemente por parte de la mayoría de los medios de comunicación

Por ello, se agradece que la respuesta —al menos discursiva— del PSOE haya señalado con claridad la xenofobia de estos discursos. Es un paso positivo que hay que reconocer. Sin embargo y al mismo tiempo, hay que añadir dos peros.

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El primero, que el PSOE no suele tener problemas para identificar y señalar el discurso de odio por parte de las derechas políticas y parlamentarias pero prácticamente nunca se refiere al hecho de que exactamente ese mismo discurso se propaga constantemente por parte de la mayoría de los medios de comunicación. De hecho, tal y como demostró el episodio del asesinato político de Pablo Casado en 72 horas, el timón de mando ideológico, discursivo y político de la derecha española no está en las sedes del PP y de VOX, en las calles Génova y Bambú, sino en los consejos de administración y en las direcciones de contenidos de las grandes empresas de comunicación del país, que pueden incluso quitar y poner líderes en los partidos con un chasquido de sus dedos. Si el PSOE realmente estuviera comprometido con la erradicación del discurso de odio racista hacia las personas migrantes, no se limitaría a señalarlo en boca de la parte menos poderosa de la derecha.

En segundo lugar y por último, es de vital importancia señalar la hipocresía de la progresía política y mediática —el PSOE, pero también otros partidos y el correspondiente conglomerado de empresas de comunicación— que se erigen en diques de contención discursivos contra el odio y en favor de la tolerancia, pero que, al mismo tiempo, se resisten a llevar a cabo medidas efectivas que garanticen el cumplimiento de los derechos humanos de las personas migrantes. Está bien que el PSOE y el conjunto de la progresía política y mediática señalan el evidente odio racista que hay detrás de los discursos del PP y VOX, pero estaría mucho mejor que no aceptasen con un choque de talones los pactos migratorios europeos que aplaude la fascista Giorgia Meloni o que votasen a favor de regularizar a los más de medio millón de vecinos y vecinas en situación administrativa irregular que viven y trabajan en España como piden los movimientos sociales y los partidos de izquierdas.

Porque la hipocresía progresista no es igual que el odio de la derecha, pero ayuda —con su inacción y su impotencia— a que el odio tenga amplias avenidas para cabalgar.