Las líneas maestras del nuevo curso político
Aunque la primera semana de cada mes no hay sesiones plenarias en el Congreso, ayer domingo fue el primer día de septiembre y hoy lunes comienza formalmente el nuevo curso político después de las vacaciones de verano. Como siempre, la comunicación táctica por parte de los dos grandes partidos del bipartidismo —amplificada hasta la extenuación por sus correspondientes ecosistemas mediáticos afines— es el peor lugar donde buscar las claves reales de lo que podemos esperar durante los próximos 12 meses. Por ello, para que no nos den gato por liebre, analicemos las líneas maestras del nuevo curso más allá de eslóganes vacíos y juegos de manos.
El contexto general —la vista aérea a vuelo de pájaro, si se quiere— es el de un gobierno que no gobierna y una legislatura en respiración asistida. Ya ha pasado más de un año desde las elecciones generales, nos aproximamos al primer aniversario de la investidura de Pedro Sánchez el pasado noviembre y ningún analista político sería capaz de señalar reformas legislativas importantes más allá de la Ley de Amnistía —condición de posibilidad de la propia investidura— y la reforma del Poder Judicial pactada entre el PSOE y el PP. Mientras, en la legislatura anterior, con Podemos en el gobierno y con una mayoría parlamentaria progresista y plurinacional que no necesitaba de los escaños de partidos de derechas para sacar adelante votaciones, se aprobaron más de 200 leyes y se llevaron a cabo los mayores avances sociales de las últimas décadas —mucho menos de lo que la izquierda transformadora habría deseado, pero mucho más de lo que jamás había hecho el PSOE en solitario—, en la actual legislatura apenas se han aprobado un puñado de textos legislativos y ninguno de enjundia más allá de los dos citados.
No estamos ante un gobierno que lo intenta pero no puede, sino ante un gobierno que ni siquiera lo intenta
Muchos analistas y comentaristas señalarán la dificultad de conseguir el voto a favor de los siete escaños de Junts como el elemento fundamental que dificulta la gobernabilidad desde las elecciones del 23J de 2023 y, si bien la dificultad aritmética —con la necesidad de contar para cada votación con los escaños de derechas de Junts y el PNV— es un elemento muy importante que no se puede soslayar, mucho más relevante para entender lo que ha ocurrido durante el último año y lo que previsiblemente va a ocurrir en los próximos 12 meses es la orientación política que Pedro Sánchez y el PSOE han decidido imprimir al nuevo gobierno. De hecho, no estamos ante una dinámica según la cual el gobierno intenta llevar a cabo reformas ambiciosas, intenta negociar en serio con los diferentes partidos del hemiciclo y se enfrenta a votaciones que acaban fracasando, sino ante una dinámica en la cual no ocurre ni siquiera el primero de los pasos. No estamos ante un gobierno que lo intenta pero no puede, sino ante un gobierno que ni siquiera lo intenta.
En realidad, desde que Pedro Sánchez asumió por primera vez la secretaría general del PSOE, su tendencia por abrazar discursos de centro-derecha y también por los pactos políticos hacia ese lado del espectro ideológico siempre ha estado presente. Hasta que desapareció, su socio prioritario siempre fue Ciudadanos (hasta el punto de que su propia militancia le tuvo que gritar “con Rivera, no” a las puertas de Ferraz la noche electoral del 28 de abril de 2019) y han sido también constantes sus intentos por llegar a acuerdos bipartidistas con el PP. Si, desde 2018 hasta 2023, Sánchez aceptó llevar a cabo algunas políticas de izquierdas no fue por propia voluntad sino por la pujanza —primero— de Podemos y su participación en el gobierno —después—. Ahora y una vez que ha conseguido, al menos parcialmente, eliminar a los morados de la ecuación, el líder del PSOE ha orientado la proa de nuevo hacia la derecha.
Resulta muy difícil diferenciar muy importantes posicionamientos políticos de la nueva presidencia de Sánchez de los que habría adoptado una hipotética presidencia de Feijóo
Quizás porque piensa —erróneamente— que es ahí donde se encuentra su mayor caladero potencial de votos o tal vez porque se está preparando una salida para algún puesto internacional, lo cierto es que resulta muy difícil diferenciar muy importantes posicionamientos políticos de la nueva presidencia de Sánchez de los que habría adoptado una hipotética presidencia de Feijóo. Desde una ausencia total de política de vivienda —el principal problema económico que afrontan en estos momentos los españoles—, hasta la ya mencionada entrega del CGPJ a la derecha judicial, pasando por la hoja en blanco que ha resultado ser su plan de “regeneración democrática”, el mantenimiento de relaciones diplomáticas, económicas y militares con Israel mientras este país lleva a cabo el peor genocidio del siglo XXI, la congelación completa de los avances feministas y la eliminación de este eje político de los discursos, el aumento del gasto público en armamento y la apuesta decidida por el régimen de guerra impuesto por la OTAN, la renuncia a intervenir los precios de los alimentos ante los abusos de los grandes supermercados o el más reciente posicionamiento a favor de expulsar a las personas migrantes que hayan entrado a España de forma irregular, son incontables los ejemplos de posiciones políticas de derechas (incluso alguna de ellas de extrema derecha) que el presidente y el PSOE han decidido abrazar en los últimos meses.
Las armas arrojadizas que vamos a ver volar una y otra vez por los telediarios y las tertulias son la ‘financiación singular’ de Catalunya, la inmigración o el ‘caso Begoña’
Obviamente y como siempre, todo esto queda oculto por los fuegos de artificio que conforman el reparto simbólico de papeles entre los dos partidos dinásticos del sistema del turno. Desde principios de los años 80 del siglo pasado, la cosa viene siendo más o menos igual: el PSOE y el PP llevan a cabo políticas materiales enormemente parecidas cuando gobiernan pero se dicen mutuamente barbaridades en público que el sistema mediático bipartidista aprovecha para amplificar y así alimentar la ficción de que nos encontramos ante dos proyectos de país completamente distintos. En esta época, las armas arrojadizas que vamos a ver volar una y otra vez por los telediarios y las tertulias son la ‘financiación singular’ de Catalunya, la inmigración —aunque todavía está por ver cuál es la diferencia entre el PSOE y el PP en esta materia— o el ‘caso Begoña’; recientemente contestado por el PSOE con la amenaza de investigar al entorno de Feijóo. Estos elementos y seguramente otros nuevos que irán apareciendo servirán como señuelo para que el juego de máscaras bipartidista se pueda seguir manteniendo. Pero lo cierto es que resulta imposible señalar un solo eje en el cual el PSOE de Sánchez esté avanzando con decisión para mejorar la vida de la gente al tiempo que plantea una batalla ideológica con la derecha. Más bien al contrario, está apostando sistemáticamente por la táctica de asumir la mayor parte de los planteamientos del PP sin llevar a cabo ningún tipo de reforma. Es esta aceptación de la derrota ideológica por parte de Pedro Sánchez mucho más que las dificultades aritméticas en la cámara baja la que ha producido un gobierno que no gobierna y una legislatura en estado comatoso.
En este contexto general, es importante entender cómo se posiciona cada actor político para poder prever la evolución de la legislatura en el corto y medio plazo.
Respecto del PSOE, nada parece indicar que los de Sánchez tengan problema alguno para continuar la misma trayectoria sin girar el timón. Llevan un año en la Moncloa sin hacer prácticamente nada y todo apunta a que planean seguir tres años más de la misma forma. Incluso aunque no haya presupuestos, incluso aunque los jueces reaccionarios se nieguen a aplicar la amnistía, incluso aunque nunca se concrete el acuerdo con ERC para la financiación autonómica e incluso aunque el gobierno pierda en el Congreso votación tras votación, lo único que podría empujar a Sánchez a adelantar las próximas elecciones —visto lo visto— es que tenga lugar un desplome electoral de las perspectivas de la derecha y el presidente lo considere entonces un movimiento táctico inteligente.
Ningún giro podemos esperar tampoco de Sumar. Si los de Yolanda Díaz ya surgieron explícitamente como un proyecto de sustitución de Podemos que tenía como una de sus señas de identidad el “no hacer ruido” y una subordinación mucho más dócil a la dirección política del PSOE, ahora que el promedio de las encuestas les dan 10 escaños —menos de un tercio de los que consiguieron hace un año—, ahora que la mayoría de los partidos que habían formado coalición con el partido instrumental de la vicepresidenta se han alejado de su proyecto y reivindican su autonomía orgánica, ahora que Sumar es poco más ICV y algunas personas que abandonaron Podemos para probar suerte, se vuelve tan improbable como imposible que nada diferente a una trayectoria que les permita conservar sus cuatro ministerios bajo obediencia del PSOE pueda tener lugar en el futuro próximo. De hecho, es por eso que Pedro Sánchez sabe perfectamente que se puede permitir adoptar una y otra vez posicionamientos de derechas; porque sabe que su socio de gobierno no le va a poner ni medio problema.
Así las cosas, tampoco parece que las personas de izquierdas podamos depositar una gran esperanza en modificaciones del tablero y de la coyuntura que puedan provenir de las izquierdas nacionalistas e independentistas. Si el BNG de Ana Pontón ya apostó en las últimas elecciones gallegas por un perfil ‘transversal’ y no confrontativo en los elementos más ideológicos para así poder ensanchar su base electoral en una trayectoria lenta y de largo plazo que les pueda conducir a la hegemonía en Galicia, algo similar decidió hacer EH Bildu en Euskadi; con la perspectiva, por primera vez en la historia, de poder superar al PNV como el partido alfa en esa tierra, los de Otegi no tienen pensado ejecutar ninguna maniobra arriesgada en el futuro próximo. A su vez, ERC ha quedado enormemente debilitada tras las últimas elecciones catalanas en las que ha perdido nada menos que la Generalitat y se encamina a un proceso congresual en el cual sus cuadros y su base militante llegan a priori partidos en dos.
Si en Estados Unidos vamos hacia unas elecciones en noviembre en las cuales Kamala Harris rechaza prohibir el ‘fracking’, no se atreve a defender una sanidad pública que no consista en entregarle dinero del Estado a las aseguradoras privadas, adopta el mismo discurso anti-inmigración que Donald Trump y apoya el genocidio israelí en Gaza, si en Alemania el gobierno de socialistas, verdes y liberales se lanza al furor bélico abrazando una guerra indefinida en suelo europeo, asume los planteamientos racistas de AfD y apoya a Netanyahu con la misma intensidad que el gigante norteamericano, en España el PSOE está dibujando la misma trayectoria que sus homólogos en Washington y en Berlín. Ese es el surco político de fondo al que hay que atender por debajo de la espuma de los días y es ese surco el que va a definir el nuevo curso en nuestro país como ya marcó el curso pasado.
Ante esa realidad, que va mucho más allá de nuestras fronteras, pero que también tienen su traducción en el ámbito español, la pregunta estratégica más importante que tenemos que contestar las personas de izquierdas es de dónde va a venir un planteamiento valiente que se atreva a plantar cara al régimen de guerra, a las oligarquías económicas y mediáticas, a los sistemas bipartidistas a su servicio y que lo haga desde un respeto escrupuloso a los derechos humanos. Más arriba ya hemos dicho de donde pensamos que esto no va a venir —al menos en el corto plazo—.
Todo apunta a que, en España, además de los movimientos sociales, la única organización política que tiene voluntad de expresar un proyecto alternativo aunque eso le suponga recibir toda la violencia de statu quo es, en estos momentos, Podemos. Es verdad que los de Ione Belarra fueron muy duramente golpeados y arrojados al suelo —no solamente por la operativa de la derecha judicial y mediática, sino también y tristemente por sus antiguos socios—, pero todavía retienen un aliento de vida que dibuja una posibilidad. Por un lado, fueron capaces de levantarse electoralmente del suelo en las últimas elecciones europeas —con Irene Montero a la cabeza de la candidatura y obteniendo apenas un escaño menos que Sumar— y, por otro lado, todavía retienen una pequeña pero poderosa cabeza de puente en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, donde sus cuatro escaños son determinantes para la mayor parte de las votaciones (como ya demostraron al obligar al gobierno a retirar el recorte a las pensiones de los parados mayores de 52 años). Los morados tienen todavía la voluntad y el aliento como para convertirse en los únicos portavoces de un proyecto transformador y de izquierdas en España en el nuevo curso político. Tienen también una palanca parlamentaria para incidir de forma efectiva en las políticas públicas (aunque solo sea para frenar las involuciones que intente imponer el gobierno de Sánchez). Lo único que necesitan para seguir creciendo es conseguir que su mensaje llegue nítido a la ciudadanía y, para ello, la receta es clara: hacer además de decir, no tener miedo a la violencia mediática que ya sabemos que va a llegar y accionar la palanca con determinación e inteligencia. Después de los durísimos años vividos, es normal que se tenga vértigo. Pero, realmente, no hay otra opción y, además, ya hemos comprobado que ‘lo que hay’ no sirve para nada.Además de los movimientos sociales, la única organización política que tiene voluntad de expresar un proyecto alternativo aunque eso le suponga recibir toda la violencia de statu quo es, en estos momentos, Podemos