Miguel Frontera, punta de lanza de una estrategia mediática
Cuando uno contempla el rostro desquiciado del neonazi Miguel Frontera, cuando uno lo ve gritando barbaridades a las puertas de la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias o unos años después con un escudo del Capitán América a las puertas de Ferraz, cuando uno se fija en sus amigos violentos echando espumarajos por la boca contra Montero e Iglesias en la puerta de los juzgados, cuando uno se entera de que Bertrand Ndongo agredió físicamente a una mujer anónima que había ido a dar apoyo moral a la pareja, cuando uno asiste a todo este desfile de seres humanos rotos, enajenados y repulsivos —pero no por ello menos peligrosos—, uno puede tener la tentación conceptual de desconectarlos de todo el resto del funcionamiento del sistema. Este tipo de frikis violentos produce una combinación tan inusual de miedo, asco y risa, que no es descabellado pensar que estamos ante un residuo maloliente tan minoritario como periférico a la sociedad. Algo anecdótico. Una excepción a la normalidad y al correcto funcionamiento de los diferentes engranajes que mantienen al país moviéndose y a cada persona en su sitio natural.
Pero no. Nada más lejos de la realidad.
Todas las operativas antidemocráticas que en el mundo han sido siempre han tenido una pequeña vanguardia violenta que les hacía el trabajo sucio, y casi siempre —excepto cuando el carácter fascista del régimen se hace explícito— se han cuidado mucho de que no se los vea juntos. La operativa reaccionaria española que acumula su mayor fuerza como oposición al estallido de indignación plebeya que se da, primero, en las plazas, en el 15M de 2011 y, después, en la irrupción democrática de Podemos en las europeas de 2014, no es diferente, en este sentido, del resto de ejemplos históricos.
Por un lado, están los operadores sistémicos que mejor visten el traje de la respetabilidad —diputados fascistas pero con corbata, jueces activistas, presentadores de televisión y de radio, altos mandos de la policía y el ejército— y, por el otro, tenemos a sus vanguardias más radicalizadas, más pintorescas, más desacomplejadas y más violentas. Pero ambos sectores se retroalimentan mutuamente, las más de las veces de forma implícita, pero incluso algunas veces mediante acuerdos concretos y tangibles.
Esta estructura de múltiples capas es enormemente funcional a los intereses de los reaccionarios porque les permite disparar contra sus enemigos con diferente tipo de armamento, desde diferentes ángulos y en diferentes contextos; aumentando así su capacidad de destrucción. De este modo y aunque parezca que son operadores de categorías ontológicamente distintas, es obvio que los policías corruptos que fabricaban informes falsos contra Pablo Iglesias y Podemos, los jueces prevaricadores que abrían decenas de causas prospectivas sin pruebas, los periodistas corruptos que utilizaban toda esta basura falsa para difamar y destruir la reputación de sus enemigos, los diputados de la derecha y la extrema derecha que repetían la materia fecal desde sus escaños en el Congreso y los neonazis violentos que acampaban en la puerta de su casa y amenazaban a sus niños pequeños, trabajaban todos para el mismo objetivo, emitían todos básicamente el mismo mensaje —aunque el tono y el lenguaje fuera diferente— y conformaban todos una misma unidad operativa y estratégica.
Los Miguel Frontera, los Bertrand Ndongo, los fascistas más recalcitrantes y más peligrosos no son otra cosa que los perros de presa de este ejército multinivel
Los Miguel Frontera, los Bertrand Ndongo, los fascistas más recalcitrantes y más peligrosos no son otra cosa que los perros de presa de este ejército multinivel. Y la prueba más evidente de que esto es así se sitúa en su conexión con lo mediático. Al fin y al cabo, el comando mediático de toda esta operativa golpista es el más importante de todos porque es, a la vez, el único completamente indispensable para articular la ofensiva y el que mantiene conectados a todos los demás.
Por un lado, hay que tener en cuenta que uno de los objetivos principales de los reaccionarios es adulterar el resultado electoral mediante la intoxicación de la opinión pública. Pero claro, prácticamente ningún ciudadano conocería los informes policiales falsos de las cloacas, las acusaciones espurias de los jueces corruptos o las difamaciones de sus señorías en el Parlamento si no hubiese potentes cañones mediáticos dispuestos a difundirlas y a amplificarlas. Aunque la basura difamatoria la fabriquen policías, jueces y diputados, ésta no tendría ningún tipo de efecto si no hubiese una engrasada maquinaria de distribución que se ocupa de colocarla en las cabezas y en las mentes.
Por otro lado y en ausencia —la mayoría de las veces, pero no siempre— de pactos explícitos en habitaciones oscuras entre los diferentes sectores operativos, el bombardeo mediático es indispensable también para mantener la coherencia entre los diferentes comandos y para que todos tengan, a primera hora de la mañana, instrucciones claras respecto de lo que tienen que hacer. Aunque determinados operadores políticos puedan reunirse con sus colaboradores en la judicatura o en la policía para diseñar estrategias conjuntas, en realidad esto ni siquiera hace falta. Si la consigna es convenientemente repetida por parte del comando mediático, eso garantiza que todos y cada uno de los que tienen que hacer algo sepan perfectamente qué es lo que tienen que hacer.
En particular, esto es especialmente cierto cuando se trata de indicar a la vanguardia más enajenada y más violenta cuál es su misión. En el caso del acoso a Irene Montero, Pablo Iglesias y su familia por parte de Miguel Frontera y el resto de neonazis, esta emisión de consignas se produjo a la vista de todos. Como recordaba ayer la periodista Rosa María Artal en la red social X, el papel del poder mediático a la hora de lanzar la operación de acoso fascista fue central, fue masivo y fue absolutamente público. OKdiario se ocupó de proporcionar la dirección de la casa y suficientes fotos como para que cualquiera la pudiese encontrar, Carlos Herrera convocó desde la COPE —la segunda radio más escuchada de España— una "romería" a dicha vivienda familiar y prácticamente la totalidad de los grandes medios de comunicación —Antonio García Ferreras, Ana Rosa Quintana, Vicente Vallés, pero también más sibilinamente buena parte de la progresía mediática— se ocuparon de difundir todos los argumentarios de odio para que los violentos tuvieran motivos para actuar y también una larga playlist de bazofia.
Porque, si la manipulación de las elecciones es uno de los principales objetivos de la operativa neofascista, otro objetivo muy importante es la destrucción psicológica y vital de aquellos que se atreven a defender de verdad los intereses de la gente trabajadora aunque eso suponga reducir los privilegios de la clase más pudiente. La difamación mediática de los dirigentes de Podemos no solamente busca restarles apoyos electorales, sino también destruir su reputación en el entorno más inmediato y la tranquilidad de los suyos. En este sentido, el acoso físico y la violencia son solamente una fase más de la misma operativa. La misión de los Miguel Frontera es, por un lado, forzar a que sus objetivos inmediatos abandonen la política y, por el otro y mucho más importante, lanzar un mensaje claro a cualquiera que se atreva a venir después: como te metas en política y se te ocurra tocar los intereses de los que mandan, vamos a ir a por tu familia.
Eso es lo que vimos durante más de un año a las puertas de la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias y también ayer a la puerta de los juzgados, y es evidente que dicho acoso no es más que la punta de lanza más violenta de una estrategia mucho más amplia y fundamentalmente mediática. En el siglo XXI en Europa occidental, de momento, las camisas pardas no reciben las órdenes directamente del Oberster SA-Führer sino que las leen y las escuchan en muchos de los principales medios de comunicación.