Succession, la política y los medios
Succession (HBO) es posiblemente una de las series más exitosas y, al mismo tiempo, con mejores críticas de los últimos tiempos. El elemento que engancha desde el principio al espectador es el descarnado retrato de las miserias morales de los miembros de una familia milmillonaria: la familia Roy. Ya desde el primer capítulo, la serie nos presenta al patriarca de la familia, un inteligentísimo y muy cruel tiburón de los negocios de 80 años, Logan Roy, y a sus despiadados —al tiempo que psicológicamente desestabilizados— hijos, Kendall "Ken", Siobhan "Shiv", Romulus "Roman" y Connor, los cuales, en un contexto de relaciones de amor-odio con su padre y también entre ellos, están dispuestos a hacer, cada uno, lo que haga falta para ser el jefe del gigantesco conglomerado empresarial Waystar RoyCo en el momento en el que se produzca la —a todas luces, inminente— muerte de Logan (excepto Connor, que está desvinculado de los negocios de su padre y quiere hacer carrera política). Contemplar a un grupo de milmillonarios absolutamente infelices y haciéndose daño mutuamente con la mayor de las crueldades es, sin duda, lo que hace que nadie pueda ver el capítulo 1 sin ver a continuación el capítulo 2. Pero Succession no es solamente un producto de entretenimiento sobre la decadencia humana de la clase ultra-alta. A medida que se va desarrollando la historia, la serie introduce también —con la misma brutalidad con la que construye a sus personajes— un elemento político central en nuestras sociedades modernas: la absoluta dependencia entre la política, el poder mediático y el poder económico. Waystar RoyCo no es una corporación cualquiera; es un conglomerado de medios de comunicación con un canal de "noticias" llamado ATN que es la joya de la corona y que tiene una línea editorial que, en el mundo real, podríamos calificar perfectamente como "trumpista". Mientras los miembros de la familia Roy se van acuchillando entre ellos para hacerse con el poder, Succession también nos muestra la estrechísima colaboración entre ellos y un candidato ultraderechista a la presidencia de los EEUU así como la entrada y salida de diferentes operadores de fondos buitre que se van aliando con las diferentes partes para intentar controlar la empresa.
Cuando uno empieza a leer la pieza publicada ayer sábado en El Confidencial, titulada "Las guerras familiares y la deuda de Prisa agitan el volcán mediático español" y firmada por Agustín Marco, es imposible no pensar en Succession. En su pieza, Marco pone en el centro y en el principio de la crónica un movimiento accionarial en el Grupo Planeta que parte de las agrias desavenencias en el seno de la familia Lara y que puede acabar desencadenando un terremoto mediático y político en España. Después del fallecimiento del fundador de la compañía, José Manuel Lara Hernández, y después de que falleciera también uno de sus cuatro hijos y entonces presidente del grupo, José Manuel Lara Bosch, en 2015, el capital de Planeta quedó distribuido en tres partes iguales entre tres sagas familiares que comprenden a herederos de segunda y tercera generación: los Lara García, los Lara Bosch y los Lara Hoces. De acuerdo con la pieza de El Confidencial, al sentirse apartados de la dirección del Grupo —accionista mayoritario de Atresmedia (Antena 3, La Sexta, Onda Cero y La Razón), de un gran número de editoriales y también de varias universidades privadas, entre otros negocios—, los Lara García habrían decidido vender su 33% de la compañía, valorado en unos 900 millones de euros, y habrían contratado a la consultora estadounidense Morgan Stanley para que les busque un comprador. En palabras del propio periodista que firma la pieza, la discrepancia política fundamental de los Lara García con las demás sagas de la familia estribaría en su desacuerdo con la estrategia dirigida por José Creuheras —todopoderoso presidente del Grupo, capaz de conseguir que los reyes, Yolanda Díaz, la plana mayor del PP o José Luis Rodríguez Zapatero se hagan fotos públicas con él a pesar de estar imputado por gravísimos delitos de corrupción. Según se nos hace saber, esta estrategia consistiría en "tener medios de todos los colores —pluralidad informativa para la ciudadanía— para llevarse bien con la mayoría de bancadas del Congreso de los Diputados", algo que podemos traducir fácilmente en el obvio reparto de papeles entre Antena 3 y La Sexta y que explica muy bien por qué Creuheras es capaz de conseguir que se fotografíen con él los máximos dirigentes del PP, del PSOE y de Sumar.
Cuando uno empieza a leer la pieza publicada ayer sábado en El Confidencial, titulada "Las guerras familiares y la deuda de Prisa agitan el volcán mediático español" y firmada por Agustín Marco, es imposible no pensar en Succession
En la misma pieza, el periodista Agustín Marco aprovecha para profundizar también en las finanzas y las relaciones de poder en el seno del Grupo Prisa, principal apoyo mediático del PSOE y propietario de El País y la Cadena SER, o en las del Grupo Vocento, propietario del periódico monárquico ABC y de muchos periódicos regionales, como El Correo. Sobre Prisa, es especialmente relevante el apunte sobre la deuda de 800 millones de euros al 10% (80 millones anuales en concepto de intereses) que mantendría su presidente y principal accionista, el armenio Joseph Oughourlian —dueño del fondo buitre Amber Capital—, con el Banco Santander, y que la entidad de Ana Patricia Botín estaría intentando utilizar como palanca para ganar fuerza en Prisa. Sobre Vocento, la pieza de El Confidencial nos cuenta que también existe una batalla familiar en el seno de los Ybarra, propietarios de la sociedad Mezouna, principal accionista del grupo. "Esta guerra tuvo precisamente ayer un nuevo capítulo. Los cuatro hijos de Emilio Ybarra y su tío Santiago se vieron las caras en una junta en la que el segundo pidió la disolución de la sociedad, que ha visto evaporarse más de la mitad de su patrimonio en la última década", podemos leer sobre los Roy españoles a pequeña escala.
Pero lo más relevante, como en Succession, no es el deleite que pueda producir en cualquier simple mortal la contemplación de un grupo de multimillonarios emparentados entre sí apuñalándose por el poder y el dinero. Lo más relevante es lo que significa todo esto en términos políticos y la pieza de "El Confidencial" es sorprendentemente explícita al respecto. Ya desde la primera frase, nos lo deja completamente claro: "No hay poder político que se sustente sin un poder mediático, un cañón respaldado a su vez por un poder financiero." A continuación, nos explica lo que va a ocurrir inmediatamente después del nuevo reparto de cartas en el poder político: "Una vez resuelta la batalla por la Moncloa, con Pedro Sánchez como contundente ganador, se avecinan movimientos de calado por controlar los altavoces desde los que influir." Y, para cerrar el párrafo, hace un apunte que no es menor. El negocio mediático, escribe el autor de la pieza, es "un negocio que, mirando solamente sus números, está dando más penas que alegrías, pero que, incluso así, suele atraer capitales con ambiciones personales". Es decir, es un negocio que no produce beneficios económicos suficientes como para ser rentable pero que es utilizado —asumiendo pérdidas millonarias— por aquellos que pretenden ejercer, desde él, influencia política. El último párrafo de la pieza es también muy explícito respecto de cómo funciona en realidad la democracia en el siglo XXI: "Un tablero de ajedrez mediático que los dirigentes de Ferraz y Génova miran con lupa, conscientes de que necesitarán armamento pesado para combatir una legislatura que requiere más que nunca editores amigos", escribe Marco sin dejar espacio a la ambigüedad.
No es habitual que un medio de comunicación de gran tirada, como es El Confidencial, sea tan claro respecto del papel político central que juega el poder mediático en nuestro sistema democrático imperfecto, y muy probablemente tenga que ver con una voluntad de desgastar a sus competidores empresariales. En todo caso, que se publiquen piezas como esta revela dos hechos de enorme importancia. El primero, que cada vez es más difícil soslayar la realidad de que los medios de comunicación son el principal actor político en las modernas democracias mediatizadas. El segundo, que —precisamente por ello— la labor de fiscalización popular de los mismos, señalando las prácticas corruptas de determinados periodistas, denunciando la difusión de mentiras y bulos, haciendo explícita la estructura de su propiedad capitalista o detallando su colaboración con ciertos poderes reaccionarios del Estado como las cloacas o una parte de la judicatura mediante el lawfare, es una labor vital que debe reconocer, cultivar, aplaudir y proteger cualquiera que se llame a sí mismo demócrata. Eso es lo que intentamos humildemente hacer todos los días en Canal Red y en Diario Red y, como no tenemos ningún banco ni ningún fondo buitre que nos financie, no podríamos hacerlo sin tu ayuda.