El teatro bipartidista de la financiación autonómica
La última reforma importante de Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA) tuvo lugar en 2009, hace ya 15 años. Además, durante aquellos años, y como consecuencia de las políticas neoliberales que tanto el gobierno de Zapatero como el de Rajoy decidieron perpetrar en España como respuesta a la crisis financiera, el hachazo a los servicios públicos —la sanidad, la educación, la dependencia— se sintió muy especialmente en la transferencia de fondos desde el Estado central a las autonomías. Un hachazo del que las cuentas de los gobiernos autonómicos todavía no se han recuperado, que ha acumulado deuda pública a lo largo de los años y que supone un torpedo en la línea de flotación de los derechos sociales más básicos. Por si esto fuera poco, el sistema de reparto es de todo menos objetivo. Como una frontera entre dos países cuya colocación en el mapa únicamente depende del punto en el que se quedaron los respectivos ejércitos al final de la última guerra, el Frankenstein de la financiación autonómica en España es un pegote coyuntural y mal diseñado que no proviene de ningún análisis racional sino de una serie de negociaciones políticas.
Dado que todas las comunidades autónomas están infrafinanciadas y dado que la mayoría de los pilares básicos del Estado social son competencias de gestión autonómica, parece evidente para cualquier persona mínimamente progresista que se ha de avanzar a un sistema que aumente los fondos transferidos a todos los territorios al mismo tiempo
Por todo ello, es absolutamente evidente la necesidad de una reforma profunda que no solamente adapte el sistema al año 2024 sino que, además, resuelva sus problemas históricos. Dado que todas las comunidades autónomas están infrafinanciadas y dado que la mayoría de los pilares básicos del Estado social —si exceptuamos las pensiones, el desempleo y otras prestaciones de la Seguridad Social— son competencias de gestión autonómica, parece evidente para cualquier persona mínimamente progresista que se ha de avanzar a un sistema que aumente los fondos transferidos a todos los territorios al mismo tiempo, situando asimismo algún tipo de requisito que impida que este aumento sea dirigido por los gobiernos de derechas a la privatización de los servicios públicos. Obviamente y dado que esto solamente es posible si se aumenta de forma global la inversión pública, se tendría que llevar a cabo de forma simultánea una profunda reforma fiscal para que las grandes fortunas y las grandes corporaciones paguen más impuestos. Si uno además tiene un concepto plurinacional de España, parece razonable avanzar también hacia una mayor autonomía fiscal de los territorios, aunque imponiendo una serie de requisitos mínimos que impidan el dumping fiscal como el que está haciendo la Comunidad de Madrid. Por último, resulta indispensable hacer un cálculo complejo en base al coste del servicio, toda vez que no cuesta lo mismo una plaza escolar o un centro de atención primaria en una gran urbe, en una isla o en una zona despoblada.
En las últimas semanas, estamos asistiendo al que posiblemente sea el despliegue más vergonzoso de relatos políticos completamente falsos, sin ningún anclaje en la realidad, insultando permanentemente la inteligencia de la ciudadanía y por parte de la mayoría de actores partidistas y mediáticos
Todos estos son debates de suma importancia para garantizar los derechos sociales y los mínimos materiales para una vida digna de la población española, pero, lamentablemente, ninguno de ellos se está dando con seriedad. De hecho, y como consecuencia del acuerdo alcanzado por el PSOE y ERC para investir a Salvador Illa como president de la Generalitat, lo que está ocurriendo es todo lo contrario a un debate serio. En las últimas semanas, estamos asistiendo al que posiblemente sea el despliegue más vergonzoso de relatos políticos completamente falsos, sin ningún anclaje en la realidad, insultando permanentemente la inteligencia de la ciudadanía y por parte de la mayoría de actores partidistas y mediáticos.
En primer lugar y como punto de partida, tenemos el acuerdo entre el PSOE y ERC para una ‘financiación singular’ de Catalunya. Más allá de lo que uno piense sobre la materia, lo cierto es que prácticamente nadie está diciendo la verdad sobre esto. Dejando por un momento de lado el hecho cuestionable de que algo tan importante se haya pactado no con los intereses de la mayoría de los catalanes y del resto de españoles en mente sino únicamente como moneda de cambio para alcanzar el poder en una de las comunidades autónomas más ricas, todo lo que rodea al acuerdo es de vodevil. Por un lado, el PSOE, enormemente nervioso por el efecto disolvente que décadas de anticatalanismo —promovido tanto por la derecha mediática como por los medios afines al propio PSOE— están operando en la mayoría de sus territorios en clave de rechazo al acuerdo, se dedica a jugar a la ambigüedad y a decir, al mismo tiempo, una cosa y su contraria sobre lo pactado. María Jesús Montero dice que no estamos ante un concierto, Josep Borrell dice que estaría mintiendo si no lo llamase concierto y Diana Morant dice que es un acuerdo positivo y que va a pelear para que también lo tenga la Comunitat Valenciana. Entonces, ¿en qué sentido es una ‘financiación singular’ para Catalunya? Si se pregunta a cualquier portavoz del PSOE alineado con el Gobierno en estos días, la respuesta es que todos los territorios son ‘singulares’ y que, por lo tanto, todos ellos podrían tener una ‘financiación singular’. Algo que no solamente es un juego de malabares dialéctico sino, además, posiblemente lo contrario de lo que ERC entiende que ha pactado. Y por encima de todos estos balbuceos que provocan vergüenza ajena, un hecho material: independientemente de lo que esté escrito negro sobre blanco en el documento firmado por el PSOE y ERC —si es que hay alguien en España que lo sepa—, es absolutamente obvio que el Gobierno no tiene mayoría parlamentaria para aprobar una reforma de la LOFCA con el parlamento emanado de las elecciones del pasado 23J. Es decir, que, si no fuera ya lo suficientemente patético contemplar cómo van moviendo platillos dialécticos en el aire unos y otros, tenemos que añadir a ello que están todos hablando de algo que no va a pasar. También la derecha y la extrema derecha política y mediática.
Aunque Sánchez ha prometido algo que no se entiende muy bien, que no puede superar una votación y que nunca va a ocurrir, eso no ha impedido que el PP y VOX, así como la totalidad de los periodistas y tertulianos de la derecha, se hayan puesto a gritar desquiciados que el sanchismo ha entregado la llave de la caja a los independentistas, rompiendo definitivamente España. Todos ellos saben perfectamente que esto es mentira ya que solamente hacen falta matemáticas básicas para contar los escaños en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Pero, obviamente, les viene mucho mejor para sus objetivos políticos hacer como si algo fuese a ocurrir y como si ese algo fuera terrible, gravísimo, inédito y de una importancia superlativa.
Mientras los unos balbucean justificaciones alambicadas sobre un texto que nadie sabe muy bien lo que significa, los otros alertan a la población de un ominoso peligro que es matemáticamente imposible que llegue a nuestro país en el medio plazo. Y todo esto tiene lugar sin que prácticamente ningún medio de comunicación diga que es todo mentira y que el rey está desnudo
Mientras los unos balbucean justificaciones alambicadas sobre un texto que nadie sabe muy bien lo que significa, los otros alertan a la población de un ominoso peligro que es matemáticamente imposible que llegue a nuestro país en el medio plazo. Y todo esto tiene lugar sin que prácticamente ningún medio de comunicación diga que es todo mentira y que el rey está desnudo. Mientras la derecha mediática anuncia el apocalipsis independentista/bolivariano, los opinadores y analistas de la progresía hablan de la reforma del sistema de financiación autonómica como si el gobierno de Sánchez fuese a hacer algo. Desde que se instauró en España el reparto simbólico de papeles del sistema del turno bipartidista, el juego de máscaras para engañar a la población haciendo creer que PSOE y PP son dos proyectos políticos radicalmente diferentes ha sido constante y muchas veces vergonzoso. Pero hay que hacer mucha memoria para recordar un tema y un momento en el que el patetismo de la maniobra fuese tan intenso y su calidad tan subterránea.