Unión Europea o guerra
Desde que empezó la invasión de Ucrania hace ya más de dos años, se conformó en los diferentes países de la Unión Europea y en España en particular, una amplísima coalición política de la guerra que va desde la extrema derecha hasta la socialdemocracia y aledaños, pasando por los verdes.
En este amplio bloque de la guerra, como es normal, la extrema derecha es la voz más clara a favor de la escalada bélica y el aumento del gasto armamentístico; incluso defienden esta posición partidos —como VOX, el Rassemblement National de Le Pen o la Lega de Salvini— que, hace muy pocos años, mostraban una gran afinidad con Vladimir Putin.
La derecha más tradicional, obviamente, también defiende la normalización del régimen de guerra en tanto que presenta grandes oportunidades económicas no solo para los fabricantes de armas sino también para la banca, las energéticas o la gran distribución alimentaria. En España, aunque José María Aznar siempre mostró una gran sintonía con el actual dictador capitalista y ultraderechista de la Federación Rusa, el PP no ha tenido ningún problema en comprar la totalidad del discurso otanista.
Lo que es más grave y muchísimo más preocupante, sin duda, es que la socialdemocracia europea también ha abrazado por completo el discurso belicista y la justificación de la guerra. En España, el PSOE —el partido que, ay, abanderó hace 20 años el "no a la guerra"— ha ido cruzando sucesivas líneas rojas —primero, no enviar armamento; después, enviar armamento defensivo; últimamente, enviar armamento ofensivo como carros de combate o misiles— y defiende abiertamente el aumento milmillonario de gasto militar. En el día de ayer, pudimos ver al referente "socialista" y candidato del PSOE a las elecciones europeas de 2019, Josep Borrell, haciéndose entrevistar en una fábrica de armas, rodeado de tanques, y utilizando una frase —"para poder tener mantequilla, primero tenemos que tener cañones"— que surgió durante la Primera Guerra Mundial y que acabaron haciendo suya nada menos que los nazis.
Y no solamente hablamos de que la progresía política defiende abiertamente el régimen de guerra. También lo hace la progresía mediática. Ayer mismo y a raíz del hecho enormemente preocupante de que Ursula Von der Leyen haya decidido hacer campaña desde un refugio antiaéreo, Ana Pastor y otros conocidos periodistas del ámbito supuestamente progresista han criticado a Podemos por haber señalado la tremenda irresponsabilidad de la actual presidenta de la Comisión Europea.
En nuestro país, incluso una parte de lo que se ha denominado históricamente como "izquierda" pero que hoy se encuentra más cerca de los planteamientos belicistas de los así llamados verdes se ha mostrado enormemente tibia en esta materia. Aunque más recientemente, seguramente debido a la proximidad de las elecciones, desde Sumar, han empezado a protestar públicamente por el gasto en armamento, al principio de la invasión, el único partido de Unidas Podemos que se opuso al envío de armas a Ucrania fue Podemos. Tanto Yolanda Díaz —en ese momento, sin partido— como los Comunes o el coordinador general de IU, alberto Garzón, dieron su apoyo explícito a Pedro Sánchez en aquel inicio de la escalada bélica.
En nuestro país, incluso una parte de lo que se ha denominado históricamente como "izquierda" pero que hoy se encuentra más cerca de los planteamientos belicistas de los así llamados verdes se ha mostrado enormemente tibia en esta materia
Con diferentes matices y tonos, el discurso que emite el conjunto del bloque político, económico y mediático de la guerra comparte los principales elementos comunes. En primer lugar, el establecimiento de los campos en contienda como una lucha angélica entre el bien y el mal. Aunque varios miembros del bloque de la guerra simpatizaban hasta hace poco con Vladimir Putin, el dictador ruso sería ahora Satanás, mientras que la OTAN y Estados Unidos formarían parte de los ejércitos del bien, sin ningún otro interés que la protección de la civilización occidental y la defensa altruista de la Unión Europea frente a una amenaza existencial. En este relato, Estados Unidos no tendría intereses egoístas propios, esto no tendría nada que ver con someter a la Unión Europea a sus designios en su pelea global por la hegemonía contra China y el atentado contra el Nord Stream, con el consecuente aumento brutal de la dependencia de Alemania del gas licuado norteamericano, sería una anécdota a la cual no tenemos que prestar atención. Asimismo, se nos dice que la guerra es inevitable. La paz es imposible y la diplomacia está fuera de la mesa. Tiene que haber guerra sí o sí y, por tanto, debemos aceptarla como un elemento ambiental. A partir de este axioma y recordando que tenemos a los ejércitos de Satanás a las puertas de la Unión Europea, la conclusión es automática: no tenemos más remedio que rearmarnos hasta los dientes y dirigir ingentes cantidades de dinero público a la fabricación y la compra de armas. "No tenemos más remedio" significa, por supuesto, que no es algo que esté sometido a la democracia. Es habitual también, para redondear el argumento, que los diferentes portavoces del bloque de la guerra nos digan también que todo esto nos va a venir muy bien porque va a generar un montón de empleos de calidad en la industria armamentística. Todo esto es tan obvio que cualquiera que se atreva a decir lo contrario es acusado de ser aliado del maligno y escribir en caracteres cirílicos o de tener un pensamiento ingenuo e infantil en el mejor de los casos.
Sin embargo, la realidad es todo lo contrario. La realidad es que la implantación del régimen de guerra que pretende Estados Unidos y la OTAN supone una grave amenaza para la existencia de la Unión Europea. Aunque ninguno de los portavoces del bloque de la guerra lo digan, es un hecho, que la Unión Europea tuvo entre uno de sus motivos fundacionales más importantes el mantenimiento de la paz después de los horrores vividos en el continente durante la Segunda Guerra Mundial. Si una Europa arrasada por el peor conflicto bélico de la historia de la humanidad se pudo volver a poner en pie y alcanzar unas cotas de prosperidad económica envidiables, fue precisamente porque todo ese proceso se llevó a cabo en un contexto de paz. Si ahora la Unión Europea se lanza a un régimen de guerra, esa prosperidad conjunta, que ha sido siempre el principal motivo que ha mantenido su cohesión y que ha hecho atractivo a otros estados sumarse al club, perfectamente puede acabar. Ya lo hemos visto a lo largo de estos años: estrangulamiento de las cadenas de suministro, con la consecuente inflación, el ahogamiento del sector del campo y la imposibilidad de millones de familias de llenar la nevera con alimentos adecuados; graves problemas en el acceso a las materias primas energéticas, con la consecuente subida de la factura de la luz y la pérdida de competitividad de la industria; aumento del precio de los carburantes y reducción de las opciones de suministro; aumento de los tipos de interés, con el consecuente encarecimiento del crédito, muy especialmente las hipotecas de tipo variable de millones de familias; etc. Si a todo esto añadimos la voluntad de destinar miles de millones de euros de los presupuestos públicos a la escalada armamentística, con lo que ello supone de detracción de recursos de los servicios públicos, se hace obvio que un contexto de guerra significa sufrimiento económico para las poblaciones europeas y pérdida de derechos sociales. En definitiva, la disolución de los dos elementos principales —seguridad económica y protección social— que han hecho de la Unión Europea un proyecto político atractivo durante varias décadas. Por último, cabe destacar que, debido a las grandes diferencias en la estructura económica y productiva de los diferentes países miembro, es obvio que los costes del régimen de guerra van a ser mucho más altos para algunos países que para otros; situando así un aliciente material para romper el bloque político en los casos en los que el coste sea insoportable y provoque un levantamiento social. No digamos ya si el conflicto escala lo suficiente como para que los diferentes estados miembros tengan que decidir si envían soldados propios a morir en frente o rechazan hacerlo. Es difícil imaginar que la Unión Europea se pueda seguir manteniendo unida en una situación así.
En pocas palabras y a pesar del relato hegemónico, la realidad es que no se puede ser europeísta al mismo tiempo que se acepta la inevitabilidad del régimen de guerra. Hoy, domingo 9 de junio, votar paz es votar también por la continuidad de la Unión Europea.