El voto republicano en las elecciones europeas

En las europeas, las gentes de izquierdas en Euskadi y Catalunya tienen la oportunidad de ayudar a volver a poner en pie a la única izquierda estatal que ha demostrado capacidad de avanzar hacia un horizonte democrático y plurinacional
Arnaldo Otegi en su homenaje en el velódromo de Anoeta al salir de la cárcel en 2016
Arnaldo Otegi en su homenaje en el velódromo de Anoeta al salir de la cárcel en 2016

Como recordaba Pablo Iglesias este domingo en Bilbao, al salir Arnaldo Otegi de la cárcel en 2016, el histórico líder abertzale hizo dos cosas: dedicó unas palabras respetuosas hacia Podemos, pero advirtió también de que, si la democratización del Estado español se demostraba imposible, no quedaría más remedio que perseguirla mediante la construcción de un nuevo frente independentista.

Aunque recientemente Otegi ha afirmado que el tiempo le ha acabado dando la razón, lo cierto es que los últimos años cuentan una historia distinta. Por un lado, hemos asistido a unas elecciones vascas en las cuales EH Bildu prácticamente no ha hablado de la independencia y, de hecho, ni siquiera ha intentado disputar el gobierno vasco al PNV. Su estrategia —muy respetable— ha sido la de aparcar la cuestión nacional y dibujar una trayectoria más lenta con el objetivo de ampliar su base electoral. Por otro lado, en las elecciones catalanas ha ocurrido algo parecido. Aunque Junts y ERC sí han hecho alusiones ocasionales a la cuestión independentista, estas tuvieron un tono casi rutinario. Por primera vez en mucho tiempo, los temas de gestión y de acción política han tenido un protagonismo central en la carrera hacia la Generalitat y, por si esto fuera poco, el resultado electoral ha arrojado una aritmética que no se daba en décadas: una minoría de escaños independentistas en el Parlament.

Al mismo tiempo, hemos vivido unos años en la política estatal en los que algunas demandas importantes del independentismo catalán y vasco se han podido cumplir. En Euskadi, se ha prácticamente concluido el acercamiento de presos y se han transferido numerosas competencias que estaban pendientes al gobierno vasco. En Catalunya, a su vez, se ha empezado a caminar de forma decidida hacia la desjudicialización del conflicto y su resolución mediante vías políticas y democráticas. A los indultos ha seguido la reforma del delito de sedición, y recientemente se ha aprobado una Ley de Aministía que parecía imposible hace tan solo un año.

Como es evidente y como también recordaba Iglesias en Bilbao, nada de esto habría sido posible si, a principios de 2016, Podemos hubiese cedido a la brutal presión política y mediática y hubiese permitido un gobierno de Pedro Sánchez con Albert Rivera. Si el PSOE y el sector de Podemos que ahora está en Sumar se hubieran salido con la suya entonces, se habría conformado un gobierno de coalición de derechas entre el PSOE y Ciudadanos, muy posiblemente se habría cerrado prematuramente el ciclo democratizador abierto por el 15M y, desde luego, jamás habría habido acercamiento de presos, traspaso de competencias, indultos o amnistía.

Si el PSOE y el sector de Podemos que ahora está en Sumar se hubieran salido con la suya entonces, se habría conformado un gobierno de coalición de derechas entre el PSOE y Ciudadanos y jamás habría habido acercamiento de presos, traspaso de competencias, indultos o amnistía.

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Es más, si Podemos no hubiera resistido en 2019 las presiones —de nuevo brutales— para quedarse antidemocráticamente fuera del gobierno y no se hubiesen mantenido firmes hasta que se consiguió romper la cláusula de exclusión histórica que había durado más de 80 años y formar el primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia, si los de iglesias no hubiesen trabajado además durante toda esa legislatura para eliminar la posibilidad de que el PSOE se apoyarse en los exiguos 10 escaños del ya moribundo Ciudadanos —en una configuración que la prensa del régimen llamó "geometría variable"—, si Podemos se hubiese quebrado por el 'lawfare' y el acoso mediático y no hubiese conseguido forzar al PSOE para incluir en la mayoría parlamentaria operativa, y por tanto en la dirección de Estado, a las fuerzas independentistas de izquierdas de Euskadi y Catalunya, entonces —de nuevo— los citados avances en las naciones sin Estado de nuestro país tampoco se hubiesen podido producir.

Sería ingenuo decir que el Estado español ya se ha democratizado. Y, además, sería mentira. Es evidente que todavía queda muchísimo por hacer en ese sentido y que lo que ha ocurrido desde 2019 es apenas el principio. Pero tampoco sería correcto afirmar que Arnaldo Otegi tenía razón y que la clave para alcanzar ese horizonte es un nuevo frente independentista. No parece ni siquiera que sea ese el ánimo en Euskadi y en Catalunya a tenor de lo ocurrido en las últimas elecciones en esos territorios.

Si algo nos ha enseñado la historia política de España de la última década es que el bloque de poder español, mediante el control férreo que ejerce de las estructuras administrativas, económicas y mediáticas en Madrid, es capaz de aplastar con violencia cualquier movimiento democrático en clave plurinacional que amenace el proyecto centralista de las derechas y de la monarquía. Si algo hemos aprendido de 2014 a esta parte es que la única forma de que algún día España pueda convertirse en una república confederal en la cual las naciones sin Estado puedan ejercer su derecho a decidir es mediante la existencia de una izquierda estatal valiente, verdaderamente transformadora, republicana y dispuesta a estrechar la mano de los proyectos soberanistas de izquierdas en todos los rincones del país.

En los últimos dos años, la viabilidad de ese proyecto de izquierdas estatal se ha puesto en serio peligro mediante la operación concertada del PSOE, buena parte del poder mediático y judicial y aquellos que pretenden sustituirla por una versión más amable que no cuestione la organización del Estado y del poder y solamente se dedique "a las cosas de comer". Esto es un hecho y no podemos soslayar que ese proyecto se encuentra en un momento muy difícil. Pero, al mismo tiempo, las elecciones europeas resultan una oportunidad inmejorable para detener la sucesión de derrotas y empezar a volver a poner el proyecto en pie.

En las elecciones europeas, no se eligen ni los alcaldes ni los parlamentos autonómicos que van a investir a los correspondientes gobiernos. En las elecciones europeas, además, la circunscripción no es provincial sino única en todo el Estado y esto significa que ningún voto se pierde. Todo esto permite que, el próximo domingo 9 de junio, no sea necesario ejercer ningún tipo de voto táctico o de voto útil. En las elecciones europeas, las gentes de izquierdas en Euskadi y Catalunya —sean independentistas o no— tienen la oportunidad de ayudar a volver a poner en pie a la única izquierda estatal que ha demostrado voluntad y capacidad de avanzar hacia un horizonte democrático y plurinacional. Con toda la humildad y sin que nadie tenga que renunciar a sus ideas ni a su opción política nacional, el voto republicano más eficaz en estas particulares elecciones es ese.