Tres claves de las elecciones en Estados Unidos
A menos de cincuenta días para las elecciones en Estados Unidos, buena parte de la política internacional parece estar en observancia de lo que ocurra en el gran jerarca del eje colectivo de poder internacional. Tanto las presidenciales como las legislativas son decisivas para el mundo entero. Si bien convergen en algunos asuntos de su política exterior (como el “Pivot to Asia”), los Demócratas y los Republicanos han mostrado diferencias de peso en torno a Ucrania, Oriente Medio y América Latina.
La designación presidencial en Estados Unidos no se produce mediante voto popular directo como en los sistemas presidencialistas de América Latina. Por el contrario, se parece más al modelo que impera en el Reino Unido
Los swing states
Quizá el principal foco de interés en los comicios se halle en los estados clave ─o swing states, en el inglés original─, es decir, un puñado de territorios cuya proyección electoral es a priori ambigua y podría decantarse en favor de Donald Trump o de Kamala Harris según cómo se desarrolle la campaña. ¿Y por qué son estos estados tan importantes? Brevemente, por el sistema electoral que Estados Unidos aplica para decidir a su presidente.
El sistema norteamericano se fundamenta en la máxima first past the post (uninominalismo mayoritario en español). La designación presidencial en Estados Unidos no se produce mediante voto popular directo como en los sistemas presidencialistas de América Latina. Por el contrario, se parece más al modelo que impera en el Reino Unido. Según criterios más o menos proporcionales, a cada estado del país le corresponde un número determinado de compromisarios en el Colegio Electoral que son obtenidos en su totalidad por el candidato que gana en ese territorio las elecciones.
Florida, por ejemplo, otorga 30 compromisarios. Si Trump gana a Harris allí, independientemente de la diferencia de votos entre ambos, esos 30 compromisarios responderán a Donald Trump. Tras el escrutinio oficial, los 538 compromisarios se reúnen en el Colegio Electoral estadounidense y nombran formalmente al nuevo presidente; es por ello que un candidato puede “ganar” y ser el nuevo presidente incluso habiendo obtenido menos votos totales que su adversario ─algo que, sin ir más lejos, ocurrió en 2016.
En este sentido, las cuentas de cara al 5 de noviembre se basan en el análisis de aquellos estados cuya resolución está todavía por decidir. Algunos territorios no brindan ninguna emoción: California, Colorado o Nueva York serán para Harris casi con total seguridad, al tiempo que Arkansas, Utah o West Virginia se decantarán del lado republicano. En el siguiente mapa, se muestran en color azul oscuro los territorios que previsiblemente ganará Harris, en azul suave aquellos en los que parte como relativa favorita, en gris los que parten en notable igualdad, en rojo suave aquellos en los que Trump parte como relativo favorito y en rojo oscuro aquellos en los que debería ganar con claridad.
El mapa es claro: más allá de la moderada duda en torno a grandes estados como Florida, la verdadera disputa parece estar ligada a la suerte de siete territorios: Nevada, Arizona, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia. Si el resto de los estados cumplen su aparente destino, será la disputa por estos últimos lo que decante la victoria hacia un lado u otro, toda vez que Kamala Harris posiblemente ganará el voto popular tras haber sido un revulsivo como consecuencia del abandono de Biden.
Los demócratas avivan el rechazo que Trump genera entre amplias capas de la sociedad, no solo por su excentricismo y las condenas que sobre él recaen, sino por su particular relación con la institucionalidad liberal estadounidense
Polarización y fake news
Pese a que cada uno de los swing states tiene clivajes propios como consecuencia de su divergente historia económica y de la particular composición demográfica, lo cierto es que algunas tendencias son nacionales. Tanto Donald Trump como Kamala Harris se muestran en los sondeos de opinión como dos líderes enormemente polarizantes y con una imagen negativa que supera la positiva.
Consecuentemente, los presentes comicios se plantean desde los equipos de campaña como una disputa por la representatividad del miedo. Los demócratas avivan el rechazo que Trump genera entre amplias capas de la sociedad, no solo por su excentricismo y las condenas que sobre él recaen, sino por su particular relación con la institucionalidad liberal estadounidense. El asalto al Capitolio ha acompañado toda la carrera presidencial del republicano, hecho del que tampoco ha buscado desvincularse por completo.
A su vez, la “sala de guerra mediática” del trumpismo ha tratado de construir en torno a Kamala Harris la imagen de una política desquiciada, marginal y “peligrosamente progresista” (dangerously liberal). Hablando de ella en términos de “comunista” (sic), el Partido Republicano busca movilizar al propio electorado, una apuesta tan arriesgada como lógica, pues el espacio del “centro” político no es muy amplio en estos comicios y la verdadera baza con la que cuentan ambos es la negatividad que el otro genera en el electorado opuesto: no se trata tanto de conquistar a los moderados, sino de lograr que “los tuyos” voten en masa ante la amenaza de a) la “radical comunista” o b) el “condenado misógino”.
Semejante marco empuja a los directores de ambas campañas a poner el foco en la exageración y la mentira, hecho que se mostró ante el mundo en su forma más grotesca cuando Donald Trump esparció el bulo de los migrantes de origen haitiano comiéndose a las mascotas de sus vecinos en lugares como Springfield durante el primer debate Harris-Trump.
Por supuesto, una importante proporción de los estadounidenses no se creyó esta fake news, pero otros tantos sí. Considerando que Trump ha logrado que decenas de millones de personas en el país crean en la teoría del fraude electoral de 2020, tiene un notable margen de crecimiento en noviembre si es capaz de convencer a su descontenta base de que tienen que frenar a la “radical” Harris, incluso aunque algunos de ellos hayan dejado de ilusionarse por el proyecto del Make America Great Again.
¿Y si Trump pierde?
La tercera clave podría ser la del día después, especialmente si Kamala Harris gana las presidenciales o si Trump gana pero logra un resultado desfavorable en el poder legislativo para los republicanos. Desde 2020, Donald Trump ha sostenido el relato de que las elecciones contra Joe Biden las perdió por un fraude en el recuento. Si bien no hay pruebas sostenibles para este discurso, lo innegable es que ha tenido recorrido político y ha sesgado sobremanera a un porcentaje notable del electorado trumpista.
Trump podría avivar el bulo del fraude electoral nuevamente y, si bien es complicado imaginar un escenario de toma forzosa del poder o incluso de guerra civil en el país, sí podría conducir a Estados Unidos a un escenario enormemente convulso, violento en las calles y de bloqueo institucional
El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue un evento bisagra, no solo por el hecho en sí sino por la reacción intermedia del ex presidente. Trump aceptó tácticamente que no podía conservar la Casa Blanca mediante métodos insurreccionales o anti institucionales, pero sostuvo el relato como parte de su performance “épica”. El intento de asesinato contra él en julio y el sostenimiento de algunas líneas conspiranoicas en su campaña habilitan a creer que podría no reconocer la derrota si pierde.
Además, su avanzada edad y las previsiones de que no será en ningún caso candidato en 2028 podrían agudizar esta respuesta. Trump podría intentar algún tipo de desestabilización para seguir impugnando el ecosistema simbólico del Estados Unidos demócrata, todavía en mayor medida considerando que enfrenta una compleja situación legal para la cual sería muy útil la inmunidad presidencial.
Trump podría avivar el bulo del fraude electoral nuevamente y, si bien es complicado imaginar un escenario de toma forzosa del poder o incluso de guerra civil en el país, sí podría conducir a Estados Unidos a un escenario enormemente convulso, violento en las calles y de bloqueo institucional. En esta ocasión, puede preverse que, si Harris gana, la contienda política se extenderá hasta el día de la asunción y que, como en 2021, la hipótesis rupturista podría ser puesta encima de la mesa.