Cómo será la próxima guerra civil en Estados Unidos
Uno de los juegos de salón más populares en Estados Unidos en este momento podría llamarse: ¿Cómo será la próxima guerra civil estadounidense? Entre los muchos escenarios que se barajan está el dramatizado en la próxima película de suspense Civil War, del director Alex Garland (en los cines el 12 de abril). En la película de Garland vuelven a haber dos ejércitos estadounidenses enfrentados: las fuerzas militares de Estados Unidos frente a las «fuerzas occidentales» separatistas lideradas por Texas y California. ¿California? dirá usted. ¿No querrá decir Texas y Florida?
La Confederación Texana-Californiana de la película ha hecho que muchos críticos se rasquen la cabeza, pero la composición de los bandos enfrentados tiene poco que ver con el argumento. La política de la película es opaca a propósito. Garland no ha dicho por qué eligió a estos dos estados particularmente antagónicos para unir sus fuerzas, pero parece obvio que ha sido un intento del director para asegurar que su película fuera apolítica y, por tanto, comercialmente viable.
Si la premisa de la película de Garland no es en absoluto la de la próxima guerra civil estadounidense, ¿existe algún escenario que al menos tenga sentido en nuestro clima político contemporáneo?
Desde luego, no se trata de las conocidas líneas de batalla entre Estados rojos (republicanos) y azules (demócratas). A diferencia de la división geográficamente conveniente entre Estados Unidos y la Confederación en la década de 1860, las líneas divisorias ideológicas y políticas de hoy se extienden por todo el territorio de los 48 estados e incluyen estados que cambian constantemente de color, del rojo al púrpura y al azul. Por no hablar de los focos urbanos de liberalismo incluso en los estados más rojos.
El autor Stephen Marche ofrece otra perspectiva en The Next Civil War: Dispatches from the American Future. Predice que el país pronto se dividirá en cuatro naciones separadas: Norte, Sur, Texas y California. Habría sido una película más realista que la de Garland, pero es poco probable que la geografía desempeñe un gran papel en la próxima contienda civil. Puede que Estados Unidos esté dividido, pero lo está por edad, educación, raza y religiosidad, no por una versión del siglo XXI de la línea Mason-Dixon.
En cuanto a la secesión, no apuestes por ella. Los tejanos seguirán divagando sobre Texit, pero incluso el Tribunal Supremo de Donald J. Trump ha señalado que tal movimiento sería ilegal. El periodista Dan Solomon examinó metódicamente la probabilidad de secesión de Texas en un reciente artículo en Texas Monthly y, tras entrevistar a muchos destacados juristas y expertos militares, llegó a la conclusión de que la posibilidad era extremadamente remota. Mientras tanto, encuestas recientes sugieren que la mayoría de los tejanos ni siquiera quieren la secesión.
Entonces, ¿qué podemos esperar? ¿Otra Pax Americana?
No, si Trump se queda corto en las elecciones presidenciales de este año. Muchos expertos predicen que si Trump pierde las elecciones de noviembre y, como la última vez, se niega a admitirlo, estallará una ola de violencia extremista que hará que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 en la capital de Estados Unidos parezca la hora del té con la Reina. La violencia puede ser larga y continuada de una forma que Estados Unidos no ha visto desde la época de los derechos civiles, «Bombingham», en la que los residentes de Birmingham, Alabama, soportaron 50 explosiones de dinamita entre 1947 y 1965.
Al menos ese fue el consenso de los numerosos expertos entrevistados el mes pasado por la revista Politico. Es cierto que la pregunta se refería a si Trump fuera expulsado de las urnas, no si perdiera las elecciones, pero viene a ser lo mismo.
Se espera un «marcado aumento del extremismo violento», advirtió Donell Harvin, experto en seguridad nacional y educador. «La violencia es probable pase lo que pase», afirmó Rachel Kleinfeld, de la Fundación Carnegie para la Paz. Será «el comienzo de un nuevo desmoronamiento sangriento», dijo Aziz Huq, profesor de Derecho de la Universidad de Chicago. Habrá «protestas masivas de extrema derecha en las que participarán vigilantes armados», afirmaron Steven Simon, profesor visitante de prácticas en Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Washington, y Jonathan Stevenson, investigador principal del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Por otra parte, el ex gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, ha advertido de que si Trump pierde en noviembre «serán las últimas elecciones estadounidenses que se decidirán con papeletas y no con balas».
Aunque la base de Trump está formada en su mayoría por blancos viejos y ligeramente racistas, esa base tiene un núcleo antigubernamental muy inestable y militante (pensemos en los patanes que intentaron secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Witmer, o en Cliven Bundy y su chusma, o en Timothy McVeigh, del atentado contra el edificio federal de Oklahoma City en el que fueron masacradas 168 personas). Estos fanáticos suelen tener dinero, arsenales y serios complejos de martirio. Si Trump pierde las elecciones de noviembre, extremistas similares contrarios al gobierno federal intentarán sin duda desestabilizar el país aún más de lo que ya está.
Según el Southern Poverty Law Center, en la actualidad hay unos 700 grupos extremistas antigubernamentales en Estados Unidos. Sólo los movimientos milicianos cuentan con unos 50.000 aspirantes a Stonewall Jackson. Eso es suficiente mano de obra para infligir una cantidad sustancial de daño – aunque no lo suficiente como para librar una verdadera guerra civil. Y aunque la mayoría de los extremistas antigubernamentales carecerán de agallas para hacer algo más que sus habituales quejas y rabietas en las redes sociales, un pequeño porcentaje de ellos sí lo hará.
Si el presidente Joe Biden gana las elecciones de noviembre, los estadounidenses de a pie deberían prepararse para un aumento del terrorismo doméstico, un gran repunte de las escaramuzas contra las tropas federales y los agentes federales, y más escenas como el asalto al Capitolio del 6 de enero.
Los extremistas antigubernamentales bien podrían lanzar campañas de atentados similares a las que otros extremistas racistas y antigubernamentales emprendieron durante el Verano Rojo de 1919 (en el que se produjeron atentados terroristas de supremacistas blancos en más de tres docenas de ciudades estadounidenses y en un condado rural de Arkansas, y durante el Verano de la Libertad de Misisipi (cuando se bombardearon o incendiaron 67 hogares, negocios e iglesias de negros).
Otros escenarios de pesadilla podrían parecerse a los atentados de 2008 en Bombay (India). Aquellos atentados fueron perpetrados por apenas diez miembros de un grupo militante islamista radical, pero consiguieron matar a 175 personas y herir a más de 300.
Más difícil de predecir es lo que ocurrirá si gana Trump. Muchos expertos predicen el fin de la democracia en Estados Unidos. Eso es poco probable. Los dictadores con un fuerte culto a la personalidad no viven para siempre, y cuando el hombre fuerte de España, Francisco Franco, o el de Chile, Augusto Pinochet, finalmente estiraron la pata, una forma de democracia fue finalmente restaurada en esas naciones. Aspirantes a Trump como Marjorie Taylor Green y Jim Jordan nunca podrán calzarse las botas de Trump.
Estados Unidos tiene una larga y sórdida historia de violencia doméstica extremista. Cien años antes de la Guerra de la Independencia, Nathaniel Bacon, un acaudalado político que vivía exiliado en Virginia, encabezó una sangrienta rebelión contra el gobierno de Virginia porque el gobernador se negaba a matar o expulsar a los nativos americanos de sus valiosas tierras natales. Este tipo de escenas se han venido sucediendo desde entonces. Los «patriotas» que atacaron el Capitolio el 6 de enero se habrían sentido muy a gusto en la turba de Bacon.
Los extremistas que atacaron Estados Unidos el 11-S creían que eran soldados de infantería en una justa guerra santa. Si Trump pierde en noviembre, algunos extremistas nacionales estarán convencidos de que ellos también son patriotas que luchan en una justa guerra civil. Del mismo modo que nunca subestimaremos la potencia de unos pocos soldados de Al Qaeda, no deberíamos subestimar la destrucción que puede causar un pequeño porcentaje de apasionados perdedores.
Publicado en CounterPunch y en el Blog de Rafael Poch