«Como un vegano que vende bistecs»: dentro de las contradicciones de la transición noruega
Más coches eléctricos que coches de gasolina
Desde hace tiempo, Noruega destaca en muchas clasificaciones europeas de sostenibilidad, pero solo desde la semana pasada ha batido un récord mundial. Según los datos del Opplysningsrådet for Veitrafikken, un grupo de presión centrado en el transporte por carretera, la nación nórdica es la primera del mundo en la que los coches eléctricos en circulación superan a los de gasolina. El coche más elegido por los noruegos es el Tesla Model Y. Como término de comparación, en España solo el 5% de las nuevas matriculaciones es eléctrico, y el porcentaje de la flota en circulación es, realísticamente, aún más bajo.
El éxito noruego se basa en un conjunto de políticas de incentivos: fuertes subsidios estatales a la compra, espacios y carriles reservados, una densa red de puntos de carga — 2,000 solo en Oslo. El gobierno ha anunciado la intención de interrumpir la venta de vehículos de combustión para 2025. Diez años antes de los planes europeos, y en poco más de 15 meses. Pero a pesar de los avances, no faltan las críticas del mundo ecologista.
El nudo del transporte público
El coche eléctrico es, según todos los estudios disponibles, notablemente más ecológico que su contraparte de gasolina o diésel. Un dato confirmado en cualquier indicador que se consulte: emisiones de gases de efecto invernadero, contaminación del aire, consumo de materiales. Pero el modelo de transporte prevalente en Occidente—basado en la propiedad generalizada de vehículos individuales—plantea problemas en términos de sostenibilidad, incluso si se basa en la propulsión eléctrica. Por ello, las asociaciones ecologistas llevan años insistiendo en el transporte público y compartido como forma principal de transporte, relegando el coche eléctrico a un complemento. Y en este segundo aspecto, las actuaciones ecológicas noruegas son menos brillantes. En su clasificación sobre la disponibilidad del transporte público europeo, Greenpeace sitúa al país nórdico en el vigésimo sexto lugar—extremadamente bajo. «Noruega tiene una densa red ferroviaria, pero no hay un billete climático, ni un billete anual 'para todas las líneas ferroviarias'. Los billetes a largo plazo están limitados a rutas específicas», escribe la asociación en su análisis.
«Un vegano que vende bistecs»
El verdadero punto débil de la transición noruega, sin embargo, radica en su economía. La principal fuente de ingresos es, de hecho, la exportación de hidrocarburos, de los que Noruega es el primer productor en Europa. Gracias a los grandes yacimientos petrolíferos del mar del Norte, la nación nórdica cuenta con un fondo soberano entre los más ricos del mundo. Paradojicamente, son también los ingresos del petróleo y el gas los que financian las inversiones en movilidad limpia. No es casualidad que durante la COP28 de Dubái, la última cumbre de las Naciones Unidas para abordar la crisis climática, muchos países del Sur global señalaran al gobierno de Oslo, considerado el símbolo de ese Occidente que habla de abandonar los combustibles fósiles sin nunca ponerlo en práctica en la política interna. «Noruega es un vegano que vende bistecas», reza uno de los eslóganes usados por el ecologismo local para resaltar la incoherencia de las políticas gubernamentales.
En 2021, Dinamarca y Costa Rica anunciaron la Beyond Oil & Gas Alliance (BOGA), un acuerdo global para detener nuevas exploraciones en busca de combustibles fósiles en su territorio. Muchos países europeos decidieron unirse: Suecia, Portugal, Irlanda, Francia. España también decidió firmar. Noruega no: la punta de lanza de la transición europea no quiere renunciar a su petróleo.